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Es el primero del Nuevo
Mundo llegado hasta nosotros. Parece que la Providencia, preservando de la
destrucción el monumento geográfico más grande de fin del siglo XV y principio
del XVI, ha querido que la posteridad hiciese justicia a los eminentes servicios
y excelsos méritos del navegante, nauta y sabio geógrafo vizcaíno Juan de La
Cosa. Porque resulta que, a pesar de ser tenido por sus contemporáneos en gran
predicamento como hombre de mar, no se ocuparon de sus hechos los historiadores
de aquella época. Su vida, llena de grandes merecimientos, ha permanecido casi
ignorada hasta nuestros días. Acompañó a Colón en el primer viaje, circunstancia
que fue ignorada por Humboldt y Washington Irving, facilitándole su nave propia,
la célebre Santa María, navío almirante de la expedición, que encalló y se
perdió en las costas de Santo Domingo…
Fragmento de un artículo
sobre Juan de la Cosa en la pluma de Segundo de Ispizua. Este artículo
corresponde a una versión reducida del que publiqué en la revista Historia de Iberia Vieja, número 62, agosto de
2010.
No es mi intención
entrar en discusiones eternas, porque a buen seguro que a más de uno se le
ocurre recordar el mapa de
Vinlandia y otras supuestas representaciones
antiquísimas de América en forma de mapa. No, ese no es el asunto que hoy visita
estas páginas, porque además tampoco tiene mucho sentido ya que existen
opiniones para todos los gustos. Hoy es Juan de la Cosa el
protagonista y, cómo no, su
mapa, que es considerado por los expertos como el más
antiguo que haya llegado a nosotros en que se represente el continente
americano. No debe extrañar, Juan de la Cosa fue un testigo
excepcional del descubrimiento que, además de cartógrafo, fue un aventurero digno de ser
recordado.
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Un cántabro
inquieto
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Ah pero, ¿Juan de la Cosa no era
vizcaíno? Tal cosa puede todavía extrañar a quien lea alguna
reseña histórica de cierta antigüedad, como sucede por ejemplo con artículos de
la época del que abre el presente. Durante mucho tiempo se pensó que Juan de la
Cosa era vasco, o más bien se confundió, pues El Vizcaíno era otro
navegante. Diversos documentos prueban que el origen de nuestro aventurero hay
que buscarlo en la cántabra ciudad de Santoña. No es cosa rara
la confusión, como tantas otras, pues lo que ha llegado a nuestros días sobre la
vida de este singular personaje es bastante escaso y, para ahondar más en
nuestra ignorancia, de su
niñez y juventud poco se ha logrado
averiguar.
Se estima que
nació a mediados del siglo
XV, y poco más se sabe de él hasta que encontramos su pista en
Portugal hacia 1488. Por entonces ya debía ser un navegante excepcional, versado
en cartografía y geografía, pues se ha sugerido que no se encontraba en Lisboa
precisamente de viaje de placer, sino espiando a las órdenes de los Reyes
Católicos a la busca de información secreta sobre las exploraciones portuguesas
en el sur de África. Suerte tuvo como espía, pues de haber sido capturado en
Portugal, muy posiblemente no hubiera sobrevivido para averiguar que, al otro
lado del Atlántico, todo un Nuevo Mundo esperaba a los
europeos. Muchos años más tarde, en 1503, retomó siendo ya célebre personaje de
su época, las tareas de espionaje en tierras portuguesas. En esa ocasión fue
capturado sin haber podido completar su labor y devuelto a Castilla de mala
manera. Mucho antes de ese contratiempo, unas aventuras le llevaron a otras,
como si su destino fuera saltando de un gran reto al siguiente. El siempre
inquieto navegante logró ser el propietario de algún barco en el Puerto de Santa
María, donde tuvo tratos comerciales con los hermanos Pinzón y, de
ahí, entró en contacto con un tal Cristóbal Colón, un
completo desconocido por entonces. Fue Juan quien puso a disposición de Colón
una nao de su propiedad, nombrada para el histórico viaje americano como
Santa María,
expedición en la que igualmente participó personalmente y donde, para colmo, vio
cómo su nave zozobraba en aguas haitianas. Al parecer, Colón acusó a nuestro
aventurero poco menos que de cobarde, habiendo huido del barco mientras se
hundía.
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De la cosa regresa a
América
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Muy cobarde no debía ser
el bueno de Juan pues, además de ser recompensado por los reyes por la pérdida
de su barco, bien pudo permanecer tranquilo en España, con fama
y dineros a su disposición, siendo agasajado a diario, contando todo tipo de
historias sobre lejanas tierras
vírgenes. Al contrario, regresó a América en el segundo viaje de
Colón, no se sabe si como cartógrafo al cargo de las cartas de
marear o como simple marinero. Sea como fuere, se sabe que en ese viaje, en el
que tuvo como compañero a cierto Juan Vizcaíno con el que
ha sido confundido durante tanto tiempo, se vio obligado a firmar un juramento
en el que renegaba de Cuba como isla. La manía, o maniobra calculada más bien,
por la cual Colón declaraba esas tierras como continente, fue devuelta como si
de justicia cartográfica se tratara en el mapa que Juan elaboraría tiempo
después y en el que, olvidando el inútil juramento, dibujó a Cuba como lo que
realmente es: una isla.
Hay algunas pruebas que
hacen pensar en la presencia de Juan de la Cosa en el tercer viaje de Colón,
sin que este punto haya sido aclarado, pero de lo que no hay duda es que el
aventurero sentía la llamada de aquellas tierras. En 1499, con la pérdida por
parte de Colón del monopolio que había guardado hasta entonces sobre todo viaje
hacia América, se empezaron a organizar expediciones por doquier en busca de
fortuna. La experiencia como piloto y cartógrafo de Juan de la Cosa hacía que
fuera alguien muy valorado por los promotores de viajes hacia el Nuevo Continente. Nuevamente
a la mar, Juan surcó las aguas del Atlántico a las órdenes de Alonso de Ojeda, en una
navegación que le llevó a contemplar la desembocadura del Orinoco y gran parte de
la costa sudamericana septentrional. Nuevas aventuras tuvo para narrar a su
regreso a España, incluyendo un percance con una flecha indígena que casi acaba
con su vida, pero pocos dineros logró la expedición. Sin embargo, un tesoro
incalculable fue recogido por Juan de la Cosa pues, minuciosamente, fue
reuniendo los apuntes que realizó en el viaje para dar forma a su magna obra cartográfica.
Llegados al año 1500, la
fiebre por los viajes americanos puso a disposición de Juan de la Cosa una nueva
oportunidad de cruzar el charco. Un notario sevillano que atendía al nombre
de Rodrigo de
Bastidas, logró una licencia real para probar fortuna en
América. El notario consultó a nuestro cartógrafo sobre las mejores rutas para
atender con buen ánimo la aventura y, una cosa llevó a la otra, pues de simple
consejero pasó a convertirse en piloto de la expedición. El oro les esperaba al
final del viaje, más no fue la fortuna muy amable con los marinos, pues la
burocracia les jugó una mala pasada al forzar el mal tiempo a sus naves a
dirigirse hacia La Española, lugar vedado para ellos, donde la tripulación fue
arrestada y, al parecer, sus bienes confiscados en gran parte. Posteriormente la
reina Isabel encomendó a Juan de la Cosa diversas tareas, además de un cargo en
la recién nacida Casa de la
Contratación y tanto él como el capitán Bastidas fueron
exonerados de cualquier cargo por el percance en La Española, mas no lograron
recuperar lo que hubiera sido toda una fortuna en forma de oro. ¿Acaso no tenía ya suficiente el marino
cartógrafo con tanta correría? Parece que no, porque incluso con
un cargo bien remunerado, se empeñó en 1504 en organizar un viaje a América por
cuenta propia. Con cuatro navíos exploró grandes territorios de Sudamérica y las
Antillas y sufrió grandes penalidades, pero sus esfuerzos fueron recompensados
con una gran suma de dinero por la Corona.
Nuevamente el juego
comenzaba otra vez, en España participó en la Junta de Burgos,
discutiendo con sus contemporáneos sobre cómo llegar a Asia navegando hacia el
oeste y perfilando el mapa administrativo de las nuevas tierras descubiertas.
Pero no iba a quedarse quieto, naturalmente, un viaje a La Española dotado
económicamente de forma espléndida por la corona y la idea de establecerse en el
Nuevo Mundo con su
familia, iban a forjar su futuro. Por desgracia, la idílica estampa que pintó en
su mente Juan de la Cosa esta lejos de formar parte de ese porvenir.
Una flecha envenenada
terminó con su vida de forma violenta, cuando participaba en la
persecución de un grupo de indígenas después de un sangriento
combate.
El mapamundi de Juan de
la Cosa
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Visto de cerca no parece
gran cosa, una simple pintura sobre pergamino con menos de un metro de algo y
cerca de dos metros de ancho. Actualmente se conserva en el Museo Naval de Madrid,
donde orgullosamente muestra una inscripción que nos cuenta su origen. El mapa
grita a quien lo vaya a contemplar el nombre de su autor, Juan de la Cosa. Fue
allá por 1500 cuando el cántabro realizó este célebre mapa para la Corona,
representando las tierras americanas por él exploradas, junto con el resto de
regiones del Nuevo Continente de las que se tenían noticias por parte de otros
navegantes. En conjunto, se trata de la representación más antigua que se conoce
de los descubrimientos americanos a finales del siglo XV. A modo de portulano
ricamente decorado, como en las cartas medievales, Juan de la Cosa, testigo
único de una época sin igual, dibujó no sólo perfiles de la costa, ríos o
montañas, sino también representaciones de personajes, como Colón y animales
mitológicos. Curiosamente, y posiblemente recordando el dichoso juramento que el
descubridor de América le hizo firmar, el cartógrafo se empeñó en plasmar Cuba como
isla, cosa que a Colón hubiera enfadado.
El mapamundi de Juan de
la Cosa no siempre ha estado en un museo y, para nuestra suerte, ha sorteado
graves peligros a lo largo del tiempo hasta llegar a nosotros en un aceptable
estado de conservación. El mapa desapareció de los registros históricos durante
cientos de años, hasta que en 1832 fue adquirido por un potentado holandés a un
precio de risa en una maniobra que, a buen seguro, salvó a este tesoro de
terminar sus días en manos de algún ropavejero. A mediados del siglo XIX pasó a
manos del gobierno español en una subasta y, desde ese momento, se encuentra a salvo en el Museo
Naval, como objeto superviviente de toda una serie de
carambolas, tal y como narraba Guillermo de Federico en la revista Vida marítima en su edición
del 10 de mayo de 1908:
La propiedad de esta
Carta es del Depósito Hidrográfico, con cuyos fondos fue adquirida en París, el
año 1853, por el célebre historiador cubano D. Ramón de la Sagra, comisionado
por el Gobierno español para comprarla en la subasta pública que se hizo de los
papeles y documentos que poseía el barón Walckenaer, Ministro plenipotenciario
de Holanda en París. La Carta se adjudicó en 4.321 francos y fue depositada,
para su custodia y exposición al público, en el Museo Naval. Mide el Mapamundi
0,80 por 1,92 metros, y se halla delineada en dos trozos de pergamino, unidos
por el eje menor del rectángulo, que forman y abarca el dibujo en su parte
geográfica, Europa, África, la parte más conocida del Asia hasta el río Ganges,
con varias islas del Océano Indico, y por último, el diseño de las Indias
occidentales, con las tierras entonces descubiertas y apenas reconocidas, como
eran las Antillas, Tierra Firme y casi todo el seno mejicano, y además, se
indican las costas orientales de la América del Norte. La Carta, esencialmente
hidrográfica, carece de detalles en la parte terrestre, y solamente algunos de
los principales ríos navegables y cordilleras más notables aparecen trazados en
ella. Los dibujos y miniaturas que adornan el Mapa, según costumbre de la época,
son abundantes y notables. Coronando el rectángulo, en su extremo occidental,
hay una efigie de San Cristóbal, llevando en sus hombros al Niño Jesús, y al pie
de ella la siguiente inscripción:
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Juan de la Cosa la fizo
en el Puerto de Sª Mª en anno de 1500
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En el centro del
pergamino, una gran rosa de los vientos (aparte de otras nueve más pequeñas
repartidas en el Mapa), de la que parten los treinta y dos rumbos, y dentro de
ella una imagen de la Virgen y el Niño. Castillos, iglesias, banderas y reyes
con sus rótulos, los tres Reyes Magos y su estrella guía, y multitud de
letreros, que con los dibujos de naos y carabelas de distintas nacionalidades, y
las cabezas de cefirillos que soplan indicando la dirección de los vientos,
enriquecen la documentación histórica y geográfica de esta Carta. Los errores
(en su mayoría no grandes) que en longitud y latitud se observan en diversos
puntos de la Carta, no bastan a obscurecer ni rebajar el mérito de los
conocimientos que poseía su autor, el piloto que fue de Cristóbal Colón en la
nao Santa María, constituyendo su obra un verdadero monumento geográfico, dados
lo escaso e imperfecto de los datos conocidos en aquella
época.
Toda una suerte, sobre
todo porque se sabe que Juan de la Cosa realizó otros mapas, muy famosos en su
época, de los que no ha quedado más que un leve recuerdo. Contemplar ese pedazo
vivo de la historia de España, que ha llegado a nosotros desde el siglo XV con
gran fortuna, es todo un honor que hoy se une a una celebración singular pues
ahora, en 2010, se celebra el quinto centenario de la muerte del gran
marino y cartógrafo cántabro.
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Colón anuncia a los
Reyes Católicos
el descubrimiento de América
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