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La nómina del Premio Nacional de las Letras Españolas, que estrenó J.V. Foix en 1984, está copada por novelistas y poetas. En ella también figuran etnólogos como Julio Caro Baroja, lingüistas como Joan Corominas o filólogos como Martín de Riquer. Como ellos, Josep María Castellet, el último en incorporarse a ese selecto listado, tampoco es novelista ni poeta. Lo que ocurre es que ni la novela ni la poesía de la segunda mitad del siglo XX se entenderían sin su figura. En una buena parte de los hilos que han tejido la vida literaria española -y, por supuesto, la catalana- de este algo más ya que medio siglo aparece siempre la mano de este gran urdidor, que nunca ha escrito sus memorias pero que no ha podido evitar dejar huella de sí mismo al hablar de sus muchos amigos. El segundo volumen de las suyas, Los años sin excusa, lo ilustró Carlos Barral con una fotografía de Oriol Maspons que resulta imprescindible a la hora de hablar de la Escuela de Barcelona. En ella aparecen Jaime Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo, el propio Barral y J. M. Castellet, que, en palabras de Vázquez Montalbán, actuaba de palo de pajar del grupo o, dicho de otro modo pero también con sus palabras, de jefe de esa banda de los cuatro. El padre literario de Pepe Carvalho atribuye esa preeminencia a dos hechos indiscutibles: ser el más alto de todos ellos y haber escrito La hora del lector, un título que supuso un revulsivo en el ámbito libresco de finales de los años 50.
La hora del lector, que apareció en 1957, se convirtió, en palabras del mismo Vázquez Montalbán en un referente casi canónico para la cultura antifranquista. Para entonces, la huella de Castellet había quedado en publicaciones que ya han sido objeto de estudio, como la barcelonesa Laye. Propiciada desde los órganos del propio régimen franquista, la revista llegó a convertirse en un elemento de resistencia intelectual a la propia dictadura. En su elenco de colaboradores figuraría gente como Manuel Sacristán, Alfonso Costrafreda, Jaime Gil de Biedma, los hermanos Ferrater o los Goytisolo. En medio de todos ellos, Castellet, que tampoco estaría ausente del homenaje tributado a Antonio Machado en 1959 en Collioure, con motivo del vigésimo aniversario de la muerte del poeta en ese pueblecito del sureste francés. Ese acto conmemorativo, en cuyo origen estuvieron Dionisio Ridruejo y Gregorio Marañón, supuso un encuentro entre el exilio español y los sectores contestatarios del interior. En sus memorias, Barral se refiere abundantemente a ese viaje y a algunos pormenores curiosos en torno a la foto en la que, entre otros, aparecen Blas de Otero, Costafreda, Gil de Biedma, José Ángel Valente o José Manuel Caballero Bonald. El novelista Ignacio Martínez de Pisón, en un capítulo de un librito titulado Las palabras justas (Xordica), da cuenta del viaje y del personaje menos conocido de esa fotografía, a quien Barral toma por un espía franquista.
NUEVE NOVÍSIMOS
Al poco, Castellet daría a la imprenta una antología que habría de constituirse en referencia del socialrealismo, Veinte años de poesía española (1939-1959), y que es tenida más por una selección de poemas que de poetas. En ella aparece un buen número de piezas de autores del 27 que permanecieron en España al término de la guerra civil, como Vicente Aleixandre, Gerardo Diego o Dámaso Alonso, pero también de otros que partieron al exilio, como Luis Cernuda, Rafael Alberti, Pedro Salinas o Jorge Guillén. Junto a ellos no faltan tampoco -lo que no deja de llamar la atención- poetas vinculados al oficialismo de la revista Escorial como Luis Rosales, Leopoldo Panero o Dionisio Ridruejo. Una nueva edición del libro en 1965 serviría para ponerla al día bajo el título Un cuarto de siglo de poesía española (1939-1964), y añadir los nombres de Francisco Brines y Carlos Sahagún. Pero si hay una propuesta a la que inevitablemente quedará vinculada para siempre el nombre de Castellet, esa es la antología de los Nueve novísimos. Probablemente no haya habido en la historia de la literatura española contemporánea una selección que tanta tinta haya generado, tanta polémica despertado y tantos agravios suscitado. Cuando en 2001, al cabo de 30 largos años, se reeditó un libro tan discutido como este todavía fue posible leer el resentimiento y la queja de quienes quedaron al margen pero han tenido que soportar durante esas tres décadas la alusión comparativa con los que, seniors o coqueluche, quedaron prendidos para la posteridad con ese marchamo: Vázquez Montalbán, Antonio Martínez Sarrión, José María Álvarez, Félix de Azúa, Pere Gimferrer, Vicente Molina Foix, Guillermo Carnero, Ana María Moix y Leopoldo María Panero. Con los novísimos, Castellet se quitó de encima la losa del realismo histórico y de la mano de esa poesía culturalista, cosmopolita y experimentalista, planteó que, al menos literariamente, el franquismo era cosa del pasado.
Buena parte de la normalización cultural de Cataluña a partir de los años 60 pasa también por el Premio de las Letras Españolas 2010. Además de promover bajo la dictadura diversas antologías de poesía catalana, desde Edicions 62 incorporó a este idioma las grandes obras de la literatura universal. Pero ni mucho menos el nombre de Castellet se agota en todo ello. Vuelve a aparecer en un sinfín de iniciativas, como por ejemplo los Premios Formentor, que reunieron a lo más granado de la edición europea, o los Diálogos Cataluña-España, pero también al frente de estudios literarios como Literatura, ideología y política o Josep Pla o la raó narrativa. J.M. Castellet no ha escrito sus memorias. Todo lo más ha permitido a quien se interese por su peripecia vital el relato biográfico escrito por Teresa Muñoz Lloret. Significativamente, el libro se titula Retrat de personatge en grup, porque esa ha sido la manera de deambular de este crítico, editor e intelectual nacido en Barcelona en 1926. No se ha preocupado por dar forma literaria a su memoria, pero sí lo ha hecho con la de esos otros personajes que han formado parte del grupo en el que él se ha movido. En Los escenarios de la memoria (1988), recordaba a algunos de ellos: Ungaretti, Alberti, Mercé Rodoreda, Octavio Paz, Pasolini, Aranguren, Gimferrer... Algo más de 20 años después, y cuando dice estar trabajando en otros retratos, acaba de aparecer una continuación. En Seductores, ilustrados y visionarios da cuenta de otros pocos amigos. Pero, hablando de estos seis personajes en tiempos adversos: Manuel Sacristán, Carlos Barral, Gabriel Ferrater, Joan Fuster, Alfonso Comín y Terenci Moix, Castellet nos habla de sí mismo, de ese intelectual que, habiendo obtenido ya tantos premios en uno u otro idioma, acaba de recibir bien merecidamente el Nacional de las Letras Españolas. Y eso sin ser novelista ni poeta.
Noviembre, 2010
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