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CAPT. LXXXVIII.- Que trata de la muerte desastrada que el capitán Pedro de Alvarado y los suyos dieron a los señores y nobleza mexicana, por cuya causa se rebelaron los mexicanos, y pusieron en aprieto a los nuestros hasta hacerlos salir huyendo de la ciudad de México, y de la muerte del gran Motecuhzoma, de la de Cacama y otros señores
Estando Cortés en el puerto de la Veracruz a lo de Narváez, ofreciése la fiesta tan celebrada de los mexicanos llamada tóxcatl, que caía siempre por pascua de resurrección; y como Cortés les había vedado el sacrificio de los hombres, tan solamente se hizo un solemne mitote y danza en el patio del templo mayor, en donde se juntaron todos los de la nobleza mexicana, cargados y adornados con todas las joyas de oro, pedrería y otras riquezas que tenían; y estando en lo mejor de su fiesta y muy descuidados de la celada que se les aparejaba y fue que ciertos tlaxcaltecas (según las historias de la ciudad de Tetzcuco, que son las que yo sigo, y la carta que otras veces he referido), por envidia, lo uno acordándose que en semejante fiesta los mexicanos solían sacrificar gran suma de cautivos de los de la nación tlaxcalteca, y lo otro que era la mejor ocasión que ellos podían tener para poder henchir las manos de despojos y hartar su codicia y vengarse de sus enemigos (porque hasta entonces no habían tenido lugar, ni Cortés se los diera, ni admitiera sus dichos, porque siempre hacía las cosas con mucho acuerdo, y de tal modo que en ellas no se hallase perdidoso, sino antes con aumento y prósperos sucesos), fueron con esta invención al capitán Pedro de Alvarado, que estaba en lugar de Cortés, el cual no fue menester mucho para darles crédito, porque tan buenos filos y pensamientos tenía como ellos, y más viendo que allí en aquella fiesta habían acudido todos los señores y cabezas del imperio, y que muertos no tenían mucho trabajo en sojuzgarles; y así dejando algunos de sus compañeros en guarda de Motecuhzoma y de su sobrino Cacama, con el mayor secreto y disimulación que pudo se fue hacia la plaza o patio del templo mayor, y cogiendo las puertas de él con algunos de sus compañeros y los tlaxcaltecas, entró con todos los demás con gran ímpetu, haciendo gran matanza y carnicería en los desdichados mexicanos, que como se hallaban seguros de semejante caso, estaban desapercibidos y sin armas; y así en breve espacio mataron todos los más que allí hallaron, y cargaron ellos y los tlaxcaltecas de muy grandes despojos y riquezas; y al ruido y voz acudieron todos los de la ciudad a favorecer a sus señores, de tal manera, que llevaron a Alvarado y los demás sus compañeros y amigos hasta su posada, en donde estaban Motecuhzoma y Cacama, y si no fuera por estos reyes que les mandaron que cesara el combate, los mataran a todos y echaran por el suelo la casa, viendo la traición tan grande que contra sus señores se había hecho, y también porque la noche los despartió luego; aunque no por esto dejaron de darles lo necesario para su sustento, Viendo que sus reyes gustaban de ello, y se los mandaban. Cortés volviendo victorioso y muy bien acompañado, porque traía consigo mil hombres de guerra y cien caballos, supo en el camino cómo los de México se habían alzado contra los que allí dejó, y que si no fuera por Motecuhzoma los hubieran muerto, con cuyas nuevas vino a grandes jornadas hasta llegar a la ciudad de Tetzcuco, en donde se reformó, descansó, fue regalado y avisado de todo lo que había de su íntimo amigo Ixtlilxóchitl, dándose cuenta de todo, y de cómo aun en la misma ciudad de Tetzcuco había algunos apasionados de los deudos y amigos de los que mataron Pedro de Alvarado y sus compañeros en México; y habiendo tanteado el modo cómo había de entrar, se partió de Tetzcuco, y llegó a México día de San Juan en 24 de junio del año de 1520, y halló la ciudad sosegada, aunque los moradores de ella no le salieron a recibir ni le hicieron fiesta. Motecuhzoma se holgó de su llegada y mucho más sus compañeros, viéndole volver con tan buen acompañamiento y tan prospero suceso, y cada uno de ellos le contó los trabajos que había pasado. Otro día después de llegado reprendió Cortés a uno de los principales de la ciudad, porque ni se hacía el mercado como solían, que era a su cargo; y como fue con aspereza, se agravió de tal manera, que vino a revolver a casi toda la ciudad, porque ya estaban los moradores de ella tan hartos de las demasías y crueldades que contra ellos se habían usado, que fue menester poco para acabarse de alzar; y así desde entonces se comenzó entre ellos una crudelísima guerra, y en la primera pelea mataron los mexicanos cuatro españoles; y otro día adelante hirieron muchos, y cada día les daban cruel batería, de modo que no los dejaban sosegar un momento; al septeno fue tan recio el combate que dieron a la casa del aposento de los españoles, que no tuvo Cortés otro remedio, sino hacer al rey Motecuhzoma que se subiese a una torre alta y les mandase que dejasen las armas, y él lo hizo de buena gana, rogando a sus vasallos muy ahincadamente que dejasen la guerra: estaban encolerizados y tan corridos y afrentados de ver la cobardía de su rey y cuán sujeto estaba a los españoles, que no le quisieron oír, antes le respondieron palabras muy descompuestas, afrentándole su cobardía y le tiraron muchos flechazos y pedradas; y le acertaron con una en la cabeza, que dentro de cuatro días murió de la herida. Así acabó desastradamente aqueste poderosísimo rey; que antes ni después hubo en este mundo, quien le igualase en majestad y profanidad, tanto que casi quiso hacerse adorar, y se vio en la mayor prosperidad, grandeza y riqueza que hubo en el mundo. Era hombre de mediana estatura, flaco, muy moreno y de pocas barbas, más cauteloso y ardidoso que valeroso. En las armas y modo de su gobierno fue justiciero; en las cosas tocantes a ser estimado y temido en su dignidad y majestad real, de condición muy severo, aunque cuerdo y gracioso. Con la muerte de este poderosísimo rey, fue grandísimo el daño que a Cortés y a los suyos se les siguió, porque se movieron los mexicanos, y muerto Motecuhzoma apretaron mucho a los españoles; y no sintieron mucho su muerte, porque ya estaban indignados contra él por el favor grande que hacía a los españoles, y por la pusilanimidad con que se dejó prender y tratar de ellos. Hicieron luego jurar al rey Cacama su sobrino, aunque estaba preso, con intento de libertarle, por ser persona en quien concurrían las partes y requisitos para su defensa, honra y reputación; mas no pudieron conseguir si intento, porque queriendo ya los españoles salirse huyendo de la ciudad aquella noche, antes le dieron cuarenta y siete puñaladas, porque como era belicoso se quiso defender de ellos; y hizo tantas bravezas, que con estar preso les dio en que entender, y fue necesario todo lo referido para poderle quitar la vida: y luego por su muerte que fue muy sentida de los mexicanos, eligieron y juraron por su rey a Cuitlahuatzin señor de Iztapalapan y hermano de Motecuhzoma, que era su principal caudillo, y a esta sazón su capitán general. Cuitlahuatzin dio a los muertos crudelísima guerra, y jamás les quiso conceder ninguna tregua; pasaron entre ellos y Cuitlahuatzin grandísimos reencuentros y peleas, hasta que Cortés perdió la esperanza de poderse tener en México, y determinó salirse de ella; pero fue con tanto peligro y trabajo suyo y de los suyos, que de toda la riqueza que tenía junta, no pudo sacar casi nada; y aun todos los que murieron de los suyos, fue por ocuparse alguna parte de las riquezas que tenían juntas. Salióse Cortés a diez de julio de 1520, de noche, por entender ser acomodado; mas los mexicanos le sintieron y salieron en su alcance, y le mataron cuatrocientos cincuenta españoles, cuatro mil indios amigos, y cuarenta y seis caballos en la parte que hoy llaman el salto de Alvarado y los mexicanos Toltecaacalopan, que es el nombre de la acequia, y el barrio Mazatzintamalco. En este lugar y en otros aprietos en que los nuestros se vieron prosiguiendo su retirada, murieron entre señores que iban con Cortés así en rehenes como en su favor, cuatro señores mexicanos, que los dos eran hijos del rey Motecuhzoma y se llamaban Zoacontzin, Tzoacpopocatzin, Zepactzin y Tencuecuenotzin, y de las cuatro hijas de Nezahualpiltzintli que se le dieron en rehenes murieron las tres, aunque la una de ellas fue la más bien librada, porque murió bautizada y se llamó doña Juana, que por ser tan querida de Cortés y estar en días de parir la hizo cristiana. Murieron otros dos hijos del rey Nezahualpiltzintli; y asimismo murió en esta demanda Xiutototzin uno de los grandes del reino de Tetzcuco, señor de Teotihuacan, que era capitán general de la parcialidad de Ixtlilxóchitl, que en su nombre había ido en favor y ayuda de Cortés y de los suyos.
Fernando Alva Ixtlilxóchitl,
Historia chichimeca, 1610-1640
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La noche triste en la
Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, 1568
de Bernal Díaz del Castillo
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