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PERMANENCIA DE LOS NOVÍSIMOS (Francisco Javier Díez Revenga)

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El siglo XXI ha representado la permanencia también de los algunos de los nueve poetas novísimos, que reunió José María Castellet, (1)  es decir de algunas de las voces más representativas de los poetas nacidos entre 1939 y 1947, que ya desarrollaron una amplia labor en la poesía aparecida en libros en el último tercio del siglo anterior. Analizamos a continuación algunos de los poemarios más sobresalientes de estos poetas, aparecidos en la nueva centuria y que han supuesto su permanencia en las letras actuales, con notable repercusión en los medios poéticos del país.

Pero antes, hemos de hacer referencia a un curioso hecho histórico, que relata la periodista Pilar Maurell en el periódico El Mundo de 6 de marzo de 2001, (2) recién comenzado el nuevo siglo. Se convocó el día anterior una comida en Barcelona a la que acudieron ocho de los novísimos. Falló Leopoldo María Panero. José Maria Castellet y ocho de sus antologados celebraron la reedición después de 30 años de espera de la antología Nueve novísimos poetas españoles.

“En la reunión de ayer, según cuenta la periodista, estaba Josep Maria Castellet, inductor indirecto de la reunión y causante de la polémica hace ya 30 años. Le acompañaron “los séniors” Manuel Vázquez Montalbán, sin bigote por una apuesta añeja; el controvertido Antonio Martínez Sarrión; y José María Alvarez, conciliador. También estuvieron los de la “coqueluche” –como los llamó Castellet–, formada por Félix de Azúa, al que se le saltaron los colores cuando alguien destacó lo guapo que era; Pere Gimferrer, que preguntó por el menú a modo de carta de presentación; Vicente Molina Foix, que estrenaba perilla de las modernas; Guillermo Carnero y su máquina de liar tabaco de picadura; y Ana María Moix, “la nena”, en palabras del antólogo.”

La periodista recoge las manifestaciones de Castellet, treinta años después: “Esta fue una aventura polémica, porque algunos pensaron que significaba una ruptura excesiva y no compartían la ilusión de Barral y mía; pero también fue algo divertido y más fecundo de lo que yo había imaginado. Este libro –dijo dirigiéndose a los antologados– os pertenece a vosotros”. “Si el libro tiene vigencia treinta años después es porque en vuestra actividad actual estáis haciendo una labor cultural –añadió Castellet–. Si no, el libro no tendría el sentido histórico que tuvo, de ruptura y liberación de lo que yo mismo había ayudado a montar antes, y que fue la pesadilla estética del realismo”. “Nunca fuisteis un grupo poético –advirtió el maestro– sino un grupo intelectual y cultural que después de tantos años representáis algo en el complejo mundo cultural español”.


Comenzando por orden de mayores, la última obra poética de Antonio Martínez Sarrión (Albacete, 1939), titulada Poeta en diwán, (3) evidencia la evolución de su trayectoria poética hacia unos horizontes verdaderamente sorprendentes. El libro muestra bien a las claras cómo el mundo lírico de este gran escritor, que ha frecuentado en los últimos años el género del ensayo y de las memorias, camina por unos senderos muy relacionados con ese mismo mundo de la reflexión y del recuerdo. Debemos destacar en primer lugar la condición de Martínez Sarrión como poeta satírico e irónico que deja sentir en su obra los impulsos de una fustigante visión de la sociedad de nuestro tiempo ante la que se muestra muy escéptico y crítico, dominado por la propia experiencia y ese estar de vuelta de todo, que ya se dejó sentir en sus libros de memorias. Su visión sarcástica de la existencia produce en el lector la doble sensación habitual en este género. Por un lado sorprende, divierte e incluso puede hacer reír, pero por otro compromete y conmina al lector a sentir el peso grave de la censura de vicios. Entre la sátira y la ironía, deja sentir la implicación personal en la reflexión sobre una civilización contemporánea que merece la severa censura del intelectual serio y comprometido.

Hay mucho en este libro de autobiografía, lo que relaciona estos versos con sus libros de memorias, cuyo tono y gesto es perfectamente reconocible e identificable en esta colección de poemas. Las épocas pasadas, desde la infancia y la juventud, son recordadas no sin rencor ante las miserias de aquellos años indelebles. Un poema especialmente, “1946. Escuela pública”, revive una época patética, que no debe ser, en todo caso, olvidada.

El libro se divide en dos sectores bien pertrechados de impulsos diversos. El primero, “Diwán de Occidente” contiene mucho de memoria desde la edad madura, desde la ya iniciada vejez. Mientras que en la segunda parte, “Diwán de Oriente”, el poeta se vuelve más variado, aunque sin dejar de reflexionar sobe el mundo circundante, ahora entrevisto desde perspectivas de remoto origen: japonerías, haikús, orientales…

Interesa la variedad de registros poéticos e intereses líricos, como también interesan los homenajes a poetas clásicos griegos y latinos. Y, en el terreno del homenaje sobresalen los medallones, que a la manera clásica, evocan a un escritor o a un artista preferido. Destacamos el dedicado al olvidadísimo Azorín, prodigio de contenida emoción ante un escritor que conmueve con su lenguaje conciso, revivido por el poeta en sus propios versos.

La pasión por la lectura, pero también la inevitable presión del paso del tiempo, se concentran en otro poema excepcional, “A los libros de mi biblioteca”, en el que Martínez Sarrión manifiesta que, sin bien será sobrevivido por ellos, no por eso dejan de contener la magia de universos inmensos, el encanto de su entrañable compañía, mientras el futuro insondable le hace desear lo mejor para esas criaturas que le acompañan.

Pero, sin duda, es la variedad de tonos la que concede el mayor encanto a este libro, que va desde el poeta más tierno al más agresivo, pasando por el epigramático o el culturalista, por el más sencillo o por el más grotesco, burlón e irónico. Un buen ejemplo de esta actitud lo constituye el poema en el que el poeta, desde su madurez, se burla de los impulsivos proyectos literarios de su juventud y de su generación, la de los “novísimos”. Así lo hace en “Juventud y confusiones”, título que parodia el título de uno de sus libros de memorias (“Infancia y corrupciones”), al tiempo que recupera a aquel joven que quería descubrir mundos poéticos inéditos y que ahora, contemplado desde la madurez, resulta ser una lección de humildad al tiempo que le hace volver la mirada a los auténticos, a los clásicos de siempre.

En una reflexión final que acompaña al libro, Martínez Sarrión asegura que la edad y el ejercicio del oficio de poeta le han conducido, más que a la búsqueda de la originalidad y de la sorpresa, a construir una poesía caracterizada por la sencillez de dicción y por la claridad. Admirador de la lírica tardía de Goethe, ha buscado en otras latitudes, desde el lejano Oriente al pasado remoto de la poesía clásica helenística y latina, la “economía, ingravidez, intensidad, ternura, misterio y trascendida concreción” que quiere justamente para sus propios versos, pero sin evitar la propia tradición occidental, a la que indudablemente pertenece el poeta. Y es muy cierto, que con un lenguaje muy directo, sin duda muy original y propio, Martínez Sarrión consigue en este su último libro demostrar que su palabra poética es única, y que sus intereses expresivos van por caminos no habituales en la lírica contemporánea, sino que siguen su propio camino, la trayectoria tan peculiar, entre la ironía y la sátira de este “novísimo” inagotable e innovador.

A la vista de su último libro, titulado Sobre la delicadeza de gusto y pasión, (4)  sigue siendo la poesía de José María Álvarez (Cartagena, 1942) un gran museo de cera, un museo poblado por criaturas sublimes que dejaron en su paso por este mundo la memoria indeleble de su arte, de su palabra, de su música. La poesía de Álvarez se caracteriza por su gesto cosmopolita que supera a la propia palabra poética en español para traspasar las fronteras lingüísticas y expresarse en inglés, en francés, en italiano, en alemán… Es el obsesivo deseo del poeta por superar la ordinariez de lo manido, de lo reiterado y vulgar, para alcanzar la imposible quimera del elegante, selecto y exquisito cosmopolitismo poético y vital. Estar por encima del mundo habitual para disfrutar del placer del amor, y de la vida y el arte, nada menos, siempre en el marco privilegiado de ciudades particularmente acogedoras, en esta ocasión reiteradamente París.

Destacan en este libro poético los espacios de la sensualidad y la felicidad, las recreaciones de los momentos del placer en la intimidad más escogida, el gozo de la posesión visual y táctil, física y apasionada, el gusto por la contemplación del encuentro, visto a través de una pintura inmortal, indeleble en la memoria, fruto de la creación de un artista privilegiado que ha superado al tiempo con la permanencia de su obra. Memoria, tiempo y estabilidad de la creación artística son definitivos elementos modulares de la poesía de este libro, también prendida a los paisajes espléndidos, de naturaleza abierta al mar o al espacio urbano predilecto, lugar de habitación en el que el poeta se deleita con su contemplación incansable.

Todo conseguido con una palabra poética superadora de lo establecido, comprometida con la singularidad de momentos y procesos de creación, expresados en algún poema, breve, metapoético, en el que el autor desliza el sentido de su creación poética: “¿Sabéis lo que es escribir?, se pregunta en un breve poema con respuesta singular. O la incierta luna, repuesta a qué es “La Poesía”. “¿Y si dejásemos de escribir?”, se pregunta lacónicamente en un poema de un solo verso, en el interior de una apasionada epístola dirigida a Borges (“Carta a un amigo”).

Merece una detención especial el conjunto número XVIII, “Guirnalda de Afrodita”, en el que a través de dieciocho composiciones se vive el mundo del amor, no exento de nostalgia, pero pleno de erotismo creador, vivido en multitud de vértices y casuísticas, recreando momentos de gozo y de ansiedad, viviendo la experiencia de cada escena, de cada día. Amor y sensualidad expresados con una palabra original y creadora, enredada en la constante reflexión de aquel libro recordado, de aquel pasaje literario, poético, adecuado, para cada momento, para cada ocasión.

Especial relevancia e interés ofrece el conjunto numerado con el XXVIII, y titulado “Poemas del exilio”, especie de diario poético en el que manifiesta el autor el transcurso de sus días en París, paseo de soledad y amor, lugar de habitación placentero, en el que transcurren las horas y los ocios, mientras suena la música de Mozart y el tiempo transcurre, marcando el paso de la edad, de una edad a otra. La presencia de la muerte en diferentes ocasiones produce en el autor serenidad unas veces y rebeldía otras, rebelión y desprecio, porque lo importante es la vida, la literatura, la música el arte… y las ciudades, ciudades eternas y amadas, en las que el poeta enmarca su existencia, vinculada a un espacio y a un fragmento vital, Roma, Alejandría, Venecia, Estambul, París… la siempre próxima y permanente, junto a Siracusa, Sevilla o la juvenil Barcelona, nunca olvidada. Verso largo y distendido, de envidiable y buscada naturalidad, con ritmo estructural de diario o de epistolario, ya que el poema que cierra la serie no es sino otra apasionada carta poética, género innovador, en el que Álvarez marca límites y fronteras de una renovada e intensa expresión lírica. Amor, sensualidad, rebeldía juvenil, cosmopolitismo, elegancia natural, visión de un mundo nuevo, distinto, pero vivo y presente, real y creíble, verosímil.

Tal como se concluye en el poema final, poema omega, de laguna en la niebla veneciana, con la muerte presente, llevándose con ella, todo lo que no es vida, sin embargo, vehementemente proclamada por el poeta, junto al amor, y frente al destino. Poema final espléndido, conclusión de un libro lleno de luz, pero poblado de sombras y de negros presagios, rechazados con rabia intensa, pero finalmente presentes y aceptados con serenidad cauta y vitalista. Sólo la vida vence al inevitable destino de la muerte que se lleva consigo la belleza, la pasión, el amor, la gozosa realidad, sintiendo, sin embargo, que se entra en el futuro sin testigos.

El último libro poético de Pere Gimferrer (Barcelona, 1945), es el titulado Amor en vilo. (5)  Como el propio poeta indica en una nota final al volumen, Amor en vilo es título ya conocido de los lectores de los poetas del 27, ya que Salinas lo utilizó en 1933 para una entrega de poemas, que luego formarían parte de La voz a ti debida, su obra maestra, aparecida ese mismo 1933. Rafael Alberti escribiría, en su última etapa, un libro poético amoroso, todavía inédito, también titulado Amor en vilo, inspirado por su amante Beatriz Amposta.

Y razones no faltan a Gimferrer para titular su libro así, ya que lo que relata en sus 151 poemas es la historia de un amor impetuoso, reciente, rescatado de su juventud tras la reciente muerte de su mujer. Gimferrer sitúa su historia en el tiempo y data la recuperación de su “asignatura pendiente” entre 12 de abril de 2004 y 15 de enero de 2006, fechas, anotadas al pie de cada poema, entre las que transcurren todas las composiciones del libro.

Llama en primer lugar la atención la fecundidad impetuosa de este poeta y este poemario, que reúne en un solo volumen más poemas que los que ha escrito y publicado Gimferrer a lo largo de los últimos treinta y cinco años. Posiblemente, otro poeta hubiera limado y recortado su producción, la hubiera seleccionado y hubiera mostrado un poemario de quince o veinte poemas, pero Gimferrer, rompiendo con su habitual contención, ha resuelto publicar todos y cada uno de los poemas sugeridos por esta impetuosa historia de amor en vilo, refiriendo en ellos todos los detalles más íntimos y nimios de la realidad erótica, hasta extremos que no dejarán de sorprender al lector, ya que el encuentro sexual, pormenorizado con detalles metafóricos sorprendentes, será muchas veces protagonista de numerosos poemas.

Naturalmente, todo esto es secundario o accesorio. Lo importante es que la literatura española recupera a un excelente poeta en castellano, regresado a la lengua común, tras muchos años de expresión catalana, justificado este regreso por ser esta, el castellano, la lengua utilizada por los dos amantes desde su ya lejana juventud. Y también es muy importante el libro, porque recobramos a un poeta vitalista, fecundo, imaginativo y sabio, que ha asumido plenamente su amplia cultura de lector y degustador de la poesía románica más valiosa, desde el dolce stil novo o los poetas provenzales, hasta nuestra mejor tradición áurea, con Garcilaso y Góngora, para llegar a sus admirados simbolistas, con Baudelaire, Rimbaud y Rubén Darío, y homenajear finalmente a la vanguardia y a los poetas del 27, tan admirados por Gimferrer, que, no lo olvidemos (en impecable gesto de tributo histórico), cuando ingresó en la Real Academia Española para ocupar el sillón de Vicente Aleixandre dedicó todo su discurso al gran poeta y Premio Nóbel, no limitándose como es habitual a un breve recuerdo inicial, gesto histórico que también llevó a cabo, en 1858, el Marqués de Valmar, cuando ocupó el sillón del poeta Quintana en la docta corporación. Y no olvidemos tampoco que el editor y difusor del Gerardo Diego más vanguardista, el creacionista, en una época de inhóspito olvido y sequía estéril (1974), fue Pere Gimferrer.

Sin duda el poemario contiene al mejor Gimferrer, junto a muchos sobresaltos sorprendentes que no es que afeen la escritura, simplemente asombran por su facilidad y descaro provocador, inusitados entre tantos aciertos imaginativos y metafóricos, brillantes asociaciones poéticas, que, sin duda, son reflejo de mucha verdad, de una auténtica pasión desbordada, que incide fácilmente en la hipérbole. Espléndidos juegos poéticos, inagotables, continuados, mantenidos en un nivel muy exigente de originalidad, de manera que entre tantos poemas, entre tanta fecundidad, siempre hay sorpresa y nunca reiteración, nunca gestos manidos, nunca reincidencias monótonas.

Sin duda, estamos ante un libro de celebración, de superación de lo vulgar y cotidiano, de exaltación del vitalismo por encima del tiempo y de la edad, sobre todo de exaltación del eros, vivido con detalle y recreado en el gozo del amor por la palabra, verbalismo erótico provocador, que busca en alegorías, imágenes y metáforas, la expresión de un amor recuperado, casi cuarenta años después, y vivido en escenarios mágicos, llenos de ensueño y glamour, herederos de la mejor poesía “novísima” del propio Gimferrer, al que rescatamos también directamente desde aquellos finales de los sesenta. Añádese a esto una maestría métrica y rítmica singular, un pleno dominio de formas versales ya olvidadas y un total control de la forma soneto (recuperada en múltiples variantes ya desde hace mucho tiempo olvidadas), para alcanzar un gozoso paseo por una poesía viva y vitalista, estimulante y dichosa, llena de abundancia y saciedad, superadora del tiempo, que afirma el amor rehecho treinta y tantos años más tarde.

Finalmente nos referimos a los dos últimos libros de Guillermo Carnero. Memoria, tiempo, conocimiento, sueño y palabra poética son quizá los cinco ejes sobre los que circula la indagación poética del libro de Guillermo Carnero (Valencia, 1947), titulado expresivamente Espejo de gran niebla. (6)  El volumen se compone únicamente de cinco extensos poemas, que rondan cada uno de ellos en torno al centenar de versos, admirablemente compuestos en medidas sobre todo endecasílabas, heptasílabas y alejandrinas, en forma de silva libre continua.

Titulados “Noche de la memoria”, “Conciliación del daño”, “Disolución del sueño” y “Ficción de la palabra”, cada uno de estos cinco poemas responde a una diferente actitud ante la realidad, evocada con distintos estados de ánimo y perspectivas diversas. Pero es evidente que el libro observa una sólida unidad y una cohesión muy lograda, ya que son comunes todos los aspectos formales, entre los que destaca el lenguaje poético.

Sigue Guillermo Carnero en su constante búsqueda de un lenguaje poético personal y original, estableciendo en el suyo un espectacular manejo de la metáfora que logrará de su expresión un acercamiento simbólico a la realidad evocada con sobresaliente efectividad. De esta forma, nos hallamos ante una reflexión de la realidad estrictamente poética, y es le lenguaje poético el que nos convence y nos hace creíbles su aproximación a los cinco asuntos que son la base de este libro: el primer poema, la incapacidad de nuestro propio pensamiento para entender la memoria y otorgarle un sentido coherente. En el segundo, la angustia del tiempo, incapaz también de revelar la realidad; mientras que, en el tercero, la conciliación del daño, que nos introduce en un intermedio amoroso, es la reflexión de la conciencia. La cuarta nos trae lo intangible de los sueños; y la quinta, parte metapoética impecable, nos devuelve al Guillermo Carnero de las escogidas lecturas, de las lecciones literales de poetas de otro tiempo, revividos y asumidos a través de su palabra, esa palabra que se nos ofrece como ficción. Pero en realidad, ante lo que nos encontramos es ante la obligada reflexión sobre la propia poesía.

Porque este es un libro en el que el poeta descubre la universal presencia del engaño, porque todo se oculta ante la realidad desesperadamente, mientras el poeta indaga su propia verdad por encima de los gestos falaces que el mundo ofrece. El título del libro, tomado literalmente el primer poema, representa bien ese objetivo del poeta: “Acudir a tu juego es ver cubrirse / las aguas del espejo de gran niebla”. Muchos son los elementos falaces que construyen el simbolismo del engaño: el espejo, los naipes, el sueño, el azar, velos que deforman, confunden u ocultan, la ficción, la realidad deformada… El espejo devuelve una imagen empañada, diferente de la realidad, sin ser la realidad misma.

No existe en estos tiempos convulsos un libro de poemas que se parezca a este de Guillermo Carnero, porque nuestro poeta, apartándose de su propio camino y alejándose de la poesía fácil contemporánea, ha preferido ir por el camino más difícil, el camino de la indagación personal para convencernos de su verdad entre tantos engaños que nos acechan, y mostrar, a través de estas cinco indagaciones, la incapacidad humana para retener en la memoria las experiencias vitales que, en el fondo, son sólo sueños y engaños: el sueño de la propia existencia vivida, el sueño de la pasajera experiencia amorosa, el sueño de la escritura poética imposible.

Carnero fue galardonado en 2006 con el XVIII Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe, por Fuente de Médicis, (7) un libro de carácter unitario, compuesto por un solo poema dialógico, que ahora publica, en Madrid, Visor. En el libro, el poeta dialoga con Galatea, encarnación de la belleza y de la juventud, y una de las figuras de la fuente (Fontaine Marie de Medicis) situada en el Jardín de Luxemburgo de París y dedicada al mito de Acis, Galatea y Polifemo, que glosara Góngora, entre otros muchos poetas, en su famosa fábula inspirada en las “Metamorfosis” de Ovidio.

La composición recoge un diálogo entre el hablante poético, cansado, triste, deprimido y envejecido, y la estatua pétrea, enmohecida y abandonada, pero plena de turbadora belleza. El diálogo entre la cultura y la vida, la imaginación artística y la realidad existencial, conduce a la constatación del fracaso total, ya que ni se han cumplido los buenos propósitos iniciales ni se ha logrado vivir la vida que se esperaba. Se concluye así patéticamente la historia amorosa, expresión de la propia identidad del poeta, que se había desarrollado en dos libros anteriores, con los que “Fuente de Médicis” forma una trilogía: “Verano inglés” (1999) y “Espejo de gran niebla” (2002). Los tres volúmenes poéticos forman un ciclo que profundiza sobre obsesiones y complejidades aparecidas en la fecunda obra anterior de Guillermo Carnero, por lo que ahora se nos muestra al poeta “condenado a vivir en el recuerdo / y esperar el alivio de la muerte”.

No es difícil sentir, al leer este profundo y complejo poema-libro, la presencia de otros poetas cuyos versos y palabras contribuyen a desarrollar ese diálogo profundo y desolador entre la belleza y la muerte. Garcilaso y Góngora, Ovidio, Shakespeare y Hölderlin dejan paso a Vicente Aleixandre y Luis Cernuda. El poeta, desde la atalaya de la primera senectud, la que llega aún en época de madurez física, contempla su pasado, su existencia y, ante la estatua que representa el amor, la belleza y la juventud, se interroga sobre su propia esencia: “Mi tiempo acaba /y tengo que saber por qué no he sido”, nos recuerda el poeta, como el Aleixandre de “Poemas de la consumación”, al tiempo que siente el frío hospitalario, húmedo y acogedor, del jardín parisino, una especie de “locus amoenus”, de “jardín cerrado”, romántico y dolorido, que evoca al mejor Luis Cernuda.

La renuncia del poeta a todo, a los sentidos, sucesivamente enumerados (tacto, oído, vista y también olfato y gusto), a la memoria y a la imaginación e incluso al pensamiento, representan la aceptación digna y orgullosa de un destino señalado previamente, que le conduce inevitablemente hacia la muerte. La dialéctica del poema ha fracasado cuando vemos que los ofrecimientos sensuales y vitalistas de Galatea no le sirven al poeta, que no acepta nada más que la realidad de un dolorido y descorazonador fracaso, del que es también claro símbolo el estado ruinoso de la estatua y su entorno en el abandonado jardín parisino, reflejado en la piedra corroída y en las flores mustias próximas.

Si un tiempo hubo vida y amor, si la belleza de la amada fue seductora y enriqueció al poeta, si hubo un verano de la pasión y del deseo (“Verano inglés) y un otoño de la maduración, de la reflexión, de la aceptación del final (“Espejo de gran niebla”), ahora llega el invierno de la muerte (“Fuente de Médicis”), cuando el poetapide a la ninfa: “llévame de la mano / a las aguas tranquilas” y ésta, cerrando el poema de forma lapidaria, le responde “Todas serán tranquilas para ti / ya que vas de la mano que no sientes”.

No podemos cerrar estas reflexiones, ante un libro tan complejo como singular, sin aludir a la calidad formal de la obra, que hay que advertir tanto desde el punto de vista genérico como estilístico y rítmico. Plantea el poema Guillermo Carnero como un diálogo poético entre sólo dos personajes nítidamente identificados pero profundamente simbólicos (Vicente Aleixandre consagró la fórmula en sus “Diálogos del conocimiento”, escritos en dramática senectud deprimida y ansiosa de verdores juveniles transcurridos).

Simbolismo que el lector va advirtiendo conforme el diálogo avanza en sus intercambios de versos, palabras e ideas, expresadas con una elegante naturalidad, que recuerda al mejor Garcilaso, y que pone de relieve que el poema extenso, el poema muy extenso, tan ausente hoy de nuestras letras, tiene su razón y sentido como lo tuvo en las épocas más áureas de nuestras letras (Garcilaso y Góngora vuelven a ser ejemplos excelsos). Espléndidos endecasílabos, majestuosos alejandrinos y necesarios heptasílabos consagran una andadura poética nobilísima, que dota al poema de un ritmo sereno, reflexivo y acogedor.

Francisco Javier Díez de Revenga
Monteagudo, 2008
 



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1 José María Castellet (ed.), Nueve novísimos poetas españoles, Barcelona, Barral Editores, 1970.
2 Pilar Maurell, “Nueve novísimos, treinta años después”, El Mundo, 6 de marzo de 2001.
3 Antonio Martínez Sarrión, Poeta en diwán, Barcelona, Tusquets, 2005.
4 José María Álvarez, Sobre la delicadeza de gusto y pasión, Sevilla, Renacimiento, 2006.
5 Pere Gimferrer, Amor en vilo, Barcelona, Seix Barral, 2006.
6 Guillermo Carnero, Espejo de gran niebla, Barcelona, Tusquets, 2002.
7 Guillermo Carnero, Fuente de Médicis, Madrid, Visor, 2006.


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