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Dos bellos ejemplos de la relación realismo-literatura separados por un siglo: se reeditan los espléndidos diálogos, a modo de guía para forasteros de los usos del habla de los españoles, publicados en 1599 bajo el nombre de John Minsheu; y se publica por primera vez en español el supuesto libro de memorias del capitán Carleton, historia novelada de la Guerra de Sucesión española.
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En el Anuario del Instituto Cervantes (y en limpia tirada aparte) se rescata una auténtica joya de la prosa española: los Pleasant and Delightfull Dialogues impresos en Londres en 1599 y cuyo texto castellano había de alcanzar un éxito europeo. A pesar de que vienen publicados bajo el nombre de "John Minsheu", no se deberán a su pluma, sino a la de un español, verosimilmente Antonio del Corro, calvinista instalado en Inglaterra.
Si va a decir verdad, uno se pregunta si ingleses, italianos y franceses salieron aprovechados del estudio del "Minsheu": como manual de lengua, el libro me inspira una confianza relativa. El mérito de estos diálogos es otro: describen unos usos que podrán sorprender al viajero y destacar unas particularidades del hablar de los españoles. Son guía y avisos para forasteros.
Primero, advierte "Minsheu" que los españoles suelen manejar refranes y se divierten en alterarlos, uso que confirma Correas ("cobra buena cama y échate a dormir", por ejemplo). Segundo: los españoles motejan. Antonio de Guevara avisaba al aprendiz de cortesano que no se escandalizara si le motejaban en palacio, "Minsheu" avisa al extranjero que viaja por España. Presentarle a uno el jubón antes de la camisa es motejarle de azotado, puesto que el azotado, cuando se vuelve a vestir después de recibir el castigo, se viste la camisa sobre el jubón [de azotes]. Fue chiste de los más apreciados, hasta Alemán y Lope, por fundarse en un equívoco. Por supuesto el motejar no es hacia 1600 privativo de España, también se practica en Italia y Francia. Pero, si bien interpreto, los franceses aparcan el motejar reservándolo a unos momentos cuidadosamente delimitados, mientras que en España el mote se inserta como naturalmente en el tejido de la conversación.
Entre las varias formas del motejar, "Minsheu" concede sitio de honor a la pulla, que acomete en efecto a los que van caminando por España. Los campesinos solían echar pullas a los viandantes. Los que conocían el uso tampoco se mordían la lengua y replicaban: de allí nacían unas justas oratorias que alguna vez terminaban mal. En estas trifulcas se distinguían los mozos de mulas ("docto en pullas, cual mozo de camino", escribe Quevedo). La costumbre sorprendía a los extranjeros. Pero François Bertant, conseiller del Parlamento de París, cuando viaja por España en 1659, en vez de ofenderse, no tarda en entender el carácter lúdico de la pulla y en ocasiones en apreciar su agudeza. Comparte esta reacción "Minsheu" cuyo mozo de mulas abre el fuego con la asonancia clásica: "¿Y el mulo? -Besadlo en el culo", continuando con un tiroteo particularmente logrado entre ventera y mozo.
En este diálogo surgen unas frases que nos suenan. Dice la ventera: "Nos hemos recogido mi marido y yo a esta venta, por acabar en buena vida", concretando a continuación: "¿No le parece a vuestra merced que es buena vida estar hechos ermitaños en este desierto? ¿Qué más hicieron los padres del yermo?". A lo cual replica el mozo: "Y tan virtuosos, que, de liosna, a cuantos pasan les quitan lo que llevan". "¿Quitar? -protesta la ventera- ¡Nunca Dios tal quiera! Recebir lo que nos dan con cortesía, eso sí". ¿No le parece al lector que está oyendo la voz del ventero socarrón que alberga a don Quijote: "A lo último, se había venido a recoger a aquel castillo, donde vivía con su hacienda y con las ajenas, recogiendo en él a todos los caballeros andantes, de cualquiera calidad y condición que fuesen, sólo por la mucha afición que les tenía y porque partiesen con él de sus haberes en pago de su buen deseo?". El equívoco es el mismo, e idéntica la gracia. Estos diálogos son indudablemente, insisto, una joya de la prosa española de 1600.
En otro diálogo, el soldado de "Minsheu" traza una caricatura feroz de la vieja, caricatura a base de apodos que puede ocupar sitio de honor en la galería de los cuadros prequevedianos. Añádanse un pronóstico perogrullesco, una cuenta venteril, varios cuentecillos que andan desparramados en las páginas de "Minsheu", y habremos de constatar que estos diálogos son elocuente muestrario de la agudeza española a fines del siglo XVI.
Concluyamos. Estos diálogos evocan a Quevedo cuando no suenan a Cervantes. ¿Cabe desear más? Evidentemente, no. Sólo hemos de agradecer su buen tino a los editores y su sabrosa introducción a Jesús Antonio Cid.
En este diálogo surgen unas frases que nos suenan. Dice la ventera: "Nos hemos recogido mi marido y yo a esta venta, por acabar en buena vida", concretando a continuación: "¿No le parece a vuestra merced que es buena vida estar hechos ermitaños en este desierto? ¿Qué más hicieron los padres del yermo?". A lo cual replica el mozo: "Y tan virtuosos, que, de liosna, a cuantos pasan les quitan lo que llevan". "¿Quitar? -protesta la ventera- ¡Nunca Dios tal quiera! Recebir lo que nos dan con cortesía, eso sí". ¿No le parece al lector que está oyendo la voz del ventero socarrón que alberga a don Quijote: "A lo último, se había venido a recoger a aquel castillo, donde vivía con su hacienda y con las ajenas, recogiendo en él a todos los caballeros andantes, de cualquiera calidad y condición que fuesen, sólo por la mucha afición que les tenía y porque partiesen con él de sus haberes en pago de su buen deseo?". El equívoco es el mismo, e idéntica la gracia. Estos diálogos son indudablemente, insisto, una joya de la prosa española de 1600.
En otro diálogo, el soldado de "Minsheu" traza una caricatura feroz de la vieja, caricatura a base de apodos que puede ocupar sitio de honor en la galería de los cuadros prequevedianos. Añádanse un pronóstico perogrullesco, una cuenta venteril, varios cuentecillos que andan desparramados en las páginas de "Minsheu", y habremos de constatar que estos diálogos son elocuente muestrario de la agudeza española a fines del siglo XVI.
Concluyamos. Estos diálogos evocan a Quevedo cuando no suenan a Cervantes. ¿Cabe desear más? Evidentemente, no. Sólo hemos de agradecer su buen tino a los editores y su sabrosa introducción a Jesús Antonio Cid.
Máxime Chevalier
31 de mayo de 2003
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Universidad de Burdeos. El español en el mundo. Anuario del Instituto Cervantes 2002. Instituto Cervantes. Círculo de Lectores/Plaza & Janés. Alcalá de Henares, 2002. 370 páginas más 68 láminas. 16,50 euros.
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