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1. DE LA NOVELA AL CINE: DOS
SOPORTES ARTÍSTICOS, DOS FINALIDADES.
En 1942, cuando La familia de
Pascual Duarte abandona por primera vez las tinieblas tras salir airosa del
lance con la censura, el público lector asiste al éxito editorial de lo que la
tijera del régimen –quizá un tanto ingenua por primera vez– consideraba la
denuncia del «monstruo», el asesino Pascual Duarte. La novela se había
convertido, entonces, en un «pseudocatecismo de conducta» que traicionaba las
intenciones del autor. Pero si Cela no había sido más explícito a la hora de
reflejar las circunstancias socio-políticas que rodeaban al Pascual literario,
el motivo se debía a una simple cuestión de «prudencia» que le obligaba a pasar
de puntillas sobre las revueltas campesinas del 36. Sin embargo, será
precisamente este «aspecto velado» de la obra celiana sobre el que la película
apoyará gran parte de su fuerza dramática. Una vez que Ricardo Franco recupera
de la fuente literaria el elemento político, se desarrolla una extensa
amplificatio a partir de una mínima referencia de la nota final del
transcriptor.
Esta apertura del personaje
cinematográfico hacia una dimensión social radicaliza la diferencia entre la
novela y el film. Estamos, en definitiva, ante una historia con dos discursos
diferentes: el film político y la novela tremendista.
2. ESTRUCTURA: SECUENCIACIÓN,
NARRATIVIDAD Y PROCEDIMIENTOS DE CONEXIÓN.
La estructura de la novela se
articula en torno a los recuerdos de Pascual Duarte en la última confesión de
su vida, delimitada al principio y al final, por las notas del transcriptor y las
cartas del gendarme y el sacerdote. La diégesis del pasado queda acotada por
las reflexiones del condenado, dando paso, así, al relato de su vida,
estructurable en cuatro bloques narrativos: su infancia junto a sus padres y a
Rosario, su matrimonio con Lola, su estancia en la cárcel y su destino final,
condenado a la tragedia.
La transposición fílmica,
respetando relativamente esta organización de la novela, se estructura también
en cuatro unidades que tienen como núcleo los acontecimientos del pasado. Del
mismo modo que en la novela el discurso autodiegético de Pascual acotaba lo narrado,
aquí nos encontramos con que el viaje del preso a la cárcel –presente– delimita
la intriga y la reorganiza linealmente en el tiempo, prescindiendo de las
continuas prolepsis y analepsis del narrador autodiegético. De esta manera, se
simplifica el tiempo de la historia y los crímenes sirven para profundizar en
la psicología del personaje, de modo que su aparición en la trama guarda una
organización temporal lógica de la que carecía la novela. El crimen no responde
a las pasiones del protagonista, sino a la progresión del personaje en su camino
hacia el fatal desenlace.
Si la novela presentaba las
memorias de un condenado a muerte que nos conducía en la diégesis a través de
sus recuerdos y que, como tal, servía de puente entre el presente de la narración
y el pasado de lo narrado, en la película descubrimos un procedimiento similar,
aunque sustentado sobre bases de significado visual que aparecen en el texto
fílmico como auténticas figuras retóricas. El discurso autodiegético del
protagonista es sustituido por el silencioso camino hacia el patíbulo. No
obstante, la transposición fílmica no parece prescindir totalmente de la
perspectiva autodiegética del Pascual literario, en tanto que, de las pocas ocularizaciones
internas que aparecen en la película todas corresponden a la perspectiva del protagonista
–el código verbal se transmuta y, prescindiendo de una posible voz en off que frustraría
determinados planteamientos del film, privilegia una objetivación visual del
pensamiento que permite el juego sugerente de la imagen y un nuevo lenguaje
dramático centrado en la mirada–. Estas marcas de identidad, encaminadas a
incrementar la carga dramática del personaje, se encuentran relacionadas con el
concepto de estructura y permiten, a su vez, establecer determinadas conexiones
emocionales con otros personajes. Tal es el caso de Rosario –pensemos, por
ejemplo, en la secuencia en que Pascual-niño destapa a su hermana en la cuna– y Lola –Pascual alza una cortina
y descubre a su difunta esposa en el mismo lugar en que años atrás había visto
a Rosario recién nacida.
El viaje de la memoria del
Pascual Duarte literario encuentra su trasunto en el camino, en cuyo transcurso
descubrimos una serie de procedimientos conectivos que servirán de enlace entre
presente y pasado: la relación de planos mediante el corte de montaje, la
asociación mental de espacios paralelos, pero temporalmente distantes, y las
metáforas visuales. En el primer flash-back (infancia de Duarte junto a sus
padres), asistimos a una secuencia en la que Pascual-niño realiza un viaje en
carreta con su padre (un claro paralelismo con el camión de la secuencia
siguiente). El problema que supone el salto temporal, para «regresar» al
presente de la diégesis, se resuelve con un plano de la carreta que se va
alejando, dando paso a un nuevo plano del camión mediante un corte de montaje.
Después del segundo flash-back, empleando una técnica similar de concatenación
de imágenes, se aproximan dos espacios paralelos, pero temporalmente
distanciados. Un plano general recoge la imagen de Pascual en su calabozo al
lado de la cama; en el plano siguiente encontramos a Pascual acostado en la cama
de su dormitorio y se inicia el tercer flash-back. De nuevo, pero en sentido
inverso, se han enlazado dos planos temporales distintos mediante el corte de
montaje. Por último, en el tercer flash-back pasamos de las rejas de una
ventana en casa de don Jesús, última víctima de Pascual, a las rejas de la
celda. Además de esta función conectiva, los planos se encuentran cargados de
connotaciones que establecen todo un código visual de símbolos constantes que, como
las ocularizaciones frente a la posibilidad de una voz en off, suponen un
elemento de introspección en el funcionamiento del imaginario simbólico-visual
de una película hecha a partir de los silencios, interioridad e interiorización
del personaje. La metonimia, en este aspecto, tiene un valor primordial, no
sólo porque reduce el elemento completo a una parte, sino porque poetiza la
imagen y la carga de significado hasta convertirla en una metáfora. Tal es el
caso de las primeras secuencias de la película: cuando Pascual sube al camión,
la cámara nos muestra un espléndido primer plano en el que la figura del
protagonista aparece «apresada» entre las varas del camión. La imagen es
recibida por el espectador como un auténtico símbolo de encierro, ya que la
estructura metálica del camión nos está remitiendo al futuro más inmediato del
personaje. Algo parecido se daba a entender con las rejas de la casa de don
Jesús, aunque aquí la operación mental que el espectador ha de realizar es
menos compleja; por un lado, la diégesis está ya muy avanzada y, por otro, se
suple la interpretación mental de la metonimia con la identificación de la
figura con los barrotes de la celda.
3. LA DEPURACIÓN DE LOS
PERSONAJES: EL PAISAJE Y EL SILENCIO COMO ELEMENTOS DE DISOLUCIÓN.
Pascual Duarte depura al máximo
los caracteres de los personajes hasta convertirlos en prototipos anónimos de
la España de la II República. Todas las marcas de personaje que encontrábamos
en la novela se superan a favor de una expresión cinematográfica que, por razones
de censura, juega con la metáfora humana y con la sugerencia de la imagen. En
este aspecto cobra especial relevancia el elemento fotográfico y luminotécnico.
Los personajes, estilizados, aparecen como «figuras sobre fondo» hasta
convertirse en siluetas. La deslumbrante luz de los exteriores, a contraluz con
respecto a la cámara, oscurece por completo la figura humana en su paso hacia
los interiores. Mas, si los interiores «ciegan» la identidad de los personajes,
el campo, como elemento externo, engulle al hombre hasta anularlo por completo;
Pascual se minimiza en el plano general hasta desaparecer casi en su totalidad.
Los personajes pivotan, por tanto, entre dos espacios hostiles y destructivos
que no son más que una prolongación de esa estética lacónica y minimizante que
recrea el interior del protagonista atrapado física y mentalmente en su propia
realidad.
Ante esta pérdida de identidad
de los personajes, el espectador cinematográfico se encuentra mucho más
distanciado de los acontecimientos en contraposición con el lector de la
novela, que estaría estrechamente implicado con el narrador autodiegético; de
ahí, la necesidad de crear un referente visual que permitiese al espectador
reconocer la perspectiva del protagonista y reorganizar el código implícito en
la imagen.
4. LAS MUJERES DE PASCUAL
Pascual Duarte recurre
constantemente a procedimientos elípticos para condensar la acción de la novela
y, en este caso concreto, se realiza con una acertadísima puesta en escena que,
además, cuenta con la complicidad del espectador a la hora de entender el
significado latente de las secuencias. A diferencia de lo que ocurría en la
novela –el lector conoce a través del testimonio de Pascual todos sus afectos y
pasiones– la película tiene que jugar con la dualidad semántica de la imagen.
El tema de la prostitución que supuestamente ejerce Rosario, hermana de
Pascual, se nos insinúa en la novela con constantes referencias a la honra y,
finalmente, se confirma a través de una conversación entre Rosario y «El
Estirao», su chulo:
En
Almendralejo hubo de conocer [Rosario] al hombre que había delabrarle la ruina;
no la de la honra, que bien arruinada debía andar ya por entonces, sino la del
bolsillo, que una vez perdida aquella, era por la única que tenía que mirar.
Llamábase el tal sujeto Paco López, por mal nombre el Estirao [...] Era alto,
medio rubiales, juncal y andaba tan derechito que no se equivocó por cierto
quien le llamó por primera vez Estirao; no tenía mejor oficio que su cara
porque, como las mujeres tan memas son que lo mantenían, el hombre prefería no
trabajar, cosa que si me parece mal, no sé si será porque yo nunca tuve ocasión
de hacer. [...] cuando el Estirao llegó a aquella a casa de la Nieves a ver a
la Rosario, la llamó aparte.
–¿Sabes
que tienes un hermano que ni es hombre ni es nada?
–...
–¿Y
que se achanta como los conejos en cuanto oyen voces?
Mi
hermana salió por defenderme, pero de poco le valió; el hombre había ganado. Me
había ganado a mí que fue la única pelea que perdí por no irme a mi terreno.
–Mira,
paloma; vamos a hablar de otra cosa. ¿Qué hay?
–Ocho
pesetas.
–¿Nada
más?
–Nada
más. ¿Qué quieres? ¡Los tiempos están malos...!
El
Estirao le cruzó la cara con la varita de mimbre hasta que se hartó.
Después...
–¿Sabes
que tienes un hermano que ni es hombre ni es nada? (Camilo José Cela, 1980
[1942]: 40, 41, 43, 44)
La transposición fílmica va a
realizar, para resolver este episodio, todo un ejercicio de síntesis que
descubre al espectador la extraordinaria capacidad expresiva de los actores: Pascual
va a Trujillo a visitar a su hermana. En principio hermano y hermana, que se
hallan en el dormitorio de Rosario, se encuentran dentro del encuadre en una
actitud de proximidad afectiva; sin embargo, conforme se vaya acercando la
confirmación del oficio de Rosario, los personajes se irán separando hasta
situarse física y emocionalmente enfrentados. El Estirao llama a la puerta y
Rosario le abre (primera claudicación); Pascual se levanta en actitud
defensiva; Rosario se sitúa al lado de su chulo (segunda claudicación) abandonando
a Pascual, con lo que se plantea dentro del espacio dos bandos opuestos (Pascual
en uno y su hermana y el Estirao en otro); el Estirao se dirige a Pascual y en
tono paternalista le dice: «Ya ves que Rosario está muy bien»; dicho esto, pasa
un brazo por encima del hombro de Rosario y la acerca contra sí; Rosario baja
la cabeza sumisa tratando de evitar la mirada recriminatoria de Pascual
(tercera claudicación y confirmación de las circunstancias). Finaliza la
secuencia con un Pascual lacónico que dice: «Ya veo». La doble lectura de la
frase no deja lugar a dudas.
La relación entre Pascual y su
hermana, que ocupa todo el segundo flash-back, adquiere, en ciertos momentos
del film, determinados matices que parecen dibujar un cariño más allá de lo
fraterno. Si reparamos por un momento en la secuencia que precede al encuentro de
los hermanos en el dormitorio de la casa del pueblo, el paralelismo es más que
evidente: mientras Pascual enseña a disparar a Rosario, cerca de allí, Lola
–futura esposa del protagonista– se dispone a acostarse con un mozo del pueblo.
Un primer plano nos muestra a la mujer desabrochándose la camisa. Entretanto,
Rosario dispara y el tiro hace huir al muchacho. A continuación, la escena se
repite en el dormitorio de los dos hermanos. Rosario comienza a desnudarse
frente a su hermano. Se levanta a buscar el camisón bajo la mirada atenta de
Pascual, detalle en el que ella repara y que motiva que le pida que apague la
luz. Pascual mantiene durante unos instantes la mirada fija en su hermana.
Finalmente, apaga la luz. La película volverá a incidir de nuevo en el tema,
cuando Pascual, a la vuelta de su luna de miel con Lola, se encamine a la
taberna y se encuentre con el Estirao. En medio de las coplas populares, el
eterno rival de Pascual, se encargará de reavivar sus odios dormidos cuando le
cante: «En la vida de Pascual hay dos mujeres muy guapas y a veces yo me pregunto
si serán tal para cual». En contra de lo esperable, la venganza de Pascual
quedará aplazada por la repentina llegada de su madre que anuncia al espectador
un nuevo suceso trágico: la muerte de Lola.
5. MIRADAS QUE MATAN: EL
DESAFÍO Y LA OPOSICIÓN ESPACIAL.
Los conflictos personales entre
personajes se plantean fílmicamente, como hemos podido comprobar, enfrentando
físicamente en el espacio dos figuras humanas. Dentro del encuadre los
personajes ocupan puestos de oposición espacial que se subrayan mediante el
«desafío de miradas» a través de plano y contraplano. Este recurso fílmico
condensa el drama interno del personaje que se exterioriza en el espacio y
proyecta sus iras hacia el oponente. Las reflexiones que el Pascual literario
nos iba refiriendo en sus memorias, así como la progresiva gestación de sus
odios, adquieren en la película un extraordinario efecto dramático porque
funcionan en la diégesis como premonición de muerte (lo mismo que hacía la prolepsis
en la novela). De esta manera, el odio creciente de Pascual hacia su madre –que
en la novela incluso le lleva a imaginar su crimen antes de perpetrarlo– se condensa
en la disputa silenciosa que tiene lugar entre ambos en el momento precedente a
la liberación del padre en la cuadra, espacio de su destierro y lecho de
muerte. La madre se opone a la salida del padre, pero Pascual se rebela con los
ojos contra la autoridad materna y libera a su padre del encierro, ya cadáver.
Son planos de gran tensión, de contenido silencio y de fuerte expresividad que
confirman a la madre de Pascual como víctima futura de su hijo.
Otro ejemplo, aunque mucho más
atenuado, lo encontramos en la primera manifestación de disconformidad entre
Pascual y su madre cuando Rosario abandona el hogar. Pascual, con una mirada
recriminatoria, culpa en silencio a su madre de la partida de su hermana.
Este mismo tratamiento ofensivo
se le dará al Estirao, a quien Pascual desafía con la mirada tres veces,
aunque, finalmente, su muerte diferirá consustancialmente de la de la madre de
Pascual.
Si hasta ahora el
enfrentamiento se entendía como oposición en el espacio, con un planteamiento escénico
puramente teatral, es preciso que reparemos en qué lugar ocupan en el film «las
dos mujeres de Pascual».
Rosario aparece siempre en un
segundo plano con respecto a su hermano, bien detrás de él, siguiéndole o a su
lado. Lo mismo ocurre con Lola. Es curioso comprobar que, a diferencia de la
madre, tanto la hermana como la esposa aparecen física y emocionalmente muy
próximas a Pascual y en actitudes cariñosas. Pensemos en los hermanos a la
salida del cine durante la visita de Pascual a Rosario en Trujillo o en Lola
recién casada agarrada a su marido sobre la yegua y preguntándole si es feliz.
La madre, por el contrario, adusta y salvaje, ocupa, por lo general, un extremo
del plano, en acechante actitud de alerta. Pascual, como protagonista, ocupa un
lugar de preeminencia, siempre en el centro del plano. Incluso cuando esté
rodeado de más personajes éstos van a funcionar como un séquito, relegados al
segundo plano (salvo en las secuencias en las que figura junto a otros presos,
lo cual no deja de tener una cierta importancia simbólica teniendo en cuenta el
poder igualitario de la condena; muchos de ellos también son condenados a
muerte).
6. LOS CRÍMENES
Los crímenes de Pascual Duarte
en la transposición fílmica prescinden, casi por completo, del ensañamiento y
del tremendismo de la novela, aunque se acompañan de una música reiterativa y
angustiosa que sirve de anuncio de tragedia y que se presenta como leitmotiv
premonitorio. Dada su funcionalidad dentro del film –y siguiendo la
terminología de García Jiménez– la hemos catalogado como «sonido off intradiegético»,
en tanto que su aparición estáligada a estados anímicos del personaje y a
elementos relativos a la violencia de la historia.
El asesinato responde en el
film a una necesidad de hacer justicia y de reorganizar el universo íntimo y
social del personaje, mientras que el personaje literario pretende canalizar
sus conflictos internos a través del crimen sangriento. Pascual Duarte, desde
el principio de sus memorias, se presenta como víctima del destino y de sus
circunstancias, como si desde su nacimiento hubiera estado predestinado a la
tragedia y totalmente anulado en el ejercicio de su voluntad. En la película,
en cambio, parece proceder con plena consciencia de sus actos, sin ningún tipo
de arrepentimiento. Sin embargo, en contra de lo que pudiera parecer, el
protagonista del film es, con diferencia, una auténtica víctima de sí mismo,
cuyos crímenes responden a una justificación objetiva. Pascual se convierte,
entonces, en un antihéroe que trata de poner orden en el desorden, llevado por
la necesidad de mantener el equilibrio de su hogar y de su pueblo. Mata a su
madre porque la considera responsable de la muerte de su padre y de la salida
de su hermana del hogar. Su madre genera, por lo tanto, la ruptura del equilibrio
del hogar y, de este modo, sólo con su muerte puede hacer justicia Pascual y
restablecer el orden en el curso de los acontecimientos.
Mata al Estirao por tratar de
arrebatarle a su hermana por segunda vez. Al igual que había hecho su madre, el
Estirao ha alterado el mundo interno de Pascual y su restitución exige que se
pague con sangre. A diferencia de los crímenes «familiares», con la muerte de
don Jesús se efectúa la apertura del personaje al ámbito social, finalizando,
así, la labor del personaje. Pascual ha hecho justicia y sólo le resta morir,
porque sabe que él también ha alterado el orden y, como lo fueron sus víctimas,
él debe ser ajusticiado. En su último crimen suelta el arma y se disminuye a sí
mismo adoptando la posición fetal de autodefensa, en la que ya se había
refugiado en circunstancias hostiles similares desde su infancia.
Dada la naturaleza de estos
crímenes, el film prescinde del arma blanca (salvo en la muerte de la yegua)
para dar paso a un asesinato menos sanguinario, pero, sin duda, mucho más determinante.
Pascual desea acabar con sus
víctimas, hacerlas desaparecer de su existencia, porque su presencia no deja de
ser más que un recordatorio constante de las ausencias no deseadas. Su perra
perdiguera, la Chispa, es un emblema de la Rosario ausente, su compañera de
caza. Al igual que la madre, culpable como referente de la ausencia. Entre
estas dos muertes, se establece todo un paralelismo simbólico; no sólo son
motivadas por un mismo sentimiento, sino que ambas se estructuran
cinematográficamente del mismo modo. Tanto la perra como la madre se encuentran
frente a Pascual en un plano general. En la novela se nos dice que la perra
miraba a Pascual con la «mirada de los confesores» como si supiera que iba a
morir y, en la transposición fílmica, la madre aguarda su muerte
conscientemente, mientras Pascual limpia su escopeta (plano de detalle). Las
dos son un icono de la maternidad estéril, de los hijos condenados a muerte (en
la novela se dice que la perra había abortado y que su presencia le hacía
recordar a Pascual las letanías de su mujer y su madre sobre su hijo muerto «de
un mal aire»). Ambas saben lo que les espera. Mueren de un tiro ante la
indiferencia de Pascual, aspecto que se manifiesta en la patada despectiva con
la que el protagonista se cerciora de la muerte de la perra y en la tragicómica
caída de la madre, muerta patas arriba. En conclusión, son dos asesinatos
fríos, pero que al mismo tiempo se desdramatizan con el alejamiento emocional
del personaje que fílmicamente se plasma a través del plano general.
En clara oposición estarían la
muerte de la yegua que mata a Lola y la del Estirao. No son premeditadas y, por
tanto, mucho más sangrientas. Las dos responden a un impulso, aunque de
distinta naturaleza.
7. LA DIMENSIÓN SOCIAL
El último punto que nos
restaría destacar es el correspondiente al último bloque de la película, centrado
en el crimen social. Aunque el film aborda de lleno el tema político-social al final,
el espectador ha podido ir percibiendo a lo largo de la película las distintas
señales políticas. La primera aparece muy tempranamente en la vida de Pascual,
cuando el niño observa (ocularización interna primaria) un periódico –El
Liberal– que recoge la noticia del fusilamiento de Ferrer. El plano de detalle
del periódico ya nos está poniendo en antecedentes de la importancia vital que
tendrá el compromiso social en la vida de Pascual.
La segunda alusión se centra en
una carta que Pascual escribe a Rosario y en la que le refiere los problemas de
trabajo en el pueblo (ocularización interna secundaria). De nuevo, el plano de
detalle de la carta se vuelve a convertir en centro de atención. La secuencia siguiente
nos muestra una pelea entre capataz y trabajador que ratifica lo anunciado por
la carta de Pascual.
Durante la boda de Pascual se
celebran unas elecciones que corresponden a las que en febrero del 36 conceden
el triunfo al Frente Popular como podemos comprobar en la secuencia de la noche
de bodas de Pascual: mientras los nuevos desposados pasan la luna de miel en
Trujillo, el pueblo asiste silenciosamente al discurso radiofónico de los
vencedores. La cámara se pasea lentamente sobre distintos rostros inmóviles
tratando de reflejar un realismo que, en determinados momentos del film,
parecen remitirnos al estilo documental que se retomará, posteriormente, a la
salida de Pascual de la cárcel. Otra referencia evidente a la situación del
campesinado español se nos revela durante el viaje en tren de Pascual. De vuelta a casa, el pueblo se encuentra
lleno de pintadas, tales como «Tierra y Libertad» o «La tierra para el que la
trabaja».
Finalmente, la conversación
entre don Jesús y Pascual nos pone al corriente de la difícil situación en que
se halla el pueblo. En ese momento, una mirada decisiva de Pascual nos anuncia
que se encuentra ante su próxima víctima.
Con la muerte de don Jesús al
descubierto en la transposición fílmica, Pascual Duarte adquiere un significado
completo. Mientras en la novela el discurso autodiegético terminaba con un
final climático –anticlimático en el film– en el que Pascual refería ensañado
el asesinato de la madre, la transposición fílmica no deja espacio a la
imaginación y nos muestra el ajusticiamiento de Pascual en el garrote: un
estremecedor plano medio se mantiene fijo durante varios segundos; pasamos de
un escalofriante recorrido hacia la sala del garrote, con un Pascual
descompuesto y aterrado, al ahogo final que presupone la terrible vuelta al
silencio que se adelantaba simbólicamente en las constantes claves que remitían
al mutismo opresivo y al espacio asfixiante. En definitiva, desde el principio
del film asistimos al ahogo progresivo de Pascual, sobre el que se cierne
paulatinamente el hierro de la tragedia. La película nace, pues, en el silencio
para morir en el silencio, cerrando el círculo vital del personaje. No
obstante, como diría el propio Pascual: «Yo, señor, no soy malo, aunque no me
faltarían motivos para serlo» (CELA, 1980 [1942]: 7).
Lucía Fraga
de Camilo José Cela en el cine español
- Las imágenes y el inventor de palabras
_______
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debidamente anotado y con bibliografía
en la publicación de la que nos hemos servido
(Festival Internacional de Cine Indepedente de Ourens)
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