inicio

Mostrando entradas con la etiqueta Camilo José Cela. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Camilo José Cela. Mostrar todas las entradas

CAMILO JOSÉ CELA

-
-



Textos escogidos:
La familia de Pascual Duarte (1942)
Viaje a la Alcarria (1948)
La colmena (1951)
San Camilo 1936 (1969)
Café de artistas y otros cuentos (1969)
Mazurca para dos muertos (1983)
Elogio de la fábula (discurso premio nobel, 1989)
Cachondeos, escarceos y otros meneos (1991)
El hábito de la lectura (artículo en ABC, 1993)
La cruz de San Andrés (1994)
Aviso de la defensa del español (2001)
Jacinto Contreras recibe su paga de extraordinaria: sentimental fabulilla de Navidad (1969)






Estudios y enlaces:
El apunte carpetovetónico (Alonso Zamora Vicente, 1962)
Novela española contemporánea: la renovación formal (Gonzalo Sobejano, 1986)
Cristo versus Arizona (Manuel Alvar, 1990)
El escritor de la postguerra (José Carlos Mainer, 2002)
Del apunte carpetovetónico al film político (Lucía Fraga, 2001)
Centro Virtual Cervantes
Wikipedia
Fundación Camilo José Cela
epldp



Camilo José Cela Trulock 
Escritor español, premio Nobel, autor de obras narrativas, poesía, memorias y libros de viajes. Nació en Iria Flavia (Galicia), estudió en la universidad de Madrid y luchó en el bando franquista durante la Guerra Civil española. Posteriormente rechazó la dictadura de Franco y mantuvo una actitud independiente y provocativa. Su estilo inicial, conocido con el término taurino de tremendismo, queda patente en su primera novela, La familia de Pascual Duarte (1942). Debido a problemas con la censura, La colmena (1951), una de sus novelas más celebradas, en la que presenta la vida miserable de unos seres en el Madrid de los años inmediatamente posteriores a la Guerra Civil española, tuvo que publicarse en Buenos Aires. La crítica ha señalado que supuso la incorporación española a la novelística moderna. Su obra, en general, se caracteriza por la experimentación de forma y contenido, como en su novela San Camilo, 1936 (1969), que está escrita en un monólogo interior continuo. Otras novelas de Cela son Mrs. Caldwell habla con su hijo (1953), Oficio de tinieblas-5 (1973), su obra más arriesgada y vanguardista, y Cristo versus Arizona (1988), donde abandona una vez más los moldes narrativos convencionales con un discurso de raíz muy española en una ambientación norteamericana. En 1956, Cela fundó la influyente revista literaria Papeles de Son Armadans de la que fue director y donde publicó a muchos escritores españoles en el exilio durante la dictadura franquista. Sus libros de viajes incluyen Viaje a la Alcarria (1948), el más celebrado suyo de los de este género, y Del Miño al Bidasoa (1952). Ha publicado también poesía, Pisando la dudosa luz del día (1945), y estrenado teatro, María Sabina (1970). Es autor asimismo de varios volúmenes de memorias y numerosos relatos, artículos periodísticos y trabajos de erudición, entre los que destaca su Diccionario secreto (1968 y 1971). Entre otros premios ha recibido el Premio Nobel de Literatura en 1989, y el Premio Cervantes en 1995. En 1996 fue nombrado marqués de Iria-Flavia. © eMe epldp

SE MATA SIN PENSAR (Camilo José Cela)

-



Se mata sin pensar, bien probado lo tengo; a veces, sin querer. Se odia, se odia intensamente, ferozmente, y se abre la navaja, y con ella bien abierta se llega, descalzo, hasta la cama donde duerme el enemigo. Es de noche, pero por la ventana entra el claror de la luna; se ve bien. Sobre la cama está echado el muerto, el que va a ser el muerto. Uno lo mira; lo oye respirar; no se mueve, está quieto como si nada fuera a pasar. Como la alcoba es vieja, los muebles nos asustan con su crujir que puede despertarlo, que a lo mejor había de precipitar las puñaladas. El enemigo levanta un poco el embozo y se da la vuelta: sigue dormido. Su cuerpo abulta mucho; la ropa engaña. Uno se acerca cautelosamente; lo toca con la mano con cuidado. Está dormido, bien dormido; ni se había de enterar...

Pero no se puede matar así; es de asesinos. Y uno piensa volver sobre sus pasos, desandar lo ya andado... No; no es posible. Todo está muy pensado; es un instante, un corto instante y después...

Pero tampoco es posible volverse atrás. El día llegará y en el día no podríamos aguantar su mirada, esa mirada que en nosotros se clavará aún sin creerlo.

Habrá que huir; que huir lejos del pueblo, donde nadie nos conozca, donde podamos empezar a odiar con odios nuevos. El odio tarda años en incubar; uno ya no es un niño y cuando el odio crezca y nos ahogue los pulsos, nuestra vida se irá. El corazón no albergará más hiel y ya estos brazos, sin fuerza, caerán...


Camilo José Cela
La familia de Pascual Duarte (1942)



____
Ver texto completo


EL HÁBITO DE LA LECTURA (Camilo José Cela)


-


Se admite como un hecho probado el que la gente, no sólo en España sino en el mundo entero, lee menos cada día que pasa y, cuando lo hace, lo hace mal y sin demasiado deleite ni aprovechamiento. Es probable que sean varias y muy complejas las causas de esta situación no buena para nadie y se me antoja demasiado elemental e ingenuo el echarle la culpa, toda la culpa, a la televisión. Yo creo que esto no es así porque los aficionados a la televisión, antes, cuando aún no estaba inventada, tampoco leían sino que mataban el tiempo que les quedaba libre, que era mucho, jugando a las cartas o al dominó o discutiendo en la tertulia del café de todo lo humano y gran parte de lo divino. La televisión incluso puede animar al espectador a que pruebe a leer; bastaría con que se ofreciese algún programa capaz de interesar a la gente por alguna de las muchas cuestiones que tiene planteado el pensamiento, en lugar de probar a anestesiarla o a entontecerla. Los gobiernos, con manifiesta abdicación de sus funciones, agradecen y aplauden y premian el que la masa se entontezca aplicadamente para así poder manejarla con mayor facilidad: por eso le merman y desvirtúan el lenguaje con el mal ejemplo de los discursos políticos; le fomentan el gusto por las inútiles y engañadoras manifestaciones y los ripios de los eslóganes; le aficionan a la música estridente, a los concursos millonarios y a las loterías; le animan a gastar el dinero y a no ahorrar; le cantan las excelencias del Estado benéfico y providencial; le consienten el uso de la droga asegurándole el amparo en la caída, y le sirven una televisión que le borra cualquier capacidad de discernimiento. El hábito de la lectura entre los ciudadanos no es cómodo para el gobernante porque, en cuanto razonan, se resisten a dejarse manejar.

A mí me reconfortaría poder pregonar a los cuatro vientos la idea de Descartes de que la lectura de los grandes libros nos lleva a conversar con los mejores hombres de los siglos pasados, y la otra idea, esta de Montesquieu y más doméstica, pero no menos cierta, de que el amor por la lectura lleva al cambio de las horas aburridas por las deleitosas. La afición a la lectura no es difícil de sembrar entre el paisanaje; bastaría con servirle, a precios asequibles, buenas ediciones de buena literatura, que en España la hubo en abundancia. Este menester incumbiría al Estado, claro es, pero no necesariamente a través de cualquier angosto y poco flexible organismo oficial, sino pactando las campañas con las editoriales privadas. La culpa de que se haya perdido en proporciones ya preocupadoras el hábito de la lectura y no sólo en España, repito, es culpa de los gobernantes del mundo entero, con frecuencia y salvo excepciones reclutados entre advenedizos, picarillos y funcionarios. Echarle la culpa del desastre a la televisión es demasiado cómodo, sí, pero no es cierto.


Camilo José Cela.
Diario "ABC", 29 de marzo de 1993

 
 

CRISTO VERSUS ARIZONA (Manuel Alvar)


 

Mi nombre es Wendell Espana, Wendell Liverpool Espana, quizá no sea Espana sino Espan o Aspen, nunca lo supe bien, yo no lo he visto nunca escrito, Wendell Liverpool Espan o Aspen, espan es trecho, momento, y aspen es álamo temblón, algunos le dicen tiemblo, antes de saber quiénes habían sido mi padre y mi madre, bueno, esto me queda algo duro al oído, yo suelo decir mi papá y mi mamá, o sea, antes de saber quiénes habían sido mi papá y mi mamá yo me llamaba Wendell Liverpool Lochiel, es lo mismo, mi nombre es Wendell Espana... (Cristo versus Arizona - Camilo José Cela)

Mucho ha llovido, hasta por estos secarrales, desde que Ortega y Baroja discutieron sobre qué cosa era una novela. Y acaso, como ocurre en todas las discusiones, cada quien siguió terne en lo que entendía y no le dio un adarme lo que el otro pensaba. Así las cosas, se adujeron nombres extraños, que si O'Connor y que si Fitzgerald, que si Sartre y que si Forster, y terció Camilo José Cela para dejar asentadas las cosas en su más meridiana claridad: novela es todo escrito que bajo su título y, entre paréntesis, acepta la palabra novela. Algo había ido quedando claro: la dificultad de poner lindes definitorias a un género que se escurría del propio quehacer de los creadores. Ortega vino a decir más o menos que la novela actual era un género moroso y abierto. Tal vez convenga que interpretemos debidamente lo que con ello pensaba. El novelista dispone de tiempo: ante él las cuartillas blancas no constriñen la duración del relato, como le ocurre al dramaturgo; puede, pues, describir, «demorarse» en lo que su talante le exige. Y el novelista no es dramaturgo, o poeta lírico, o rapsoda, o teólogo, o naturalista; puede ser todas esas cosas y algunas más. Lo que nos viene a mostrar con evidencia que las aparentes facilidades (tiempo y diversidad) se convierten en graves inconvenientes, porque la novela tiene sus límites y no es un poema, ni un ensayo, ni un tratado especulativo. Formuladas así las cuestiones, un novelista español que escriba después de la discusión de un teorizante y un realizador no puede decir que la novela es un resultado de los relatos épicos (aunque lo sea) ni un arte híbrido (por más que de todos participe), sino que debe enfrentarse con el mundo de las ideas y el de la realidad para conseguir una criatura nueva y distinta con materiales que están en mil canteras diferentes, pero que ahora tienen un orden que los diferencia. Lo que separa al sillar tallado del matacán de relleno. Estamos en nuestro punto de arribada.

Cela ha escrito una novela (entre paréntesis) que intenta romper con la tradición anterior. Algo de lo que ya se había propuesto con Oficio de tinieblas 5 o con Mazurca para dos muertos. En parte incide y coincide con ellas, sobre todo con la Mazurca. Un mundo turbio, de sexualidad desatada, de sórdidas miserias. Humanidad reducida a un rabel en el que no suenan ni siquiera las tres cuerdas. No emito un juicio de valor, porque los críticos se equivocan casi siempre que juzgan (¿no leen nuestros escolares en viejos libros que Alma fuerte vale más que Rubén Darío y, en otros modernos, que Gabriel y Galán es mejor poeta que Unamuno?). Prefiero exponer: muchos lectores repudiarán estas páginas, otros hablarán de repetición, otros de monotonía o de falta de sustancia novelesca. Es necesario decir que Cela admira fervorosamente a don Pío Baroja, pero no merece la pena repetir que admira a don José Ortega. Esta es la cuestión que el crítico debe encarar cuando valora este relato. ¿Hasta dónde lo novelesco? ¿O es novela el conjunto de elementos que lo integran? Porque desde la primera línea de la página cinco hasta la veintinueve de la página doscientas treinta y ocho no se encuentra otro signo de puntuación que la coma. Ya es mérito enhilar estos (¿cuántos?) cientos y cientos de míseros personajes sólo por las advocaciones de la letanía, hasta que el agnus Dei qui tollis peccata mundi se acompaña de un Miserere nobis que deja sin resuello al narrador. Acaso hagan falta muchos exaudi nos domine para que tantas prevaricaciones puedan caer en el saco sin fin de las más generosas entendederas y para que ese mundo -sórdido, soez, misérrimo- se convierta en criatura artística. Y deberíamos valorar un hecho básico: la afinidad de estos tipos. Identificados todos por un denominador que los aproxima y los hace identificarse, como si los cientos de tipos que pululan por estas páginas fueran el propio Wendell, repetido en los mil espejos de una garita de feria: con un solo elemento, infinidad de espectros repetidos sin fin posible. Tan idénticos en su modo cuanto diferenciados en su apariencia.

El primer problema que debemos dilucidar es la categoría aristotélica de la verosimilitud. ¿Es posible ese mundo? Si es posible -y me temo que lo sea-, ¿Wendell Liberpool Espana, Span o Aspen escribiría lo que escribió? Claro que Cela se plantea estas preguntas y trata de darles respuestas. En un momento se nos dice por qué se empezó a borrajear las páginas: «Gerard Ospina me dijo, debes poner en orden lo que vas explicando para que la gente no se confunda, lo mejor es ir contando por muertos, yo le respondí, hablar es muy fácil, pero poner orden en lo que se va diciendo ya no lo es tanto». Es posible: es posible que Ospina -mareado de tanto ir y venir de aquellos personajillos- quisiera poner en orden el relato; posible es también que España se decidiera a hacerlo y es posible que «las páginas que siguen son mías, las escribí yo de mi puño y letra, guardando todas las reglas gramaticales, analogía, sintaxis, prosodia y ortografía». Hasta es posible que conversando Gerard y Wendell llegaran a la conclusión de que tanto nombre monótonamente reiterado, como el ora pro nobis de la letanía, rememoraba las alargadas sibilantes de las viejas en la misión. Y aun habría que suponer que el comienzo de la letanía tuviera que ver con algún remilgo de la ex monja Ana Abanda, ahora calcetillera, y su final coincidiera con el hastío del narrador. Lo cierto es que el relato se había ordenado bien empezada la novela, y todo lo anterior (hasta la página 65) era como una especie de anacrusis que servía para ambientar, pero no formaba parte del relato, como ocurre con las sílabas inacentuadas de algunos versos. La narración está hilvanada por cada una de las advocaciones de la letanía, pues gracias a ella se puede llevar la cuenta de estos y otros muchos dislates, y así vuelta a empezar. Lo malo es que la letanía sirve para el recuerdo, pero no para la salvación, pues «Cristo tiene que estar muy harto de los pecadores» o «los hombres han ido escarmentando a Dios a pesar de su infinita paciencia». En el fondo, el alma del pecador Espana sabía que «Cristo va hacia Arizona y hacia todo el mundo, Cristo no va en contra de nadie porque es poderoso y humilde». Tan buenas doctrinas se quedaron en el saco de los mejores propósitos y cuanto pergeñó Wendell Liverpool no fueron sino las historias que mejor hubiera sido guardar, pero ello mismo nos plantea un problema dual en este relato: la autobiografía, verosímilmente aristotélica, que es el mundo oscuro de aquella gentucilla. Y un mundo complejo y variado que es el del creador Camilo José Cela. Se suscita la lucha entre dos orbes dispares: el de la verosimilitud digamos aristotélica (ajena) y el de la purificación platónica (propia). Si la sordidez ganara, no hubiera merecido la pena seguir las páginas de una existencia bastante vil, pero sobre la autobiografía hay otro mundo de posibilidades que no es el de la realidad contingente, sino el de la creación. Lo que Espana ignora y, sin embargo, Cela nos da por añadidura.

Las historias de Tomistón son sórdidas y despiadadas. Tuvieron puntual amanuense en aquel Wendell Espana que hilvanando lujurias cosió los retazos de su autobiografía. Pero no me ocupo de moral, sino de técnica novelesca y este amasijo de entradas y salidas, de salidas y entradas mil veces repetidas no son otra cosa que el bien sabido recurso del estilo directo. Pero ya aquí se nos suscitan algunas consideraciones: el narrador Wendell Espana procede por recuerdos inconexos, como fosfenos que asoman a los ojos cerrados en la duermevela. Detenidos en este punto, su autobiografía no discreparía mucho de Manhattan Transfer, de Le Sursis o de La colmena: retazos aislados de diversas existencias que, al rastrearlos a lo largo de las páginas, podrían darnos la vida -ciertamente calamitosa- de esas gavillas de personajes. Aduzco ejemplos para entendernos, no para que unamos actitudes. Pero la novedad del procedimiento ideado por Cela es que los recuerdos no vienen concitados por un pensamiento que los hilvanara de una manera lineal, sino que cada uno de ellos surge ex abrupto desde la caverna del recuerdo. Entonces el relato cobra un aire de monólogo interior en el que actúa no una pretensión literaria, sino la psicología que hace aflorar a cada personaje en el momento en el que algo (un recuerdo, un recurso retórico) ha exigido su presencia. Si esto es así desde la perspectiva del hombre que narra su vida, el novelista que la transcribe la va salpicando de numerosos motivos que impiden que esto sea una autobiografía, sino que la hace ser un orbe mucho más complejo que el de una historia personal.

Partiendo de algo que dijo Ortega, no podemos ver la novela de hoy como un simple acontecer de hechos, sino como una forma de narrarlos dentro de un género para el que ya no valen unas cancillas destajadoras. Porque si la épica dio el sustento para que la novela naciera, hay en la novela de hoy muchos más elementos que aquellos ademanes que pudieran hacernos identificar su linaje. Unas veces diríamos dramaturgia, como en el coloquio del chino Wu cuando se le desbaratan las calaveras o en el relato de los amores desgraciados de Adelino Orogrande; poesía lírica se encuentra en la ternura con que describe a los tontos, o en la caracterización de la bisabuela de Bonifacio Branson, o en la muerte de la niña Maggie, por no hablar de las notas con que el personaje acierta a cubrir estas descarnadas existencias (y que nos bastara la descripción de los llanos de Malone: «lo más probable es que la tierra esté hueca por muchas partes, por los llanos de Malone retumba de tal manera el galopar de la caballería que la tierra parece que está hueca, suena como un tambor, los coyotes huyen despavoridos cuando la tierra suena y los osos se esconden muertos de miedo en las grutas más hondas y confusas sólo los aucas aguantan desde el palofierro el estremecimiento de la tierra que se convierte mientras pasa la caballería en un corazón arrebatado»).Poesía lírica también en el recurso, tan reiterado, de la repetición que, como un estribillo, va acompañando la presencia de cada una de estas criaturas identificadas por su nombre y por su apellido.

Pero no se trata de repetir lo que la preceptiva enseña, sino de dar vida a un relato. Creo que en este sentido es imprescindible llamar la atención sobre el estilo directo, lo que los alemanes llaman de manera expresiva das erlebte Rede (el estilo vivido); Cela recurre mil veces a este procedimiento, que si, de una parte, vitaliza el relato, de otra lo subjetiviza desde el mundo de las criaturas, que es tanto como objetivarlo desde la postura del escritor. Claro que no es lo mismo interrumpir la narración, como un viejo cronista, para insertar un fragmento ajeno (digamos la esquela de Pomposo Sentinela), como hacer protestas de la propia incapacidad ortográfica o la evocación con un estilo puntual de la historia, y las historias, de Angelina, etc. El recurso es muy complejo y sólo puedo ir anotando de pasada.

Pero la novela, con su bronco sesgo popular, cobra un sentido preciso gracias a la utilización deliberada del refranero o de una paremiología que, si inventada, tiene todo el aire lacónico y sentencioso de los viejos dichos: en cada momento el refrán se adapta a la circunstancia o, en un intento eufemístico, aún hace más brutal y directa la sentencia. Claro que todo un mundo revuelto de saberes populares se da cita en estas páginas, para evocar o para autorizar, y entonces surgen los valses (Los enemigos de México, el de la muerte del general Obregón), las coplas (la cuarteta de la india Irma, la del muerto de hambre), los pliegos de cordel, las canciones (vuela palomita, la de la muerte flaca, la que cantaba Margarita Benavides, etc.) o los infinitos corridos que se encuentran prosificados en tantas y tantas páginas. Como exigencia imprescindible, el uso de estos recursos se ampara en la conciencia lingüística, con oposiciones entre el español de España y el de América, con las sinonimias enriquecedoras (zamuros, auras, buitres, zopilotes) o con el uso, hondamente entrañado, de lengua de Castilla por «español». Y, por si no bastara, sobre tantos y tantos motivos, las creencias populares sobre Santiago Matamoros o en el poema genesíaco que se desgrana a lo largo de variados pasajes: «los animales se reunieron para crear al hombre, se sentaron en rueda presididos por el león, etcétera».

Apunto los motivos que hacen de éste un libro moroso, según el dictamen de Ortega, pero todos los caminos llevan a una conclusión: Cela cree que la novela es un género clausurado en su forma tradicional. Entonces procura abrir nuevas brechas que lleven de nuevo hacia el campo libre. Aceptar el reto y quererlo ganar es un quehacer que exige mucho valor y muchas dotes. Cela ha acreditado ambos y nos preguntamos si éste es el último intento o será abandonado en busca de otro camino nuevo. Tras la Mazurca o tras Cristo versus Arizona, ¿es posible agrandar el portillo o convendrá volver hacia relatos de tipo más tradicional? La pregunta no es retórica, puesto que, desde hace no pocos años, Cela aspira a contar y a contar de maneras nuevas. Recuerdo a un personaje del relato que he comentado: «Euphemia Escabosa estuvo siempre dispuesta para el amor, en su vida hizo ninguna más cosa que amar y acercarse a la muerte, pero [...] murió amando». Acaso estas limpias palabras sirvan para purificar muchas sordideces y para dejarnos un envite en espera de la próxima narración de Cela.

 

Manuel Alvar
Cristo versus Arizona
Revista Bibliográfica de Ciencias y Letras,
 núm. 518-519 (febrero-marzo 1990)


EL APUNTE CARPETOVETÓNICO (Alonso Zamora Vicente)




Nos queda por observar en esta rápida carrera, a través de la producción en prosa de Camilo José Cela, sus narraciones breves, dispersas en multitud de títulos y ocasiones, y recogidas en volumen la mayor parte, después de diversa vida editorial. La fugacidad más o menos premiosa de la colaboración asidua en revistas, periódicos, o el impulso de libros de cortas dimensiones, han proporcionado a Camilo José Cela una inusitada agilidad en la elaboración de pequeñas estampas, o impresiones de la vida ordinaria, que, no llegando a ser cuentos, ni artículos propiamente dichos, participan de ellos, y les dan una dimensión nueva. Son los trozos que Camilo José Cela ha llamado apuntes carpetovetónicos.


¿Qué es un apunte carpetovetónico? Camilo José Cela ha hablado largamente -y con gran precisión- sobre sus apuntes. Lo ha hecho en el prólogo a El gallego y su cuadrilla (Ediciones Destino, Barcelona, 1955): «El apunte carpetovetónico pudiera ser algo así como un agridulce bosquejo, entre caricatura y aguafuerte, narrado, dibujado o pintado, de un tipo o de un trozo de vida peculiares de un determinado mundo: lo que los geógrafos llaman, casi poéticamente, la España árida.» Nos parece una definición exacta, a la que muy pocas cosas se le podrían añadir. Quizá, la cualidad de ser una vivísima impresión, fugaz, que no puede articularse en rigor con ninguna otra, sino que representa por sí, por sus aristas tremendas, una total personalidad, un cerrado mundo. Sería muy curioso perseguir, para estudiarlo, el rastro de la palabra carpetovetónico en el léxico y en la literatura. Yo me acostumbré a oírla mucho, en el habla coloquial en medios cultos, durante una estancia en Galicia. No sería nada raro que este adjetivo haya alcanzado su difusión durante los años de la guerra civil. Las personas ilustradas que lo usaban en la conversación, aludían siempre a la sequedad, violento tono agrio, de contraste y rudeza del mundo de Castilla, de la Castilla abrasada y polvorienta: se encerraba siempre, de una u otra forma, una idea de 'brutalidad' (siempre me parecía reconocer en el adjetivo un vago sentimiento de defensa por parte del gallego ante los estúpidos prejuicios que allá suele llevar el castellano medio). Este adjetivo, ¿habrá tenido en periódicos o en algún otro género de literatura constancia escrita de su valoración, de sus matices?

En los apuntes de Cela, muchas veces nos encontramos con la posibilidad de estos valores, pero hay también otras: hay sencillamente una contemplación del acaecer de las cosas, que no podemos predecir a qué meta se encaminan. Sin embargo, el tono general es siempre de dureza, de pasmo, sin sutilezas de salón ni mucho menos... Quizá como es la vida sobre las tierras altas, donde Ortega dijo en alguna ocasión que el vivir era una permanente lección de heroísmo. Vida difícil, donde el clima, las gentes, la pobreza, el mundo desaforado de unos ensueños sin asidero material se enredan y embarullan. Viven, en una palabra.

Como es natural, y Camilo José Cela lo pone bien en claro, el apunte no es un artículo por el mero hecho de que no precisa articularse con nada. No tiene principio ni fin, es simplemente un deslumbramiento. Sus conexiones suelen ser múltiples y diversas. Y tampoco es un cuento por no tener abstracción alguna, ni tener subjetivismo. Es así, como él se presenta, como una explosión.

También es indudable que para captar la hosca belleza -a veces al filo de la grandiosidad- de tal acaecer humano hace falta una retina especial. Y es indudable que en la más noble tradición artística española, esta retina está muy bien representada. Hay en todo el arte español una ladera donde lo agrio, lo triste, lo desaforado y violento, ha tenido un cultivo verdaderamente exquisito -si es que este adjetivo podemos aplicarle en este caso. Camilo José Cela recuerda algunos hitos de esta manera artística: Las Coplas de ¡Ay, panadera!, algunas páginas de Torres Villarroel y de Quevedo, etc. Podríamos, quizá, matizar estos asertos, para hacer más justas las apreciaciones, pero, en lo esencial, Cela acierta. (Quizá, como en Quevedo o en Valle-Inclán, habría que destacar la furia, la desazón trágica que les hace ver el mundo como a través de una lagrima contenida, lo que hace el efecto de una lente deformante: cosa que no existe, o no existe, al menos, como cualidad primordial, en el apunte carpetovetónico.) Mucho más exacto es el recuerdo de la obra de José Gutiérrez Solana, obra a pleno sol, por las plazas y las posadas de los pueblos, llena de gritería, y de olores, y de vitalidad estallante. Camilo José Cela recuerda, además, a don Ciro Bayo, el gran errabundo, y las páginas de España, nervio a nervio, de Eugenio Noel. «Nos llevaría a todos muy lejos de nuestro modesto propósito -dice Camilo José Cela- de hoy... el intento de desarrollar, aunque muy someramente, la idea de que la literatura española (en cierto modo como la rusa, por ejemplo, y a diferencia, en cierto modo también, de la italiana), ignora el equilibrio y pendula, violentamente, de la mística a la escatología, del tránsito que diviniza -San Juan, Fray Luis, Santa Teresa- al bajo mundo, al más bajo y concreto de todos los mundos, del pus y la carroña, y, rematándolo, la calavera monda y lironda de todos los silencios, todos los arrepentimientos y todos los castigos (el vicario Delicado, en las letras; Valdés Leal, en la pintura; Felipe II, en la política; Torquemada, en la lucha religiosa; etc.), pero me basta con dejar constancia de que en uno de esos pendulares extremos -ni más ni menos importante, desde el punto de vista de su autenticidad- habita el apunte carpetovetónico: como un pajarraco sarnoso, acosado y fieramente ibérico. Y que no puede morir, por más vueltas que todos le demos, hasta que España muera.»

Ante todo, necesito salir al paso de una posible y torpe generalización. ¡Mucho, mucho cuidado con el apunte carpetovetónico! Al lector confiado, fácilmente engañable, acostumbrado a los guiones de cine ñoño y sin trascendencia, y a una literatura aún más fácil y fragmentaria, le puede, por pesos ajenos, caer encima un gran error: el de quedarse con la pura cáscara y no ver en el apunte más que el aspecto divertido, lo que tiene de anécdota hilarante y graciosamente expuesta. Nada más lejos de la verdad. Complacencia, solamente, ante la explosión de violenta personalidad, de arrolladora vida a pleno sol, que representan las energías de un pueblo que, de vez en cuando, no encuentra barreras a su aliento. Pero también una aguda, clamorosa llamada a una verdad interior, a una más honda y sosegada y duradera y articulada vida. Aprendamos a ver en el apunte lo que presenta de atroz caricatura de numerosas exigencias vitales, tenaz llamada al orden y la compostura espirituales, a la caridad, a la verdadera trascendencia. Como en el verso inaugural de Berceo, es menester entrar al meollo de esas llamadas sobre nuestra propia forma de vida, quitar la corteza a muchas manifestaciones del desvivirse hispánico. Quizá viéndolas, solamente viéndolas desde fuera, baste para comprenderlas, encarrilarlas, hacer regular y valedero su aliento desbordado.





Alonso Zamora Vicente
Camilo José Cela
(Acercamiento a un escritor)
1962




______
Ver obra completa
debidamente anotada
en Biblioteca Virtual Cervantes
pinchando aquí





JACINTO CONTRERAS RECIBE SU PAGA EXTRAORDINARIA: SENTIMENTAL FABULILLA DE NAVIDAD (Camilo José Cela)

-
Fotografía: Francesc Catalá Roca


A Jacinto Contreras, en la Diputación, le habían dado la paga extraordinaria de Navidad. A pesar de que la esperaba, Jacinto Contreras se puso muy contento. Mil doscientas pesetas, aunque sean con descuento, a nadie le vienen mal.
-Firme usted aquí.
-Sí, señor.
Jacinto Contreras, con sus cuartos en el bolsillo, estaba más contento que unas pascuas. ¡Qué alegría se iba a llevar la Benjamina, su señora, que la pobre era tan buena y tan hacendosa! Jacinto Contreras, mientras caminaba, iba echando sus cuentas: tanto para unas medias para la Benjamina, que la pobre tiene que decir que no tiene frío; tanto para unas botas para Jacintín, para que sus compañeros de colegio no le pregunten si no se moja; tanto para una camiseta de abrigo para él, a ver si así deja de toser ya de una vez (las zapatillas ya se las comprará más adelante); tanto para un besugo (gastarse las pesetas en un pavo, a como están, sería una insensatez sin sentido común), tanto para turrón, tanto para mazapán, tanto para esto, tanto para la otro, tanto para lo de más allá, y aún sobraba dinero. Esto de las pagas extraordinarias está muy bien inventado, es algo que está pero que muy bien inventado.
-¿Usted qué piensa de las pagas extraordinarias?
-¡Hombre qué voy a pensar! ¡A mí esto de las pagas extraordinarias, es algo que me parece que está la mar de bien inventado!
-Sí, eso mismo pienso yo.
Jacinto Contreras, para celebrar lo de la paga extraordinaria -algo que no puede festejarse a diario-, se metió en un bar y se tomó un vermú. Jacinto Contreras hacía ya más de un mes que no se tomaba un vermú.
-¿Unas gambas a la plancha?
-No, gracias, déjelo usted.
A Jacinto Contreras le hubiera gustado tomarse unas gambas a la plancha, olerlas a ver si estaban frescas, pelarlas parsimoniosamente, cogerlas de la cola y, ¡zas!, a la boca, masticarlas despacio, tragarlas entornando los ojos...
-No, no, déjelo...
El chico del mostrador se le volvió.
-¿Decía algo, caballero?
-No, no, nada..., muchas gracias..., ¡je, je!..., hablaba solo, ¿sabe usted?
-¡Ah, ya!
Jacinto Contreras sonrió.
-¿Qué le debo?
En la calle hacía frío y caía un aguanieve molesto y azotador. Por la Navidad suele hacer siempre frío, es la costumbre. Jacinto Contreras, en la calle, se encontró con su paisano Jenaro Viejo Totana, que trabajaba en la Fiscalía de Tasas. Jenaro Viejo Totana estaba muy contento porque había cobrado su paga extraordinaria.
-¡Hombre, qué casualidad! Yo también acabo de cobrarla.
Jenaro Viejo y Jacinto Contreras se metieron en un bar a celebrarlo. Jacinto Contreras, al principio, opuso cierta cautelosa resistencia, tampoco muy convencida.
-Yo tengo algo de prisa... Además, la verdad es que yo ya me tomé un vermú ...
-¡Venga, hombre! Porque te tomes otro no pasa nada.
-Bueno, si te empeñas.
Jenaro Viejo y Jacinto Contreras se metieron en un bar y pidieron un vermú cada uno.
-¿Unas gambas a la plancha?
-No, no, déjelo usted.
Jenaro Viejo era más gastador que Jacinto Contreras; Jenaro Viejo estaba soltero y sin compromiso y podía permitirse ciertos lujos.
-Sí, hombre, sí. ¡Un día es un día! ¡Oiga, ponga usted un par de raciones de gambas a la plancha!
El camarero se volvió hacia la cocina y se puso una mano en la oreja para gritar.
-¡Marchen, gambas plancha, dos!
Cuando llegó el momento de pagar, Jenaro Viejo dejó que Jacinto Contreras se retratase.
-Y ahora va la mía. ¡Chico, otra ronda de lo mismo!
-¡Va en seguida!
Al salir a la calle, Jacinto Contreras se despidió de Jenaro Viejo y se metió en el metro, que iba lleno de gente. En el metro no se pasa frío, lo malo es al salir. Jacinto Contreras miró para la gente del metro, que era muy rara e iba como triste; se conoce que no habían cobrado la paga extraordinaria; sin cuartos en el bolsillo no hay quien esté alegre.
-Perdone.
-Está usted perdonado.
Al llegar a su casa, Jacinto Contreras no sacó el llavín, prefirió tocar "una copita de ojén", en el timbre (to ring the doorbell very lightly-as if with a glass of brandy).  A Jacinto Contreras salió a abrirle la puerta su señora, la Benjamina Gutiérrez, natural de Daimiel, que la pobre era tan buena y tan hacendosa y nunca se quejaba de nada.
-¡Hola, Jack!
La Benjamina, cuando eran novios, había estado una vez viendo una película cuyo protagonista se llamaba Jack, que ella creía significaba Jacinto, en inglés. Desde entonces siempre llamaba Jack a Jacinto.
-¡Hola, bombón!
Jacinto Contreras era muy cariñoso y solía llamar bombón a la Benjamina, aunque la mujer tenía una conjuntivitis crónica que la estaba dejando sin pestañas.  
-He cobrado la paga extraordinaria. La Benjamina sonrió.
-Ya lo sabía.
-¿Ya lo sabías?
-Sí; se lo pregunté a la Teresita por teléfono.
La Benjamina puso un gesto mimoso y volvió a sonreír.
-Mira, ven a la camilla, ya verás lo que te he comprado.
-¿A mí?
-Sí, a ti.
Jacinto Contreras se encontró al lado del brasero con un par de zapatillas nuevas, a cuadros marrones, muy elegantes. -¡Amor mío! ¡Qué buena eres!
-No, Jack, el que eres bueno eres tú ... Te las compré porque tú no te las hubieras comprado jamás ... Tú no miras nunca por ti ... Tú no miras más que por el niño y por tu mujercita...
Jacinto Contreras puso la radio y sacó a bailar a su mujer.

-Señorita, ¿quiere usted bailar con un joven que va con buenas intenciones y que estrena zapatillas?
-¡Tonto!
Jacinto Contreras y la Benjamina bailaron, a los acordes de la radio, el bolero Quizás, que es tan sentimental. La Benjamina, con la cabeza apoyada en el hombro de su marido, iba llorando.
La comida fue muy alegre y de postre tomaron melocotón en almíbar, que es tan rico. La Benjamina, a cuenta de la paga extraordinaria, había hecho unos pequeños excesos al fiado.
-Y ahora te voy a dar café.
-¿Café?
-Sí; hoy, sí.
Mientras tomaban café, Jacinto Contreras, con el bolígrafo, fue apuntando.
-Verás: unas medias para ti, cincuenta pesetas.
-¡No seas loco, las hay por treinta y cinco!
-Bueno, déjame. Una barra de los labios, con tubo y todo, otras cincuenta.
-Anda, sigue, los hay por treinta y duran lo mismo.
-Déjame seguir. Llevamos cien. Unas botas para el Jacintín, lo menos doscientas. Van trescientas. Una camiseta de abrigo para mí, cuarenta pesetas... Hasta lo que me dieron, menos el descuento y los dos vermús que me tomé ... ¡Tú verás! Queda para el besugo, para turrón, para mazapán, para todo, ¡y aún nos sobra!
Jacinto Contreras y la Benjamina se sentían casi poderosos.
-¿Hay más café?
-Sí.
Jacinto Contreras, después de tomarse su segundo café, palideció.
-¿Te pasa algo?
-No, no...
Jacinto Contreras se había tocado el bolsillo de los cuartos.
-¿Qué tienes, Jack?
-Nada, no tengo nada...
La cartera donde llevaba el dinero -una cartera que le había regalado la Benjamina con las sobras de la paga de Navidad del año pasado- no estaba en su sitio.
-¿Qué pasa, Jack? ¿Por qué no hablas?
Jacinto Contreras rompió a sudar. Después besó tiernamente a la Benjamina. Y después, con la cabeza entre las manos, rompió a llorar.
Hay gentes sin conciencia, capaces de desbaratar a los más honestos sueños de la Navidad: comprarle unas medias a la mujer y unas botas al niño, comer besugo, tomar un poco de turrón de postre, etc.
Fuera, el aguanieve se había convertido en nieve y, a través de los cristales, los tejados y los árboles se veían blancos como en las novelas de Tolstoi...


Camilo José Cela
de La penúltima novela
(Café de artistas y otros cuentos
Bibloteca Básica Salvat, 1969)

CAFÉ DE ARTISTAS Y OTROS CUENTOS (Camilo José Cela)

-


CAFÉ DE ARTISTAS, I

La puerta giratoria da vueltas sobre su eje. La puerta giratoria, al dar vueltas sobre su eje, tiene un ruido mimoso, casi amoroso. En la puerta giratoria hay cuatro reservados, cuatro departamentos; si los poetas son flacos y espirituales, hasta pueden caber dos en cada porción. Los departamentos de la puerta giratoria tienen la forma de las porciones del queso fresco, del blando y albo queso reconstituyente, un queso para madres lactantes. La puerta giratoria tiene un cepillito a los bordes, de arriba a abajo, para que no se cuele el frío de la calle. La puerta giratoria es un bonito símil, algo así como una metáfora a la que se le puede sacar mucho partido. El café de artistas está lleno de bonitos símiles.

- Se han convocado unos juegos florales en Huesca. Flor natural y tres mil pesetas. Tema libre.
La poesía también está llena de bonitos símiles. Lo del blanco sudario de la nieve ya se lleva poco. Ahora se estila más hacer juegos de palabras y decír víspera y costado. Vípsera es muy frutal, muy frutal; es casi como níspero. Costado es muy hondo y muy religioso, muy hondo y muy religioso; es casi como jaculatoria.



Camilo José Cela
de Café de artistas y otros cuentos
Libros RTV, Biblioteca Básica Salvat, 1969


____



Contenido completo del libro:


Café de artistas

 
La penúltima novela

Salutación y buenos propósitos
El estornino que voló sobre el telón de acero
El ciudadano Pereira
La última amazona
¡Qué paloma tan señora!
Como en los cuentos de Félix Salten
El cazador de codornices
El mal pastor
La pantera Inés
Los últimos caballos
Animales omnívoros
Peter Fleigh, el buceador de fantasías
La suerte y la muerte
Westerling el Turco, el último condottiero
La vida contra reloj
El hijo pródigo
Fabulilla del pájaro de Parahyba
El pajarito en su jaula
As de corazones
Salomón centenario
Aquel coronel francés, aquellos capitanes
Recuerdo de Benito Soto, el último pirata pontevedrés
Dos amigos en la Navidad del año pasado
Dos notas para la breve historia del mundo
Muestras comerciales
Tascas para turistas
Noventa minutos de rebotica
Billete de vuelta


El reino del espíritu 

Intermezzo
La ciudad desde la pereza
Sol en los tejados
Recapitulación con una mano sobre la mejilla


El abejorro y la lanza 

Leyendo el libro de Las mil y una noches
El óbito de don Teobaldo
El fantasma de Dantón
Inundaciones en China, peste en la India
Lecturas para el desayuno
Fábula de Gargantúa y el huevo
Adb-el-Kader II peca en Orense
El difunto Matías Pascal vuelve a la vida


El otro mundo 

Almirante Liefken, almirante
En un jardín tetuaní
Pregón de alcamonías para el mejor condimento de la Navidad
Danza de las gigantes amorosas
Cartas a mi querida esposa morganática

Entradas relacionadas

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...