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TEXTOS ESCOGIDOS:
ESTUDIOS Y ENLACES:
Tusitala, el narrador de historias (Josefina R. Aldecoa)
Prólogo a "La tierra de nadie y otros relatos" (Ana María Matute)
IGNACIO ALDECOA (1925-1969) De origen vasco (Vitoria), estudió filosofía
y letras en Madrid. Se dedicó de tiempo completo a la literatura en su corta
vida. Escribió poesía, cuento y novela. Según la crítica lo mejor de su obra se
encuentra en el cuento, aunque hay, por lo menos dos novelas de él muy
representativas del movimiento: El fulgor y la sangre (1954) y Gran
sol (1957). Otras novelas son Con el viento solano (1956) y Parte
de una historia (1967). sus libros de cuentos son: Vísperas de silencio
(1955), Espera de tercera clase (1955) y El corazón y otros frutos
amargos (1959).
Su primera
novela, El fulgor y la sangre, conjunta muy bien fondo y forma. Es la
historia de un destacamento militar en el que seis de sus integrantes sufren un
atentado y un de ellos muere. La novela se centra en el soliloquio angustiado
de las mujeres, inciertas ante la desgracia, pues no pueden saber cuál de ellos
es el fallecido, al mismo tiempo sabida e ignorada. Lo importante no es la
presencia cierta e inconcreta de la muerte gravitando sorber esas vidas, sino
el hecho de que las vidas mismas, a un tiempo dispares y típicas, vulgares y
singularizadas, coincidan precisamente en el desolado aislamiento del
castillo-cuartel, bajo el peso algo tan abstracto y en cierto modo remoto como
la idea del deber.
En la novela Con
el viento solano incide en el tema de la gitanería, sobre un leve esquema
argumental que no deja de hacernos pensar en el abrumador precedente de Crimen
y castigo. El gitano Sebastián Vázquez, perezoso y cobarde, se ve tentado
irresistiblemente por las ocasiones en que la fanfarronada violenta el permite
demostrarse a sí mismo, y patentizar ante los otros, que es un "hombre de
verdad", con la psicología típica del chulo que encubre un grave complejo
de inferioridad.
Vázquez mata,
sin la menor justificación aparente, el guardia que intenta detenerlo después
de una bronca sin importancia; y, cometido el crimen, huye sin plan alguno a la
deriva: la descripción de esa larga huida, entre un lunes y un sábado, con
escalas en Madrid, Alcalá y algunos otros pueblos. Durante su periplo va
encontrándose con familiares, gitanos amigos, perfectos desconocidos,
borracheras permanentes, nuevos riesgos de riñas absurdas y la amenaza constante de la detención. Todo esto
constituye un relato sin duda ágil, movido y pintoresco, pero también, en el fondo,
más monótono y relativamente más superficial que El fulgor y la sangre.
Con Gran sol
(1957) el mundo de los trabajos del mar y su soledad queda fielmente retratado.
Probablemente no hay en la novelística española (Nora dixit) un
sólo ejemplo de relato tan ascético y sobriamente ceñido a un tema concreto.
Para encontrar un equivalente no muy remoto podríamos pensar en El viejo y
el mar. Gran sol reduce, en efecto, a la narración de doce o quince
días uno de los viajes del pesquero Aril. En el relato encontramos jornadas
monótonas primero, mar picado después, alternativas a las faenas pesqueras y,
al final el accidente dramático.
La novela nos
habla de que en el aislamiento la convivencia se convierte en un conflicto. Las
escapadas líricas de la narración son escasas e, incluso, al lector desprevenido,
el pasarán desapercibidas. La psicología de los marineros se refleja, casi
únicamente, en su hablar y en su comportamiento; la posible intención crítica o
social queda insinuada apenas, con una retención y naturalidad de mano maestra,
en alguna reflexión o comentario realmente pasajero.
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