Yo me represento a T. S. Eliot
(por su obra y por las fotografías de su persona) como un ente monstruoso humano
(esas orejas de elefante, esos ojos de óptica, ese mentón de cartón piedra), que
tiene una y sola mano, grande como un anuncio de guante de mano, en vez de
cabeza, y dos cabezas inadvertidas en vez de manos.
La alta mano hipertrofiada es
la que manda (artesanía virtuosa) y las cabezas, derecha e izquierda, las que
escriben. Unas veces escribe la cabeza izquierda y otras la derecha; otras veces
escriben las dos al mismo tiempo, y otras veces la alta mano confunde las
cabezas, como que tiene seis dedos, y le dicta a la derecha lo que debiera
escribir la izquierda o a la izquierda lo que debiera escribir la derecha. Otras
veces me represento que la cabeza derecha de Eliot escribe la prosa y la
izquierda el verso; y que las dos cabezas obedecen a la mano rectora en ambos
dictados, pero que no se entienden entre sí.
Por eso la escritura jeneral
de Eliot tiene siempre mucho de mano alta y de cabezas confundidas, ya en la
forma o en la idea. Su falta de lójica poética parece fruto moldeable en mano
rectora, directora siempre; y siempre su lójica crítica parece fruto de cabezas
vivientes.
En jeneral me disgusta Eliot.
Es poeta de truco permanente, quizás el más truquista de todos los poetas,
porque es el de truco más virtuoso, un sumador de trucos ajenos, y el vicio
superior no es más que un truco. Se ve claro que tal estrofa no quería decir lo
que dice; que ha sido truqueada, hasta dejarla en el punto del efecto ambiguo,
no como en Mallarmé en el punto de la oscuridad añadida por pudor, como un veto.
Como poesía de truco, no da la impresión de que Eliot piense lo que dice. Es un
poeta todo ripioso, al que a veces le falla el ripio y le sale sin querer algo
natural que en él parece falso o enfermo. Sus «hombres huecos», su hipopótamo
católico, su Virjen de la Devoración, son absolutamente falsos. Eliot es lo que
es por la riqueza de su fraude, por el producto apretado que le permite
conseguir efectos de falsedad muy bellos a veces por contraste de caricaturas
que no se entienden entre sí. Pero nunca da la impresión de un poeta completo
por sí mismo, como Blake o Yeats, sus compatriotas superiores en sus mejores
poemas. Los poemas de Eliot siempre me parecen ruinas sumadas por equivocación
en un museo.
La lójica, cuando sirve,
jenial, a un espíritu hermoso, puede ser lo más hermoso del mundo. Eliot
demuestra en su crítica una lójica perfecta que lleva como la maleta permanente
del viaje de esta vida y en sus poemas da la impresión de que no ha querido
servirse de la maleta. Como si fuese un crítico que no supiera ser poeta, o que
su única preocupación es ocultar la verdad, por despiste, a la jente. Parece un
carambolista supremo que se propone demostrar que la lójica no le impide hacer
una carambola. Esta manía de lo ilójico razonado no tiene razón ninguna en un
hombre sólo injenioso como es Eliot. Lo ilójico es propio del niño instintivo,
del viejo loco, del idiota jenial o del poeta conjénito. Quizás sea Eliot un
poeta frustrado por su crítico, al que pretende engañar a la vista de todos.
Mirad bien su cara ahora que
se comprende que es ésta. Sus orejas de cabeza tienen algo que decir, que
escuchar. Que lo escuchen: «Eliot, es usted un farsante o un impostor. Su libro
sobre la cultura lo demuestra. Lo que usted dice en él sólo lo puede decir un
oportunista. Por algo se cuelga usted el pañuelo de la nariz del bolsillo de
pecho, como una camarera en su hombro el suyo, de su uniforme de hombre snob,
adulador de la tradición convencional. No será usted tenido en cuenta por el
futuro.»
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