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Uno
de los rasgos característicos de las narraciones de Alvaro Cunqueiro es el uso
especial que hace de los elementos fantásticos.
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Lo
más llamativo, lo que más ha sido comentado y hasta imitado ha sido su forma de
reinterpretar la mitología o los relatos clásicos: la conversión del mago Merlín,
del Ulises griego o de Simbad el marino en personajes del mundo galaico, perfectamente
integrados en una sociedad diferente a aquella de la que proceden, pero sin perder
su carácter mítico. La fantasía de Cunqueiro se desenvuelve con toda
naturalidad en los temas de la materia de Bretaña o del mundo homérico: El rey
Arturo, la reina Ginebra, Lanzarote del Lago son personajes a los que parece haber
conocido tanto como a los que frecuentaban el local del Pallarego, el mindoniense
barbero y músico que él convirtió en personaje de sus relatos. Las historias
que cuentan los soldados y capitanes de la Guerra de Troya las sentimos tan
cercanas como las que hablan de mencifleiros o de fuxidos.
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Esa
faceta de la recreación de temas clásicos es sin duda una de las grandes avenidas
por las que circula la capacidad fabuladora del narrador, pero no es la única.
En los cuentos de A. Cunqueiro, sobre todo en los que narra historias referidas
al mundo galaico rural, nos encontramos con una elaboración peculiar de los elementos
fantásticos.
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En
sus grandes obras, Un hombre que se parecía a Orestes, Las mocedades de Ulises,
así como en los relatos del ciclo de Bretaña, el autor parte de una realidad ya
mitificada, petrificada en cierto modo por la cultura, y en ellos la función de
la fantasía cunqueiriana es vivificar, insuflar nueva sangre al mito, añadiendo
detalles desconocidos que los humanizan y nos acercan a aquellos personajes del
pasado; aunque también utiliza la técnica de romper los esquemas de lo que ya conocíamos,
que es otra forma de acercarnos al mito, renovándolo.
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En
los cuentos referidos al mundo rural galaico la fantasía actúa en un doble sentido:
por una parte tiende a transformar la realidad cotidiana elevándola a mito mediante
la aparición de lo maravilloso, y por otro acerca el mundo de lo sobrenatural a
la realidad de cada día, presentándolo como algo tan habitual que no precisa de
explicaciones. El resultado es un universo en la que lo mítico y lo real, lo
cotidiano y lo extraordinario, lo de este mundo y lo del otro se mezclan de tal
forma que no pueden separarse. Ese mundo, contado con humor, me parece a mí la
creación más original de Alvaro Cunqueiro.
Vamos
a ver alguno de los procedimientos utilizados por el autor en los relatos fantásticos
de ambiente rural, analizando el cuento «La cabeza de Bouso», del libro de
relatos La otra gente, cuyas peripecias se sitúan en un espacio de ficción llamado
Mondoñedo.
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Como
sucede en otros cuentos de Alvaro Cunqueiro, el narrador parte de un suceso que
dice haber leído en un periódico. Esa noticia, que en otros casos es una
referencia histórica, a veces auténtica y a veces inventada, tiene por función hacer
pensar al lector que, aunque lo que va a leer le resulte raro, se trata de un
hecho documentado. Así en «La cabeza de Bouso» el punto de partida es la noticia
aparecida en el Time de Nueva York (el prestigio del periódico avala la credibilidad
de la noticia) de que en Chicago operaron a un hombre para quitarle un hueso
que le sobraba en la cabeza. Del paciente se puntualiza que era hijo de italianos
y que el hueso superfluo, en forma de haba, lo tenía entre el frontal y un parietal,
precisión fisiológica que contribuye también a aumentar la sensación de autenticidad
de la noticia.
A
continuación el autor asegura que eso mismo (lo de tener un hueso de más en la
cabeza) ya le había ocurrido en Mondoñedo a un individuo del que se da el
nombre: un tal Bouso de Prado. Se adelanta que no fue operado sino el que el
hueso lo expulsó por la nariz. Y, una vez captada la atención del lector, pasa
a contar la historia desde el principio.
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El
relato empieza en el terreno de un realismo casi costumbrista: Bouso discute en
una feria con un forastero, valenciano por más señas, acerca de la calidad de
la comida gallega, y en la discusión llegan a las manos. El valenciano lo zarandea
y Bouso cae desmayado al suelo. Desde el momento en que el personaje recupera
el sentido entramos en el terreno de lo fantástico: Bouso tiene sueltos los huesos
de la cabeza.
Ese
hecho imposible se presenta como un hecho real: Bouso oye como suenan sus
huesos al mover la cabeza, y también los oyen sus vecinos; no se trata por
tanto de una alucinación. Aceptado como real el hecho fantástico, se pasa a describir
la situación, que es muy desagradable para el protagonista: alguno de los huesos
sueltos se le viene con frecuencia hacia delante y le impide ver, lo cual, aparte
de la molestia, implica para el afectado un riesgo de ceguera permanente. Sólo
de modo transitorio, con una hábil sacudida, su mujer consigue a veces
despejarle la vista.
Desde
el realismo de la feria y las disputas localistas hemos pasado a un mundo
similar al de la esquizofrenia paranoide: partiendo de un hecho falso se organiza
toda una secuencia perfectamente lógica. Es la técnica de los episodios de los
molinos de viento de El Quijote y del Informe sobre ciegos de Sábato el punto
de partida es irreal (los molinos no son gigantes, ni los ciegos una sociedad criminal)
pero a partir de ahí lo que sucede es congruente. Lo mismo sucede en el cuento
de Cunqueiro: A nadie se le sueltan los huesos de la cabeza sin morirse, pero,
una vez aceptado el hecho fabuloso de que Bouso tiene sueltos los huesos de la
cabeza y está vivo, es lógico que los huesos sueltos le produzcan grandes molestias.
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Para
arreglar esa situación la pareja acude a un componedor, Primo de Baltar, y el
remedio que este ofrece se mueve también en la lógica de lo fantástico: el mencifieiro
le pone al enfermo en la parte trasera de la cabeza parches de cera caliente,
con lo cual, «pasando el espíritu de la cera al interior, pegaba los huesos unos
contra otros, y todos a lo que Primo llamaba 'la bóveda de la campana', que la
hay en algunas cabezas».
En
este momento se introduce en el relato un nuevo elemento fantástico: esa
«bóveda de la campana», órgano excepcional que solo algunos individuos poseen.
¿Quiénes? A lo fantástico se une lo lírico en la respuesta: La tienen «los que
soñando dormidos escuchan correr el viento». Respuesta ambigua y sugerente donde
las haya pues no aclara nada y abre mil posibilidades misteriosas.
Cuando
ya parece que estamos metidos de lleno en el terreno de lo fantástico, llegan
unas escogidas precisiones que nos llevan de nuevo al mundo de la realidad más
palpable: «Terminado el pegamento, Bouso y Primo comieron un cabrito y bebieron
media cántara de vino. Primo cobró ciento veintisiete pesetas por la operación:
las veintisiete pesetas eran de la cera virgen gastada. Bouso puso el cabrito,
el vino, un queso, el pan, los cafés y el coñac. También le regaló a Primo una
corbata con el retrato de Machado, que se la mandara un sobrino que vivía en La
Habana».
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Los
detalles costumbristas de la comida: cabrito, queso, pan y vino, y el detalle histórico
de la corbata con la efigie del presidente cubano Gerardo Machado nos sitúan de
nuevo en el plano de una realidad gallega rural, de campesinos y emigrados en
la que, sin embargo, lo extraordinario pasa a ser cotidiano. Así vemos a la
mujer de Bouso poniéndole cada sábado a su marido un parche de cera caliente en
la cabeza para mantener los hueso bien pegados.
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Pese
a los cuidados de la mujer, uno de los huesos se le suelta. Aunque no lo ven,
por el sonido y por el modo de desplazarse se dan cuenta de que es alargado y
redondo como un cigarrillo. Y el hueso empieza a dar la lata: «Bouso estaba podando
distraído y sentía venir el hueso desde atrás y golpearle en la frente: ¡Tac!».
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Vuelven
al componedor, que les dice que ese hueso le sobra, provocando un gran
desconcierto en el protagonista: «¿Cómo va a sobrarme un hueso? –se admiraba
Bouso».
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Esa
admiración del personaje es un ejemplo de maestría narrativa. Se asombra de que
le sobre un hueso, y no de todo lo que le ha ocurrido antes: que se le suelten
los huesos de la cabeza y que no se muera; que se los peguen con parche de cera
caliente, que uno se le despegue y se dedique a pasearse por el interior de su
cráneo...
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El
asombro del protagonista centra la atención del lector sobre lo que se pretende
presentar como hecho excepcional, que fue, recordemos, el punto de partida: que
a un hombre lo operaron en Chicago para quitarle un hueso que le sobraba.
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La
explicación que da el menciñeiro en respuesta al asombro del personaje universaliza
los hechos puntuales narrados, tanto la noticia del Times como la historia de
Bouso de Prado: Algunas personas tienen un hueso, llamado hueso del azogue, que
les sobra y que conviene eliminar.
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Bouso
no necesitó de operación como el americano: Primo de Baltar le preparó unos
polvos de rapé y al tercer estornudo salió por la nariz el hueso, blanquito y
muy limpio, como de ala de pollo.
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El
hueso lo enterraron porque dijo el menciñeiro que los huesos de azogue en
ciertas épocas son contagiosos y no fuese a haber epidemia.
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Todo
esto, sin duda, no lo sabían los cirujanos de Chicago que extrajeron el hueso
sobrante de la cabeza del hijo de los italianos. Esa sabiduría es exclusiva del
mundo en el que se mueven Primo de Baltar y Bouso: es propia de un grupo escogido,
como la ciencia de los antiguos sacerdotes egipcios o la magia de Merlín; algo
arcano, al que muy pocos tienen acceso, absolutamente cerrado para la
civilización de los grandes rascacielos.
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Sin
necesidad de operación, Bouso quedó curado. La única secuela que le dejó su mal
fue que le pesaba la cabeza, en la parte de atrás. Cosa natural, nos dice el
narrador, ya que tiene allí pegados los huesos todos.
Ese
comentario final, que sentimos irónico, subraya la inseparable unión de lo
realista y lo fantástico. Estamos en un mundo en el que las fronteras entre
realidad y fantasía se diluyen, en el que la realidad más prosaica y cotidiana
se teje con los hilos de lo mágico y lo maravilloso. Pero en la que el humor
marca la distancia entre el narrador y los hechos narrados. Ese humor es la
marca del autor.
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Frente
al aséptico suceso del que da cuenta el Times (una simple anomalía fisiológica
que se resuelve con una operación), el relato de Alvaro Cunqueiro nos introduce
en una realidad compleja en la que el misterio y la fantasía son parte fundamental,
pero también lo es el humor con que ese mundo está visto. Y eso es lo que lo
diferencia los cuentos de tema gallego de Alvaro Cunqueiro tanto del relato
fantástico como del costumbrista. El autor nos introduce en un mundo en el que
los hechos extraordinarios ocurren con absoluta naturalidad. Un mundo mágico, regido
por su propia lógica interna, y por unos saberes y poderes ancestrales. Nos
hace asomarnos a ese mundo y sonríe: ustedes podrán no creer en las meigas, pero
haberlas, hailas.
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