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LA LARGA VIDA DE LA NOVELA
Hace algún tiempo, un profesor de Madrid decía en un periódico de provincias que la novela estaba llamada a desaparecer y que no podía interesar a los lectores modernos la vida de una familia como los Rougon-Macquart o la existencia de una mujer como madama Bovary.
Esto tiene el mismo valor, a mi juicio, que las predicaciones que oíamos hace años a algunos pobres maestros de escuelas libertarias, que nos decían, como quien hace un descubrimiento: «La bandera no es más que un trapo de colores. Morir por ella es morir por una percalina.» Claro que sí; la bandera es un trozo de tela, es un trapo, pero es un trapo que puede significar mucho aun fuera de toda apoteosis retórica y patriótica. Para el soldado que vaya despistado y perseguido por el campo enemigo y encuentre su bandera clavada en un baluarte, la bandera no es un trapo insignificante; sabe que allí está su salvación y su refugio. La bandera será para él toda la percalina de colores que se quiera, pero será una percalina de una importancia vital.
Y no es que uno sea partidario de tantas ceremonias patrióticas a base de banderas y gallardetes que hoy se estilan; pero quiere decir que todo lo que existe tiene sus puntos de vista negativos y sus aspectos positivos, unos y otros más o menos lógicos.
Generalizando el juicio simplista y un poco ramplón del profesor que niega la importancia espiritual de la novela, la literatura en general no tendría tampoco ninguna.
¿Para qué ocuparse de las aventuras de un loco que no ha existido, como Don Quijote? ¿A qué hablar de los pensamientos de un neurasténico que tampoco ha existido, como Hamlet? ¿Qué valen los sufrimientos supuestos del joven Werther ante un dolor de muelas ni las vicisitudes falsas de Robinson Crusoe ante las de un señor que ha perdido el tren? Es, sin disputa alguna, mucho más importante que Hamlet, que Don Quijote y que Werther un manual de cocina, al menos si es práctico, y la gente que piensa así debe preferir el calarse dignamente el gorro blanco del cocinero que no el birrete con pompón de colores del profesor.
Yo creo que la novela tiene mucha vida aún y que no se vislumbra su desaparición en el horizonte literario previsto por nosotros.
Claro que no cambia ni progresa a gusto de los jóvenes literarios ni de los pequeños judíos de París, que necesitarían cada tres o cuatro años explotar una nueva forma literaria y lanzarla como quien lanza al mercado unas píldoras o un cinturón eléctrico.
—¿Pero es que usted es partidario de la inmovilidad solemne de los mastodontes académicos? —me preguntará alguno.
—No; pero es que entre el mastodonte académico y el Zángano dadaísta hay muchos ejemplares de fauna literaria que a uno le pueden parecer bien. No es obligatorio ser tan pesado como un paquidermo, ni tan ligero como una mosca.
¿HAY UN TIPO ÚNICO DE NOVELA?
Esta pregunta me viene siempre a la imaginación cuando en nuestras discusiones el ensayista habla de la novela como de un género concreto y bien definido. ¿Hay un tipo único de novela? Yo creo que no. La novela, hoy por hoy, es un género multiforme, proteico, en formación, en fermentación; lo abarca todo: el libro filosófico, el libro psicológico, la aventura, la utopía, lo épico; todo absolutamente.
Pensar que para tan inmensa variedad puede haber un molde único me parece dar una prueba de doctrinarismo, de dogmatismo. Si la novela fuera un género bien definido, como es un soneto, tendría una técnica también bien definida.
Dentro de la novela hay una gran variedad de especies. Ahí el crítico que las analice y las comprenda y no se le ocurra juzgar a una con los principios de otra, que podría ser algo como juzgar una iglesia gótica con las fórmulas del arte griego. Porque hay la novela que podría compararse a la melodía: muchas de Merimée, de Turguenef, de Stendhal; hay la novela que tiende a la armonía, como las de Zola, las de Dostoievski y, sobre todo, las de Tolstoi, y hay... otras infinitas clases de novela.
Si existiera una técnica verdadera novelesca, a novela multiforme, debería haber técnica multiforme, es decir, a muchas variedades de novela, muchas variedades de técnica.
UNIDAD DEL ASUNTO
Respecto a la unidad del asunto, al aislamiento del proceso de la novela de otros próximos, indudablemente está bien siempre que se pueda realizar. El no conseguirlo o el no practicarlo es un defecto; de ahí que las novelas que se continúan en otras tengan siempre un aire fragmentario y poco definitivo.
La novela debe encontrar la finalidad en sí misma —una finalidad sin fin—; debe contar con todos los elementos necesarios para producir su efecto; debe ser, en este sentido, inmanente y hermética.
La novela cerrada, sin trascendentalismo, sin poros, sin agujeros por donde entre el aire de la vida real, puede ser, indudablemente, y con mayor facilidad, la más artística.
LA NOVELA DE ARTE PURO
Existe la posibilidad de hacer una novela clara, limpia, serena, de arte puro, sin disquisiciones filosóficas, sin disertaciones ni análisis psicológicos, como una sonata de Mozart, pero es posibilidad solamente, porque no sabemos de ninguna novela que se acerque a ese ideal.
Escriben, yo lo he leído en alguna parte, que cuando se estrenó Don Juan de Mozart, el rey o uno de los personajes de la corte dijo al músico:
—Su ópera está muy bien; pero hay en ella demasiadas notas.
A lo cual contestó el maestro con sencillez:
—No hay más que las necesarias.
¿Quién puede decir algo parecido en literatura? ¿Quién puede tener la conciencia de no haber dicho, ni más ni menos, que lo necesario? Nadie. Ni Homero, ni Virgilio, ni Shakespeare, ni Cervantes lo podrían decir, defendiendo sus obras.
Hay, no cabe duda, la posibilidad de esa novela clara, limpia, serena, sonriente, sin nada atormentado; pero, por ahora, vemos la posibilidad y no el camino de realizarla.
Aunque viéramos ambas cosas, la posibilidad y el camino, no sería fácil que los escritores que hemos comenzado la vida cuando triunfaban los apóstoles de la literatura social: Tolstoi, Zola, Ibsen, Dostoievski, NietZsche, pudiéramos hacer obras claras, limpias, serenas, de arte puro.
POSIBILIDAD DE LA INVENCIÓN
—No se puede inventar una intriga nueva —dice nuestro ensayista—. El filón está agotado.
No lo creo. Ni aun en las ciencias que parecen más firmes se ha dicho la última palabra. Carlyle, a pesar de su desconfianza en la ciencia, dice, al principio de Sartor Resartus, que las teorías astronómicas de Lagrange y Laplace son perfectas. Hoy se ve que no hay tal perfección.
En la literatura, tampoco creo que esté todo dicho. Si un hombre de la imaginación de Poe viviera hoy, es posible que encontrara en las ideas actuales grandes elementos para urdir nuevas intrigas literarias; el que en la hora actual no haya escritores de imaginación poderosa, no quiere decir que no haya posibilidad de inventar. Hace veinte años, ninguno hubiera pensado que en la Física pudiera aparece una teoría nueva como la de la relatividad.
—Usted mismo, con relación al teatro, supone que es muy difícil el inventar nuevos argumentos —dice el ensayista.
—Es verdad —contesto yo—; pero el teatro no es un arte puro: es un arte mixto que está condicionado por el público, por los cómicos, por las bambalinas, por el carpintero, por el sastre y por una porción de cosas más. Una obra de teatro que se escriba sin la obligación de ser representada, puede tener, naturalmente, la misma originalidad que cualquiera otra literaria.
LA DIFICULTAD DE INVENTAR
Para mí en la novela y en todo el arte literario, lo difícil es inventar; más que nada, inventar personajes que tengan vida y que no sean necesarios, sentimentalmente por algo. La imaginación, la fantasía, en la mayoría de los hombres, constituye un filón tan pobre, que cuando se encuentra una veta abundante produce asombro y deja maravillado.
El estilo y la composición de un libro tienen importancia, claro es; pero como son cosas que se pueden mejorar a fuerza de trabajo y de estudio, no dan esa impresión fuerte y sugestiva de la creación fantástica.
Por la invención son grandes Cervantes, Shakespeare, Defoe y los demás novelistas y dramaturgos que han dejado tipos inmortales. Los mismos escritores célebres del siglo XIX no han tenido esta suerte, y Balzac, Dickens, Tolstoi y Dostoievski, sea porque el ambiente no les haya dado posibilidades, sea por otra causa, no han podido crear tipos sintéticos, esquemas necesarios en nuestra vida sentimental, sino personajes subalternos.
Claro que esto no lo podemos decir más que muy aproximadamente, porque no sabemos el aire que tomarán los tipos de la literatura moderna cuando pasen cien o doscientos años sobre ellos; Quizá se agranden, Quizá se achiquen y se esfumen. No podemos predecirlo.
—¿Pero es que usted es partidario de la inmovilidad solemne de los mastodontes académicos? —me preguntará alguno.
—No; pero es que entre el mastodonte académico y el Zángano dadaísta hay muchos ejemplares de fauna literaria que a uno le pueden parecer bien. No es obligatorio ser tan pesado como un paquidermo, ni tan ligero como una mosca.
¿HAY UN TIPO ÚNICO DE NOVELA?
Esta pregunta me viene siempre a la imaginación cuando en nuestras discusiones el ensayista habla de la novela como de un género concreto y bien definido. ¿Hay un tipo único de novela? Yo creo que no. La novela, hoy por hoy, es un género multiforme, proteico, en formación, en fermentación; lo abarca todo: el libro filosófico, el libro psicológico, la aventura, la utopía, lo épico; todo absolutamente.
Pensar que para tan inmensa variedad puede haber un molde único me parece dar una prueba de doctrinarismo, de dogmatismo. Si la novela fuera un género bien definido, como es un soneto, tendría una técnica también bien definida.
Dentro de la novela hay una gran variedad de especies. Ahí el crítico que las analice y las comprenda y no se le ocurra juzgar a una con los principios de otra, que podría ser algo como juzgar una iglesia gótica con las fórmulas del arte griego. Porque hay la novela que podría compararse a la melodía: muchas de Merimée, de Turguenef, de Stendhal; hay la novela que tiende a la armonía, como las de Zola, las de Dostoievski y, sobre todo, las de Tolstoi, y hay... otras infinitas clases de novela.
Si existiera una técnica verdadera novelesca, a novela multiforme, debería haber técnica multiforme, es decir, a muchas variedades de novela, muchas variedades de técnica.
UNIDAD DEL ASUNTO
Respecto a la unidad del asunto, al aislamiento del proceso de la novela de otros próximos, indudablemente está bien siempre que se pueda realizar. El no conseguirlo o el no practicarlo es un defecto; de ahí que las novelas que se continúan en otras tengan siempre un aire fragmentario y poco definitivo.
La novela debe encontrar la finalidad en sí misma —una finalidad sin fin—; debe contar con todos los elementos necesarios para producir su efecto; debe ser, en este sentido, inmanente y hermética.
La novela cerrada, sin trascendentalismo, sin poros, sin agujeros por donde entre el aire de la vida real, puede ser, indudablemente, y con mayor facilidad, la más artística.
LA NOVELA DE ARTE PURO
Existe la posibilidad de hacer una novela clara, limpia, serena, de arte puro, sin disquisiciones filosóficas, sin disertaciones ni análisis psicológicos, como una sonata de Mozart, pero es posibilidad solamente, porque no sabemos de ninguna novela que se acerque a ese ideal.
Escriben, yo lo he leído en alguna parte, que cuando se estrenó Don Juan de Mozart, el rey o uno de los personajes de la corte dijo al músico:
—Su ópera está muy bien; pero hay en ella demasiadas notas.
A lo cual contestó el maestro con sencillez:
—No hay más que las necesarias.
¿Quién puede decir algo parecido en literatura? ¿Quién puede tener la conciencia de no haber dicho, ni más ni menos, que lo necesario? Nadie. Ni Homero, ni Virgilio, ni Shakespeare, ni Cervantes lo podrían decir, defendiendo sus obras.
Hay, no cabe duda, la posibilidad de esa novela clara, limpia, serena, sonriente, sin nada atormentado; pero, por ahora, vemos la posibilidad y no el camino de realizarla.
Aunque viéramos ambas cosas, la posibilidad y el camino, no sería fácil que los escritores que hemos comenzado la vida cuando triunfaban los apóstoles de la literatura social: Tolstoi, Zola, Ibsen, Dostoievski, NietZsche, pudiéramos hacer obras claras, limpias, serenas, de arte puro.
POSIBILIDAD DE LA INVENCIÓN
—No se puede inventar una intriga nueva —dice nuestro ensayista—. El filón está agotado.
No lo creo. Ni aun en las ciencias que parecen más firmes se ha dicho la última palabra. Carlyle, a pesar de su desconfianza en la ciencia, dice, al principio de Sartor Resartus, que las teorías astronómicas de Lagrange y Laplace son perfectas. Hoy se ve que no hay tal perfección.
En la literatura, tampoco creo que esté todo dicho. Si un hombre de la imaginación de Poe viviera hoy, es posible que encontrara en las ideas actuales grandes elementos para urdir nuevas intrigas literarias; el que en la hora actual no haya escritores de imaginación poderosa, no quiere decir que no haya posibilidad de inventar. Hace veinte años, ninguno hubiera pensado que en la Física pudiera aparece una teoría nueva como la de la relatividad.
—Usted mismo, con relación al teatro, supone que es muy difícil el inventar nuevos argumentos —dice el ensayista.
—Es verdad —contesto yo—; pero el teatro no es un arte puro: es un arte mixto que está condicionado por el público, por los cómicos, por las bambalinas, por el carpintero, por el sastre y por una porción de cosas más. Una obra de teatro que se escriba sin la obligación de ser representada, puede tener, naturalmente, la misma originalidad que cualquiera otra literaria.
LA DIFICULTAD DE INVENTAR
Para mí en la novela y en todo el arte literario, lo difícil es inventar; más que nada, inventar personajes que tengan vida y que no sean necesarios, sentimentalmente por algo. La imaginación, la fantasía, en la mayoría de los hombres, constituye un filón tan pobre, que cuando se encuentra una veta abundante produce asombro y deja maravillado.
El estilo y la composición de un libro tienen importancia, claro es; pero como son cosas que se pueden mejorar a fuerza de trabajo y de estudio, no dan esa impresión fuerte y sugestiva de la creación fantástica.
Por la invención son grandes Cervantes, Shakespeare, Defoe y los demás novelistas y dramaturgos que han dejado tipos inmortales. Los mismos escritores célebres del siglo XIX no han tenido esta suerte, y Balzac, Dickens, Tolstoi y Dostoievski, sea porque el ambiente no les haya dado posibilidades, sea por otra causa, no han podido crear tipos sintéticos, esquemas necesarios en nuestra vida sentimental, sino personajes subalternos.
Claro que esto no lo podemos decir más que muy aproximadamente, porque no sabemos el aire que tomarán los tipos de la literatura moderna cuando pasen cien o doscientos años sobre ellos; Quizá se agranden, Quizá se achiquen y se esfumen. No podemos predecirlo.
Pío Baroja
Prólogo casi doctrinal sobre la novela
en La nave de los locos, 1925
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prólogo y la novela
de Francisco Flores Arroyuelo
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