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Fotografía: Francesc Catalá Roca |
A Jacinto Contreras, en la
Diputación, le habían dado la paga extraordinaria de Navidad. A pesar de que la
esperaba, Jacinto Contreras se puso muy contento. Mil doscientas pesetas, aunque
sean con descuento, a nadie le vienen mal.
-Firme usted aquí.
-Sí, señor.
Jacinto Contreras, con sus
cuartos en el bolsillo, estaba más contento que unas pascuas. ¡Qué alegría se
iba a llevar la Benjamina, su señora, que la pobre era tan buena y tan
hacendosa! Jacinto Contreras, mientras caminaba, iba echando sus cuentas: tanto
para unas medias para la Benjamina, que la pobre tiene que decir que no tiene
frío; tanto para unas botas para Jacintín, para que sus compañeros de colegio
no le pregunten si no se moja; tanto para una camiseta de abrigo para él, a ver
si así deja de toser ya de una vez (las zapatillas ya se las comprará más
adelante); tanto para un besugo (gastarse las pesetas en un pavo, a como están,
sería una insensatez sin sentido común), tanto para turrón, tanto para mazapán,
tanto para esto, tanto para la otro, tanto para lo de más allá, y aún sobraba
dinero. Esto de las pagas extraordinarias está muy bien inventado, es algo que
está pero que muy bien inventado.
-¿Usted qué
piensa de las pagas extraordinarias?
-¡Hombre qué voy a pensar!
¡A mí esto de las pagas extraordinarias, es algo que me parece que está la mar
de bien inventado!
-Sí, eso
mismo pienso yo.
Jacinto
Contreras, para celebrar lo de la paga extraordinaria -algo que no puede
festejarse a diario-, se metió en un bar y se tomó un vermú. Jacinto Contreras
hacía ya más de un mes que no se tomaba un vermú.
-¿Unas gambas
a la plancha?
-No, gracias,
déjelo usted.
A Jacinto
Contreras le hubiera gustado tomarse unas gambas a la plancha, olerlas a ver si
estaban frescas, pelarlas parsimoniosamente, cogerlas de la cola y, ¡zas!, a la
boca, masticarlas despacio, tragarlas entornando los ojos...
-No, no,
déjelo...
El chico del
mostrador se le volvió.
-¿Decía algo,
caballero?
-No, no, nada...,
muchas gracias..., ¡je, je!..., hablaba solo, ¿sabe usted?
-¡Ah, ya!
Jacinto
Contreras sonrió.
-¿Qué le
debo?
En la calle
hacía frío y caía un aguanieve molesto y azotador. Por la Navidad suele hacer
siempre frío, es la costumbre. Jacinto Contreras, en la calle, se encontró con
su paisano Jenaro Viejo Totana, que trabajaba en la Fiscalía de Tasas. Jenaro
Viejo Totana estaba muy contento porque había cobrado su paga extraordinaria.
-¡Hombre, qué
casualidad! Yo también acabo de cobrarla.
Jenaro Viejo
y Jacinto Contreras se metieron en un bar a celebrarlo. Jacinto Contreras, al
principio, opuso cierta cautelosa resistencia, tampoco muy convencida.
-Yo tengo
algo de prisa... Además, la verdad es que yo ya me tomé un vermú ...
-¡Venga,
hombre! Porque te tomes otro no pasa nada.
-Bueno, si te
empeñas.
Jenaro Viejo
y Jacinto Contreras se metieron en un bar y pidieron un vermú cada uno.
-¿Unas gambas
a la plancha?
-No, no,
déjelo usted.
Jenaro Viejo
era más gastador que Jacinto Contreras; Jenaro Viejo estaba soltero y sin
compromiso y podía permitirse ciertos lujos.
-Sí, hombre,
sí. ¡Un día es un día! ¡Oiga, ponga usted un par de raciones de gambas a la
plancha!
El camarero
se volvió hacia la cocina y se puso una mano en la oreja para gritar.
-¡Marchen,
gambas plancha, dos!
Cuando llegó
el momento de pagar, Jenaro Viejo dejó que Jacinto Contreras se retratase.
-Y ahora va
la mía. ¡Chico, otra ronda de lo mismo!
-¡Va en
seguida!
Al salir a la
calle, Jacinto Contreras se despidió de Jenaro Viejo y se metió en el metro,
que iba lleno de gente. En el metro no se pasa frío, lo malo es al salir.
Jacinto Contreras miró para la gente del metro, que era muy rara e iba como
triste; se conoce que no habían cobrado la paga extraordinaria; sin cuartos en
el bolsillo no hay quien esté alegre.
-Perdone.
-Está usted
perdonado.
Al llegar a
su casa, Jacinto Contreras no sacó el llavín, prefirió tocar "una copita
de ojén", en el timbre (to ring the doorbell very lightly-as if with a
glass of brandy). A Jacinto
Contreras salió a abrirle la puerta su señora, la Benjamina Gutiérrez, natural
de Daimiel, que la pobre era tan buena y tan hacendosa y nunca se quejaba de
nada.
-¡Hola, Jack!
La Benjamina,
cuando eran novios, había estado una vez viendo una película cuyo protagonista
se llamaba Jack, que ella creía significaba Jacinto, en inglés. Desde entonces
siempre llamaba Jack a Jacinto.
-¡Hola,
bombón!
Jacinto
Contreras era muy cariñoso y solía llamar bombón a la Benjamina, aunque la
mujer tenía una conjuntivitis crónica que la estaba dejando sin pestañas.
-He cobrado
la paga extraordinaria. La Benjamina sonrió.
-Ya lo sabía.
-¿Ya lo
sabías?
-Sí; se lo
pregunté a la Teresita por teléfono.
La Benjamina
puso un gesto mimoso y volvió a sonreír.
-Mira, ven a la camilla,
ya verás lo que te he comprado.
-¿A mí?
-Sí, a ti.
Jacinto Contreras se
encontró al lado del brasero con un par de zapatillas nuevas, a cuadros
marrones, muy elegantes. -¡Amor mío! ¡Qué buena eres!
-No, Jack, el que eres
bueno eres tú ... Te las compré porque tú no te las hubieras comprado jamás ...
Tú no miras nunca por ti ... Tú no miras más que por el niño y por tu
mujercita...
Jacinto Contreras puso la
radio y sacó a bailar a su mujer.
-Señorita, ¿quiere usted bailar con un joven que
va con buenas intenciones y que estrena zapatillas?
-¡Tonto!
Jacinto Contreras y la
Benjamina bailaron, a los acordes de la radio, el bolero Quizás, que es
tan sentimental. La Benjamina, con la cabeza apoyada en el hombro de su marido,
iba llorando.
La comida fue muy alegre y
de postre tomaron melocotón en almíbar, que es tan rico. La Benjamina, a cuenta
de la paga extraordinaria, había hecho unos pequeños excesos al fiado.
-Y ahora te voy a dar
café.
-¿Café?
-Sí; hoy, sí.
Mientras tomaban café, Jacinto
Contreras, con el bolígrafo, fue apuntando.
-Verás: unas medias para
ti, cincuenta pesetas.
-¡No seas loco, las hay
por treinta y cinco!
-Bueno, déjame. Una barra
de los labios, con tubo y todo, otras cincuenta.
-Anda, sigue, los hay por
treinta y duran lo mismo.
-Déjame seguir. Llevamos
cien. Unas botas para el Jacintín, lo menos doscientas. Van trescientas. Una
camiseta de abrigo para mí, cuarenta pesetas... Hasta lo que me dieron, menos
el descuento y los dos vermús que me tomé ... ¡Tú verás! Queda para el besugo,
para turrón, para mazapán, para todo, ¡y aún nos sobra!
Jacinto Contreras y la
Benjamina se sentían casi poderosos.
-¿Hay más café?
-Sí.
Jacinto Contreras, después
de tomarse su segundo café, palideció.
-¿Te pasa algo?
-No, no...
Jacinto Contreras se había
tocado el bolsillo de los cuartos.
-¿Qué tienes, Jack?
-Nada, no tengo nada...
La cartera donde llevaba
el dinero -una cartera que le había regalado la Benjamina con las sobras de la
paga de Navidad del año pasado- no estaba en su sitio.
-¿Qué pasa, Jack? ¿Por qué
no hablas?
Jacinto Contreras rompió a
sudar. Después besó tiernamente a la Benjamina. Y después, con la cabeza entre
las manos, rompió a llorar.
Hay gentes sin conciencia,
capaces de desbaratar a los más honestos sueños de la Navidad: comprarle unas
medias a la mujer y unas botas al niño, comer besugo, tomar un poco de turrón
de postre, etc.
Fuera, el aguanieve se
había convertido en nieve y, a través de los cristales, los tejados y los
árboles se veían blancos como en las novelas de Tolstoi...
Camilo José Cela
de La penúltima novela
(Café de artistas y otros cuentos
Bibloteca Básica Salvat, 1969)
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