La actriz María Guerrero, por Soroya (1906) (protagonista femenina en varias obras de Echegaray y, en concreto, en el papel de Amparo de La duda) |
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Escena
IV
DOÑA
ANDREA, RICARDO, DON LEANDRO y DON BRAULIO. DON LEANDRO y DON BRAULIO vienen
hablando entre sí y con cierto misterio.
DOÑA
ANDREA.- Los esperábamos a ustedes con
impaciencia.
DON
BRAULIO.- ¡Ah, querida Andrea!
RICARDO.- ¿Se marcharon ya los doctores?
DON
LEANDRO.- Sí, señor; pero prometieron
volver.
RICARDO.- ¡Por Dios, no me oculten ustedes la verdad!
¿Qué han dicho?
DON
LEANDRO.- Consideran que el caso tiene
importancia, mucha importancia.
DON
BRAULIO.- Pero, esa importancia puede
ser mayor o menor.
DON
LEANDRO.- Tal vez una gran sacudida, un
momento terrible, produjera una crisis salvadora.
RICARDO.- Pero ¿mi Amparo ha perdido la razón para
siempre? Eso es lo que yo quiero saber; quiero la verdad como ella sea. Soy
hombre, y a un hombre se le dicen las cosas como son.
DOÑA
ANDREA.- Dice bien Ricardo. La verdad es
lo primero.
DON
LEANDRO.- Mire usted, Ricardo, los
médicos están conformes en que el origen de estas perturbaciones mentales de
nuestra pobre Amparo, más que de carácter físico, es de carácter moral: un gran
dolor del alma.
DON
BRAULIO.- ¿Comprende usted? Si yo tomo
la mano de nuestra querida amiga (Le
coge la mano a ANDREA.) y con un alfiler
hiero una vez y otra vez, y ciento y mil veces, su cutis suavísimo, ¿no es
verdad que destruiré la delicada epidermis y que al cabo de algún tiempo habré
producido una gravísima herida? ¿No están ustedes conformes? (ANDREA retira su mano.)
DOÑA
ANDREA.- Sí, señor; pero déjeme la mano,
que sólo con pensarlo ya me duele.
DON
BRAULIO.- ¡Ah! ¡Ahí tienen ustedes! (Con tono triunfante.) «¡Sólo con pensarlo!», dice usted, y dice
perfectamente; ahí tiene usted «al pensamiento, a la idea» hiriendo el cutis
como si fuera un alfiler de acerada punta. Pues bien, señora; pues bien, amigo
don Ricardo: en Amparo hay una idea fija que hiere una y otra vez su delicado
cerebro como aguzado punzón, y nada tendría de extraño que al fin destruyese su
delicado organismo cerebral.
RICARDO.- ¡Basta, basta! ¡No más, por Dios!... (Se retira y se deja caer en un sillón en
segundo término.)
DON
BRAULIO.- No digo, ni dicen los médicos,
que haya sucedido ni que suceda; pero no dicen «que no pueda suceder».
DOÑA
ANDREA.- ¡Qué angustia!
DON
LEANDRO.- Muy grande para todos.
DON
BRAULIO.- Porque hay más. Los doctores
lo explican a maravilla, y voy a explicárselo a ustedes. Déme la mano, señora.
DOÑA
ANDREA.- Yo, no. (Ocultando la mano.) Martirice usted la de mi marido.
DON
LEANDRO.- Muchas gracias, querida.
DOÑA
ANDREA.- Silencio... ¿No oyen ustedes?
¿No oye usted, Ricardo?
RICARDO.- (Levantándose y acercándose a la
puerta.) Sí..., un rumor... Sí...,
vienen... Viene Amparo... Otra vez... Otra vez... ¡Yo creo que me va a saltar
el corazón!
Escena
V
DOÑA
ANDREA, DON LEANDRO, DON BRAULIO, RICARDO y CARMEN, que entra de prisa.
CARMEN.- ¡Ahí vienen!... ¡Ahí viene Amparo!
RICARDO.- (Con ansiedad suprema.) ¿Pero otra vez con el delirio?
CARMEN.- No; yo creo que no. Está alegre y tranquila.
RICARDO.- (Con esperanza.) ¿Sí?
(Todos rodean a CARMEN.)
CARMEN.- Y habla cosas muy razonables. ¡Si vieran
ustedes qué voz tan dulce.... qué miradas tan cariñosas!...
RICARDO.- (Con alegría.) ¿De veras?
CARMEN.- ¡Cómo acaricia a su madre! ¡Ahora está
recordando su infancia..., toda su infancia!
RICARDO.- (Con desesperación.) ¡Otra vez! ¡Otra vez! ¡Otro accidente!
DOÑA
ANDREA.- ¡Pobre criatura!
CARMEN.- Pero ¿por qué dicen ustedes eso? ¿Por qué se
alarman?
DON
LEANDRO.- (En voz baja, a CARMEN.) Es la locura..., la locura. Cuando le da uno
de esos ataques, recuerda toda su vida pasada.
CARMEN.- ¡Ay Dios mío! ¡Y yo que venía tan contenta!
¡Por eso lloraba tanto Ángeles!
DON
BRAULIO.- ¡Muy grave! ¡Muy grave!
Escena
VI
DOÑA
ANDREA, CARMEN, RICARDO, DON LEANDRO, DON BRAULIO, ÁNGELES y AMPARO. AMPARO
entra abrazada a su madre; su actitud, su entonación, los matices, los momentos
de arrebato, todo queda encomendado al talento y a la inspiración de la actriz.
AMPARO.- ¿Adónde llevas a tu Amparo, mamita? Irá a
donde quieras, pero no la dejes. ¡No; ella quiere estar siempre contigo!
Aunque es niña, me parece que ha sido grande y sabe lo que es el mundo, y al
fin querrán separarla de ti. ¡No; siempre, siempre en tus brazos! (Se sientan y se abrazan cuando la actriz lo
crea oportuno.)
ÁNGELES.- ¡Siempre, alma mía!
AMPARO.- ¡Así!... ¡La felicidad!... ¡Soy muy feliz! Tú
me quieres mucho, ¿verdad?
ÁNGELES.- ¡Con todo mi corazón!... Por ti doy mi vida.
¡Tómala! ¡Tómala!
AMPARO.- ¿Para qué? ¡Si ya tengo muchísima vida! Pero
¿por qué lloras? ¡No llores, si yo estoy muy alegre!
ÁNGELES.- No..., si no lloro.
AMPARO.- Bueno, así. Mira..., mira..., todos ésos,
¡qué envidia tienen!
RICARDO.- ¡No puedo, Dios mío, no puedo!
AMPARO.- ¿Qué dice ése?... A ver.... a ver..., yo le
conozco... (Se levantan, y AMPARO se
acerca a RICARDO.) ¡Toma! ¡Si es
Ricardo!... ¡Pero ves, mamá, qué imprudente!...
(Excitándose.) ¡Si tú no debes estar
aquí todavía! ¡No ves tú que Amparito es muy niña!... ¡Si todavía no te
conoce!... ¡Ah, qué empeño en contrariarme!...
(Volviéndose a su madre.) ¡Y dice
la quiere tanto! ¡Y es todavía una niña y viene aquí a separarnos y a quitarle
la única felicidad que tiene! ¡La única que ha de tener en este mundo, porque
ahora tú eres su madre y ella es tu hija, y estamos en el cielo!.... y luego,
¿quién sabe?.... ¿quién sabe? (Se pasea,
agitadísima.) ¡Vete!.... ¡vete!... (A RICARDO.)
¡que ya te llegará tu hora!...
(Se abraza a su madre.) Dile que
se vaya.... que a ti te obedecerá... (Se
abraza, llorando, a su madre.)
ÁNGELES.- ¡Ricardo!
RICARDO.- ¡No puedo más! (Sale llorando y desesperado.)
AMPARO.- (Sin dejar de abrazar a su madre, mira como
a hurtadillas.) ¡Se va.... te
obedeció!... Y a mí no me obedecía...
(Se queda pensando.) ¿Por qué te
obedece a ti y a mí no me obedecía? ¿Por qué?.... ¿por qué?... (Empieza a ponerse excitada.)
Escena
VII
AMPARO,
ÁNGELES, DOÑA ANDREA, CARMEN, DON LEANDRO y DON BRAULIO.
DOÑA
ANDREA.- (En voz baja, a LEANDRO.) ¡No sé cómo puede resistir la pobre Ángeles!
DON
LEANDRO.- Le cuesta la vida.
CARMEN.- ¡Pobre Amparo!
DON
BRAULIO.- Una situación muy triste. (Todos están en segundo término, observando;
en primer término, ÁNGELES y AMPARO.)
AMPARO.- Al fin.... al fin me dejó respirar. Pero
ésos.... ¿qué hacen ésos?... Hablan en voz baja y miran. ¿Qué dirán?... ¿Dirán
algo de nosotras?... Te voy a contar una cosa, mamita.
ÁNGELES.- Lo que tú quieras; sí, cuenta, cuenta.
Amparito mía.
AMPARO.- Una cosa que vi ayer..., cuando me paseaba en
el jardín. Había un nido en un árbol, y se había caído un pajarito; se había
caído y estaba sobre la tierra húmeda, anhelante, sin pluma todavía, ¡que se le
veía la carnecita..., y el corazón palpitaba!..., ¡palpitaba!.... así palpita,
tan afanoso como aquél, el mío..., pon la mano.... mamita... (Le hace poner la mano.) ¿Verdad?.... ¿qué dices?... ¿lo sientes?
ÁNGELES.- ¡Sí, ángel mío!... Sigue...
AMPARO.- ¿Qué he de seguir?.... ¿qué contaba?... No
sé..., no sé...
ÁNGELES.- Sí; el cuento del pajarito que viste...
AMPARO.- ¡Ah!.... sí..., pues alrededor del pobre
cuerpecito se había reunido un enjambre de moscas y moscones,, feos, negros,
repugnantes.... y volaban y revolaban..., y se apiñaban sobre el sitio del
corazón, mordiéndolo, pisoteándolo, torturándolo... ¿Por qué digo esto?... No
sé...
ÁNGELES.- No sé yo tampoco.
AMPARO.- ¡Ah!, sí.... aquel corazón era como el de
Amparito, y la gente.... todos.... todos... ésos.... cuantos la rodean.... los
que fingen acariciarla..., son como los moscones aquellos...; quieren morder,
quieren pisotear, quieren desgarrar su corazón... ¡Ah!.... malditos, malditos,
¿qué os ha hecho su corazón? (Casi
llorando.) ¡Si el pobre no hace más que
dar latidos muy suaves..., muy débiles..., unos latiditos tan pequeños que no
se sienten!... Si no los sentís.... si no hacen ruido, ¡si no los siente nadie
más que mi madre!.... si no son para vosotros, ¿qué os importa?:.. ¡Si son para
ella!.... ¡para ella!.... ¡para ti!...
(Se abraza a su madre, llorando, y afligidísima.)
ÁNGELES.- ¡Sí, para mí!.... ¡para mí!... (La cubre de besos.)
CARMEN.- (A su madre.) ¡Yo no puedo sufrir esto!
DOÑA
ANDREA.- Es verdad... Leandro...,
llévate a casa a Carmen, ya sabes que está muy delicada...
DON
LEANDRO.- ¡Tienes razón..., no es
prudente!...
CARMEN.- (Llorando.)
¡Sí..., vamos..., vamos!
DON
LEANDRO.- ¡Adiós, Ángeles!.... voy a
llevar a Carmen.... volveré...
CARMEN.- (Se acerca tímidamente a AMPARO.) ¡Adiós, Amparo!...
AMPARO.- ¿Dices que te vas?... ¡No!... Tú eres una
niña como Amparito.... una niña..., muy mona y muy simpática... (A LEANDRO.)
¡No!... ¡No se la lleve usted!... Esta niña se queda para jugar con
Amparito. ¿Pues no sabe usted que es chiquitita?... Luego crecerá.... pero
ahora... Amparo es chiquita... Ven, ven..., ven conmigo..., que vamos a jugar
en el jardín. (Se la quiere llevar.)
DOÑA
ANDREA.- ¡Amparo..., quédate con
nosotros!
DON
LEANDRO.- ¡Hija mía..., no salgas al
jardín! (Impidiéndola salir.)
AMPARO.- ¡Oh!..., déjenme..., déjenme... No sé quiénes
sois... ¡Mi madre puede mandarme!... ¡Vosotros, no!... ¿Es que todo el mundo
manda en mí?... ¡Señor!... ¿Por qué no ha de querer la gente que yo sea
feliz?... ¿Es que los demás se alimentan con mis lágrimas?... Pero, imbéciles,
¿no sabéis que son amargas, muy amargas? ¡Aunque os apetezcan, «yo sé que os
sabrán mal». ¡Ven tú..., ven.... a ti te quiero!... (A CARMEN.)
¡Tú eres muy buena!.... ¡también en tus ojos hay lágrimas!.... ¡en los
de ésos, no!... ¡Secos,!.... ¡encendidos!.... ¡curiosos!... ¡No!..., ¡no
sabréis nada!.... ¡que aquellas ascuas están más secas y muy encendidas, y
queman más y consumen más que esas brasas chiquituelas y ruines que lleváis
bajo las cejas!... ¡Vamos!, ¡al jardín! Sé buena... Sé buena... Ven
conmigo... (Se lleva a CARMEN.) ¡Las dos!.... vamos..., sí.... sí..., ¡que.
sí!
José Echegaray
La duda, 1898
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