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Estos días en que se habla tanto del Museo del Prado observa uno que casi
nadie habla de Eugenio d'Ors, máximo glosador de nuestro gran museo y de toda
la historia de la pintura, guía irrepetible del arte de cualquier tiempo,
espacio y categoría. No vamos a hacerlo nosotros por vanidad ni por
espectacularidad. Solamente dejamos aquí esta insinuación y que venga otro que
are. El maestro D'Ors, de inesperado origen americano e irreverente situación
catalana, hace su obra en varios idiomas o es traducido por otros. No se puede
reinventar a D'Ors sino plagiarle, todo lo más. El ápice del olvido de D'Ors
está en la actual Cataluña, cuyos mentores no le han citado nunca, muy
posiblemente porque no le conocen. Tuvo querellas con aquellos señores y se
viene a Madrid a intentar una Segunda República estética. Ortega le distancia
entre el respeto y el olvido. Azaña dice de él que es un señor que se ocupa
mucho del mirar, de ajustar su mirada a su categoría. Y finalmente le valoran
con una colaboración en una revista mundana y mal pagada, ignorando la
repercusión de sus libros narrativos, filosóficos, atrevidos, de los que nace
un barroquismo que dará lugar a su gran libro Lo barroco. Yo he visto en los
archivos correspondientes recibos de colaboraciones cobrados por este catalán
impar en el límite de las quinientas pesetas, recibos muy significativos ahora
que los altos políticos se apedrean con cantidades minuciosas e incluso el Rey
tiene que declarar lo que le pasa a su pariente bastardo. Don Eugenio, repito,
vive su ápice de gloria madrileña y europea en la década de los 40, para llegar
definitivamente a los 50, cuando ya no sale de su ermita mediterránea y
necesita un ascensor particular para subir al primer piso. Cuando le comunican
que su esposa le ha abandonado, el maestro contesta: - Ahora que empezaba yo a
ser demorado en el trance. Las marquesas le invitaban a hablar de Goethe, ya
que eran vecinas, y él se presentaba vestido de Goethe en aquel barrio culto y
callado. Muchos años más tarde yo he ocupado esa tribuna visitadísima y snob.
Recuerdo, entre los asistentes, a Gregorito Marañón. Tres horas en el Museo delPrado es su libro más divulgado y ameno. D'Ors explica en él, entre otras
maravillas, que para visitar el Prado o cualquier otra grandiosidad, lo primero
que hace es cruzar el salón hasta el final y luego volver a empezar cuadro tras
cuadro, si de museo se tratase. El maestro crea con sus libros y artículos toda
una escuela de crítica estética, pero lo que más le plagian es la prosa; más
que la idea. Su gran pecado intelectual es lo barroco, como decía él, y no el
barroco, aunque escribe muy barroco para salvarse de un churriguerismo que le
afecta como una lepra. Así, cuando fuerza la «crisolinfa paladiana», buscando
inmediatamente la esbeltez de su Rosalía: «Sobre la ría / un astro / se moría /
Rosalía / de Castro / de Murguía». Pues eso. Era un ejemplar único de su
especie y España le olvidó. Di una conferencia sobre él en el Ateneo de
Barcelona para un público que acudió a olvidarme. Se dice que por siempre.
Francisco Umbral
El Mundo, 28 abril 2007
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