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EL MUSEO DEL PRADO EN LLAMAS (Mariano de Cavia)

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LA CATÁSTROFE DE ANOCHE

ESPAÑA ESTÁ DE LUTO

INCENDIO EN EL MUSEO DE PINTURAS

LAS PRIMERAS NOTICIAS


¡Noche, lóbrega noche!, podríamos decir con don Juan Nicasio Gallego,  si la ocasión no fuera harto inoportuna para andarnos con floreos retóricos y si la idea de la lobreguez pudiera asociarse a la de la espantosa hoguera que en estos momentos tiene estremecido y atribulado a todo Madrid.
 
A las dos de la madrugada, cuando ya no nos faltaba para cerrar la primera edición más que las noticias de última hora que suelen recogerse en las oficinas de Gobierno Civil, nos telefonean desde este centro oficial las siguientes palabras, siniestras y aterradoras:



-El Museo de Prado está ardiendo. ¡Ardiendo el Museo del Prado!...

En aquel mismo instante daban comienzo las campanas de las parroquias a sus tétricos toques. Nos echamos a la calle, y al llegar a la Puerta del Sol advertimos desusado movimiento de gentes. De los cafés, de los círculos, de los casinos, salían en revuelto tropel los trasnochadores, y el vocerío era tal, que apenas había ventana ni balcón donde no se asomarán los pacíficos vecinos, turbado el sueño por el estruendo de la calle.

-¡Qué desdicha! ¡Qué catástrofe! ¡Pobre España!... ¡Perdemos lo único que aquí tenemos presentable!...

Así hablaban las gentes, y corrían desoladas hacia el Prado, ávidas de ver para creer en tamaña desgracia, deseosos de que la realidad estuviese muy por debajo del temor. Por desgracia, los resplandores del incendio, iluminando intensamente los nubarrones apiñados sobre Madrid, parecían decir:

-¡Rechazar toda esperanza!

Un grito de angustia, seguido de violentas imprecaciones, de palabras de lástima y aún de blasfemias, se escapaba de todos los labios cuando los curiosos llegaban al Prado, y veían al monumental edificio trazado por don Ventura Rodríguez, coronado de llamas, lanzando columnas de humo hacia las nubes, y de cuando en cuando haces de chispas que semejaban luminosos residuos del espíritu de Velázquez, Murillo, Rafael, Rubens, Tiziano, Goya… No: No ardía sólo el ala de Poniente, ni el ala de Levante, ni el centro del edificio. Lo que ardía era el Museo todo, el Museo Entero, el Museo por los cuatro costados.

-Europa entera –oímos decir a un espectador- dirá mañana que España ha perdido uno de los pocos florones que quedaban en su corona. Esto es como una desmembración de la patria. Algunas personas lloraban… Otras se precipitaban hacia el edificio, siguiendo a los soldados que llegaban de los próximos carteles de los Docks. Por la puerta central salían algunos hombres arrastrando lienzos –tal vez los de menos valor, los menos interesantes- que habían logrado arrancar de los marcos, cortándolos con cuchillos y navajas. Las bombas funcionaban con dificultad que llamaríamos extraordinaria, si no fuese eso lo ordinario en semejante servicio. Ni ¿de qué podían servir unas cuantas mangas ante las proporciones del siniestro? Los chorros de agua que se lanzaban hacia el museo desde la explanada de los Jerónimos más parecían avivar la hoguera que extinguirla.

La premura del tiempo y lo angustioso de las circunstancias nos impide entrar ahora en pormenores acerca del Museo de Pinturas, ni en la descripción de sus espléndidas salas, ni en la reseña de sus riquísimos tesoros. Tiempo nos quedará para recordar a la patria lo que a estas horas está perdiendo, como lo pierden la Humanidad y el Arte, por culpa de la imprevisión oficial. Si la maldita y sempiterna imprevisión de nuestros gobiernos, ha sido el origen de esta grandísima catástrofe. Parece ser que el fuego se inició en uno de los desvanes del edificio, ocupados, como es sabido, a ciencia y paciencia de quien debiera evitarlo por un enjambre de empleados y dependientes de la casa. Allí se guisaba, allí se encendía fuego para toda clase de menesteres caseros, allí se olvidaba que una sola chispa podía bastar para la destrucción de riquezas incalculables… los suelos y la techumbre eran, por otra parte, inmejorables agentes para el elemento destructor, gracias a la endeblez y combustibilidad de sus tablones y cañizos, poco menos que desnudos. Un brasero mal apagado, un fogón mal extinguido, un caldo que hacer a media noche, una colilla indiscreta… ¡y adiós, Pasmo de Sicilia! ¡Adiós Sacra Familia del Pajarito! ¡Adiós testamento de Isabel la Católica! ¡Adiós Vírgenes y Cristos, Apolos y Venus, héroes y borrachos, reyes y bufones, diosas de Tiziano y anacoretas de Ribera, visiones de Fra Angélico y desahogos de Teniers!

Inmensa debiera ser la responsabilidad para los que no han querido cortar abusos a tiempo y conjurar peligros oportunamente: pero ¿qué es en España la responsabilidad? Una palabra hueca.

Ultima hora

Con lágrimas en los ojos, cerramos apresuradamente esta edición, reproduciendo la siguiente carta que nos envían desde el siniestro: “Amigo y director: Creo que, para ser ésta la primera vez que ejerzo como reportero, no lo hago del todo mal. Ahí va, en brevísimo extracto, la reseña de los tristes sucesos… que pueden ocurrir aquí el día menos pensado. Tuyo, Mariano de Cavia.”


 
 
Mariano de Cavia
El Liberal
25 noviembre 1891

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