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Estaba
ya en el declinar de su vida, cuando se apetece el reposo y el recuerdo tiene
más valor que la esperanza, cuando las Academias acogedoras prolongan
artificialmente la vida científica de los sabios agotados por el trabajo y todo
parece invitar a la renunciación y a la comodidad. Y sin embargo, D. José
Echegaray, con bríos juveniles, comenzó a explicar su asignatura y dejó en las
páginas del Boletín de la Academia de Ciencias una muestra maravillosa de lo
que hubiera sido su labor científica si la hubiera comenzado cuarenta años
antes.
Madrid
Científico, abril de 1932.
España
y el Premio Nobel
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Atención,
sin acudir a enciclopedias ni libros de consulta, ni tan siquiera a Internet y
cualquiera de los buscadores que en su maraña de datos habitan, ¿sabría el
querido lector que a estas letras se asoma citar de memoria los Premios Nobel
que en la historia de España han sido hasta la fecha? He de suponer que la
mayoría de quienes acepten el reto habrán repasado mentalmente el exiguo grupo
de afortunados premiados. En caso contrario, amigo lector, no se preocupe,
porque en algunos casos la historia los ha ido olvidando hasta que de ellos no
han quedado sino algunas sombras añejas.
Ahí
está nuestro galardonado más conocido hoy día, sin duda por lo reciente del
caso, pues fue en 1989 cuando se distinguió a Camilo José Cela con el Premio
Nobel de Literatura. El 1977 fue Vicente Aleixandre quien recibió el mismo
premio, como también lo fueron Juan Ramón Jiménez en 1956 o Jacinto Benavente,
en 1922. Si miramos los campos de la ciencia encontraremos todavía más escasos
frutos, aunque sin duda absolutamente geniales. Santiago Ramón y Cajal recibió
el Nobel de Medicina en 1906, siendo secundado en 1959 por Severo Ochoa. ¿No
habrá por ahí algún escondido Nobel de Química, Física, Economía o de la Paz?
No, en esas categorías nuestro país todavía no ha logrado pisar el terreno del
Nobel y, sin embargo, sí tuvimos el privilegio de contar con cierto personaje
ignoto que, además de ser premiado como literato bien pudo lograr algún otro
Nobel científico. Me refiero a alguien que, hasta el mismo día de su muerte, a
la avanzada edad de 84 años, cultivó las más diversas ramas de la ciencia, la
matemática y las letras: José Echegaray, a quien se distinguió con el Premio
Nobel de Literatura en 1904, siendo así el primer español en lograr una de las
codiciadas medallas de factura sueca.
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Un
premio polémico
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Sorprende
el hecho de que, siendo sus inclinaciones y vocaciones tan amplias, fuera
precisamente el Nobel de Literatura el premio con el que fuera distinguido.
Hubo quien se lo tomó muy mal, recibió insultos y descalificaciones, malos
aires y modos desagradables, pues la política, como en tantas otras ocasiones,
se encontraba como ingrediente fundamental de la función. También hubo quien se
lamentó, con profunda sinceridad, y no sin cierta razón, puesto que Echegaray
había sido reconocido por ser padre de un teatro ya en sus horas bajas,
prácticamente anticuado al poco de nacer, habiendo dejado a un lado su labor
científica para dedicarse durante décadas a tareas que, al menos, le
permitieron vivir sin preocuparse de los dineros.
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No
era el Premio Nobel en aquellos primeros años del siglo XX en nada parecido a
lo que se ha ido convirtiendo con el paso del tiempo. Por entonces, la idea
principal que rondaba la mente de los académicos suecos era la de honrar la
vida de grandes hombres de su tiempo, más que fijarse en obras concretas o
aportaciones singulares. Por ello, no deberá extrañar que en una de sus
primeras celebraciones, fuera el poeta francés Frédéric Mistral, junto a
Echegaray, quien recibiera el Nobel de Literatura. En el caso de Mistral no
cabe duda que se pretendía homenajear toda una vida dedicada a la poesía y al
enaltecimiento de la lengua occitana pero, ¿qué hay del caso español? Sí, José
Echegaray llevaba décadas estrenando obras de teatro muy exitosas, tanto en su
propia patria como en muchos otros lugares del mundo y, sin embargo, tales
obras fueron gravemente criticadas por sus contemporáneos, como Clarín. Su obra
como dramaturgo no es que fuera gran cosa puesto que, siendo de calidad, no
podía considerarse como excepcional, algo que el tiempo se ha empeñado en
demostrar arrastrando su teatro al olvido. Pero siguiendo con la política de
los Nobel en su época, el bueno de Echegaray sobresalía en la España de
entonces por su labor intelectual y científica. Ni siquiera el propio José
llegó a verse a sí mismo como un hombre de letras, sino más bien como un
inquieto buscador de tesoros del saber, que dieron como fruto muchos dolores de
cabeza y una reputación sin tacha. ¿Cómo honrar a quien lleva décadas dedicado
al servicio público, como político digno de elogio? Nada más y nada menos que
con un Nobel, y de Literatura para más señas, pues otro no podría amoldarse
plenamente a su perfil. Ciertamente, sería un dramaturgo mediocre, pero su
labor científica tampoco había dado frutos sobresalientes, por lo que un Nobel
de Física, por ejemplo, hubiera estado completamente fuera de lugar.
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Con
esa forma de ver las cosas, la Academia decidió premiar una vida honrada, más
allá del posible valor que sus obras de teatro pudieran tener. Una vida llena
con su gran trabajo en diversos ministerios, como los de Hacienda o Fomento,
proponiendo y llevando a cabo grandes reformas, luchando por las libertades y
por el progreso de la ciencia. Echegaray escribía obrillas de teatro, para él
no eran más que divertimentos que le hacían ganar el dinero suficiente como
para poder dedicar el tiempo a su verdadera pasión: la ciencia. Y como de la
ciencia no pudo vivir, gastó horas interminables en dar vida a historias
teatrales. El gesto llegado desde Suecia pudo haber sido pensado con la mejor
de las intenciones, pero el resultado fue bastante negativo, pues desde que se
conoció que a él le correspondía el gran premio, no dejaron de llover las
críticas e insultos de la vanguardia literaria española. Desde Unamuno a
Baroja, Rubén Darío o Valle Inclán a prácticamente todo miembro conocido de las
letras contemporáneas, emitieron toda clase de juicios oscuros.
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Muchos
de los malos tonos que llegaron a oídos de Echegaray tuvieron que ver con el
dichoso premio, que inicialmente iba a ser otorgado al dramaturgo en lengua
catalana Àngel Guimerà. Las presiones del gobierno español, que no consideraba
adecuada esa elección por motivos políticos, hicieron que la Academia se fijara
en Echegaray pues, a fin de cuentas, a su sobresaliente vida se unía su labor
como dramaturgo y traductor al castellano de algunas obras de Guimerà. De esa
forma, se pasó de intentar premiar a dos literatos que lucharon por el renacer
de lenguas minoritarias, como Mistral y Guimerà, a mediar en una disputa
política en la que Echegaray terminaría siendo víctima de todos los golpes.
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El
genio polifacético
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Si
a su obra literaria se referían, no cabe duda de que cierta razón sí les
asistía, ahora bien, la vida de Echegaray, y los méritos que contiene, debieron
ser dignos de alabanza pues, aunque un Nobel de Literatura no fuera la mejor
forma de honrar su trabajo, el simple hecho de repasar su biografía debiera
haber sido motivo más que suficiente como para acallar gran parte de los
insultos.
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José
Echegaray nació en Madrid el 19 de abril de 1832. A lo largo de su amplia vida,
que vio su final en 1916 en la misma ciudad en la que llegó al mundo, dedicó su
tiempo a las más variadas actividades. Fue Ingeniero de Caminos, Canales y
Puertos, insigne matemático, dramaturgo de éxito, además de político y gestor
excepcional. Buen estudiante, número uno de su promoción en ingeniería, entre
sus pasiones se reunía una mezcla de amor por las letras y la ciencia que no le
abandonaría nunca. Incluso contando con más de ochenta años de edad, dedicaba
ingentes esfuerzos a su labor científica pues era consciente de haber estado
apartado durante décadas de su original intención, entretenido en las más
diversas labores políticas y literarias.
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Decenas
de volúmenes recogen su obra físico-matemática, que inició en 1854 cuando
comenzó a impartir clases en la Escuela de Ingenieros de Caminos. Desde
entonces logró dar forma a tratados sobre hidráulica, cálculo diferencial y
física, entre otras materias. Su buen hacer le llevó a ser elegido miembro de
la Real Academia de las Ciencias Exactas donde, con motivo de su negra forma de
ver la pasada historia científica española en su discurso de ingreso, se vio
preso de una grave polémica política siendo incluso atacado por los liberales,
a quienes él sentía como próximos a sus ideas. Puede que fuera esa la chispa
que hizo inclinar su vocación hacia la política, llegando a ser nombrado
Director General de Obras Públicas, Ministro de Fomento y, más tarde, de
Hacienda.
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Lo
más curioso de su labor política como excelente gestor al mando de los dineros
públicos, siempre mirando hacia el futuro, pensando en el desarrollo del ferrocarril
y la industria, fue que los tiempos pasaban, pero los diferentes gobiernos
seguían solicitando sus servicios. Igual daba que fuera durante el reinado de
Amadeo de Saboya, que en la República o con la restauración de la monarquía,
Echegaray siempre era llamado para los más altos cargos económicos. Durante uno
de sus mandatos al timón de la Hacienda Pública, logró que el Banco de España
adquiriera el carácter de banco nacional con el monopolio de la emisión de
moneda y, aunque tras muchos años aparcó la política por la literatura, fue
llamado nuevamente por Alfonso XII para ocupar el cargo de Ministro de
Hacienda. Sí, su inclinación política era próxima al liberalismo y a la
república, sin embargo, había algo que siempre colocaba delante de su propia
tendencia: el bien común. Puede que fuera por eso, y por su forma de gestionar
los recursos a su cargo, por lo que independientemente de quién fuera el que
arriba se encontrara, el nombre de Echegaray sonaba siempre como indispensable.
Demasiado trabajo para una vida, aderezada con casi setenta obras de teatro muy
queridas por el público europeo de entonces, tanto como ignoradas por la
crítica posterior, académico de la lengua, miembro de sociedades científicas y,
sobre todo, como a él le gustaba recordar, incansable cultivador de las
relaciones entre la física y las matemáticas.
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Sí,
polémico fue su Nobel de Literatura, ¿y qué? Una vida así merecía un
reconocimiento sin igual, aunque más que alegrar sus últimos tiempos lo que
lograron fue oscurecer su figura, hoy tristemente olvidada.
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