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EL APUNTE CARPETOVETÓNICO (Alonso Zamora Vicente)




Nos queda por observar en esta rápida carrera, a través de la producción en prosa de Camilo José Cela, sus narraciones breves, dispersas en multitud de títulos y ocasiones, y recogidas en volumen la mayor parte, después de diversa vida editorial. La fugacidad más o menos premiosa de la colaboración asidua en revistas, periódicos, o el impulso de libros de cortas dimensiones, han proporcionado a Camilo José Cela una inusitada agilidad en la elaboración de pequeñas estampas, o impresiones de la vida ordinaria, que, no llegando a ser cuentos, ni artículos propiamente dichos, participan de ellos, y les dan una dimensión nueva. Son los trozos que Camilo José Cela ha llamado apuntes carpetovetónicos.


¿Qué es un apunte carpetovetónico? Camilo José Cela ha hablado largamente -y con gran precisión- sobre sus apuntes. Lo ha hecho en el prólogo a El gallego y su cuadrilla (Ediciones Destino, Barcelona, 1955): «El apunte carpetovetónico pudiera ser algo así como un agridulce bosquejo, entre caricatura y aguafuerte, narrado, dibujado o pintado, de un tipo o de un trozo de vida peculiares de un determinado mundo: lo que los geógrafos llaman, casi poéticamente, la España árida.» Nos parece una definición exacta, a la que muy pocas cosas se le podrían añadir. Quizá, la cualidad de ser una vivísima impresión, fugaz, que no puede articularse en rigor con ninguna otra, sino que representa por sí, por sus aristas tremendas, una total personalidad, un cerrado mundo. Sería muy curioso perseguir, para estudiarlo, el rastro de la palabra carpetovetónico en el léxico y en la literatura. Yo me acostumbré a oírla mucho, en el habla coloquial en medios cultos, durante una estancia en Galicia. No sería nada raro que este adjetivo haya alcanzado su difusión durante los años de la guerra civil. Las personas ilustradas que lo usaban en la conversación, aludían siempre a la sequedad, violento tono agrio, de contraste y rudeza del mundo de Castilla, de la Castilla abrasada y polvorienta: se encerraba siempre, de una u otra forma, una idea de 'brutalidad' (siempre me parecía reconocer en el adjetivo un vago sentimiento de defensa por parte del gallego ante los estúpidos prejuicios que allá suele llevar el castellano medio). Este adjetivo, ¿habrá tenido en periódicos o en algún otro género de literatura constancia escrita de su valoración, de sus matices?

En los apuntes de Cela, muchas veces nos encontramos con la posibilidad de estos valores, pero hay también otras: hay sencillamente una contemplación del acaecer de las cosas, que no podemos predecir a qué meta se encaminan. Sin embargo, el tono general es siempre de dureza, de pasmo, sin sutilezas de salón ni mucho menos... Quizá como es la vida sobre las tierras altas, donde Ortega dijo en alguna ocasión que el vivir era una permanente lección de heroísmo. Vida difícil, donde el clima, las gentes, la pobreza, el mundo desaforado de unos ensueños sin asidero material se enredan y embarullan. Viven, en una palabra.

Como es natural, y Camilo José Cela lo pone bien en claro, el apunte no es un artículo por el mero hecho de que no precisa articularse con nada. No tiene principio ni fin, es simplemente un deslumbramiento. Sus conexiones suelen ser múltiples y diversas. Y tampoco es un cuento por no tener abstracción alguna, ni tener subjetivismo. Es así, como él se presenta, como una explosión.

También es indudable que para captar la hosca belleza -a veces al filo de la grandiosidad- de tal acaecer humano hace falta una retina especial. Y es indudable que en la más noble tradición artística española, esta retina está muy bien representada. Hay en todo el arte español una ladera donde lo agrio, lo triste, lo desaforado y violento, ha tenido un cultivo verdaderamente exquisito -si es que este adjetivo podemos aplicarle en este caso. Camilo José Cela recuerda algunos hitos de esta manera artística: Las Coplas de ¡Ay, panadera!, algunas páginas de Torres Villarroel y de Quevedo, etc. Podríamos, quizá, matizar estos asertos, para hacer más justas las apreciaciones, pero, en lo esencial, Cela acierta. (Quizá, como en Quevedo o en Valle-Inclán, habría que destacar la furia, la desazón trágica que les hace ver el mundo como a través de una lagrima contenida, lo que hace el efecto de una lente deformante: cosa que no existe, o no existe, al menos, como cualidad primordial, en el apunte carpetovetónico.) Mucho más exacto es el recuerdo de la obra de José Gutiérrez Solana, obra a pleno sol, por las plazas y las posadas de los pueblos, llena de gritería, y de olores, y de vitalidad estallante. Camilo José Cela recuerda, además, a don Ciro Bayo, el gran errabundo, y las páginas de España, nervio a nervio, de Eugenio Noel. «Nos llevaría a todos muy lejos de nuestro modesto propósito -dice Camilo José Cela- de hoy... el intento de desarrollar, aunque muy someramente, la idea de que la literatura española (en cierto modo como la rusa, por ejemplo, y a diferencia, en cierto modo también, de la italiana), ignora el equilibrio y pendula, violentamente, de la mística a la escatología, del tránsito que diviniza -San Juan, Fray Luis, Santa Teresa- al bajo mundo, al más bajo y concreto de todos los mundos, del pus y la carroña, y, rematándolo, la calavera monda y lironda de todos los silencios, todos los arrepentimientos y todos los castigos (el vicario Delicado, en las letras; Valdés Leal, en la pintura; Felipe II, en la política; Torquemada, en la lucha religiosa; etc.), pero me basta con dejar constancia de que en uno de esos pendulares extremos -ni más ni menos importante, desde el punto de vista de su autenticidad- habita el apunte carpetovetónico: como un pajarraco sarnoso, acosado y fieramente ibérico. Y que no puede morir, por más vueltas que todos le demos, hasta que España muera.»

Ante todo, necesito salir al paso de una posible y torpe generalización. ¡Mucho, mucho cuidado con el apunte carpetovetónico! Al lector confiado, fácilmente engañable, acostumbrado a los guiones de cine ñoño y sin trascendencia, y a una literatura aún más fácil y fragmentaria, le puede, por pesos ajenos, caer encima un gran error: el de quedarse con la pura cáscara y no ver en el apunte más que el aspecto divertido, lo que tiene de anécdota hilarante y graciosamente expuesta. Nada más lejos de la verdad. Complacencia, solamente, ante la explosión de violenta personalidad, de arrolladora vida a pleno sol, que representan las energías de un pueblo que, de vez en cuando, no encuentra barreras a su aliento. Pero también una aguda, clamorosa llamada a una verdad interior, a una más honda y sosegada y duradera y articulada vida. Aprendamos a ver en el apunte lo que presenta de atroz caricatura de numerosas exigencias vitales, tenaz llamada al orden y la compostura espirituales, a la caridad, a la verdadera trascendencia. Como en el verso inaugural de Berceo, es menester entrar al meollo de esas llamadas sobre nuestra propia forma de vida, quitar la corteza a muchas manifestaciones del desvivirse hispánico. Quizá viéndolas, solamente viéndolas desde fuera, baste para comprenderlas, encarrilarlas, hacer regular y valedero su aliento desbordado.





Alonso Zamora Vicente
Camilo José Cela
(Acercamiento a un escritor)
1962




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Ver obra completa
debidamente anotada
en Biblioteca Virtual Cervantes
pinchando aquí





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