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CADALSO Y LA DECADENCIA DE ESPAÑA (Mauricio Fabbri)



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Cadalso y la decadencia de España

Cadalso advierte claramente la amplitud y profundidad de la decadencia española, política, económica, social y cultural al mismo tiempo. Aunque preocupado, se muestra más bien indignado y ofendido. La atribuye a gravísimos errores del pasado y hecha la culpa a Carlos V, Felipe II y a la Casa de Austria. Es consciente de que la decadencia afecta también a su siglo, para lo que voy a recordar las consideraciones de Nuño en la Carta III que concluyen con la imagen dramática de la España de Carlos II reducida a «un esqueleto de un gigante» y la requisitoria en la Carta XLIV contra la España del Seiscientos comparada a una «casa grande que ha sido magnífica y sólida».

Con el momento en que vive, Cadalso no es menos lúcido y riguroso. Sobretodo en boca de Gazel denuncia el retraso espiritual y económico de su patria: orgullo, vanidad, corrupción, superficialidad, ignorancia, superstición contrapuestas a laboriosidad, dedicación, entusiasmo, honradez, patriotismo. Así las artes y ciencias se hallan desatendidas, los jóvenes se crían en un ambiente de comodidades y lujo, ignorantes y presuntuosos como el «caballerete» de la Carta VII o los contertulios de la Carta LVI. El lenguaje se corrompe y llena de barbarismos como indican las palabras de Gazel: «... la corrupción de la lengua [es] consiguiente a la de las costumbres». El carácter del pueblo se ha transformado ya que falta el respeto a los ancianos, la autoridad paterna y tradiciones, siendo la moda: «blasfemar de los antiguos costumbres; se quiere imitar todo lo que es extranjero con ridículos resultados patentes en los tres «memoriales» —134 de la Carta XLIV; se prefiere chismorrear, festejar y corromper para obtener empleos y honores. La mujer española ha perdido el «respeto», la «estimación», la «suma veneración» por parte del otro sexo. La gloria y el honor militar se hallan desprestigiados: no se honra la memoria de los héroes; incluso los generales han olvidado el «noble entusiasmo del patriotismo»: mentirosos e ineptos se contentan con desfilar al frente de elegantes tropas. La nobleza olvida que «la milicia es la cuna de la nobleza», tal como afirma Nuño, y prefiere dedicarse a actividades fútiles y vanas en lugar de pensar en recuperar la antigua virtud y salvar al país.

El análisis riguroso y desencantado de Cadalso no excluye ningún aspecto de la sociedad española. Pero la crítica de negativa pasa a positiva ya que el autor de las Cartas marruecas ofrece modelos de ejemplos de comportamiento, de organización y estructura, tanto individuales como colectivos, mediante los cuales inspirarse y animarse para superar la gravísima crisis atravesada por España.

Conviene señalar que el «ciudadano universal» Cadalso no considera proficuo buscar soluciones más allá de los confines históricos y físicos de su patria, y que instituciones y costumbres foráneas no le sugieren soluciones válidas. Cadalso está firmemente convencido de que España posee un carácter peculiar y escasamente modificable, bien expresado en el dicho de Nuño: «genio y figura hasta la sepultura» y que de todos modos: «la mezcla de las naciones en Europa ha hecho admitir generalmente los vicios de cada una, y desterrar las virtudes respectivas». Además estima que ciertos aires renovadores procedentes de Europa («Cierta ilustración aparente... ese oropel que brilla...») pueden producir efectos peligrosos ya que «no sirven más que de confundir el orden respectivo, establecido para el bien de cada estado en particular». Por lo tanto, aunque también manifieste admiración por naciones como Inglaterra y Francia —135 y por sus seguros progresos en la ciencia y la técnica, Cadalso es de la opinión de que España tiene que buscar en sí misma la fuerza necesaria para renovarse y debe hallar en su historia los modelos con que compararse. Para Cadalso no parecen existir dudas sobre el ejemplo a seguir: es el que ofrece la España de los Reyes Católicos. En aquella época la institución monárquica gozó del mayor consenso; cultura y lengua se afianzaban en el mundo; la tensión espiritual y el amor por la patria eran muy elevados; las costumbres austeras; la economía floreciente y la propia nobleza era bien digna de sus blasones.

La referencia al siglo XVI es insistente y convencida tal modo lo atestiguan los numerosos ejemplos que se podrían citar. El cuadro ideológico de las Cartas resulta una vez más unitario y consensual: los tres interlocutores aunque miren a los ejemplos ofrecidos por las naciones a la vanguardia en Europa en el Setecientos, se fundan en el ejemplo de la España imperial, virtuosa, guerrera, culta del Quinientos que presenta una estructura jerárquica cuyo centro está ocupado por el patriota/soldado, personificado casi exclusivamente por Hernán Cortés «héroe mayor que el de la fábula», por el cual Cadalso demuestra la más viva admiración en varias ocasiones.





Cadalso y la sociedad de su tiempo

En las Cartas, Cadalso se presenta como atento observador de las costumbres españolas y agudo crítico de comportamientos, tendencias y modas.

Recurriendo oportunamente a la ironía, al sarcasmo o a la explícita denuncia, trata de literatura, oratoria, academias y tertulias o bien de cuestiones históricas, lingüísticas, económicas y militares. No se le escapan tampoco las relaciones familiares y en concreto la educación y la instrucción, la condición de la mujer u otros aspectos más bien costumbristas —136 como los petimetres, coquetas, los rancios eruditos. Otros asuntos, tan caros a Feijoo a quien elogia, como la astrología, los almanaques y la superstición en general, son también motivos de crítica.

No se puede pues no atribuir a Cadalso intenciones reformistas e innovadoras. Y sin embargo su actitud frente a algunos significativos postulados y cuestiones de su tiempo, se muestra reticente e incluso adverso. Me refiero por ejemplo a la conquista y colonización americana, en relación al nuevo clima espiritual y cultural suscitado por los philosophes, y al retorno del mito del «buen salvaje». Cuando Cadalso compuso las Cartas marruecas, Voltaire ya había publicado su Essai en el que defendía al pueblo mejicano, Cornelius de Pauw sus Recherches philosophiques sur les Américains y Guillaume Raynal la Histoire philosophique et politique.

En toda Europa se discutía de los derechos del hombre interrogándose con inquietud sobre las «hazañas» del colonialismo, y en especial del español.

Sin embargo Cadalso que bien conocía las profundas razones que sostenían aquel vasto movimiento de revisión histórica, con patriótica coherencia, persevera en su «defensa de la nación española» justificando la conquista y devolviendo las calumnias a los «humanísimos países» esclavistas y negreros que a pesar de todo se erigían en jueces de España. Cuando considera a los pueblos vencidos aplica anticuados clichés tan gratos a algunos cronistas clásicos que los ven como salvajes, idólatras, comedores de carne humana.

Es significativa y emblemática, sobre todo si se consideran las censuras y críticas de que había sido objeto, en su misma patria, la figura del conquistador extremeño Hernán Cortés, propuesto ahora como modelo único y héroe a imitar. Por otra parte, con la apologética defensa del extremeño hecha en 21 puntos de la Carta IX tan convencida e inapelable, Cadalso se separa considerablemente de la línea —137 mantenida por otros contemporáneos suyos como los Moratines, Jovellanos, Meléndez Valdés, Montengón, Iglesias de la Casa, quienes más meditadamente anteponen, o bien colocan junto a Cortés, a otros ilustres personajes sacados de la historia y del epos españoles como el Cid, Pelayo, Álvaro de Bazán, el Gran Capitán.

Pasando ahora a otro tema, la actitud que Cadalso muestra hacia la clase que estaba emergiendo entonces, la burguesía, es necesario señalar que está determinada por una sincera incomprensión tal como testimonia el tono despreciativo e incluso grotesco empleado por Cadalso cada vez que lo trata. Considérese el episodio del «proyectista» en la narración que hace Nuño en la Carta XXXIV.

Se trata de un personaje/límite sobre cuya salud mental se pueden expresar las más serias dudas y que sin embargo permite a Cadalso generalizar, con evidente descrédito para todos los que, con fervor y lúcido empeño, han dedicado energía y dinero, y no sin riesgo, a la tentativa de enriquecer «los países en que se hallan». Presentando con ironía al «proyectista» y a sus imposibles canales, Cadalso acaba por rebajar la importancia del esfuerzo reformador de los ministros de Carlos III y de la generosa voluntad de cuantos, en su mayoría personas dedicadas a profesiones liberales y a actividades mercantiles, en las «Sociedades Económicas de Amigos del País» -que él bien conocía- trataban de modificar racional y radicalmente el cuadro social y cultural del país.

Idéntica incomprensión muestra Cadalso para con la ansiosa búsqueda de mejora social que anima a los sectores más activos de las clases artesanales y burguesas que si por un lado lleva al abandono de artes y oficios, por la pésima tendencia de ciertos padres a «colocar a su hijo más alto», por otra impulsa a los burgueses, identificados en el «caballero que acaba de llegar de Indias» de la Carta XXIV, a —138 ocupar espacios poco pertinentes a su clase y más bien a la nobleza.

Entre las causas de la crisis económica española, Cadalso señala la renuncia a la tradicional sencillez y sobriedad españolas en favor de un tenor de vida más elevado y dispendioso. El lujo, las modas servilmente imitadas, empobrecen a las familias y hacen a las pobres naciones esclavas de las que «por su genio inventivo e industrial» han sabido imponer su way of life llegando a influir incluso sobre el lenguaje.

Cadalso como político y filósofo es de la opinión de que se deba fomentar el «lujo nacional», es decir «dimanado de los artículos que ofrece la naturaleza sin pasar los Pirineos» (Carta XXXV), artículos producidos en España y fabricados por manos españolas. Una vez más, por boca de Gazel, vuelve Cadalso a proponer el ejemplo de la España laboriosa y esencial de Fernando e Isabel, excelente por sus fábricas de tapices, cerámicas, armas, producción de libros, en fin, agricultura.

Veamos cuál era la posición de Cadalso con respeto a la política. Cuando Gazel y Nuño hablan de políticos hacen una distinción prudente, entre quienes tienen la responsabilidad de aplicar la «ciencia de gobernar pueblos», quienes además son los detentadores autorizados y tradicionales del poder, y todos los demás, es decir los que «han usurpado este nombre» y que son los recién llegados a la escena política española en especial modo después de las reformas de Carlos III que introdujeron numerosos miembros de la clase media en el gobierno y municipalidades en contraste con el exclusivismo de las clases altas quienes desde siempre habían tenido a su cargo tales responsabilidades.

Contra éstos se arrojan los dos protagonistas citados con repetidas y violentas invectivas. Es una condena inapelable con las características de un juicio sumario. Estos políticos, grabados con el sello de la ambición y de la corrupción, —139 son ineptos, capaces de cualquier delito, veletas, frívolos y estúpidos. Si Cadalso pretendía con ello estigmatizar la difundida costumbre de tratar de política sin discernimiento ni conocimiento, y tal como había hecho en ámbito literario, quería crear la figura del político a la violeta, es necesario decir que en este caso no llegó a encontrar el justo tono. Adolece de garbo e ironía. Hallamos una insistente y generalizada incomprensión que puede entenderse como rechazo ante el progresivo avance de las masas populares en el campo político y como reacción a los cambios en sentido burgués y «democrático» que se iban produciendo en la España de su tiempo.

Para concluir esta personal lectura, sugerida por algunos de los aspectos temáticos de una obra tan sugestiva, podemos intentar un posible comentario conclusivo. En primer lugar, se puede afirmar que las Cartas marruecas más que «ambiguas» son, utilizando un término grato a Cadalso, «problemáticas» en el sentido de que reflejan el pensamiento de un hombre turbado hasta lo más profundo de su ánimo por inquietudes de orden moral, político y cultural; que advierte tal vez con mayor intensidad que otros contemporáneos suyos, la decadencia de una época a la que está ligado por educación e historia personal; que ve consumirse antiguos y básicos valores -como por ejemplo la cultura cristiana y tradicional- sin ser definitivamente reemplazados por otros; que es consciente de las aportaciones positivas de las nuevas filosofías, pero suficientemente escéptico para no creerlas resolutivas y que, finalmente, observa el mundo circundante, afectado ya por vastos cambios ideológicos y sociales y ya en fase pre-revolucionaria, a través de la lente de la moralidad y del raciocinio teñido de pesimismo, buscando por cualquier parte, como redivivo Diógenes, virtud, amistad, bondad, verdad.

Son por otra parte su misma problemática, sus frustraciones, su escepticismo e ironía junto a la actitud reformista e innovadora y a la humanidad de sus sentimientos -que tan manifiestos se encuentran en las Cartas marruecas- los que lo definen ideológicamente como ilustrado.


Mauricio Fabbri
de José Cadalso relator de
 las "Cartas Marruecas"

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Para ver el estudio
completo y anotado
en Biblioteca Virtual Cervantes
pinchar aquí





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