He aquí dos ejemplos de dos
excelentes periodistas españoles. Los dos pertenecen a regiones muy representativas
y los dos son menos leídos de lo que se debiera y permanecen injustamente
valorados. Me refiero al catalán Josep Pla (1897-1981) y al gallego Álvaro
Cunqueiro (1912-1981). Ambos proporcionan y proponen una vuelta a los orígenes
de las cosas, a la sabiduría del hombre, a ese inspirar y aspirar de la persona
cuyo aliento es el humanismo.
Está aconsejando Pla —en un
mundo de veleidades vertiginosas— a los jóvenes que le preguntan, por ejemplo,
«¿Qué hemos de hacer? ¿Podría usted tener la amabilidad de darnos una
orientación y decirnos qué podríamos hacer?» Entonces Pla les contesta: «Yo les
aconsejaría un viaje a pie [...] Su viaje debería tener un objeto: informarse,
enterarse de lo que es el país, de cómo vive en él la gente, empaparse de la
manera de ser básica, inalienable, insoluble, del material humano [...]: pasear
y hablar con la gente [...] Nada hay, me parece, que ofrezca tanto interés para
el ciudadano como saber exactamente en qué consiste su país» (Josep Pla,
«Invitación al viaje», en Viaje a pie, Madrid: Confederación Española de
Gremios y Asociaciones de Libreros, 1979, pp. 7 y 9).
Estamos, pues, aquí, no sólo en
el suelo y en la tierra de los caminos, sino también andando por las veredas
del sentido común —un sentido muy del payés y del mundo de Pla—, un camino
sembrado de recomendaciones que nos marcan el ritmo del paso del hombre.
Tomemos otro ejemplo, éste de
Cunqueiro: «La inmensa cantidad de noticias que al hombre le es suministrada es
inadmisible. Tal cantidad termina formando insensiblidad. Puede decirse que la
información que se le suministra al hombre en 1977 es infinitamente superior a
la que ese hombre necesita, y por ese mismo exceso lo transforma en un hombre
desinformado» (Álvaro Cunqueiro, «Sin agua y con noticias», Arriba Dominical,
12 de junio de 1977, p. última).
Y otro texto, también de
Cunqueiro: «Recientemente aludía Giovanni Ansaldo a la disminución de la
capacidad de asombro en las gentes de la inmensa cantidad de varia noticia que
se le suministra diariamente y señalaba la creciente pérdida de credulidad y,
finalmente, la indiferencia» (Álvaro Cunqueiro, «Noticias y prodigios», El
Progreso, 1 de septiembre de 1960).
Ambos textos —el de Pla y los
dos citados de Cunqueiro— nos proyectan hacia la paradoja. ¿Cómo es posible que
Pla —en una civilización en la que viajar es global y meteórico, fulminante en
velocidades— nos aconseje la sabiduría de un viaje a pie? ¿Cómo es posible que
Cunqueiro —en un mundo de saturación informativa y de multiplicidad de medios
(y eso que él se refiere aún a la frontera de 1977; ¿qué diría en 2001?—,
denuncie que cada vez se es más insensible como lector y como persona y cada
vez se pierde más la capacidad de asombro?
La respuesta no es la paradoja
sino —como decíamos al principio— el recordatorio y la llamada de atención al
sentido común. No se conoce Nueva York sino viajando a pie por la Gran Manzana,
no se conoce Estados Unidos sino paseando y hablando con las gentes de esos
pueblos escondidos entre cordilleras y llanuras y que únicamente intuimos por
el cine o por la televisión; así se conoce Bombay, entre los olores, los
colores y los pliegues que cubren las callejuelas, y así se conoce Moscú,
deteniéndose en las esquinas desoladas, a veces alcoholizadas, frecuentemente
heladas y abiertas a la urbe gigantesca. Es decir, al hombre lo conoce el otro
hombre entrecruzando los pasos con él, entrecruzando las palabras: en resumen,
yendo a pie por el tiempo que nos circunda y por el espacio que nos envuelve.
En un siglo de velocidades aéreas sólo conocemos al hombre en la distancia
corta, en la conversación personal, en el interés por el otro que se descubre
en la cercanía, en el sosiego y hasta en la lentitud.
Por su parte, Cunqueiro nos
pregunta para qué nos inundamos de información si bajo esa cantidad nos
ahogamos entre la indiferencia y la falta de asombro. La calidad de nuestras
respuestas debe recibir y asimilar las calidades que nos proporcionan los
medios, no las cantidades. Por tanto, habría que educar siempre al periodismo
en las calidades que nos suministra y no en el copioso vertido de la cantidad.
Y habría que mantener en la educación del hombre —del receptor— esa llama,
también de calidad, denominada interés, sensibilidad y asombro.
Siempre el hombre, dando
vueltas al hombre, el hombre que no acaba nunca de encontrarse a sí mismo. Dos
periodistas vuelven al humanismo. El hombre olvida que debe leer el periódico
con el corazón para estar informado.
José Julio Perlado
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