En 1904 el Premio Nobel estaba dando sus primeros pasos y aún no había alcanzado el prestigio mítico que después habría de acompañarle. En Literatura era, más bien, un premio destinado a honrar toda una vida dedicada al cultivo de las letras. Por eso, en 1901, el primer Nobel fue el hoy olvidado poeta francés Sully-Prudhomme; en 1902, el gigantesco historiador alemán de la antigüedad, Mommsen; y en 1903 el digno dramaturgo noruego, vecindad obligaba, Björnson. En 1904 la Academia Sueca quiso mirar al Sur y salomónicamente repartió su Premio entre un poeta provenzal, Frédéric Mistral y un polígrafo español, José Echegaray. Echegaray en 1904 no era considerado un dramaturgo excepcional y, aunque desde 1874 había estrenado con éxito decenas de obras en prosa y en verso, su producción teatral había recibido críticas severas de autores tan solventes como Clarín o la Pardo Bazán.
Pero si bien nadie le consideraba un genio de la literatura, ni por supuesto él mismo, que siempre mantuvo una actitud de distanciamiento crítico hacia sus obras dramáticas, la verdad es que en ese principio de siglo Echegaray gozaba en España de un inmenso prestigio intelectual, científico, social y político.
Su acendrado liberalismo, ya expresado en escritos suyos de los años 50, su acertada gestión de gobierno desde las carteras de Hacienda o Fomento, su constante defensa de las libertades individuales y religiosa en el Parlamento y la reconocida calidad científica de sus trabajos de investigación matemática y física, le concedían un prestigio que no podía empañar la calidad discutible de sus dramas, escritos con oficio y facilidad, pero que él mismo consideraba divertimentos que, eso sí, le dieron más dinero que todas sus esforzadas investigaciones científicas.
¿Cómo se les ocurrió a los suecos premiar a este magnífico matemático, intachable liberal, honrado político y mediano dramaturgo? Probablemente debió influir el hecho de que en abril de 1895 se estrenara con enorme éxito en el Teatro Real de Estocolmo una versión sueca del dramón de don José, O locura o santidad. Y sin duda influyó el dato de que la comunidad científica europea, el único nombre español que alcanzaba a pronunciar con respeto era el suyo. Pero ese respeto generalizado por la personalidad científica y pública de Echegaray se tornó, al recibir el premio Nobel, en inquina manifiesta hacia su obra dramática por parte de los jóvenes escritores que hoy llamamos de la "generación del 98".
Cuenta Andrés Trapiello en su obra Los nietos del Cid (1997): "Valle Inclán que fue uno de los muchos españoles dotados con el don del insulto, lo llamó 'el viejo idiota'.
El insulto prosperó. Pero esos años después de que le fuese concedido el Premio Nobel, se dijo que Valle Inclán, sólo por comprobar su acierto, le había dirigido una carta con tal anotación en el sobrescrito: 'el viejo idiota', y que la carta había llegado".
Azorín, Baroja, Unamuno, los Machado, Rubén Darío, Maeztu y Valle Inclán, entre otros, firmaron un manifiesto acusándole de representar a una España "corroída por los prejuicios y la superchería". Esta acusación resulta sorprendente hacia aquél que el 11 de marzo de 1866 en su discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias, tras hacer un maravilloso recorrido por el mundo matemático a través de los siglos, se quejaba de no encontrar en toda la historia de la ciencia matemática "nombre alguno que labios castellanos puedan pronunciar sin esfuerzo". Y cuando buscaba explicación a esta carencia de nuestra tierra, sin temor a las consecuencias que su atrevido discurso pudiera traerle, los científicos allí reunidos le oyeron pronunciar estas palabras: "Pero no: si prescindiendo de aquellos siglos en que la civilización arábiga hizo de España el primer país del mundo en cuanto a la ciencia se refiere, sólo nos fijamos en la época moderna, y comenzamos a contar desde el siglo xv, bien comprendéis que no es ésta, ni puede ser ésta, en verdad, la historia de la ciencia en España, porque mal puede tener historia científica, pueblo que no ha tenido ciencia. La imperfecta relación que habéis oído, es resumen histórico de la ciencia matemática sí, pero en Italia, en Francia, en Inglaterra, en Holanda, en Alemania, en Suiza, que es donde renace la geometría cartesiana, la teoría de ecuaciones, el análisis algebraico, la teoría de los números, los cálculos del infinito, el análisis indeterminado, el cálculo combinatorio, la moderna geometría trascendente y la teoría de las curvas: es la historia de la ciencia allá donde hubo un Viete, un Descartes, un Fermat, un Harriot, un Wallis, un Newton, un Leibnitz, un Lagrange, un Cauchy, un Jacobi, un Abel; no es la historia de la ciencia, aquí donde no hubo más que látigo, hierro, sangre, rezos, braseros y humo".
Dudo que los escritores del 98 conocieran este discurso de Echegaray, dudo que supieran la importancia científica de su viejo idiota aquellos sobre los que Ricardo Baroja escribió: "Noté en el Café de Madrid que el tema favorito de las conversaciones era literario. Alguna vez se habló de pintura y de escultura, jamás de música ni de nada científico. Me extrañó que no todos, pero sí la mayoría de los principiantes literarios, fueran incapaces de multiplicar un número de dos cifras por otro de dos" (Ricardo Baroja, Gente de la generación del 98). No es pues de extrañar que no se dieran cuenta de la importancia matemática de Don José, y que con su crítica destructiva demolieran la imagen del que fue el mejor matemático del siglo XIX. Lo que resulta extraño es el poder destructivo de estos magníficos literatos, que ha hecho que, un siglo después, Echegaray sea considerado un pésimo dramaturgo y casi nadie sepa que según nos dejó dicho el indiscutible matemático de nuestro siglo, don Julio Rey Pastor: "Para la matemática española el siglo XIX comienza en 1865, y comienza con Echegaray" (Discurso inaugural del IV Congreso de La Asociación para el Progreso de las Ciencias, Valladolid, 1915).
José de Echegaray y Eizaguirre nació en Madrid el 19 de abril de 1832 de padre aragonés y madre navarrica. Su infancia transcurrió en Murcia, en cuyo instituto descubrió su pasión por las matemáticas. A los 14 años llegó a Madrid para preparar su ingreso en la Escuela de Caminos, de la que salió ingeniero a los 20 años con su primer empleo en Almería.
De sus lecturas juveniles él decía que había alternado Goethe, Homero y Balzac con las de grandes matemáticos como Gauss, Legendre y Lagrange. En 1854 llega a Madrid para hacerse cargo de la secretaría de la Escuela de Caminos. A los 32 años, el tres de abril de 1864 es elegido miembro de la Real Academia de las Ciencias Exactas, cuyo discurso de ingreso, al que ya me he referido, levantó una gran polémica. A propósito de dicho discurso, los periodistas Luis Antón del Olmet y Arturo García Carraffa en su libro Echegaray (Madrid, Imprenta de "Alrededor del mundo", 1912) escribieron: "Y como el discurso resultara áspero, crudo y hasta agresivo, produjo, a pesar de las felicitaciones y elogios de rúbrica, pésimo efecto en algunos centros y colectividades. Hay que tener en cuenta que en aquella época, todo lo que fuera rebajar a España, o empañar sus glorias, se recibía con censura, pues no ocurría entonces lo que desgraciadamente ocurre ahora, que los que escarnecen a la patria encuentran aplauso y simpatía en muchos sitios. Muchos periódicos combatieron su discurso. Los revolucionarios atacaron sus tendencias liberales; los liberales le acusaron de maltratar a la Ciencia Española y la polémica fue ruda porque D. José contestó a todos en el mismo tono que había empleado en su discurso".
Tras la revolución del 68 y la entrada de Prim en Madrid, Ruiz Zorrilla nombra a Echegaray Director General de Obras Públicas. En 1870 forma parte, junto con Topete y el general Berenguer, de la comisión que fue a Cartagena para recibir al rey Amadeo de Saboya. En el verano del 72, Ruiz Zorrilla recibe el encargo de formar un nuevo Gobierno y Zorrilla llama a Echegaray para que ocupe la cartera de Fomento. Amadeo abdica el 11 de febrero de 1873, los zorrillistas abandonan el campo, los republicanos se hacen dueños de la situación hasta la entrada de Pavía con las fuerzas armadas en el Congreso en enero de 1874. Se forma un gobierno de concentración presidido por el duque de la Torre, que llama de nuevo a Echegaray para ser ministro de Hacienda. Es entonces cuando da al Banco de España carácter de banco nacional.
Cuando deja el ministerio de Hacienda, se retira de la vida política y se dedica a la creación literaria. Estrenó 67 obras de teatro, 34 de ellas en verso. En 1882 es elegido miembro de la Academia de la Lengua. En noviembre de 1904 recibe el telegrama que le notifica la concesión del premio Nobel, premio que le fue entregado en Madrid, el 18 de marzo de 1905 por el Rey y la comisión sueca organizadora.
En 1905 vuelve de nuevo a la política, esta vez como ministro de Hacienda. Es posible que la gloria alcanzada en el mundo de las letras no fuera totalmente merecida, pero no siempre los grandes hombres son premiados en el terreno en el que más se lo merecen, basta recordar que el insigne matemático Bertrand Russell también fue premio Nobel de Literatura. Pero ante la biografía de Echegaray resulta difícil comprender la razón del olvido de un hombre que fue cuatro veces ministro, premio Nobel por sus obras de teatro y, por encima de todo, el mejor matemático que tuvo España en el siglo XIX.
Del Olmet y García Carraffa le preguntaban a D. José sobre estas tres actividades tan distintas de su vida y él contestaba: "Las matemáticas forman una salsa que viene bien a todos los guisos del espíritu. Las matemáticas armonizan con la música y con el arte en general. Ocasiones hubo en que el afán y la necesidad de ganar dinero me animaron a cultivar la dramática. Pero mi afición a las matemáticas fue constante, era más desinteresada, más pura, más honda, más grande, en una palabra. La política está por debajo de estas otras aficiones. Nunca encontré en ella ese placer íntimo que las matemáticas y la literatura me producían. Reconocí siempre que la política era necesaria en las sociedades modernas, porque con todas sus impurezas es elemento de progreso. Pero nada más. Fui político leal y sincero, y a veces político ardiente, pero la fiebre pasaba pronto y me quedaba tan tranquilo".
¿Por qué esa descalificación tan absoluta de un hombre que fue un dramaturgo aficionado, un político comprometido y un apasionado matemático?
No encuentro más pecado en él que el de haber pertenecido a un siglo del que Thomas Mann dijo: "Doy gracias al cielo por haberme nacido en 1875, y poder así participar de un cuarto del siglo más excelente de la historia, excelente por haber sido un siglo fundamentalmente burgués y liberal".
Pero si bien nadie le consideraba un genio de la literatura, ni por supuesto él mismo, que siempre mantuvo una actitud de distanciamiento crítico hacia sus obras dramáticas, la verdad es que en ese principio de siglo Echegaray gozaba en España de un inmenso prestigio intelectual, científico, social y político.
Su acendrado liberalismo, ya expresado en escritos suyos de los años 50, su acertada gestión de gobierno desde las carteras de Hacienda o Fomento, su constante defensa de las libertades individuales y religiosa en el Parlamento y la reconocida calidad científica de sus trabajos de investigación matemática y física, le concedían un prestigio que no podía empañar la calidad discutible de sus dramas, escritos con oficio y facilidad, pero que él mismo consideraba divertimentos que, eso sí, le dieron más dinero que todas sus esforzadas investigaciones científicas.
¿Cómo se les ocurrió a los suecos premiar a este magnífico matemático, intachable liberal, honrado político y mediano dramaturgo? Probablemente debió influir el hecho de que en abril de 1895 se estrenara con enorme éxito en el Teatro Real de Estocolmo una versión sueca del dramón de don José, O locura o santidad. Y sin duda influyó el dato de que la comunidad científica europea, el único nombre español que alcanzaba a pronunciar con respeto era el suyo. Pero ese respeto generalizado por la personalidad científica y pública de Echegaray se tornó, al recibir el premio Nobel, en inquina manifiesta hacia su obra dramática por parte de los jóvenes escritores que hoy llamamos de la "generación del 98".
Cuenta Andrés Trapiello en su obra Los nietos del Cid (1997): "Valle Inclán que fue uno de los muchos españoles dotados con el don del insulto, lo llamó 'el viejo idiota'.
El insulto prosperó. Pero esos años después de que le fuese concedido el Premio Nobel, se dijo que Valle Inclán, sólo por comprobar su acierto, le había dirigido una carta con tal anotación en el sobrescrito: 'el viejo idiota', y que la carta había llegado".
Azorín, Baroja, Unamuno, los Machado, Rubén Darío, Maeztu y Valle Inclán, entre otros, firmaron un manifiesto acusándole de representar a una España "corroída por los prejuicios y la superchería". Esta acusación resulta sorprendente hacia aquél que el 11 de marzo de 1866 en su discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias, tras hacer un maravilloso recorrido por el mundo matemático a través de los siglos, se quejaba de no encontrar en toda la historia de la ciencia matemática "nombre alguno que labios castellanos puedan pronunciar sin esfuerzo". Y cuando buscaba explicación a esta carencia de nuestra tierra, sin temor a las consecuencias que su atrevido discurso pudiera traerle, los científicos allí reunidos le oyeron pronunciar estas palabras: "Pero no: si prescindiendo de aquellos siglos en que la civilización arábiga hizo de España el primer país del mundo en cuanto a la ciencia se refiere, sólo nos fijamos en la época moderna, y comenzamos a contar desde el siglo xv, bien comprendéis que no es ésta, ni puede ser ésta, en verdad, la historia de la ciencia en España, porque mal puede tener historia científica, pueblo que no ha tenido ciencia. La imperfecta relación que habéis oído, es resumen histórico de la ciencia matemática sí, pero en Italia, en Francia, en Inglaterra, en Holanda, en Alemania, en Suiza, que es donde renace la geometría cartesiana, la teoría de ecuaciones, el análisis algebraico, la teoría de los números, los cálculos del infinito, el análisis indeterminado, el cálculo combinatorio, la moderna geometría trascendente y la teoría de las curvas: es la historia de la ciencia allá donde hubo un Viete, un Descartes, un Fermat, un Harriot, un Wallis, un Newton, un Leibnitz, un Lagrange, un Cauchy, un Jacobi, un Abel; no es la historia de la ciencia, aquí donde no hubo más que látigo, hierro, sangre, rezos, braseros y humo".
Dudo que los escritores del 98 conocieran este discurso de Echegaray, dudo que supieran la importancia científica de su viejo idiota aquellos sobre los que Ricardo Baroja escribió: "Noté en el Café de Madrid que el tema favorito de las conversaciones era literario. Alguna vez se habló de pintura y de escultura, jamás de música ni de nada científico. Me extrañó que no todos, pero sí la mayoría de los principiantes literarios, fueran incapaces de multiplicar un número de dos cifras por otro de dos" (Ricardo Baroja, Gente de la generación del 98). No es pues de extrañar que no se dieran cuenta de la importancia matemática de Don José, y que con su crítica destructiva demolieran la imagen del que fue el mejor matemático del siglo XIX. Lo que resulta extraño es el poder destructivo de estos magníficos literatos, que ha hecho que, un siglo después, Echegaray sea considerado un pésimo dramaturgo y casi nadie sepa que según nos dejó dicho el indiscutible matemático de nuestro siglo, don Julio Rey Pastor: "Para la matemática española el siglo XIX comienza en 1865, y comienza con Echegaray" (Discurso inaugural del IV Congreso de La Asociación para el Progreso de las Ciencias, Valladolid, 1915).
José de Echegaray y Eizaguirre nació en Madrid el 19 de abril de 1832 de padre aragonés y madre navarrica. Su infancia transcurrió en Murcia, en cuyo instituto descubrió su pasión por las matemáticas. A los 14 años llegó a Madrid para preparar su ingreso en la Escuela de Caminos, de la que salió ingeniero a los 20 años con su primer empleo en Almería.
De sus lecturas juveniles él decía que había alternado Goethe, Homero y Balzac con las de grandes matemáticos como Gauss, Legendre y Lagrange. En 1854 llega a Madrid para hacerse cargo de la secretaría de la Escuela de Caminos. A los 32 años, el tres de abril de 1864 es elegido miembro de la Real Academia de las Ciencias Exactas, cuyo discurso de ingreso, al que ya me he referido, levantó una gran polémica. A propósito de dicho discurso, los periodistas Luis Antón del Olmet y Arturo García Carraffa en su libro Echegaray (Madrid, Imprenta de "Alrededor del mundo", 1912) escribieron: "Y como el discurso resultara áspero, crudo y hasta agresivo, produjo, a pesar de las felicitaciones y elogios de rúbrica, pésimo efecto en algunos centros y colectividades. Hay que tener en cuenta que en aquella época, todo lo que fuera rebajar a España, o empañar sus glorias, se recibía con censura, pues no ocurría entonces lo que desgraciadamente ocurre ahora, que los que escarnecen a la patria encuentran aplauso y simpatía en muchos sitios. Muchos periódicos combatieron su discurso. Los revolucionarios atacaron sus tendencias liberales; los liberales le acusaron de maltratar a la Ciencia Española y la polémica fue ruda porque D. José contestó a todos en el mismo tono que había empleado en su discurso".
Tras la revolución del 68 y la entrada de Prim en Madrid, Ruiz Zorrilla nombra a Echegaray Director General de Obras Públicas. En 1870 forma parte, junto con Topete y el general Berenguer, de la comisión que fue a Cartagena para recibir al rey Amadeo de Saboya. En el verano del 72, Ruiz Zorrilla recibe el encargo de formar un nuevo Gobierno y Zorrilla llama a Echegaray para que ocupe la cartera de Fomento. Amadeo abdica el 11 de febrero de 1873, los zorrillistas abandonan el campo, los republicanos se hacen dueños de la situación hasta la entrada de Pavía con las fuerzas armadas en el Congreso en enero de 1874. Se forma un gobierno de concentración presidido por el duque de la Torre, que llama de nuevo a Echegaray para ser ministro de Hacienda. Es entonces cuando da al Banco de España carácter de banco nacional.
Cuando deja el ministerio de Hacienda, se retira de la vida política y se dedica a la creación literaria. Estrenó 67 obras de teatro, 34 de ellas en verso. En 1882 es elegido miembro de la Academia de la Lengua. En noviembre de 1904 recibe el telegrama que le notifica la concesión del premio Nobel, premio que le fue entregado en Madrid, el 18 de marzo de 1905 por el Rey y la comisión sueca organizadora.
En 1905 vuelve de nuevo a la política, esta vez como ministro de Hacienda. Es posible que la gloria alcanzada en el mundo de las letras no fuera totalmente merecida, pero no siempre los grandes hombres son premiados en el terreno en el que más se lo merecen, basta recordar que el insigne matemático Bertrand Russell también fue premio Nobel de Literatura. Pero ante la biografía de Echegaray resulta difícil comprender la razón del olvido de un hombre que fue cuatro veces ministro, premio Nobel por sus obras de teatro y, por encima de todo, el mejor matemático que tuvo España en el siglo XIX.
Del Olmet y García Carraffa le preguntaban a D. José sobre estas tres actividades tan distintas de su vida y él contestaba: "Las matemáticas forman una salsa que viene bien a todos los guisos del espíritu. Las matemáticas armonizan con la música y con el arte en general. Ocasiones hubo en que el afán y la necesidad de ganar dinero me animaron a cultivar la dramática. Pero mi afición a las matemáticas fue constante, era más desinteresada, más pura, más honda, más grande, en una palabra. La política está por debajo de estas otras aficiones. Nunca encontré en ella ese placer íntimo que las matemáticas y la literatura me producían. Reconocí siempre que la política era necesaria en las sociedades modernas, porque con todas sus impurezas es elemento de progreso. Pero nada más. Fui político leal y sincero, y a veces político ardiente, pero la fiebre pasaba pronto y me quedaba tan tranquilo".
¿Por qué esa descalificación tan absoluta de un hombre que fue un dramaturgo aficionado, un político comprometido y un apasionado matemático?
No encuentro más pecado en él que el de haber pertenecido a un siglo del que Thomas Mann dijo: "Doy gracias al cielo por haberme nacido en 1875, y poder así participar de un cuarto del siglo más excelente de la historia, excelente por haber sido un siglo fundamentalmente burgués y liberal".
Alicia Delibes
Retratos: José Echegaray
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