El monólogo interior joyceano, influencia primordial desde cualquier punto de vista en la elaboración de los libros de poesía en prosa de Juan Ramón Jiménez Espacio y Tiempo, es una técnica expresiva del llamado “flujo de conciencia”, cuyo concepto está presente por vez primera en el libro Principios de psicología (1890) del pensador norteamericano William James. Por medio del monólogo interior, desarrollado en el campo de la escritura creativa hasta sus últimas consecuencias por James Joyce, el lector se involucra directamente en la verdad de lo narrado, dado que está, metafóricamente, en el interior de la mente de los personajes, en su subconsciente. En este sentido, parece claro que las doctrinas de Sigmund Freud también sustentan a su manera el monólogo interior del autor del Ulises, aunque surjan filtradas por el íntimo y aquilatado tamiz del artista.
El monólogo interior joyceano, por tanto, sumerge al lector, con respecto a un significado del texto adherido a la lógica normativa, en un estado de perplejidad y de incoherencia, de ausencia de lucidez. Sin embargo, el monólogo interior de Juan Ramón pretende, según él mismo escribe, adherirse de raíz a la lucidez y la coherencia, estableciendo así una sensible distancia con respecto a sus contemporáneos cultivadores del monólogo.
Pero dejemos que sea el propio Juan Ramón quien explique su personal entendimiento del monólogo interior como técnica expresiva. A continuación reproduzco un fragmento de su poema Tiempo en el que explicita con alguna claridad sus ideas al respecto:
“Desde muy joven pensé en el luego llamado ‘monólogo interior’, (nombre perfecto como el otro ‘realismo májico’ –sic-) aunque sin ese nombre todavía; y en toda mi obra hay muestras constante de ello. (El Diario de un poeta está lleno de estos estados). Mi diferencia con los ‘monologuistas interiores’ que culminaron en Dujardin, James Joyce, Perse, Eliot, Pound, etc..., está en que para mí el monólogo interior es sucesivo, sí, pero lúcido y coherente. Lo único que le falta es argumento. Es como sería un poema de poemas sin enlace lójico (sic). Mi monólogo es la ocurrencia permanente desechada por falta de tiempo y lugar durante todo el día, una conciencia vijilante (sic) y separadora al marjen (sic) de la voluntad de elección. Es una verdadera fuga, una rapsodia constante, como los escapes hacia arriba de fuegos de colores, de enjambres de luces, de glóbulos de sangre con música bajo los párpados del niño en el entresueño. Mi monólogo estuvo siempre hecho de universos desgranados, una nebulosa distinguida ya; con una ideolojía (sic) caótica sensitiva, universos, universos, universos.”
En este complejo texto, Juan Ramón quiere dejar claras, a mi juicio, al menos dos cosas. Primero, que él era un cultivador del monólogo interior incluso desde tiempo antes de que éste se llamará así. Y segundo, quiere subrayar significativas diferencias conceptuales sobre el monólogo interior, con respecto a los más conocidos e influyentes coetáneos cultivadores del mismo.
En torno a la primera cuestión, sólo cabe decir que Juan Ramón tenía un interés incuestionable por demostrar que él llegó primero y por sus propios medios al monólogo interior, subrayando además la distancia que a este respecto le separaba de poetas, como por ejemplo, T. S. Eliot. En cuanto al segundo punto, creo que Juan Ramón tropieza en la paradoja. Nos dice que para él el monólogo interior es lúcido y coherente, pero acto seguido nos señala que sus monólogos no presentan enlaces lógicos, sino una sucesión de ocurrencias permanentes, que eclosionan en lenguaje al margen de la voluntad del autor, y son fruto de su conciencia vigilante, de una ideología caótica sensitiva.
¿Estamos pues en Espacio (1954, en su versión definitiva, es decir, dos años antes de la concesión del Nobel y cuatro antes de la muerte del autor), realmente ante un tipo de monologo interior cuya raíz es muy distinta a la que plasmó Joyce en el Ulises o en Finnegan’s wake? Sinceramente, rotundamente, creo que no. Sí creo, sin embargo, que la muy justificada obsesión de Juan Ramón por no mostrarse sólo como un epígono, como alguien que instala en la nueva contemporaneidad su lenguaje y su lengua desde caminos ya recorridos y ampliados por otros, le hace querer establecer diferencias que en el fondo no existen, o que son de un calibre no muy significativo.
En Espacio desarrolla Juan Ramón un continuo, un discurrir en el que nada se elimina, en el que el contenido de la conciencia se vierte por entero en la materialidad de las palabras. No hay en él principio, no hay fin, todo es circular en el espacio radicado y vivido en la lógica del tiempo; todo es fluir en fragmentos inteligibles por el ritmo (música), por lo sensorial sin cortapisas. Lo que se dice está condicionado por cómo está dicho, por una exploración verbal que dinamita las distancias entre forma y fondo, entre lengua y referente poético. Espacio es movimiento mental transformado en puro lenguaje por medio de citas, autocitas, repeticiones, anécdotas, imágenes, polisemias, ocurrencias, entrecomillados, superposiciones, recuerdos, reflexiones, olvidos, clavos y metralla metapoética...
Es también biografía narrada en primera persona y destinada implícitamente, con forma de monólogo interior, a un segundo yo del narrador, al “otro” del narrador, al otro espacio y al otro tiempo del narrador. El monologuista de Espacio es materia de memoria; recupera desde la memoria el pasado perdido para hacerlo presente y después futuro, para construir desde el espacio que fue en el tiempo, una conciencia del yo in able por la muerte, una sustancia divinizada, cantada y edificada por lo vivido y lo porvivir: “Los dioses –así comienza Juan Ramón su oceánico y generativo poema- no tuvieron más sustancia que la que tengo yo. Yo tengo, como ellos, la sustancia de lo vivido y de todo lo porvivir. No soy presente sólo, sino fuga raudal de cabo a fin. Y lo que veo, a un lado y otro, en esta fuga (rosas, restos de alas, sombra y luz) es sólo mío, recuerdo y ansia míos, presentimiento, olvido. ¿Quién sabe más que yo, quién, qué hombre o qué dios, puede, ha podido, podrá decirme a mí qué es mi vida y mi muerte, qué no es? Si hay quien lo sabe, yo lo sé más que ese, y si quien lo ignora, más que ese lo ignoro. Lucha entre este ignorar y este saber es mi vida, su vida, y es la vida”.
Pero es Espacio también música, y la música es lo que le otorga al discurso poemático su unidad final, lo que facilita considerablemente la sucesión de secuencias e imágenes a lo largo de su desarrollo, lo que otorga al poema su particular esencia circular, o mejor dicho, de línea que se desenvuelve sin vislumbrarse en ella un fin que apele a una evidente lógica interna.
Espacio y su íntima relación con la música, sí, ese el segundo elemento que quiero dejar apuntalado en estas pocas líneas.
Al respecto diré que no me interesa tanto la música o lo musical tratado como expresa y significante referencia temática en el poema, como siel propio entramado musical que, inoculado en la sangre y la vida del texto en prosa juanramoniano, explica a mi juicio su estructuración en tres fragmentos, en tres estrofas que a todas luces funcionan como los movimientos de una sonata clásica para instrumento solo: la voz interior e interiorizada del poeta.
Y es que Espacio, y con este apunte quiero concluir ya la breve reflexión aquí plasmada, es una sonata, presenta formalmente la secuencia de una sonata, es decir, una exposición, un desarrollo, y una reexposición que, con extremada densidad sonora y conceptual, le sirve al poeta para disponer en capas rítmicas independientes, y sobre un fondo de compleja e implacable polifonía semántica, un intrincado discurso poemático y musical cargado de contrastes dinámicos y de tonalidades distintas. En definitiva, Espacio es un discurso interior para instrumento solo recorrido y levantado por y desde la memoria, la nostalgia, el tiempo, el silencio, el sonido, la luz, el destino, el exilio, el olvido y la conciencia de un hombre que se ha sabido transformar en hombres y en dioses, que se ha convertido en divinidad humanizada de sí, por sí.
Con la “sonata poemática” Espacio, Juan Ramón consiguió el definitivo y afortunado estallido del marco formal, tonal y conceptual de los cimientos de la poesía española, precipitando ésta hacia una evolución ya de carácter radical que trascendió los esquemas establecidos, y las ideas recibidas hasta ese momento por unas y otras sensibilidades, por unas y otras tradiciones. Espacio es, así, un camino, una senda engendradora a un mismo tiempo de pasado y futuro, de lenguaje y poemas para ayer, para hoy y para mañana.
Juan Antonio González Fuertes
(extraído del blog ojosdepapel)
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