1. Pierre Ménard,
ciudadano del mundo
El conocido cuento de
Borges, «Pierre Ménard, autor del Quijote», reducido a su mínima expresión
representa la hazaña de un oscuro poeta simbolista, que decide acometer una
empresa mayor: la de reescribir Don Quijote -sin copiarlo.
Es sorprendente el eco
que este breve relato, de tono deliberadamente gris y prosaico, ha tenido en
escritores, pensadores y críticos del mundo entero. Fama y difusión
correlativas a la de la obra total de Borges en la literatura universal. La
repercusión de este relato se verifica en los ámbitos del cuento, la crítica,
el pensamiento, la lingüística, la historia. Esa trascendencia no se ha debido,
sin embargo, como en el caso de otros célebres cuentos o relatos universales, a
la implicación moral o sentimental de un tema, un héroe o una intriga
(pensemos, por ejemplo, en la universalidad de otros cuentos famosos) sino a la
peculiar sustancia y circunstancia del relato. Peculiaridad difícil de definir,
porque parece escapar a las categorías más habituales de ficción, o relato
imaginario, o narrativa del conocimiento, o literatura fantástica -a menos que
nos contentemos con la de lo fantástico intelectual (pese a la imprecisión,
amplitud e insatisfacción que la denominación puede entrañar).
Al hablar de su extensa
repercusión, no nos referimos tanto a los estudios particulares de que ha sido
objeto en la copiosa bibliografía crítica, como, especialmente, a la alusión,
mención o cita en textos o discursos que a él recurren, desde su propio interés
y perspectiva. La singular materia del relato, la extravagante fábula tan rica
de implicaciones y posibles derivaciones, explica que haya servido de
ilustración, sustento, apertura o iluminación de teorías, métodos, hipótesis o
conjeturas lingüísticas o literarias.
Sin intención
exhaustiva, veamos algunas de esas referencias.
A Gérard Genette, por
ejemplo, el relato le sirve para hablar de la práctica hipertextual consistente
en una «transformación puramente semántica», que denomina parodia minimal
(«parodie minimale»). Pierre Ménard asiste aquí al espectáculo de la
Intertextualidad.
Umberto Eco recurre a
Pierre Ménard para ejemplificar las nociones de «uso» e «interpretación»
textual, en los análisis de semiología general. Pierre Ménard ingresa en el
escenario de la Semiología y en el de la Estética de la recepción.
El relato es para Sábato
motivo de interrogación respecto de la vigencia del pasado. ¿No entra así
Pierre Ménard en la Filosofía de la Historia?
Jean-Marie Schaeffer
invoca el texto para mostrar que la diferencia de contexto
origina una diferencia genérica, aun dentro de un género determinado. Es decir,
Pierre Ménard incursiona en el antiguo y controvertido ámbito de la Teoría de
los géneros literarios.
A Robbe-Grillet le
sirve, en defensa del nouveau roman, para condenar -por «deshonestos», dice-
los argumentos de una crítica que pondera en un autor moderno el estilo clásico
o los elogios del tipo «escribe como Stendhal». «Para escribir como Stendhal
-sostiene- ante todo habría que escribir en 1830». Afirmación que rubrica con
la siguiente reflexión: «El novelista del siglo XX que reprodujese palabra a
palabra Don Quijote escribiría de tal modo una obra totalmente diferente de la
de Cervantes».
Para Maurice Blanchot,
«Pierre Ménard» tiene que ver con el misterio de la traducción. En esta, dice,
«tenemos la misma obra en un doble lenguaje; en la ficción de Borges tenemos
dos obras en la identidad del mismo lenguaje y, en esa identidad que no lo es,
el fascinante espejismo de la duplicidad de los posibles».
Rodríguez Monegal, por
su parte, con motivo de Lezama Lima y Paradiso, vincula «Pierre Ménard» con «la
vanidad de la crítica»: «Ya Borges había alegorizado esa vanidad en el destino
grotesco, y tal vez patético, de Pierre Ménard, autor del Quijote».
Alicia Borinsky cree que
Borges en «Pierre Ménard» (como Arenas en El mundo alucinante) crea una máquina
que intenta «enmascararse como una lectura vista como reescritura». Y este
«efecto de repetición» supone olvidarse del libro: «es la teoría del lenguaje
que lo hace posible».
No ha faltado tampoco
una referencia explícita de Stanislaw Lem, el autor de ciencia ficción. Lem
sostiene en un artículo (de ficción científica llevada a la crítica literaria),
y con motivo de novelas que intentan prescindir del narrador y aun del contexto
histórico, viviendo solo de la autosuficiencia del
lenguaje, que «la autonomía total de la lengua es un disparate», que «ni las
palabras ni las frases enteras tienen atrincheramientos y fronteras». Al
respecto afirma que Borges roza la cuestión con su relato, del que cita literalmente
el fragmento referido a la «historia, madre de la verdad», idéntico y distinto
en Cervantes y en Ménard, para concluir: «Aquí hay algo más que una broma
literaria o una burla, las reflexiones de Borges son estrictamente justas y la
verdad en ellas contenida no sufre el menor menoscabo a causa del absurdo del
concepto mismo (¡escribir el Quijote de nuevo!). En efecto, el sentido de las
frases se lee en función del contexto de la época; lo que significaba una
retórica inocente en el siglo XVII adquiere un sentido cínico en el nuestro.
Las frases no tienen un sentido in se, y no fue Borges quien lo decidió así
para gastar una broma; el momento histórico modela los significados
lingüísticos: he aquí una realidad inapelable».
Pierre Ménard, como se ve,
es un hombre que se pasea por el mundo. O al menos por el mundo... de la teoría
y la crítica literaria.
-
2. ¿Quién es Pierre
Ménard?
Pero dejando de lado
ecos y referencias que de manera puntual han tenido y tienen lugar, debido a la
particular condición de la fábula contenida en Pierre Ménard, abordemos otra
cuestión que ha desvelado a más de un crítico o lector, y que podría
formularse, un tanto secamente, así: ¿quién es Pierre Ménard? O mejor dicho,
¿quién está detrás de Pierre Ménard? ¿En qué escritor, o en qué experiencia
ajena pudo inspirarse Borges para la creación de su personaje? Cabe pensar que
bien pudo no haberse basado en ningún autor o episodio particular, que su extraño héroe pudo haber sido simplemente el fruto de una especulación.
Pero pudo existir un modelo. Aun en tal caso, resta el imponderable espacio de
la libertad creadora. Nadie cree que el novelista copia o traslada directamente
sus personajes del mundo real a la ficción. Hay mutilaciones, trasplantes,
metamorfosis. Pero a menudo el autor parte de figuras de la realidad -y es por
tales casos que los lectores buscan las «correspondencias».
Tal ejercicio (el de la
identificación de «claves») es en muchos casos bastante bizantino. La
individualización o «clave» del Rastignac de Balzac, por ejemplo, o del barón
de Charlus de Proust, basa esencialmente la pesquisa en elementos biográficos o
históricos, de escaso provecho crítico o literario. En el caso de Pierre Ménard
solo puede fundarse en aproximaciones o deducciones de otro orden, que la hace
menos trivial y ociosa, más significativa y fértil.
Y porque abundan los
datos, indicios, mimetismos o «guiños», que asoman en el texto como enigma,
provocación o desafío, muchos han tenido (otros tal vez sigan teniendo) la
impresión de que detrás de Pierre Ménard está la admiración, la caricatura o la
extrapolación de un escritor determinado.
La pregunta sobre quién
es Pierre Ménard puede inducir a muy distinta respuesta según atienda de
preferencia a su obra visible o invisible. Porque podrían ser muy distintos los
modelos de una y otra. La primera es tan heterogénea (recuérdense los
diecinueve artículos, sonetos, monografías del inventario) que la clave podría
apuntar (conjugando cuestiones tan disímiles como asuntos de autoría y
traducción, atribuciones y falsías, plagios y coincidencias, vida social y
literaria) a autores subyacentes, a los que solo habría que restituir el
nombre: ¿el de aquel erudito «a la violeta»? ¿el de tal poeta neoclásico? ¿el
de aquel crítico inocente? ¿el del traductor falaz? ¿el de uno que es
varios? ¿el de varios que hacen uno? Pueden lucubrarse muy distintas
«correspondencias»...
Pero la verdadera clave,
la que sin distinguirlo expresamente buscan todos, es la del autor de la obra
invisible, la del moderno autor del Quijote. Hagamos, pues, un somero repaso de
las propuestas que, en textos de categoría, género, tiempo y espacio muy
diversos, han creído dar con el germen, probable o preciso, de Pierre Ménard.
3.- ¿Es Paul Groussac?
…
4.- ¿Es Unamuno?
…
5.- ¿Es Paul Mallarmé?
…
6.- ¿Otro Ménard?
…
7.- ¿Valery?
…
8. ¿El mismo Borges?
Por supuesto, cabe una
hipótesis más transparente, y es la de Pierre Ménard como un alter ego de
Borges. Es lo que parece desprenderse de numerosos artículos que vinculan
directamente el propósito, las ideas o el arte poética de Pierre Ménard con los
del autor de la ficción.
Tal lo que puede
deducirse del siguiente párrafo de un artículo en que sus autores, Tamara
Holzapfel y Alfred Rodríguez, abordan con sagacidad las probables razones de la
elección de los tres capítulos cervantinos en la obra de Ménard:
Pero el porqué del
Quijote queda de nuevo ofuscado en la conclusión de la misma carta: «Componer
el Quijote a principios del siglo diecisiete era una empresa razonable,
necesaria, acaso fatal». Pues lo que difícilmente puede ser el Quijote es obra
a la vez fortuita e innecesaria y necesaria e inevitable. La paradoja que
encierra esta cita de Ménard nos deja perplejos. La explicación original de la
criatura borgiana se desvanece ante nuestros ojos y nos conduce, con la
interrogación intacta, ante el propio autor-creador, ya desenmascarado. El
laberinto de las sucesivas razones, la misma artificiosidad, nos ha conducido
hasta el propio Borges.
Otro tanto sucede con un
interesante artículo de Julio Rodríguez-Luis sobre los borradores de Ménard. El
autor recuerda que Ménard, como Borges en 1939, no había escrito aún nada
perdurable, y más adelante afirma:
Ménard, el crítico y
poeta de segunda fila cuyo más alto logro, aquel al que dedicó el más
continuado e intenso de sus esfuerzos, fue re-escribir el Quijote, se nos
aparece así como una imagen de Borges según se ve él a sí mismo en relación con
Don Quijote, obra que, como máximo representante de la cultura hispánica,
participa de la barbarie que Borges, por ser el país bárbaro donde le tocó
nacer a parte de esa cultura, hace consustancial a ella.
Por supuesto, esta
correspondencia queda también implícita en la mayoría de los autores
mencionados al comienzo del presente artículo, que atribuyen al emprendimiento
de Pierre Ménard postulados que incumben, como se dijo, a la teoría del
lenguaje, del conocimiento o de la traducción.
Pero a través del
escritor que transparece en la figura de Pierre Ménard no se da la «mismidad»
sino la «alteridad». En un original artículo en el que analiza las
coincidencias entre Borges y Pessoa, Santiago Kovadloff afirma:
Borges ejecuta con igual
resolución y acierto ese movimiento destinado a iluminar la ruptura entre
identidad biográfica y personalidad artística. ¿Cómo lo hace? Mediante la
exaltación de una voluntad apócrifa vertebradora de toda su práctica literaria.
Borges, en efecto, se empeña con inflexible tenacidad en adjudicar a otros todo
lo que brota de su pluma, siempre interesado en presentar como ajeno lo que es
propio. Así, entre el escritor y su persona se abre un abismo cuya existencia y
sentido Borges cultiva con obstinación y deleite.
En esa distancia entre
autor y personaje finca la analogía de ambos escritores. «Borges y Pessoa
jerarquizan con pasión esa diferencia. La teoría de los heterónimos y los
postulados borgeanos de la composición apócrifa se nutren en la convicción de
que es la alteridad y no la mismidad nuestro destino».
9. Epílogo
Máscara transparente o
personaje de humo, como se ve, las hipótesis sobre quién es Pierre
Ménard cubren un amplio abanico que va desde la identificación más o menos
precisa con un autor determinado hasta la de la fusión de varios muy distintos
entre sí, desde la de una pura entelequia hasta la de una copia fiel, o desde
la de un individuo real hasta la de un alter ego del propio Borges, en su dimensión
más autocrítica y acerba. Se podría añadir que va desde una exploración
detectivesca para descubrir in fraganti al soterrado modelo hasta una
indagación genealógica remontándose a las fuentes. A menos que baste con otra,
más ortodoxamente borgeana: así como en la Biblioteca de Babel todos los libros
son un solo Libro, un Autor puede ser «la cifra y el compendio perfecto de
todos los demás».
Desentrañar las claves
no es, por supuesto, el camino sustituto para desentrañar un texto. Pero el
caso de Pierre Ménard alcanza una mayor proyección que el de las claves
habituales, cuyo interés es primordialmente erudito: la originalidad del mito y
el carácter excéntrico del personaje inducen a que las hipótesis alimenten
nuevas propuestas de sentido para este «memorable absurdo». Lo importante no es
la clave en sí sino la reflexión gnoseológica que cada caso entraña. Sin
olvidar, por lo demás, aquella sabia frase de Valéry: Toute oeuvre est l'oeuvre
de bien d'autres choses qu'un «auteur».
P. S. Ya en prensa este
artículo, leemos un curioso relato ficticio de Luísa Costa Gomes (escritora
portuguesa). aparecido en el n.º 522 de La Nouvelle Revue Frainçaise (1996) con
el título «Belisa Davies auteur du "Pierre Ménard autor del
Quijote"». La Multiplicación de los espejos...
Óscar Tacca
extraído de ¿Quién es Pierre Ménard?
__________
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en Biblioteca Virtual Miguel Cervantes
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