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LA DOROTEA de Lope de Vega

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GERARDA.— Ahora bien, volvamos a coger el hilo de nuestro cuento; que nos habemos detenido más que los tejedores en darle el nudo. Cuéntame lo que hay de Fernando. Dime todo lo que pasa, que por ventura me debes algunas palabras en tu favor. ¿Qué me miras y te ríes? Bueno, bueno, deja el arpa y dame parte de tu alegría; que como tú estás contenta, mas que se ahorque don Bela, que más vale aceña parada que amigo molinero. Y yo apostaré que dice aquel bobillo, polligallo, quiérelotodo: "Por el alabado dejé el conocido, y vime arrepentido."

DOROTEA.— ¿Piensas, tía, sacarme con invención lo que tengo en el pensamiento?

GERARDA.— No, hija, sino aconsejarte que vivas y te goces, que la mayor discreción es poner la capa como viniere el viento. Quiere lo que quisieres, y no repares en intereses; que mi hija hermosa, el lunes a Toro, y el martes a Zamora.

DOROTEA.— No te desveles, tía, que no he tenido papel de don Fernando, ni le quiero. Vete con Dios y déjame; que esta alegría exterior es el oro de las píldoras y el membrillo de los jarabes.

GERARDA.— No te lo digo yo porque te enojes, que bien puedes agradar a don Bela y querer a Fernando; que un rico es muy a propósito para no saber lo que pasa, y un pobre para sufrir lo que pasara; que por eso se vende la vaca, porque unos quieren la pierna, y otros la falda.

DOROTEA.— Para eso, Gerarda, es menester nacer a propósito.

GERARDA.— Que todo se aprende, hija. Y no hay cosa que nos sea más fácil que engañar a los hombres, de que ellos tienen la culpa. Porque como nos han privado el estudio de las ciencias, en que pudiéramos divertir nuestros ingenios sutiles, sólo estudiamos una, que es la de engañarlos. Y como no hay más de un libro, todas le sabemos de memoria.

DOROTEA.— Nunca yo le he visto.

GERARDA.— Pues es excelente letura y de famosos capítulos.

DOROTEA.— Dime los títulos siquiera.

GERARDA.— De fingir amor al rico y no disgustar al pobre.
De desmayarse a su tiempo y llorar sin causa.
De pedir, alabando lo que no se pide.
De alabar feos y de desvanecer lindos.
De presentar poco para sacar mucho.
De dar celos al libre, y al colérico satisfacciones.
De tener dos puertas a diferentes calles.
De la exhortación a las criadas en el secreto de los agravios.
En encubrir defetos y descubrir perfecciones.
De instruir una tía para que estorbe entrando.
De hacer que no sabe nada una madre y fingir temerla.
De negar ofensas y levantar que se las hacen.
De tener amigos poderosos y agradar maldicientes.
De mudar el nombre y huir poetas.
De entretener la esperanza con los principios.
De dilatar los postres hasta que nadie se alabe de la costa.
De dotrinar mulatas y gastar olores.
De mirar dormido y reír con donaire.
De estudiar vocablos y aprender bailes.
De encajar cuentos y hacerse de los godos.
Del hábito provocativo y limpieza cuidadosa.
Del andar en coche y parecer señora.
Y de no enamorarse por ningún acontecimiento, porque todo va perdido;
sin otros muchos capítulos de mayor importancia.

DOROTEA.— Te prometo que me has hecho reír de todo gusto, aunque estoy tan triste que me pongo cosas alegres por huir de mí misma.

GERARDA.— Pues no se dirá por ti que la mujer y la camuesa, por su mal se afeitan.

DOROTEA.— Ay, Gerarda, si hablamos de veras, ¿qué viene a ser esta vida, sino un breve camino para la muerte? Si don Bela quiere, tú verás estos pies que celebrabas trocar las zapatillas de ámbar en groseras sandalias de cordeles; estos rizos cortados, y estas colores y guarniciones de oro, en sayal pardo. ¿Quién hay que sepa si ha de anochecer la mañana que se levanta? Toda la vida es un día. Ayer fuiste moza, y hoy no te atreves a tomar el espejo por no ser la primera que te aborrezcas. Más justo es agradecer los desengaños que la hermosura. Todo llega, todo cansa, todo se acaba.

GERARDA.—¡Ay, hija Dorotea! Conmigo hablas, que no sé si amaneceré viva. Las lágrimas me has traído del corazón a los ojos. Conozco, aunque tarde, mis engaños. Dios te ha puesto las palabras en la boca.


Félix Lope de Vega y Carpio
De la escena décima de
La Dorotea, Acción en prosa, 1632

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