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Tuvimos la experiencia pero perdimos el sentido,
y acercarse al sentido restaura la experiencia".
The Dray Salvages (T.S. Eliot)
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“Leímos y leímos / hasta quedarnos ciegos”. Estos versos de Jaime Siles (del poema ‘El humo del cigarro difumina los dedos’) siempre me han parecido sintomáticos. Que se complementan con ese otro de 'El oro de los días': "Dolor de haber creído vivir mientras leía". Su generación es sencillamente apoteósica. Unos poetas que en su mayoría tienen una gran formación intelectual, de extensas e intensas lecturas, lecturas que marcaron -y siguen marcando- no poco su modo de entender la vida y el rigor artístico o estético que les caracteriza, así como las distintas influencias y el cosmopolitismo de su obra. Cada poeta es cada poeta, y el movimiento y ritmo de las generaciones puede resultar confuso o engañoso. Y en esta “generación del lenguaje” o “novísima” o “del 70” hubo cosas que muy pronto se quedaron viejas o fueron flor de un día (o de unos pocos años). ¿Qué queda de todo aquello? A mi modo de ver, y pese a todo, una de las mejores promociones poéticas que ha tenido nunca España. Poeta a poeta, poema a poema. Incluyendo a algunos poetas que pudieran parecer ajenos, pero que están ahí, que son -lo quieran o no- parte de ellos, parte de esa gran generación (me vienen a la cabeza los nombres de Miguel d’Ors o Eloy Sánchez Rosillo). Y el asunto no para, porque todavía faltan bastantes buenos libros por venir, con gran maestría y madurez. Salta a la vista. Leo Rapsodia, de Pedro Gimferrer (Seix Barral); leo la Obra poética de Antonio Colinas (Siruela), con un buen puñado de poemas inéditos; leí y releí, no hace tanto, El reino blanco de Luis Alberto de Cuenca (Visor); Sociedad Limitada de Miguel d’Ors (Renacimiento); Cuatro noches romanas de Guillermo Carnero (Tusquets); Sueño del origen de Eloy Sánchez Rosillo (Tusquets); y Colección de tapices (Ayto.San Sebastián de los Reyes/Universidad popular José Hierro), Actos de habla (Plaza & Janés) y Desnudos y acuarelas (Visor) de Jaime Siles. La personalidad poemática y existencial de cada uno de ellos es muy diversa (me vienen ahora a la cabeza Antonio Carvajal o Jenaro Talens o José Miguel Ullán o Luis Antonio de Villena), pero el buen lector de poesía sabe apreciar un buen poeta allá donde está. Y todos estos que he nombrado lo son. Y este preámbulo ha venido a cuento por la necesaria y esperada antología que la editorial Cátedra, en su colección Letras Hispánicas, por fin ha dedicado a la poesía de Jaime Siles (que junto con Villena son los más jóvenes de su generación). He sentido un gran gozo cuando la he tenido en mis manos, lo reconozco, porque puede que la obra poética de Siles sea una de las que con más frecuencia he leído y vuelto a leer. Lo descubrí cuando acababa de publicar Música de agua en la editorial Visor. Reconozco que me impactó. “Jaime Siles, aquel poeta frío” (como dice de sí mismo unos cuantos años después) a mí no me pareció tan frío, esa es la verdad, y nunca me lo ha parecido. El resplandor de su lenguaje en primera instancia fue lo que más me fascinó, el dominio de la forma, y el silencio que me dejaba su sonido (esa fonación suya tan característica, que persiste a pesar de su evolución). Pero con intensidad y constancia, en la búsqueda de su identidad en el tiempo y en el espacio y en un posible más allá; y en ese constante interrogante de lo más profundo del yo, del ser, del mundo donde habita. Esa constante pregunta por el sentido vertebral de las cosas y de la vida. La poesía de Jaime Siles -desde Génesis de la luz (1969) hasta Desnudos y acuarelas (2009)- es un proyecto coherente por alcanzar a comprender la trascendencia que está en el ser, en el yo, en el poema. En su poesía hay una unidad que se mantiene, hay un alma que lucha por descifrar el sentido de lo que ve, de lo que siente… Y se agarra al lenguaje y a la nostalgia que es siempre cada palabra cuando se escribe, cuando se piensa, cuando se canta. Una nostalgia y un atisbo de resurrección, de himno (que nunca resulta tardío). "La partida termina en la resurrección", concluye el poema "Partida de ajedrez", en ese libro cumbre -junto a "Pasos en la nieve"- que es Himnos tardíos. La edición y selección ha corrido a cargo de Sergio Arlandis (al que le está dedicado el poema 'Canción de invierno'), además de un magnífico prólogo (y completa bibliografía) donde va interpretando la cartografía de la obra silesiana. El paso del tiempo, el dolor, esas constantes dudas que afligen su pensar y su mirada… Y la filología que estudia la condición humana, el idioma del alma, los signos que enhebran el discurso de su vida. Y el amor. ¡Cómo ama Siles la existencia! ¡Cómo ama la poesía y las palabras en su dicción de vida! Su pasión amanece en todo lo que vive y experimenta. Al principio, en sus primeros libros, se despojaba del lenguaje, buscando en el silencio la respuesta; y con el tiempo se ha ido desprendiendo de sí mismo y ha crecido el caudal de sus poemas (¿o se ha ensanchado el cauce de su alma?); en un afán de cantar, de decir, de comunicar, de lanzar su “voz a la espesura” y esperar la respuesta "a creces", el don, la conciencia clara de ser él mismo “el idioma de Dios” y no la nada. Un poeta necesario, al que hay que dedicarle tiempo. Uno de los mejores poetas europeos de la actualidad.
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Guillermo Urbizo
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