Un caso único en la literatura
medieval y renacentista, un verdadero best-seller que se imprimió y vendió por toda Europa y dio
lugar a imitaciones, refundiciones y varias traducciones ya en el siglo XVI. Un
caso enorme de fortuna editorial, inferior sólo a la de El Quijote, aun
tratándose de una obra nada fácil y que presenta además varios problemas e
incluso misterios aún sin resolver: temas candentes como magia y prostitución,
género incierto entre teatro y narrativa, anonimato y doble redacción autorial,
retoques y adiciones editoriales, un texto movedizo que va creciendo a medida
que aparecen las ediciones (se pasa de un acto 1.º suelto, según se nos declara,
a una Comedia en 16, a una Tragicomedia en 21, y a una obra en
22 actos en 1526). A ello se añade el misterio de la cuestión del autor, ya que
la obra aparece sin nombres en la portada, y el autor, Fernando de Rojas, se
esconde entre unas versos acrósticos revelados al lector por otra persona,
Alonso de Proaza, en un segundo momento, y entre muchas contradicciones (ya que
se declara además que el primer acto se halló en Salamanca inacabado y
ajeno).
Pero dejadas aparte las muchas
cuestiones que plantea, muy complejas y sobre las que aún se discute, vengamos a
la gran fortuna editorial que ha tenido La Celestina a lo largo del
Siglo de Oro. Se ha hablado de unas 200 ediciones antiguas de la obra, aunque el
número de las conservadas no llegue a la mitad: contamos con unas cuantas
ediciones del texto castellano impresas tanto en España como en toda Europa, y
al mismo tiempo con numerosas traducciones a las principales lenguas europeas.
Las ediciones españolas empiezan a imprimirse en el reino de Castilla donde,
gracias a la labor de algunos impresores alemanes, que de a poco se radican en
tierra ibérica, ve la luz la fase primitiva de la Comedia en 16 actos
(Burgos 1499, Toledo 1500 y Sevilla 1501). La fase siguiente, la de la
Tragicomedia más amplia en 21 actos, es la que tiene mayor fortuna
editorial y pronto suplanta al texto primitivo en 16, que no vuelve a imprimirse
por considerarse viejo y démodé. Tras las
primeras ediciones aragonesas y levantinas del texto en 21 actos (Zaragoza 1507
y Valencia 1514) y seis ediciones falsamente fechadas en 1502 y todas ellas
posteriores a 1510, no hay ciudad en España en que sea activo el arte
tipográfico que no rinda tributo al texto que se vislumbra como el gran éxito
comercial del momento, de norte a sur y de levante a poniente, y en los reinos
de Castilla y de Aragón, y hasta de Portugal: así tenemos las ediciones
toledanas (1510-1514, 1526, 1538, 1573), las valencianas (1518, 1529, 1575), las
nutridas series sevillanas de los Cromberger (1511, 1513-1515, 1518, 1525, 1528,
1536, 1550) o de otros editores (1562, 1575, 1582, 1596), las barcelonesas
(1525, 1531, 1561, 1585), las de Medina (hacia 1530-1540, 1563, 1566, 1582), de
Burgos (1531, 1536), de Salamanca (1543, 1569, 1570, 1575, 1577, 1590),
nuevamente las zaragozanas (1545, 1555, 1607), las navarras de Estella (1557,
1560), de Pamplona (1633), y también las de Cuenca (1561), de Valladolid
(1562-63), de Alcalá (1563, 1569, 1575, 1586, 1591), de Madrid (1569, 1601,
1619, 1632) y de Tarragona (1595).
Al mismo tiempo el texto
español conoce la luz no sólo en el resto de la península, con ediciones
portuguesas como la lisboeta de 1540, sino también en buena parte de Europa,
empezando por Italia ya en los albores del XVI con las ediciones de Roma
(1515-1516 y 1520), las numerosas de Venecia (1523, 1531, 1534, 1536, 1553,
1556) y las de Milán (1622), siguiendo luego con las flamencas de Amberes (1539,
hacia 1544, 1545, 1558, 1568), las plantinianas (1591, 1595, 1599), y rematando
con las francesas tardías de Rouen (1633, 1633-1634, 1644).
Por otra parte, son inmediatas
las traducciones a las principales lenguas europeas: una temprana al italiano de
1506, dos alemanas de 1520 y 1534, tres francesas de 1527, 1578 y 1633; tres
inglesas de hacia 1530, 1598 y 1631; una holandesa de 1550, y una latina de
1624. Frente al éxito de la obra no tardan tampoco las imitaciones (con el
abundante género de la celestinesca, esto es, «continuaciones» o «segundas
partes» de La Celestina), ni mucho menos las refundiciones poéticas que
van desde los resúmenes versificados, breves (un romance anónimo de principios
del XVI y una Égloga de Urea de 1513 que refunde el auto I) hasta una versión
poética mayor, del texto entero (debida a Sedeño en 1540). Y por último,
abundantes también son las noticias de su lectura en público y de citas de la
obra a lo largo del Siglo de Oro (como las de Vives y de Cervantes).
Esta nutrida exposición de
datos, de fechas y de ciudades, no se ha traído a cuento para aborrecer al
lector con notas eruditas sino más bien para demostrar que La Celestina
es un texto que, apenas sale, tiene un éxito inmediato y duradero por toda la
centuria y por doquier, ya que no sólo se sigue imprimiendo sin interrupción
hasta avanzado el siglo XVII, sino que también se edita en todas partes, en
todas las tierras del emperador, y es además traducido y puesto al alcance del
público de toda Europa, es reescrito en metros, es imitado en varias
continuaciones y segundas partes, y que deja (quizás por ello mismo, por su gran
difusión que acaba orientando el gusto), una huella profunda en la literatura
posterior, máxime la de la veta realista y picaresca. Un gran clásico que fue
reconocido como clásico ya en su época, y que dio lugar a una intensa actividad
editorial que invirtió en el gran business de
su venta, porque seguramente había público que lo requería y adquiría. Una
galaxia editorial y un verdadero unicum en
cuanto a fortuna posterior que no tiene semejantes en ningún texto de la
literatura del siglo XV, y ni siquiera en la literatura áurea (si se exceptúa
El Quijote, coma ya se dijo).
Tras 1640, La
Celestina cae en el olvido, se la prohíbe en el Índice y
desaparece del mercado editorial, para luego recibir nueva atención y nuevo
impulso en el siglo pasado, cuando comienza el boom de sus ediciones modernas y nueva ola de traducciones
a los idiomas del mundo entero (polaco, ruso, árabe, japonés, etcétera),
llegando a ser hoy día el texto medieval que más de edita y el más estudiado por
los medievalistas. En 1985, Joseph Snow contaba, amén de casi un millar de
estudios, 132 ediciones modernas de la obra y unas 80 traducciones a otras
lenguas, aparecidas tan sólo en una cincuentena de años (1930-1985), eco quizás
de lo que pudo ser su éxito en el Siglo de Oro (incluyendo lo perdido), cuando
editar un libro costaba carísimo y cada volumen se vendía a un precio imposible,
lo que da desde luego más realce al inmenso número de ediciones celestinescas
áureas.
Patrizia Botta
La voz de Galicia. Suplemento de Cultura,
27 de abril 1999
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