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Por los tenebrosos rincones de mi cerebro, acurrucados y desnudos, duermen
los extravagantes hijos de mi fantasía, esperando en silencio que el Arte los vista de la palabra para poderse presentar
decentes en la escena del mundo.
Fecunda, como el lecho de amor de la Miseria, y parecida a esos padres que engendran más
hijos de los que pueden alimentar, mi Musa concibe y pare en el misterioso
santuario de la cabeza, poblándola de creaciones sin número a las cuales ni mi
actividad ni todos los años que me restan de vida serían suficientes a dar
forma.
Y aquí dentro, desnudos y deformes, revueltos y barajados en indescriptible
confusión, los siento a veces agitarse y vivir con una vida oscura y extraña,
semejante a la de esas miríadas de gérmenes que hierven y se estremecen en una
eterna incubación dentro de las entrañas de la tierra, sin encontrar fuerzas
bastantes para salir a la superficie y convertirse al beso del sol en flores y
frutos.
Conmigo van, destinados a morir conmigo, sin que de ellos quede otro rastro
que el que deja un sueño de la media noche que a la mañana no puede recordarse.
En algunas ocasiones y ante esa idea terrible, se subleva en ellos el instinto
de la vida y agitándose en terrible aunque silencioso tumulto buscan en tropel
por donde salir a la luz, de las tinieblas en que viven. Pero ¡ay!, que entre
el mundo de la idea y el de la forma existe un abismo que sólo puede salvar la
palabra, y la palabra, tímida y perezosa, se niega a secundar sus esfuerzos! Mudos, sombríos e impotentes, después de la
inútil lucha vuelven a caer en su antiguo marasmo. Tal caen inertes en los
surcos de las sendas, si cae el viento, las hojas amarillas que levantó el
remolino.
Estas sediciones de los rebeldes hijos de la imaginación explican algunas
de mis fiebres: ellas son la causa desconocida para la ciencia de mis
exaltaciones y mis abatimientos. Y así, aunque mal, vengo viviendo hasta aquí:
paseando por entre la indiferente multitud esta silenciosa tempestad de mi
cabeza. Así vengo viviendo; pero todas las cosas tienen un término y a éstas
hay que ponerles punto.
El Insomnio y la Fantasía siguen y siguen procreando en monstruoso
maridaje. Sus creaciones, apretadas ya, como las raquíticas plantas de un vivero,
pugnan por dilatar su fantástica existencia disputándose los átomos de la
memoria como el escaso jugo de una tierra estéril. Necesario es abrir paso a
las aguas profundas, que acabarán por romper el dique, diariamente aumentadas
por un manantial vivo.
¡Andad, pues!; andad y vivid con la única vida que puedo daros. Mi
inteligencia os nutrirá lo suficiente para que seáis palpables. Os vestirá,
aunque sea de harapos, lo bastante para que no avergüence vuestra desnudez. Yo
quisiera forjar para cada uno de vosotros una maravillosa estofa tejida de
frases exquisitas en la que os pudierais envolver con orgullo como en un manto
de púrpura. Yo quisiera poder cincelar la forma que ha de conteneros como se cincela el vaso de oro que
ha de guardar un preciado perfume. ¡Mas es imposible!
No obstante, necesito descansar; necesito, del mismo modo que se sangra el
cuerpo por cuyas hinchadas venas se precipita la sangre con pletórico empuje,
desahogar el cerebro insuficiente a contener tantos absurdos.
Quedad pues consignados aquí, como la estela nebulosa que señala el paso de
un desconocido cometa; como los átomos dispersos de un mundo en embrión que
aventa por el aire la muerte antes que su Creador haya podido pronunciar el
fiat lux que separa la claridad de las sombras.
No quiero que en mis noches sin sueño volváis a pasar por delante de mis
ojos en extravagante procesión pidiéndome con gestos y contorsiones que os
saque a la vida de la realidad del limbo en que vivís, semejantes a fantasmas
sin consistencia. No quiero que al romperse este arpa vieja y cascada ya, se
pierdan a la vez que el instrumento las ignoradas notas que contenía. Deseo
ocuparme un poco del mundo que me rodea pudiendo, una vez vacío, apartar los
ojos de este otro mundo que llevo dentro de la cabeza. El sentido común, que es
la barrera de los sueños, comienza a flaquear y las gentes de diversos campos
se mezclan y confunden. Me cuesta trabajo saber qué cosas he soñado y cuáles me
han sucedido; mis afectos se reparten entre fantasmas de la imaginación y
personajes reales; mi memoria clasifica revueltos nombres y fechas de mujeres y
días que han muerto o han pasado con los de días y mujeres que no han existido sino en mi
mente. Preciso es acabar arrojándoos de la cabeza de una vez para siempre.
Si morir es dormir, quiero dormir en paz en la noche de la Muerte sin que vengáis a ser mi pesadilla,
maldiciéndome por haberos condenado a la nada antes de haber nacido. Id pues al
mundo, a cuyo contacto fuisteis engendrados, y quedad en él como el eco que
encontraron en un alma que pasó por la tierra sus alegrías y sus dolores, sus
esperanzas y sus luchas.
Tal vez muy pronto tendré que hacer la maleta para el gran viaje; de una
hora a otra puede desligarse el espíritu de la materia para remontarse a regiones
más puras. No quiero, cuando esto suceda, llevar conmigo, como el abigarrado
equipaje de un saltimbanqui, el tesoro
de oropeles y guiñapos que ha ido acumulando la fantasía en los desvanes del
cerebro.
Gustavo Adolfo Bécquer
Rimas (Introducción sinfónica)
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