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Fotografía: Archivo Barricada |
a Pedro Laín Entralgo
La falda, los zapatos,
la blusa, la melena.
El cuello con sus rizos.
El seno con su almena.
El neón de los cines
en su piel, en sus piernas.
Y en los leves tobillos,
una luz violeta.
El claxon de los coches
se desangra por ella.
Anuncios luminosos
ven fundirse sus letras.
Cuánta coma de rimmel
bajo sus cejas negras
taquigrafía el aire
y el aire es una idea.
El cromo de las motos
gira a cámara lenta.
Destellos, dioramas,
tacones, manos, medias.
Un solo parpadeo
y todo se acelera.
El carmIn es un punto
y es un ruido la seda.
La falda, los zapatos,
la blusa, la melena
se han ido con la luz
verde que se la lleva.
En un paso de cebra
-la ví y dije: ¡ella!
Y todos los motores
me clavaron su espuela.
El semáforo dijo
hola y adiós. Y era
muy pronto para todo,
muy tarde para verla.
El ámbar me mordía
los ojos y las venas
y la calle tenía
resplandor de pantera.
En qué esquina de yodo
su mirada bucea.
En qué metro de níquel
o burbuja de menta.
Ningún libro me dice
ni quién es ni quién era.
Ni su nombre ni el mío
intercambian fonemas.
Lloran los diccionarios,
lloran las azoteas
y dicto mis mensajes
en una lengua muerta.
Ha llegado hasta junio
y estoy en las afueras.
La costura del cielo
tiene blondas de niebla.
Las boquitas pintadas
dejan polvo de estrellas
en el borde de un vaso
boreal de ginebra.
Escrito en cuneiforme
el perfil de sus ruedas
los taxis amarillos
tatúan la alameda.
La noche me maquilla
con su breve tormenta
de bares y de hoteles
sonámbulos que tiemblan.
Otoño de terrazas
vacías y de mesas,
de toldos recogidos
y sillas genuflexas.
Los lápices de labios
con la aurora despiertan.
Los espejos los miran
dibujar sus dos letras.
En un paso de cebra
la ví y dije: ¡ella!
y todos los motores
me clavaron su espuela.
Ésta es la misma calle.
Ésta, la misma acera.
Y la hora, la misma.
Sólo ella no es ella.
La falda, los zapatos,
la blusa, la melena.
El cuello con sus rizos.
El seno con su almena.
¿Y la coma de rimmel
bajo sus cejas negras?
El aire me grafía
aún su silüeta.
Esculpida en el ámbar
-de algún paso de cebra
fosforece su piel,
fosforecen sus medias.
Jaime Siles
De Semáforos, semáforos 1990
Me ha gustado mucho Servando, ¡vaya mirada nocturna!
ResponderEliminarangel
Hombre, Ángel. Hacía tiempo. Me alegro de que te haya gustado.
EliminarUn fuerte abrazo abrazo.
Personalmente soy un gran admirador de Jaime Siles, no sólo de su obra poética sino también de sus trabajos literarios. Espero poner pronto más poemas, algún trabajo y la reseña biográfica correspondiente, con buenos enlaces que, me consta, los hay.
ResponderEliminarUn abrazo.