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ALFONSO X EL SABIO: LOOR DE ESPANNA EN LA "PRIMERA CRÓNICA GENERAL DE ESPAÑA"




"E cada una tierra de las del mundo et a cada provincia honró Dios en señas guisas, et dió su don; mas entre todas las tierras que ell honró más, Espanna la de occidente fue; ca a esta abastó él de todas aquellas cosas que homne suel cobdiciar. (E los godos) fallaron que Espanna era el meior de todos, e muchol preciaron más que a ninguno de los otros, ca entre todas las tierras del mundo Espanna ha una estremanza de abondamiento et de bondad más que otra tierra ninguna. 
(...)Pues esta Espanna que decimos tal es como el paraíso de Dios, ca riega se con cinco ríos cabdales que son Ebro, Duero, Tajo, Guadalquivil, Guadiana; e cada uno dellos tiene entre si et ell otro grandes montañas et tierras; et los valles et los llanos son grandes et anchos, et por la bondat de la tierra et ell humor de los ríos lievan muchos frutos et son abondados, Espanna la mayor parte della se riega de arroyos et de fuentes, et nuncual minguan pozos cada logar o los ha mester. 
Espanna es abondada de mieses, deleitosa de fructas, viciosa de pescados, sabrosa de leche et de todas las cosas que se della facen; lena de venados et de caza, cubierta de ganados, lozana de caballos, provechosa de mulos, segura et bastida de castiellos, alegre por buenos vinos, folgada de abondamiento de pan; rica en metales, de plomo, de estaño, de argent vivo, de fierro, de arambre, de plata, de oro, de piedras preciosas (...)
Espanna sobre todas es engeñosa, atrevuda et mucho esforzada en lid, ligera en afán, leal al señor, afincada en estudio, palaciana en palabra, complida de todo bien (...) ¡Ay Espanna! non ha lengua nin engeño que pueda contar tu bien.
Pues este regno tan noble, tan rico, tan poderoso, tan honrrado, fue derramado et astragado en una arremesa por desavenencia de los de la tierra que tornaron sus espadas en si mismos unos contra otros, así como si les minguasen enemigos; et perdieron y todos, ca todas las cibdades de Espanna fueron presas de los moros et quebrantadas et destroidas de mano de sus enemigos"




Primera Crónica General de España
Alfonso X, el Sabio




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Disponible la obra completa
en la edición de Ramón Menéndez Pidal (1906)
(Inernet Archive)


¿DANZAR O BAILAR? NO ES LO MISMO (Emilio Cotarelo)




El baile, como género dramático, es un intermedio literario en el que además entran como elementos principales la música, el canto y, sobre todo, el baile, propiamente dicho, ó saltación, que le dio nombre.
Puede ser monólogo o dialogado como el entremés, pero siempre es más corto, y la letra, acomodada para el canto, unas veces constituye todo el intermedio y otras sólo una parte. Habia, pues, bailes todos cantados y otros en parte hablados, que se llamaron entremesados.
(...)
Hemos dicho que las voces bailar y danzar eran correlativas, pero no sinónimas como lo son hoy; y esta distinción es importante, porque las danzas figuran también mucho en el intermedio de que tratamos.
Covarrubias, en su Tesoro, parece confundirlas, ó mejor dicho acumula en la voz baile las danzas que no eran coreadas ó compuestas de muchas personas, cual la danza de espadas, por ejemplo.
Sin embargo, otros autores, como don José Antonio González Salas (Nueva idea de la tragedia antigua, edición de 1778, página 171), decía en 1633: "Las danzas son de movimientos más mesurados y graves, y en donde no se usa de los brazos sino de los pies solos: los bailes admiten gestos más libres de los brazos y de los pies juntamente". Sin embargo, esto de "más mesurados" no debe entenderse que sólo consistiesen en paseos, cadenas, cambios de puesto y otros sencillos que se observan en algunos bailes de sociedad modernos, pues tanto ó más violentos que los baile eran los de ciertas danzas, como la Gallarda.
Pero la diferencia era cierta, por más que se haya querido negar en tiempos modernos. Bastará para probarla recoger algunos de los muchos textos que existen desde la Edad media...
Emilio Cotarelo y Mori
Colección de entremeses, loas,
bailes, jácaras y mojigangas
desde fines del siglo XVI
à mediados del XVIII
Baílli-Baíllière. Madrid, 1911
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en Open Librery






Etimología de "Aragón" y "Ebro" en la "Crónica de Aragón" de Marineo Sículo




Entiendo sumariamente escrevir los principios de la gente y reyno de Aragón, la orden y suçessión de los reyes, con alguna parte de sus esclarecidas hazañas, hasta venir a nuestros tiempos, porque, estando la memoria de los reyes passados en la casa de Aragón y sus largas sucessiones escritas7 en lengua latina, podránse conservar para siempre y sabrán los que aora son y los que después vernán el nascimiento de su linage y los principios de su señorío.

Antes empero que hablemos de los Reyes de Aragón, me pareçe que será cosa bien al propósito dezir algo de la mesma tierra y provincia que Aragón se llama mostrando la causa de
su nombre, porque como quiera que muchos escritores ayan partido toda España en cinco provincias, es a saber, la provincia de Tarragona, Galizia, Portogal, Andaluzía y Cartaginense, del nombre d’esta provincia que Aragón se llama, que yo lo aya leýdo jamás se acordaron. Por tanto, con mayor diligencia procuré saber la causa d’este nombre y escrevirla, pues soy cierto que la ovo.
Esta región que aora Aragón se llama, en otro tiempo fue llamada Iberia a causa del río Ebro que por ella passa. Después se llamó Celtiberia, a causa de unos pueblos de Francia llamados celtas, los quales, alançados de su tierra, vinieron a parar en la ribera d’este río Ebro, donde asentaron y poblaron, de suerte que de su propio apellido, que eran celtas, y del nombre del río, que se llama en latín Ibero, llamaron esta provincia Celtiberia, y los pueblos que en ella moran, celtíberos. Muchos de los que han escrito hizieron mención d’esto, señaladamente el poeta Lucano, en un verso que dixo:

“Los celtas de Francia que mezclaron su nombre con los iberos.”

Estando yo en Roma en tiempos passados oyendo letras de Humanidad, Pomponio Leto, que estonçes me era maestro y no sin causa de todos era llamado Padre de la Antigüedad, declarándome este passo de Lucano que poco ha señalé, me dixo:

“Celtiberia es una provincia de la España, de acá de Ebro, la qual los españoles aora llaman Aragón.”

Sobr’este vocablo, ‘Aragón’, que dixo, yo le pregunté con instancia me quisiesse declarar la causa y nascimiento d’este nombre, ‘Aragón’, a lo qual me respondió diziendo:

“Acuérdome aver leýdo en algunas memorias de griegos antiquíssimas que quando Hércules passó en España con muy grande exército, después que la ovo tomada, conquistada y hecho en ella muchas y grandes ciudades, edificado assimesmo en diversos lugares puentes señaladas y muy memorables, al fin de todo, aviendo conquistado en la parte de España que es de acá de Ebro, los pueblos cántabros y vascones y sojuzgados los celtíberos, en memoria de su vencimiento acordó hazer sacrificios solemnes junto a un río que nasce de los montes Pyreneos y passa por Marzilla y otros muchos lugares de Navarra, y después se junta con Ebro; y para esto puso altar y lugar de sacrificio en la ribera d’este río. Aquí mesmo, después de aver hecho los sacrificios por orden y como debía, celebraron muchos juegos de alegría señaladamente, aquellos juegos que los griegos llaman agonales. Del nombre d’estos juegos se llamó aquel río Aragonio que primero se llama Magrada, y llamó la provincia Aragonia que primero Iberia se dezía, de suerte que por el altar, que en latín se llama ara, y los juegos, agones, juntamente dixeron Aragón.”

Lucio Marineo Sículo
del Prólogo de la Crónica d’Aragón
(1509)
Traducida al castellano
por el bachiller Juan de Molina
(Valencia, Joan Jofré, 1524)
Edición crítica de 
Óscar Perea Rodríguez

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Óscar Perea Rodríguez
Edición crítica



INDICIOS, EN LA ÉPOCA DE COLÓN, DE QUE LA TIERRA ERA REDONDA (HISTORIA GENERAL DE LA INDIAS)




Capt. II. De las razones que movieron al Almirante, don Cristóbal Colón, para persuadirse que había nuevas tierras.

Teniendo, pues, el Almirante muchos fundamentos naturales, autoridades de escritores e indicios de navegantes, y viendo que es natural razón que toda el Agua y la Tierra del Mundo forman la Esfera , y que puede ser redonda de Oriente a Occidente, caminando los hombres por ella, halla venir los pies de los unos, contra los pies de los otros, en cualquiera parte que se hallen en contrario; y proponiéndose, que gran parte de esta Esfera estaba navegada, y que ya no quedaba por descubrir sino el espacio que había de las partes mas Orientales de la India (de que Ptolomeo tuvo noticia) hasta que siguiendo el camino de Oriente, se volviese por nuestro Occidente a las Islas de las Azores, y de Cabo Verde, que era la Tierra mas Occidental que entonces se hallaba descubierta, y que este espacio que había entre el fin Oriental y las Islas de Cabo Verde no podía ser mas de la tercera parte del Circulo mayor de la Esfera, pues que ya se había llegado a Oriente por cinco horas de Sol. Hizo cuenta, que si habiendo Marín escrito en su Cosmografía, lo que toca a quince horas , o parte de la Esfera, hacia la parte Oriental, aun no había llegado al fin de la Tierra de el Oriente y por lo cual convenía, que este fin estuviese mas adelante. Y, consecutivamente, cuanto mas se extendiese hacia el Oriente, tanto más viniese a acercase a las Islas de Cabo Verde por nuestro Occidente; y que si tal espacio fuese mayor , fácilmente se había de navegar en pocos días; y si fuese Tierra, antes fe vendría a descubrir por el mismo Occidente, porque vendía a estar más cerca de las dichas Islas; y esta opinión le confirmó Martín de Bohemia, portugués, su amigo, Natural de la Isla del Faial, gran Cosmógrafo. 
Por muchas maneras daba Dios causas a D. Cristóbal Colón, para emprender tan gran hazaña. Y demás de las razones, que se han referido, que le movieron, tuvo experiencias muy probables; porque hablando con hombres, que navegaban los Mares de Occidente, especialmente a las Islas de las Azores, le afirmó Martín Vicente, que hallándole una vez cuatrocientas y cincuenta leguas al Poniente del Cabo de San Vicente y tomo un pedaco de madero labrado por artificio, y a lo que se juzgaba no con hierro. De lo cual, y por haber ventado muchos días ponientes imaginaba que aquel palo provenía de alguna isla (...)


Antonio Herrera y Tordesillas
Décadas I, Libro I, Capt. II
(Historia general de los hechos 
de los castellanos en las islas
y tierra firme del mar Oceano,1726)




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EXTENSIÓN DEL IMPERIO PERUANO. ORIGEN DE LA PALABRA "ANDES" (William H. Prescott)





De las numerosas naciones que ocupaban el gran continente americano cuando los europeos lo descubrieron, las más adelantadas en poder y en cultura eran, sin duda, las de Méjico y Perú. Pero, aunque se asemejaban en el grado de civilización a que habían subido, esta civilización era de diferente carácter en cada una de ellas, y el observador filosófico de la especie humana puede sentir una curiosidad natural en la averiguación de las varias transiciones por las cuales pasaron aquellos dos pueblos, en sus esfuerzos para salir del estado de barbarie, y alcanzar una posición mas elevada en la escala de la humanidad. En otra obra que he publicado, procuré describir las instituciones y el carácter de los antiguos mejicanos , y la historia de su con quista por los españoles. En esta voy á tratar de los peruanos; y si su historia presenta anomalías menos extrañas, y contrastes menos notables que la de los aztecas, no será menos interesante al lector la grata pintura que ofrece de un gobierno bien arreglado, y de los hábitos modestos y laboriosos que se introdujeron bajo el dominio patriarcal de los incas. El imperio del Perú, en la época de la invasión española , se extendía por la costa del Pacifico , desde el segundo grado, poco mas ó menos, de latitud Norte, hasta el treinta y siete de latitud Sur; línea que describen actualmente los límites occidentales de las repúblicas modernas del Ecuador, Perú , Bolivia y Chile. Su anchura no puede ser determinada con exactitud, porque, aunque totalmente limitada al Oeste por el Gran Océano, hacia el Este se dilataba en varias partes mucho más allá de los montes, hasta los confines de las tribus bárbaras, cuya exacta situación no es conocida, y cuyos nombres han sido borrados del mapa de la historia. Es cierto, sin embargo, que había gran desproporción entre su longitud y su anchura. Es muy notable el aspecto topográfico del país. Una faja de tierra, cuyo ancho raras veces pasa de veinte leguas, corre en las dirección de la costa, y está encerrada en toda su extensión, por una cadena colosal de montañas, que, partiendo del estrecho de Magallanes, llega á su mayor elevación, que es en verdad la mayor del continente americano, hacia los diez y siete grados de latitud Sur, y, después de cruzar la línea , y gradualmente declina en al turas de poca importancia, al entrar en el istmo de Panamá. Tal es la famosa cordillera de los Andes, ó «montañas de cobre»(1), como las llaman los naturales, aunque con más razón podrían llamarse «montañas de oro». Dispuestas muchas veces en una sola línea, más frecuentemente en dos o tres, que corren paralelas entre sí, o en sentido oblicuo, parecen una continua cadena, vistas desde el Océano. Los estupendos volcanes que el habitante de las llanuras mira como masas solitarias é independientes, parecen al navegante otros tantos picos del mismo vasto y magnífico sistema. En tan inmensa escala ha trabajado la naturaleza en aquellas regiones, que solo desde una gran distancia puede el espectador comprender de algún modo la relación de las diversas partes que forman aquel asombroso conjunto; Pocas obras han salido de la mano de la naturaleza capaces de producir impresiones tan sublimes, como el a pecto de esta costa, cuando se desarrolla gradualmente a los ojos del marinero en las aguas distantes del Pacifico; cuando se enseñorean montañas sobre montañas, y el Chimborazo, con su espléndido dosel de nieve, resplandeciendo sobre las nubes, corona el todo como una diadema celestial.
El aspecto estertor del país no parece muy favorable a las operaciones de la agricultura, ni a las comunicaciones interiores. La faja arenosa que corre por la costa, donde nunca llueve, no recibe más humedad que la que le su ministran unos pocos y escasos arroyos, ofreciendo un notable contraste con los vastos volúmenes de agua que se desprenden de las laderas orientales hacia el Atlántico. Ni son más aptas para el cultivo las faldas de la sierra, cortadas por hondos precipicios, y masas destrozadas de pórfido y granito, ni sus más altas regiones, envueltas en nieve que nunca se derrite bajo el sol ardiente del Ecuador, y sí solo por la acción desoladora de los fuegos volcánicos. Los derrumbaderos, los furiosos torrentes, y las quebradas intransitables, rasgos característicos de esta región escabrosa, parecen obstáculos insuperables a toda comunicación entre las diversas partes de su dilatado territorio. Guando el viajero aterrado se remonta por aquellas veredas aéreas, en vano procura medir con la vista la profundidad de las enormes aberturas que desgarran la cadena de los montes. Y sin embargo, la industria, o por mejor decir, el genio de los indios ha sido bastante para sobrepujar todos los obstáculos de la naturaleza.


William H. Prescott
Historia de la Conquista del Perú, 1847



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(1) A lo menos: la voz "anta", de donde se cree que proviene la etimología de Andes, significa cobre en lengua peruana, Garcilasso, Corm. Real, parte I lib. V, cap. XV.




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CAMINAR EN COCHE ES CIERTAMENTE UNA COSA MUY REGALADA... (Jovellanos)


Caminar en coche es ciertamente una cosa muy regalada, pero no muy a propósito para conocer un país. Además de que la celeridad de las marchas ofrece los objetos a la vista en una sucesión demasiado rápida para poderlos examinar, el horizonte que se descubre es muy ceñido, muy indeterminado, variado de momento en momento, nunca bien expuesto a la observación analítica. Por otra parte, la conversación de cuatro personas embanastadas en un forlón, y jamás bien unidas en la idea de observar, ni en el modo y objetos de la observación; el ruido fastidioso de las campanillas y el continuo clamoreo de mayorales y zagales, con banderola, su capitana y su tordilla, son otras tantas distracciones que disipan el ánimo y no le permiten aplicar su atención a los objetos que se le presentan. Agregue a esto la naturaleza del país que acabamos de atravesar, compuesto de inmensas llanuras, de horizontes interminables, sin montes ni colinas, sin pueblos ni alquerías, sin árboles ni matas, sin un objeto siquiera que señale y divida sus espacios, y fije los aledaños de la observación, y verá que es incapaz de ser observador de carrera, y que se resiste sin arbitrio al estudio y meditación del caminante. 



Gaspar Melchor de Jovellanos
Cartas, Inconvenientes de viajar en coche (1799)


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JOVELLANOS CONTRA LOS PRIVILEGIOS DE LA MESTA: LANA POR POBREZA


Lo primero de todo: ¿Qué es la Mesta?



Conforme avanzaba la reconquista hacia el sur, el ganado invernaba en pastizales adecuados, para lo cual se congregaban y asociaban pastores de distintas zonas con el fin de regular la transhumancia. De tal variedad deriva la denominación "mesta" ("mixta") con que se las conoció. La relevancia de la lana del ovino propició que, ya Alfonso X en 1273, reuniera a todas las mestas en una sola asociación que pasó a denominarse Honrado Concejo de la Mesta, otorgando importantes beneficios a sus asociados y pasando a ser uno de los gremios más importantes de Europa durante la Edad Media. Dichos privilegios iban frecuentemente en detrimento y menoscabo de la agricultura, poco valorada en general, pues en palabras de C. Sánchez Albornoz:, ni los vínculos amorosos hacia el agro ni la devoción telúrica facilitó que la tierra, en sentido estricto, tuviera el mismo aprecio durante los primeros siglos de la Edad Media que su hermana la ganadería. (España, un enigma histórico). 


Con la llegada de los borbones, a principios del siglo XVIII esta institución entra en crisis por obsoleta y privilegiada, generándose una verdadera leyenda negra, que de alguna manera intentó paliarse con la recopilación legal contenida en el denominado Cuaderno de Leyes de Mesta, de 1731, en cuyo preámbulo además de manifestarse cierto pesar por la persecución padecida por la transhumancia y ponderar la ganadería durante la Antigüedad, calificada por Columela como la más sólida riqueza natural, se especificaba el triple objetivo de este cuerpo normativo: conservar y desarrollar la Cabaña Real, facilitar el conocimiento de las leyes en las diferentes instancias y argumentar a derecho los procesos. 

Definitivamente, en 1836, es decir, unos cuarenta años después de la fecha en que Jovellanos escribiera su Informe sobre la Ley Agraria, el Honrado Consejo de la Mesta sería abolido y suplido por una Asociación Nacional de Ganaderos, despojada ya la mayor parte de aquellos privilegios.


EN CUANTO A LA CABAÑA REAL: 

El propio DRAE, sigue definiendo a la "cabaña real" como el conjunto de ganado trashumante propio de los ganaderos que componían el Concejo de la Mesta. En todo caso, "la voz cabaña hacía referencia genérica a la casa móvil o morada pastoriega o por extensión al conjunto de reses de un dueño; sin embargo, como expresión de la universalidad del Concejo aparece con Alfonso XI el vocablo Cabaña Real, tenido por sinónimo a partir de ese momento, en declaración de compromiso de real protección al conjunto" (Fermín Marín Barriguete: Fuentes y metodología sobre la Mesta: los privilegios del Cuaderno de Leyes de Mesta de 1731, Universidad Complutense de Madrid, 2011). N. del E.



El Informe sobre la Ley Agraria

Es verdad que esta granjería solo nos presenta un ramo de comercio de frutos, mientras los extranjeros tratan de mejorar sus lanas para fomentar su industria. Es verdad que vienen a comprar nuestras lanas con más ansia que nosotros a venderlas, para traerlas después manufacturadas y llevarnos con el valor de nuestra misma granjería el precio total de su industria. Es verdad que el valor de esta industria supera en el cuatro tanto el valor de la materia que les damos, según los cálculos de Don Jerónimo Uztáriz, y he aquí el grande argumento de los enemigos de la ganadería. 

Pero la Sociedad no se dejará deslumbrar con tan especioso raciocinio. ¡Pues qué! Mientras no podamos, no sepamos o no queramos ser industriosos, ¿será para nosotros un mal pagar con el valor de nuestras lanas una parte de la industria extranjera, cuyo consumo haga forzoso nuestra pobreza, nuestra ignorancia o nuestra desidia? ¡Pues qué! Cuando podamos, sepamos y queramos ser industriosos, ¿será para nosotros un mal tener en abundancia y a precios cómodos la más preciosa materia para fomentar nuestra industria? ¡Pues qué! Si lo fuéremos algún día, ¿la abundancia y excelencia de esta materia no nos asegurará una preferencia infalible, y no hará hasta cierto punto precaria y dependiente de nosotros la industria extranjera? ¿Tanto nos ha de alucinar el deseo del bien, que tengamos el bien por mal?

Mas si es de admirar que estas razones no hayan bastado a persuadir que la granjería de las lanas es muy acreedora a la protección de las leyes, mucho más se admirará que se haya querido cohonestar con ellas los injustos y exorbitantes privilegios de la Mesta. Nada es tan peligroso, así en moral como en política, como tocar en los extremos. Proteger con privilegios y exclusivas un ramo de industria es dañar y desalentar positivamente a los demás, porque basta violentar la acción del interés hacia un objeto para alejarlo de los otros. Sea, pues, rica y preciosa la granjería de las lanas, pero, ¿no lo será mucho más el cultivo de los granos, en que libra su conservación y aumento el poder del Estado? Y cuando la ganadería pudiese merecer privilegios, ¿no serian más dignos de ello los ganados estantes, que sobre ser apoyo del cultivo representan una masa de riqueza infinitamente mayor y más enlazada con la felicidad pública? 

(...)

La Sociedad, Señor, jamás podrá conciliarlos con sus principios. La misma existencia de este concejo pastoril a cuyo nombre se poseen es a sus ojos una ofensa de la razón y de las leyes, y el privilegio que lo autoriza, el más dañoso de todos. Sin esta hermandad, que reúne el poder y la riqueza de pocos contra el desamparo y la necesidad de muchos, que sostiene un cuerpo capaz de hacer frente a los representantes de las provincias y aun a los de todo el reino, que por espacio de dos siglos ha frustrado los esfuerzos de su celo, en vano dirigidos contra la opresión de la agricultura y del ganado estante, ¿cómo se hubieran sostenido unos privilegios tan exorbitantes y odiosos? ¿Cómo se hubiera reducido a juicio formal y solemne, a un juicio tan injurioso a la autoridad de Vuestra Alteza como funesto al bien público, el derecho de derogarlos y remediar de una vez la lastimosa despoblación de una provincia fronteriza, la disminución de los ganados estantes, el desaliento del cultivo en las más fértiles del reino, y lo que es más, las ofensas hechas al sagrado derecho de la propiedad pública y privada?

Gaspar Melchor de Jovellanos




EL TESTAMENTO DE CARLOS III





Testamento del Rey Carlos III, hecho en el Palacio Real de Madrid a trece días del mes de Diciembre del año de mil setecientos ochenta y ocho.

En el nombre de la Santísima Trinidad. Yo D. Carlos III, por la gracia de Dios, Rey de las Españas y de las Indias, de las dos Sicilias y Jerusalén, etc. Estando enfermo del cuerpo, y sano enteramente del ánimo, y en mi juicio y entendimiento, y creyendo, como firmemente creo, en un solo Dios, trino y uno, en los Misterios de la Encarnación, Redención y Resurrección de la carne, y en todos los demás de nuestra Santa Fe Católica, en la cual pretexto vivir y morir, según la Comunión romana, hago y ordeno este mi Testamento cerrado para el que, y para el trance de la muerte, invoco por abogada e intercesora a la siempre Virgen María, en los Sagrados Misterios de su Concepción Purísima, de su Natividad y de su gloriosa Asunción; y también imploro el auxilio y patrocinio del Arcángel San Miguel, de los Santos Apóstoles, San Pedro y San Pablo, de San Juan Bautista, del Santo de mi nombre, del glorioso San Genaro, del Patriarca San Josef, de San Francisco de Asís, San Antonio de Padua, San Pascual y demás Santos de la Corte celestial.
Entrego y mando mi alma a Dios, y el cuerpo a la tierra de que fue formado, y quiero que por mi fallecimiento, sin embalsamarle, lo cual expresamente prohíbo, sea sepultado al lado de mi difunta mujer, D.ª María Amalia de Saxonia, que de Dios goce.
Declaro que del legítimo matrimonio que contraje con dicha mi mujer, me quedaron por hijos legítimos D. Phelipe Pascual, que murió; el Príncipe de Asturias D. Carlos, casado con su prima, D.ª Luisa de Borbón, de cuyo matrimonio tiene por hijos legítimos a D. Fernando, Don Carlos, D.ª Carlota, Princesa del Brasil, D.ª María Amalia, y D.ª María Luisa, mis nietos; D. Fernando, actual Rey de las dos Sicilias; D. Gabriel, que también ha fallecido, dejando por su hijo único y heredero al Infante D. Pedro, mi nieto e hijo de la Infanta de Portugal, Doña Ana María Victoria, también difunta; D. Antonio, D. Francisco Xavier, que igualmente murió; D.ª María Josefa y D.ª María Luisa, Archiduquesa, Gran Duquesa de Toscana.
También declaro haber sido heredero, en el tiempo de mi viudez, de mis dos hijos D. Phelipe y D. Francisco Xavier, y que por muerte de mi hijo D. Gabriel, me he declarado Tutor y Curador legítimo de dicho mi nieto el Infante D. Pedro. Es mi voluntad que en el caso de mi fallecimiento, se encargue de la misma tutela y curaduría mi hijo el Príncipe de Asturias, y espero de su rectitud y del amor que me tiene y ha tenido a sus hermanos, cuidará del referido mi nieto y su sobrino con el cariño que yo lo haría, mirando a la orfandad en que ha quedado, y haciendo se guarde todo lo capitulado con la Reina Fidelísima, mi sobrina, para el matrimonio que se celebró entre el citado D. Gabriel Antonio, mi hijo, y la Infanta D.ª María Ana Victoria, su mujer.
Igualmente declaro, que habiéndome Dios llamado al trono de España, hice un acto de cesión del Reino de las dos Sicilias a favor de mi hijo D. Fernando, como también de varios derechos que me correspondían por la sucesión de la Casa Farnese, y en consecuencia de esto, declaro también estar compensado el expresado mi hijo de sus legítimas paterna y materna, y de cualquier derecho a mis bienes libres, sin perjuicio del que tuviese a los vinculados.
Asimismo declaro compensados los derechos de legítima y herencia libre que pudieran pertener a mi hija la Infanta Gran Duquesa de Toscana, con la dote que llevó y he pagado, en cuya virtud deben tenerse por renunciados y cumplidos los enunciados derechos, y la doy por apartada de ellos.
Declaro que durante mi reinado he hecho algunas adquisiciones de bienes, raíces o estables, y varias mejoras y adelantamientos en otros, como son los pinares de Balsaín, la Moraleja, Palacio de Riofrío y otras cosas semejantes que heredé de mis padres y Señores D. Felipe V y D.ª Isabel Farnesio. Es mi voluntad que todos los bienes referidos y otros cualesquiera, de igual o semejante naturaleza estable, adquiridos en cualquier manera, por conquista, compra, cesión o herencia, queden incorporados a la Corona, y pasen a mi hijo el Príncipe, y demás subcesores en ella, sin división ni separación alguna; para lo cual, en caso necesario, derogo cualesquiera leyes y disposiciones en contrario, como Soberano que no reconozco superior en lo temporal.
Declaro por mi heredero y subcesor en todos mis reinos y señoríos de España y de las Indias y en todos los derechos y acciones de mi Corona, a mi querido hijo D. Carlos, Príncipe de Asturias, a quien encargo muy particular cuidado de la protección de la Religión Católica; el cuidado paternal de mis amados vasallos, y especialmente de los pobres, y el amparo, amor y asistencia de sus hermanos, y mis hijos, D. Antonio y D.ª María Josefa, los cuales le recomiendo muy particularmente, sin olvidar al Rey de las dos Sicilias, D. Fernando, ni a sus hijos y mis nietos, a quienes deseo toda prosperidad, y les doy mi bendición.
Mando se digan por mi alma, las de mis Señores padres y la de mi difunta mujer, veinte mil misas, repartiéndose en todo el reino de modo que verdaderamente se digan, y se socorra por medio de los Prelados a los eclesiásticos y comunidades pobres.
Quiero que también se den, a arbitrio de mis testamentarios, las limosnas que estimaren a los pobres de Madrid y otros pueblos verdaderamente necesitados, por medio de las juntas o Diputaciones de Caridad, y de los párrocos.
Entre mis bienes se hallará alguna cantidad de dinero sobrante de las consignaciones de mis gastos reservados. Es mi voluntad que la que fuere, la cual resultará de la razón o nota que para en poder de D. Almerico Pini, mi Ayuda de Cámara, se distribuya en la forma siguiente: Al Hospital general de Madrid, tres mil doblones sencillos; a los Hospicios, otra tanta cantidad; a Pini, por los muchos años que me ha servido, dos mil doblones, y lo restante, que serán poco más de tres millones de reales, a mis criados de cámara, casa, caballeriza, ballestería y demás, comenzando desde los Ayudas de cámara, Caballerizos de campo y Ballesteros inclusive, todos estos para abajo, o clases inferiores.
Encargo además al Príncipe, mi muy amado hijo, atienda a todos mis criados, desde las clases más altas hasta las más bajas, a cuyo fin se los recomiendo por el celo, amor y ley con que me han servido.
Mando se dé alguna alhaja de las que existen en mi poder, a arbitrio de mi hijo el Príncipe, y demás Testamentarios, a la Princesa, su mujer, al Rey de las dos Sicilias, y la suya, a la Infanta Gran Duquesa, y a mi nieta Doña Carlota, Princesa del Brasil, y quiero que las demás joyas, sacadas estas mandas, queden incorporadas a la Corona, en la misma forma que llevo prevenido en cuanto a los bienes estables.
He tomado providencia con Breve Pontificio para que se administren de mi cuenta las Encomiendas que poseyó mi hermano, el Infante D. Luis, con el objeto de aplicarlas, y sus aumentos, a la dotación de un hijo segundo de los Príncipes de Asturias, mis hijos, y de los Reyes subcesores. Encargo que se guarden estas disposiciones mías, y que se formalicen en la parte que fuere necesario.
También encargo que en los Inventarios de mis bienes y distribución de éstos, se siga el método que he mandado observar en los de mi hijo el Infante D. Gabriel, para evitar dilaciones y costas, de manera que por los jefes de los Oficios se hagan formar relaciones auténticas de lo que hubiere, con sus tasaciones, y se excusen formalidades y gastos judiciales sin necesidad, para lo cual dispenso también en caso preciso cualesquiera leyes y disposiciones en contrario.
En el remanente de todos mis bienes, derechos y acciones, que no fueren dote, patrimonio, rentas y productos de la Corona, destinados a sus cargas ni efectos incorporados a ella por este mi Testamento, instituyo por mis únicos y universales herederos, a mis queridos hijos, el Príncipe de Asturias, D. Carlos, el Infante D. Antonio y la Infanta D.ª María Josefa, y a mi nieto el Infante Don Pedro, para que los lleven, con la bendición de Dios y la mía.
Nombro por mis albaceas y testamentarios a mis hijos el Príncipe y el Infante D. Antonio, al Patriarca de las Indias, al Arzobispo de Toledo, al Obispo de Jaén, Inquisidor general, al Mayordomo mayor, Caballerizo mayor y Sumiller de Corps, a mi Confesor Fray Luis de Consuegra, al Decano Gobernador interino del Consejo de Castilla, y a los Gobernadores de Indias y Hacienda.
Revoco otros cualesquiera Testamentos y disposiciones que haya hecho antes de ésta, y quiero queden sin algún valor ni efecto. Y en esta forma hago y dispongo este mi Testamento cerrado, escrito de mano de D. Josef Moñino, Conde de Floridablanca, Caballero Gran Cruz de mi Orden de Carlos III, Consejero y primer Secretario de Estado y del Despacho. Y lo firmo y sello en Madrid y Palacio Real a trece días del mes de Diciembre de mil setecientos y ochenta y ocho.

Yo el Rey. (Lugar del sello Real)

Joseph Moñino.



OTORGAMIENTO:

En este Real Palacio de la Villa y Corte de Madrid, a trece días del mes de Diciembre de mil setecientos ochenta y ocho, ante mí D. Joseph Moñino, Consejero y primer Secretario de Estado de Su Majestad y Notario en todos sus reinos y señoríos, creado expresamente para este efecto, y de los testigos a la vuelta escritos, el Rey nuestro Señor, D. Carlos III, estando enfermo, pero en su buen juicio y entendimiento natural, me entregó esta escritura cerrada y sellada con su Real Sello, que dijo estar escrita en cuatro hojas de papel común de pliego entero, y la última de ellas firmada de su Real mano, en la cual dijo Su Majestad estar escrito y ordenado su Testamento y última voluntad, y que así lo otorgaba y otorgó y mandaba y mandó lo que en él se contiene. Y declara deja en él por su heredero y testamentarios a las personas en él contenidas, y señalado su entierro, misas y funeral, y ordenado cuanto es del descargo de su conciencia, y mandó que este Testamento no sea abierto ni publicado hasta tanto que la voluntad de Dios, Nuestro Señor, sea llevársele de esta presente vida, y que, entonces se abra, publique y tenga: cumplido efecto, con el cual revoca y anula S. M. y da por ninguno y de ningún valor ni efecto todos y cualesquier Testamentos, Cobdicilo o Cobdicilos que antes de éste hubiese hecho y otorgado, así por escrito como de palabra, o en otra forma, que todos quiere que no valgan, ni hagan fe en manera alguna, más que este Testamento cerrado que al presente hace y otorga ante mí el dicho Secretario y Notario el referido día, mes y año, siendo presentes por testigos, llamados y rogados para este efecto, el Marqués de Valdecorzana, el Marqués de Santa Cruz; el Marqués de Villena, el Obispo Patriarca de las Indias, D. Antonio Valdés y Bazán, D. Pedro López de Lerena, D. Jerónimo Caballero y D. Antonio Porlier, y no firmó Su Majestad por impedirlo la gravedad de la enfermedad, y lo firmó un testigo a su ruego, con los demás expresados.

(Lugar del Sello Real).
El Marqués de Valdecorzana.
Testigo a ruego, el Marqués de Valdecorzana.
M. el Marqués de Santa Cruz.
M. el Marqués de Villena y Estepa.
Antonio, Obispo Patriarca.
Antonio Valdés.
Pedro de Lerena. (López de Lerena)
Jerónimo Caballero.
Antonio Porlier.
Ante mí, Joseph Moñino.

LOS ÚLTIMOS DE FILIPINAS: ACTA DE CAPITULACIÓN DE BALER Y DECRETO DE RECONOCIMIENTO A LOS ÚLTIMOS RESISTENTES ESPAÑOLES




A C T A.- En Baler a los dos días del mes de junio de mil ochocientos noventa y nueve, el 2.º Teniente Comandante del Destacamento Español, don Saturnino Martín Cerezo, ordenó al corneta que tocase atención y llamada: izando bandera blanca en señal de capitulación, siendo contestado acto seguido por el corneta de la columna sitiadora. Y reunidos los Jefes y Oficiales de ambas fuerzas transigieron en las condiciones siguientes: 
Primera.-Desde esta fecha quedan suspendidas las hostilidades por ambas partes beligerantes. 
Segunda.-Los sitiados deponen las armas, haciendo entrega de ellas al jefe de la columna sitiadora, como también los equipos de guerra y demás efectos pertenecientes al Gobierno Español. 
Tercera.-La fuerza sitiada no queda como prisionera de guerra, siendo acompañadas por las fuerzas republicanas a donde se encuentren fuerzas españolas o lugar seguro para poderse incorporar a ellas. 
Cuarta.-Respetar los intereses particulares sin causar ofensa a las personas.- 
Y para los fines a que haya lugar, se levanta la presente acta por duplicado, firmándola los señores siguientes: El Teniente Coronel Jefe de la columna sitiadora, Simón Terson- El Comandante, Nemesio Bartolomé.-Capitán, Francisco T. Ponce-Segundo Teniente Comandante de la fuerza sitiada, Saturnino Martín.-El Médico; Rogelio Vigil. 

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DECRETO.-Habiéndose hecho acreedoras a la admiración del mundo las fuerzas españolas que guarnecían el destacamento de Baler, por el valor, constancia y heroísmo con que aquel puñado de hombres aislados y sin esperanzas de auxilio alguno, ha defendido su bandera por espacio de un año, realizando una epopeya tan gloriosa y tan propia del legendario valor de los hijos del Cid y de Pelayo; rindiendo culto a las virtudes militares e interpretando los sentimientos del Ejército de esta República que bizarramente les ha combatido, a propuesta de mi Secretario de Guerra y de acuerdo con mi Consejo de Gobierno, vengo a disponer lo siguiente: 

ARTICULO UNICO 

«LOS individuos de que se componen las expresadas fuerzas no serán considerados como prisioneros, sino, por el contrario, como amigos, y en su consecuencia se les proveerá por la Capitanía General de los pases necesarios para que puedan regresar a su país. Dado en Tarlak a 30 de junio de 1899.-El Presidente de la República, Emilio Aguinaldo.- El Secretario de Guerra, Ambrosio Flores. 



ES VERDAD, EL AMOR MATA: EL TESTIMONIO DE LARRA A PROPÓSITO DE "LOS AMANTES DE TERUEL" DE HARTZENBUSCH




Contiene el presente volumen las dos principales versiones de "Los amantes de Teruel" de J.E. Hartzenbusch, sin duda la mejor obra y de mayor éxito sobre esta conocida leyenda. Tras el estreno de la primera versión en el Teatro del Príncipe de Madrid el 19 de enero de 1837, Mariano José de Larra escribió un delicioso artículo en "El Español" donde se haría eco de las bondades literarias y los logros poéticos de este interesante drama, escrito "con pasión, fuego y verdad" y que sacó del anonimato a su entonces joven autor. Artículo éste que abre magníficamente nuestra edición. Mucho se ha escrito después sobre la obra pero nadie como el articulista romántico lo ha hecho con mayor acierto e influencia. Tanto es así que el propio Hartzenbusch, atendidas las indicaciones de Larra, refundió con acierto el drama reduciéndolo de cinco a cuatro actos eliminando, además, determinados excesos románticos y consiguiendo así la última versión que el tiempo ha consagrado como la mejor. También han sido abundantes las discusiones sobre las fuentes reales y literarias de la historia de Diego de Marcilla e Isabel de Segura, de las que se habría servido Hatzenbusch. Pero al margen del legítimo e indispensable interés de la crítica autorizada, lo que de verdad cuenta es la realidad de la leyenda en sí y el hecho de que la verdadera Leyenda con mayúsculas acaba por imponerse a la propia realidad. La historia de nuestros amantes es real. El propio Larra lo sostiene y arremete a quienes tachan su final de inverosímil porque -según ellos- el amor no mata a nadie. Claro que el amor mata, protesta él: las penas y las pasiones han llenado más cementerios que los médicos y los necios, concluye. Y nadie mejor que Larra para aseverar tamaña afirmación, pues sólo unos días después de escribir esas líneas, el 13 de febrero de 1837, se quitó la vida por un desengaño amoroso. Es verdad, pues: el amor mata. 





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TEXTO DEL TRATADO DE UTRECHT, POR EL QUE ESPAÑA CEDE GIBRALTAR A GRAN BRETAÑA






PREÁMBULO.- Habiendo sido servido el Arbitro supremo de todas las cosas ejercitar su divina piedad, inclinando á la solicitud de la paz y concordia los ánimos de los príncipes que hasta aquí han estado agitados con las armas en una guerra que ha llenado de sangre y muertes á casi todo el orbe cristiano; y no deseando otra cosa con mas ardor el serenísimo y muy poderoso príncipe Felipe V, por la gracia de Dios, rey católico de las Españas y la serenísima y muy poderosa pricesa Ana, por la gracia de Dios, reina de la Gran Bretaña , Francia é Hibernia; ni habiendo otra que solicite con mas vehemente anhelo que el restablecer y estrechar con vínculos nuevos de conveniencia recíproca la antigua amistad y confederación de los españoles é ingleses de modo que pase á la mas remota posteridad con lazos casi indisolubles: para concluir, pues, felizmente este negocio tan útil y por tantas razones deseado , nombraron de una parte y de otra sus embajadores estraordinarios y plenipotenciarios , dándoles las instrucciones convenientes , es á saber, el rey católico por su parte al excelentísimo señor don Francisco María de Paula Tellez Jirón , Benavides , Carrillo, y Toledo, Ponce de León, duque de Osuna, conde de Ureña , marques de Peñafiel, grande de primera clase, gentilhombre de su cámara, camarero y copero mayor , notario mayor de sus reinos de Castilla , caballero de la órden de calatrava , clavero mayor de la misma órden y caballería, y comendador de ella y de la de Usagre en la de Santiago, capitán de la primera compañía española de sus guardias de corps, y al escelentisimo señor don Isidro Casado de Rosales , marqués de Monteleon, del consejo de Indias , embajadores estraordinarios y plenipotenciarios de su Majestad católica , y la reina de la Gran Bretaña por la suya, al muy reverendo señor Juan, obispo de Bristol, de su consejo privado y guarda dél sello secreto, Deán de Windsor y secretario de la muy noble órden de la jarretera, y al escelentisimo señor Tomas, conde de Strafford, vizconde de Wentwoile, VVoodhouse y de Staineborugh, barón de Ravy, Newmarch y Overseliy, del consejo privado, teniente general de sus ejércitos, primer comisario del Almirantazgo de la Gran Bretaña y de Irlanda, caballero de la muy noble órden de la jarretera, embajador estraordinario y plenipotenciario á los Estados jenerales de las provincias unidas del País Bajo: los cuales embajadores estraordinarios y plenipotenciarios según el tenor de lo que se ha acordado y convenido por los ministros de ambas partes , así en la corte de Madrid como en la de Londres, consintieron y ajustaron los artículos de paz y amistad siguientes.


ARTÍCULO 10.- El Rey Católico, por sí y por sus herederos y sucesores, cede por este Tratado a la Corona de la Gran Bretaña la plena y entera propiedad de la ciudad y castillo de Gibraltar, juntamente con su puerto, defensas y fortalezas que le pertenecen, dando la dicha propiedad absolutamente para que la tenga y goce con entero derecho y para siempre, sin excepción ni impedimento alguno. Pero, para evitar cualquiera abusos y fraudes en la introducción de las mercaderías, quiere el Rey Católico, y supone que así se ha de entender, que la dicha propiedad se ceda a la Gran Bretaña sin jurisdicción alguna territorial y sin comunicación alguna abierta con el país circunvecino por parte de tierra. Y como la comunicación por mar con la costa de España no puede estar abierta y segura en todos los tiempos, y de aquí puede resultar que los soldados de la guarnición de Gibraltar y los vecinos de aquella ciudad se ven reducidos a grandes angustias, siendo la mente del Rey Católico sólo impedir, como queda dicho más arriba, la introducción fraudulenta de mercaderías por la vía de tierra, se ha acordado que en estos casos se pueda comprar a dinero de contado en tierra de España circunvencina la provisión y demás cosas necesarias para el uso de las tropas del presidio, de los vecinos u de las naves surtas en el puerto.

Pero si se aprehendieran algunas mercaderías introducidas por Gibraltar, ya para permuta de víveres o ya para otro fin, se adjudicarán al fisco y presentada queja de esta contravención del presente Tratado serán castigados severamente los culpados. Y su Majestad Británica, a instancia del Rey Católico consiente y conviene en que no se permita por motivo alguno que judíos ni moros habiten ni tengan domicilio en la dicha ciudad de Gibraltar, ni se dé entrada ni acogida a las naves de guerra moras en el puerto de aquella Ciudad, con lo que se puede cortar la comunicación de España a Ceuta, o ser infestadas las costas españolas por el corso de los moros. Y como hay tratados de amistad, libertad y frecuencia de comericio entre los ingleses y algunas regiones de la costa de Africa, ha de entederse siempre que no se puede negar la entrada en el puerto de Gibraltar a los moros y sus naves que sólo vienen a comerciar.

Promete también Su Majestad la Reina de Gran Bretaña que a los habitadores de la dicha Ciudad de Gibraltar se les concederá el uso libre de la Religión Católica Romana.
Si en algún tiempo a la Corona de la Gran Bretaña le pareciere conveniente dar, vender, enajenar de cualquier modo la propiedad de la dicha Ciudad de Gibraltar, se ha convenido y concordado por este Tratado que se dará a la Corona de España la primera acción antes que a otros para redimirla.


Tratado de Utrech
Tratado de Paz y Amistad
entre España y Gran Bretaña
13 de julio de 1713





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AMÉRICO VESPUCIO: Carta anunciando el Nuevo Mundo






1500 Carta anunciando el Nuevo Mundo


Américo Vespucio, 18 de Julio de 1500

Magnífico Señor, mi señor:

Hace mucho tiempo que no he escrito a Vuestra Magnificencia, y no ha sido por otra cosa, ni por nada, salvo no haberme ocurrido cosa digna de memoria. Y la presente sirve para daros nueva, cómo hace un mes aproximadamente, que vine de las regiones de la India por la vía del mar Océano, a salvo con la gracia de Dios a esta ciudad de Sevilla: y porque creo que Vuestra Magnificencia tendrá gusto de conocer todo lo sucedido en el viaje, y de las cosas más maravillosas que se me han ofrecido. Y si soy algún tanto prolijo, póngase a leerla cuando esté más desocupado, o como postre, después de levantada la mesa. V.M. sabrá, cómo por comisión de la Alteza de estos Reyes de España, partí con dos carabelas a 18 de mayo de 1499, para ir a descubrir hacia la parte del noroeste o sea por la vía del mar Océano; y tomé mi camino a lo largo de la costa de África, tanto que navegué a las Islas Afortunadas, que hoy se llaman las Islas de Canarias: y después de haberme abastecido de todas las cosas necesarias, hechas nuestras oraciones y plegarias, nos hicimos a la vela desde una isla, que se llama la Gomera, y dirigimos la proa hacia el lebeche, y navegamos 24 días con viento fresco, sin ver tierra ninguna, y al cabo de 24 días avistamos tierra, y encontramos haber navegado al pie de 1300 leguas desde la ciudad de Cádiz, por el rumbo del lebeche. Avistada la tierra, dimos gracias a Dios, y echamos al agua los botes, y con 16 hombres, fuimos a tierra, y la encontramos tan llena de árboles, que era cosa maravillosa no sólo su tamaño; sino su verdor, porque nunca pierden las hojas, y por el olor suave que salía de ellos, que son todos aromáticos, daban tanto deleite al olfato, que nos producía gran placer. Y andando con los botes a lo largo de la tierra para ver si encontrábamos disposición para salir a tierra, y como era tierra baja, trabajamos todo el día hasta la noche, y en ninguna ocasión encontramos camino, ni facilidad para entrar tierra adentro, porque no solamente lo impedía la tierra baja, sino la espesura de los árboles; de modo que convinimos en volver a los navíos e ir a probar la tierra en otra parte: y vimos en este mar una cosa maravillosa, y fue que 15 leguas antes de que llegásemos a tierra, encontramos el agua dulce como de río, y sacamos de ella y llenamos todos los barriles vacíos que teníamos. Cuando estuvimos en los navíos, levamos anclas, y nos hicimos a la vela, poniendo proa hacia el mediodía; por que mi intención era ver si podía dar vuelta a un cabo de tierra, que Tolomeo llama el Cabo Cattegara, que está unido con el Gran Golfo, ya que, mi opinión no estaba muy lejos de ello, según los grados de longitud y latitud, como se dará cuenta más abajo.

Navegamos hacia el mediodía y a lo largo de la costa vimos desembocar de la tierra dos grandísimos ríos, y uno venía del poniente y corría hacia levante y tenía cuatro leguas de anchura, que son dieciséis millas, y el otro corría de mediodía hacia septentrión siendo de tres leguas de ancho; y yo creo que estos dos ríos eran la causa de ser dulce el mar, debido a su grandeza. Y visto que la costa de la tierra resultaba ser aún tierra baja, acordamos entrar en uno de estos ríos con los botes y navegar por él hasta encontrar u ocasión de saltar a tierra o población de gente; y preparados nuestros botes y aprovisionados para cuatro días con 20 hombres bien armados nos metimos por el río, y a fuerza de remos navegamos por él, en casi dos días, obra de dieciocho leguas, tentando la tierra en muchas partes, y continuamente la encontramos que seguía siendo tierra baja y tan espesa de árboles que apenas un pájaro podía volar por ella; y así navegando por el río, vimos señales ciertísimas de que el interior de la tierra estaba habitado: y porque las carabelas habían quedado en lugar peligroso, cuando el viento saltase de travesía, acordamos al cabo de dos días volvernos a las carabelas, y así lo hicimos.

Lo que aquí vi fue, que vimos una feísima especie de pájaros de distintas formas y colores, y tanto papagayos, y de tan diversas clases, que era maravilla; algunos colorados como grana, otros verdes y colorados, y amarillos limón, y otros totalmente verdes, y otros negros y encarnados, y el canto de los otros pájaros que estaban en los árboles, era cosa tan suave y de tanto melodía que nos ocurrió muchas veces quedarnos suspenso por su dulzura. Sus árboles son de tanta belleza y de tanta suavidad que pensamos estar en el Paraíso terrenal, y ninguno de aquellos árboles, ni sus frutas se parecían a los mismos de esta parte, y por el río vimos a mucha gente pescar y de diversos aspectos. Y una vez que hubimos llegado a los navíos, levamos anclas haciéndonos a la vela, teniendo continuamente la proa hacia el mediodía; y navegando en este rumbo, y estando lejos en el mar al pie de cuarenta leguas, encontramos una corriente marina, que corría del siroco al maestral, que era tan grande y corría con tanta furia, que nos causó gran pavor, y corrimos grandísimo peligro.

La corriente era tal, que la del Estrecho de Gibraltar y la del Faro de Mesina son un estanque en comparación de aquélla, de manera que, como nos tomaba de proa, no podíamos adelantar camino alguno, aunque tuviéramos viento fresco, de modo que, visto el poco camino que hacíamos y el peligro en que estábamos, acordamos volver la proa hacia el maestral y navegar hacia la parte del septentrión. Y porque, si bien me recuerdo, sé que Vuestra Magnificencia entiende bastante de cosmografía, pienso describiros hasta dónde fuimos en nuestra navegación en longitud y latitud: digo que navegamos tanto hacia la parte del mediodía que entramos en la zona tórrida y dentro del círculo de Cáncer: y habéis de tener por cierto que en pocos días, navegando por la zona tórrida hemos visto las cuatro sombras del Sol, por cuanto el sol se hallaba en el cenit a mediodía, digo que estando el Sol en nuestro meridiano, no teníamos sombra ninguna que todo esto sucedió muchas veces mostrarlo a toda la tripulación y tomarla por testigo a causa de la gente ignorante, que no sabe que la esfera del Sol va por su círculo del zodíaco; que una vez veía la sombra al mediodía, y otra al septentrión, y otra al occidente, y otra al oriente, y alguna vez, una hora o dos al día, no teníamos sombra alguna.

tanto navegamos por la zona tórrida hacia la parte del austro, que nos encontramos bajo la línea equinoccial, y teniendo un polo y el otro a final de nuestro horizonte, y la pasamos por seis grados perdiendo totalmente la estrella tramontana; que apenas se nos mostraban las estrellas de la Osa Menor, o por mejor decir, las guardias que giran alrededor del Firmamento: y deseoso de ser yo el autor que señalara la estrella del Firmamento del otro polo, perdí muchas veces el sueño de noche en contemplar el movimiento de las estrellas del otro polo, para señalar cuantas de ellas tuviesen menor órbita y se hallasen más cerca del Firmamento, y no pude con tantas malas noches que pasé, y con cuantos instrumentos usé, que fueron el cuadrante y astrolabio. No advertí estrella, que tuviese menos de diez grados de movimiento sobre su órbita, de modo que no quedé satisfecho conmigo mismo de nombrar ninguna que señalase el polo sur a causa del gran círculo que hacían alrededor del Firmamento: y mientras que en esto andaba, me acordé de un dicho de nuestro poeta Dante, del cual hace mención en el primer capítulo del Purgatorio, cuando finge salir de este hemisferio, y encontrarse en el otro, y queriendo describir el polo Antártico dice:

Y a la derecha vuelto, alcé la mente al otro Polo, y vide cuatro estrellas que sólo vio la primitiva gente.

¡Qué alegre el cielo de sus chispas bellas! ¡Oh viudo Septentrión que estás privado eternamente de la vista de ellas!

Que según a mí me parece, que el poeta en estos versos quiere describir por las cuatro estrellas el polo del otro Firmamento, y no dudo hasta ahora que aquello que dice no sea verdad: porque yo observé cuatro estrellas formando como una almendra, que tenían poco movimiento, y si Dios me da vida y salud, espero volver pronto a aquel hemisferio, y no regresar sin señalar el polo. Digo en conclusión, que navegamos tanto hacia la parte del mediodía que nos alejamos por el rumbo de la latitud de la ciudad de Cádiz 60 grados y medio, porque sobre la ciudad de Cádiz alza el polo 35 grados y medio, nosotros nos encontramos que habíamos pasado de la línea equinoccial 6 grados: esto baste en cuanto a la latitud. Habéis de advertir que esta navegación fue en los meses de julio, agosto y septiembre, que como sabéis el Sol reina más continuamente en este nuestro hemisferio y recorre un arco mayor durante el día, y menor el de la noche: y mientras nos hallábamos en la línea equinoccial, o aproximadamente a 4 o 6 grados de ella, que fue durante los meses de julio y agosto, la diferencia del día sobre la noche no se notaba, y casi el día era igual a la noche, y era muy poca la diferencia.

En cuanto a la longitud digo, que para conocerla encontré tanta dificultad que tuve grandísimo trabajo en hallar con seguridad el camino, que había recorrido siguiendo la línea de la longitud, y tanto trabajé que al fin no encontré mejor cosa que observar y ver de noche la posición de un planeta con otro, y el movimiento de la Luna con los otros planetas porque el planeta de la Luna es más rápido en su curso que ningún otro, y lo comprobaba con el Almanaque de Giovanni da Monteregio, que fue compuesto según el meridiano de la ciudad de Ferrara, concordándolo con los cálculos de la Tablas del Rey Don Alfonso: y después de muchas noches que estuve en observación, una noche entre otras, estando a veintitrés de agosto de 1499, en que hubo conjunción de la Luna con Marte, la cual según el Almanaque debía producirse a media noche o media hora antes: hallé que al salir la Luna en nuestro horizonte, que fue una hora y media después de puesto el Sol, el planeta había pasado a la parte de oriente, digo, que la Luna se hallaba más oriental que Marte cerca de un grado y algún minuto más, y a la media noche se hallaba más al oriente 15 grados y medio, poco más o menos, de modo que hecha la proporción, si 24 horas me valen 360 grados, ¿qué me valdrán 5 horas y media?, encuentro que me valen 82 grados y medio, y tan distante me hallaba en longitud del meridiano de la ciudad de Cádiz, que asignando a cada grado 16 leguas, me encontraba 1,366 leguas y dos tercios más al occidente que la ciudad de Cádiz, que son 15,466 millas y dos tercios. La razón por la cual asigno a cada grado 16 leguas y dos tercios es porque según Tolomeo y Alfagrano, la tierra tiene una circunferencia de 24.000 [millas] que valen 6.000 leguas, que, repartiéndolas en 360 grados, corresponden a cada grado 16 leguas y dos tercios, y esta proporción la comprobé muchas veces con el punto de los pilotos, encontrándola verdadera y buena. Me parece, Magnífico Lorenzo, que la mayor parte de los filósofos queda reprobada con este viaje mío: pues dicen, que dentro de la zona tórrida no se puede habitar a causa del gran calor; y yo he encontrado en este viaje mío ser lo contrario, porque el aire es más fresco y templado en esa región que fuera de ella y que hay tanta gente que habita allí que por su número son mucho más que aquellos que viven fuera de ella, por el motivo que más adelante se dará; que cierto es que más vale la práctica que la teoría.

Hasta aquí he declarado cuanto navegué hacia el mediodía y hacia el occidente, ahora me resta deciros de la disposición de la tierra que encontramos, y de la naturaleza de los habitantes, y de su trato, y de los animales que vimos, y de muchas otras cosas que se me ocurren dignas de memoria, Digo que después que dirigimos nuestra navegación hacia el septentrión, la primera tierra que encontramos habitada fue una isla, que distaba 10 grados de la línea equinoccial, y cuando estuvimos cerca de ella, vimos mucha gente en la orilla del mar, que nos estaba mirando como cosa de maravilla, y surgimos junto a la tierra obra de una milla, y equipamos los botes, y fuimos a tierra 22 hombres bien armados; y la gente como nos vio saltar a tierra, y conoció que éramos gente diferente de su naturaleza, porque ellos no tienen barba alguna, ni visten ningún ropaje, así los hombres como las mujeres, que van como salieron del vientre de su madre, que no se cubren vergüenza ninguna, y así por la diferencia del color, porque ellos son de color como pardo o leonado y nosotros blanco, de modo que teniendo miedo de nosotros, todos se metieron en el bosque, y con gran trabajo por medio de signos les dimos seguridades y platicamos con ellos; y encontramos que eran de una raza que se dicen caníbales, y que casi la mayor parte de esta generación, o todos, viven de carne humana, y esto téngalo por cierto Vuestra Magnificencia. No se comen entre ellos, sino que navegan en ciertas embarcaciones que tienen, y que se llaman canoas, y van a traer presa de las islas o tierras comarcanas, de una generación enemiga de ellos y de otra generación que no es la suya. No comen mujer alguna salvo que las tengan como extrañas, y de esto tuvimos la certeza en muchas partes donde encontramos tal gente, porque nos sucedió muchas veces ver los huesos y cabezas de algunos que se habían comido, y ellos no lo niegan: y además lo afirmaban así sus enemigos, que están continuamente atemorizados por ellos. Son gente de gentil disposición y de buena estatura: van totalmente desnudos; sus armas son armas de saeta, y llevan éstas, y rodelas, y son gente esforzada y de mucho ánimo.

Son grandísimos flecheros: en conclusión tratamos con ellos y nos llevaron a una población suya, que se hallaba como dos leguas tierra adentro, y nos dieron de almorzar y cualquier cosa que les pedía, en seguida la daban, creo más por miedo que por buena voluntad: y después de haber estado con ellos un día entero, volvimos a los navíos quedando amigos con ellos. Navegamos a lo largo de la costa de esta isla y vimos otra gran población a la orilla del mar: fuimos a tierra con el batel y encontramos que nos estaban esperando, y todos cargados con alimento: y nos dieron del almorzar muy bien de acuerdo con sus vituallas: y viendo tan buena gente, y tratarnos tan bien, no abusamos nada de lo de ellos, y nos hicimos a la vela y fuimos a meternos en un golfo, que se llamó el golfo de Parias y fuimos a surgir frente a un grandísimo río, que es la causa de ser dulce el agua de este golfo; y vimos una gran población que se hallaba cerca del mar, donde había tanta gente que era maravilla, y todos estaban sin armas, y en son de paz; fuimos a tierra con los botes, y nos recibieron con gran amor, llevándonos a sus casas, donde tenían muy bien aparejadas cosas de comer. Aquí nos dieron de beber tres clases de vino, no de uvas, sino hecho de frutas como la cerveza, y era muy bueno; aquí comimos muchos mirabolanos frescos, que es una muy regia fruta, y nos dieron muchas otras frutas, todas diferentes de las nuestras, y de muy buen sabor, y todas de sabor y olor aromáticos. Nos dieron algunas perlas pequeñas y once grandes, y por signos nos dieron a entender que si queríamos esperar algunos días, irían a pescarlas y nos traerían muchas de ellas; no nos preocupamos de llevarnos muchos papagayos de varios colores, y amistosamente nos separamos de ellos. De esta gente supimos cómo los de la isla antes nombrada eran caníbales, y cómo comían carne humana. Salimos de este golfo, y fuimos a lo largo de la tierra, y siempre veíamos muchísima gente, y cuando teníamos la oportunidad tratábamos con ellos, y nos daban de lo que tenían y todo lo que les pedíamos. Todos van desnudos como nacieron sin tener ninguna vergüenza, que si yo hubiese de contar cuan poca vergüenza tienen sería entrar en cosas deshonestas, y es mejor callar. Después de haber navegado al pie de 400 leguas continuamente por la costa, llegamos a la conclusión que esta era tierra firme, como yo digo, y los confines del Asia por la parte de oriente, y el principio por la parte de occidente; porque muchas veces nos sucedió observar diversos animales, como leones, ciervos, cabras, puercos salvajes, conejos y otros animales terrestres, que no se hallan en islas sino en tierra firme.

Caminando un día tierra adentro con veinte hombres, vimos una culebra o serpiente que tendría de largo obra de ocho brazas, y era gruesa como yo en la cintura: tuvimos un gran pavor de ella y por haberla visto volvimos al mar. Me sucedió muchas veces ver animales ferocísimos, y grandes serpientes. Y navegando por la costa, cada día descubríamos infinidad de gente, y distintas lenguas, hasta que después de haber navegado unas 400 leguas por la costa, empezamos a encontrar gente que no quería nuestra amistad, sino que nos estaban esperando con armas, que son arcos y flechas, y con otras armas que tienen: y cuando íbamos a tierra con los botes nos impedían bajar a tierra, de modo que nos veíamos forzados a luchar contra ellos, ya al fin de la batalla quedaban mal librados frente a nosotros, pues como están desnudos siempre hacíamos en ellos grandísima matanza, sucediéndonos muchas veces luchar 16 de nosotros con 2,000 de ellos y al final desbaratarlos, y matar muchos de ellos; y robar sus casas y un día entre ellos vimos muchísima gente, todos puestos en armas para defenderse, e impedirnos bajar a tierra: nos armamos 26 hombres bien armados, y cubrimos los botes para evitar las flechas que nos tiraban; las que herían siempre a algunos de nosotros antes que pudiéramos saltar a tierra. Y después de defender la tierra cuanto pudieron, por fin saltamos a tierra y combatimos con ellos con grandísimo trabajo y la causa por la que tenían más ánimo y mayor esfuerzo contra nosotros era que no sabían qué arma era la espada ni cómo cortaba: y así combatiendo, fuetanta la multitud de gente que cargó contra nosotros, y tan grande el número de flechas que no podíamos resistir, y abandonando casi toda esperanza de vivir, volvimos las espaldas para saltar a los botes. Y así retirándonos y huyendo un marinero de los nuestros que era portugués, hombre de 55 años de edad que había quedado al cuidado del batel, viendo el peligro en que nos hallábamos saltó del batel a tierra y a grandes voces nos dijo: hijos, dad la cara a las armas enemigas, que Dios os dará la victoria; y se puso de hinojos e hizo oración; y luego hizo una gran arremetida contra los indios, y todos a una nosotros con él así heridos como estábamos; de modo que nos volvieron la espalda y comenzaron a huir, y al fin los desbaratamos, y matamos a 150 de ellos quemándoles 180 casas: y porque estábamos mal heridos y cansados, volvimos a los navíos refugiándonos en un puerto donde estuvimos veinte días únicamente para que el médico nos curase, y nos salvamos todos menos uno que se hallaba herido en la tetilla izquierda.

Y después de sanados volvimos a nuestra navegación y por esa misma costa nos sucedió muchas veces combatir con una infinidad de gente y siempre conseguimos victorias contra ellos. Y navegando así llegamos a una isla, que se halla distante de la tierra firme 15 leguas, y como al llegar no vimos gente y pareciéndonos la isla de buena disposición, acordamos ir a explorarla, y bajamos a tierra 11 hombres; y encontramos un camino y nos pusimos a andar por él dos leguas y media tierra adentro, y hallamos una población obra de 12 casas, en donde no encontramos más que siete mujeres de tan gran estatura que no había ninguna de ellas que no fue más alta que yo un palmo y medio; y como nos vieron tuvieron gran miedo de nosotros, y la principal de ellas, que por cierto era una mujer discreta, con señas nos llevó a una casa y nos hizo dar algo para refrescar; y nosotros, viendo a mujeres tan grandes, convinimos en raptar dos de ellas, que eran jóvenes de quince años, para hacer un regalo a estos Reyes, pues sin duda eran criaturas que excedían la estatura de los hombres comunes: y mientras estábamos en esto, llegaron 36 hombres y entraron en la casa donde nos encontrábamos bebiendo y eran de estatura tan elevada que cada uno de ellos era de rodillas más alto que yo de pie.

En conclusión eran de estatura de gigantes, según el tamaño y proporción del cuerpo, que correspondía con su altura; que cada una de las mujeres parecía un Pentesilea, y los hombres Anteos; y al entrar, algunos de ellos tuvieron tanto miedo que aún hoy no se sienten seguros. Tenían arcos y flechas, y palos grandísimos en forma de espadas, y como nos vieron de estatura pequeña, comenzaron a hablar con nosotros para saber quiénes éramos, y de dónde veníamos, y nosotros manteniéndonos tranquilos en son de paz, contestábamos por señas que éramos gente de paz, y que íbamos a conocer el mundo; en conclusión, resolvimos separarnos de ellos sin querella, y nos fuimos por el mismo camino que habíamos venido, y nos acompañaron hasta el mar, y subimos a los navíos: casi la mayor parte de los árboles de esta isla son de brasil y tan buenos como aquél de levante. Desde esta isla fuimos a otra isla vecina de aquella a diez leguas, y encontramos una grandísima población que tenía sus casas construidas en mar como Venecia, con mucho arte; y maravillados de tal cosa, acordamos ir a verlas, y al llegar a sus casa, quisieron impedir que entrásemos en ellas. Probaron como cortaban las espadas y se conformaron con dejarnos entrar, y encontramos que tenían colmadas las casas con finísimo algodón, y las vigas de sus casas eran también de brasil, y les quitamos mucho algodón y brasil, volviendo luego a nuestros navíos. Habéis de saber que en todas partes donde saltamos tierra, encontramos siempre gran cantidad de algodón, y los campos llenos de plantas de él, tanto que en esos lugares se podrían cargar cuantas carabelas y navíos hay en el mundo, con algodón y brasil. Por último navegamos otras 300 leguas por la costa, encontrando continuamente gente bravía, e infinidad de veces combatimos con ellas y apresamos como a veinte de aquellos entre las cuales se distinguían siete lenguas, que no se entendían la una con la otra; se dice que en el mundo no hay más que 77 lenguas, y yo digo que son más de 1,000, porque sólo aquéllas que yo he oído son más de 40. Después de haber navegado por esta tierra 700 leguas o más, sin contar infinitas islas que hemos visto, estando los navíos muy gastados y que hacían mucha agua que apenas podíamos achicarla con dos bombas, y la gente muy fatigada y trabajada, y faltándonos las provisiones como nos hallábamos según el punto de los pilotos, cerca de una isla que se llama la Española, que es aquélla que descubrió el Almirante Colón hace seis años, a 120 leguas, resolvimos ir a ella, porque está habitada por cristianos, componer nuestros navíos y descansar la gente, y abastecernos de provisiones, porque desde esta isla hasta Castilla hay 1,300 leguas de golfo sin ninguna tierra; y en siete días estuvimos en ella, donde nos quedamos obra de dos meses, y reparamos los navíos y nos abastecimos; y resolvimos dirigirnos hacia el norte donde encontramos muchísima gente, y descubrimos más de 1,000 islas, la mayor parte habitadas y siempre gente desnuda, y toda era gente muy miedosa y de poco valor, y hacíamos de ella lo que queríamos. Esta última parte que descubrimos fue muy peligrosa para nuestra navegación debido a los bajíos y mar bajo que encontramos en ella, que muchas veces corrimos el riesgo de naufragar. Navegamos por este mar 200 leguas, derecho al septentrión, y como ya la gente estaba cansada y fatigada, por haber estado en el mar cerca de un año, comiendo seis onzas de pan por día y bebiendo tres medidas pequeñas de agua, y hallándose los navíos en condiciones peligrosas para mantenerse en el mar, reclamó la tripulación diciendo que querían volver a Castilla a sus casas, y que no querían ya tentar el mar, y la fortuna; por lo que acordamos apresar esclavos, cargar con ellos los navíos y tornarnos de vuelta a España; y fuimos a ciertas islas, y tomamos por la fuerza 232 almas, y las cargamos, y tomamos la vuelta de Castilla, y en 67 días atravesamos el golfo, y llegamos a las islas Azores, que son del Rey del Portugal y distan de Cádiz 300 leguas, y después de abastecernos, navegamos hacia Castilla, pero por sernos contrarios los vientos, por fuerza tuvimos que ir a las Islas Canarias, y de las Canarias a la Isla de Madera y de Madera a Cádiz, empleando en este viaje trece meses corriendo inmensos peligros, y descubriendo muchísima tierra de Asia, gran número de islas, la mayor parte habitadas; que muchas veces hice cálculos con el compás, que hemos navegado al pie de 5,000 leguas. En conclusión, pasamos de la línea equinoccial 6 grados y medio, y luego volvimos hacia la parte del septentrión; tanto que la estrella tramontana se elevaba 35 grados y medio sobre nuestro horizonte y hacia la parte de occidente navegamos 84 grados lejos del meridiano de la ciudad y puerto de Cádiz. Descubrimos infinita tierra, vimos infinitas gentes, y varias lenguas y todos desnudos. En la tierra vimos muchos animales salvajes y varias clases de pájaros, y de árboles muchísima copia y todos aromáticos: trajimos perlas, y oro nativo en grano: trajimos dos piedras, una de color de esmeralda y la otra de amatista, durísimas, de una media cuarta de largo y gruesas como tres dedos. Estos Reyes las tienen en gran estima, y las han guardado entre sus joyas. Trajimos un gran trozo de cristal, que algunos joyeros afirman que es berilo, y según nos decían los indios, tenían gran copia de ello. Trajimos 14 perlas encarnadas, que contentaron mucho a la Reina, y muchas otras cosas de pedrería, que nos parecieron bellas; y de todas estas cosas no trajimos cantidades porque no parábamos en ningún lugar, sino navegando continuamente. Cuando llegamos a Cádiz, vendimos muchos esclavos, de los cuales teníamos 200 porque los restantes hasta 232 habían muerto en el golfo; y después de pagar los gastos de la navegación, nos quedaron obra de 500 ducados que repartimos en 55 partes siendo así poco lo que nos tocó a cada uno, con todo quedamos muy satisfechos con haber salvado la vida y dimos gracias a Dios porque durante el viaje, de 57 hombres cristianos que éramos, murieron únicamente dos que mataron los indios. Yo, desde que llegué, tengo dos cuartanas, pero tengo la esperanza en Dios de poder sanar pronto porque me duran poco y sin calofríos. Omito muchas cosas dignas de memorias para no ser más prolijo de lo que soy y que reservo en la pluma y la memoria. Aquí me arman tres navíos para que nuevamente vaya a descubrir, y creo que estarán listos a mediados de septiembre. Plazca a Nuestro Señor concederme salud y buen viaje que a la vuelta espero traer grandes nuevas y descubrir la Isla Taprobana, que se halla entre el mar Índico y el mar Gangético, y después es mi propósito repatriarme, y descansar los días de mi vejez.

Por la presente no me excederé en más razones, porque muchas cosas se dejan de escribir por no acordarse del todo y para no ser más prolijo de lo que he sido.

He resuelto, Magnífico Lorenzo, que así como os he dado cuenta por carta de lo que me ha ocurrido, enviaros dos figuras con la descripción del mundo hechas y preparadas con mis propias manos y saber. Y serán un mapa de figura plana y un Mapamundi de cuerpo esférico, que pienso enviaros por la vía del mar por medio de un tal Francisco Lotti, florentino, que se encuentra aquí. Creo que os gustarán y especialmente el cuerpo esférico, que hace poco tiempo hice otro para la alteza de los Reyes y lo estiman mucho. Era mi propósito llevarlos personalmente, pero la nueva determinación de ir otra vez a descubrir no me da lugar, ni tiempo. No falta en esa ciudad quien entienda la figura del mundo y que quizá enmiende en ella alguna cosa; sin embargo, el que quisiera hacer alguna enmienda que espere mi llegada, porque pudiera suceder que me justifique.

Creo que V. M. habrá sabido las nuevas traídas por la flota que hace dos años envió el Rey de Portugal a descubrir por la parte de Ghinta. Un viaje como ese no lo llamo yo descubrir, sino ir por lo descubierto, porque, como veréis por la figura su navegación ha sido continuamente a vista de tierra y han dado vuelta a toda la tierra de África por la parte austral, que es una ruta de la cual hablan todos los autores de cosmografía. Cierto es que dicha navegación ha sido de gran provecho, que es lo que se tiene en cuenta hoy y máxime en este reino donde existe la más desenfrenada codicia. Sé que han pasado del mar Rojo y que han llegado al Golfo Pérsico a una ciudad que se llama Calicut, que está entre el Golfo Pérsico y el río Indo, y ahora el Rey de Portugal hizo aprestar nuevamente 12 naves con grandísima riqueza enviándolas hacia aquellas partes, y seguramente harán grandes cosas, siempre que lleguen a salvo.

Estamos a 18 días del mes de julio de 1500 y no hay otra cosa que mencionar. Nuestro Señor la vida y el magnífico Estado de vuestra señorial Magnificencia guarde y aumente como desea.

De V. M.
Servidor.
Américo Vespucio

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