Madrigal
Yo me haré millonario una noche
Gracias a un truco que me permitirá fijar las imágenes
En un espejo cóncavo. O convexo.
Me parece que el éxito será completo
Cuando logre inventar un ataúd de doble fondo
Que permita al cadáver asomarse a otro mundo.
Ya me he quemado bastante las pestañas
En esta absurda carrera de caballos
En que los jinetes son arrojados de sus cabalgaduras
Y van a caer entre los espectadores.
Justo es, entonces, que trate de crear algo
Que me permita vivir holgadamente
O que por lo menos me permita morir.
Estoy seguro de que mis piernas tiemblan,
Sueño que se me caen los dientes
Y que llego tarde a unos funerales.
Hay un día
feliz
A recorrer
me dediqué esta tarde
Las
solitarias calles de mi aldea
Acompañado
por el buen crepúsculo
Que es el
único amigo que me queda.
Todo está
como entonces, el otoño
Y su
difusa lámpara de niebla,
Sólo que
el tiempo lo ha invadido todo
Con su
pálido manto de tristeza.
Nunca
pensé, creédmelo, un instante
Volver a
ver esta querida tierra,
Pero ahora
que he vuelto no comprendo
Cómo pude
alejarme de su puerta.
Nada ha
cambiado, ni sus casas blancas
Ni sus
viejos portones de madera.
Todo está
en su lugar; las golondrinas
En la
torre más alta de la iglesia;
El caracol
en el jardín, y el musgo
En las
húmedas manos de las piedras.
No se
puede dudar, éste es el reino
Del cielo
azul y de las hojas secas
En donde
todo y cada cosa tiene
Su
singular y plácida leyenda:
Hasta en
la propia sombra reconozco
La mirada
celeste de mi abuela.
Estos
fueron los hechos memorables
Que
presenció mi juventud primera,
El correo
en la esquina de la plaza
Y la
humedad en las murallas viejas.
¡Buena
cosa, Dios mío!; nunca sabe
Uno
apreciar la dicha verdadera,
Cuando la
imaginamos más lejana
Es
justamente cuando está más cerca.
Ay de mí,
¡Ay de mí!, algo me dice
Que la
vida no es más que una quimera;
Una
ilusión, un sueño sin orillas,
Una
pequeña nube pasajera.
Vamos por
partes, no sé bien qué digo,
La emoción
se me sube a la cabeza.
Como ya
era la hora del silencio
Cuando
emprendí mi singular empresa,
Una tras
otra, en oleaje mudo,
Al establo
volvían las ovejas.
Las saludé
personalmente a todas
Y cuando
estuve frente a la arboleda
Que
alimenta el oído del viajero
Con su
inefable música secreta
Recordé el
mar y enumeré las hojas
En
homenaje a mis hermanas muertas.
Perfectamente
bien. Seguí mi viaje
Como quien
de la vida nada espera.
Pasé
frente a la rueda del molino,
Me detuve
delante de una tienda:
El olor
del café siempre es el mismo,
Siempre la
misma luna en mi cabeza;
Entre el
río de entonces y el de ahora
No
distingo ninguna diferencia.
Lo
reconozco bien, éste es el árbol
Que mi
padre plantó frente a la puerta
(Ilustre
padre que en sus buenos tiempos
Fuera
mejor que una ventana abierta).
Yo me
atrevo a afirmar que su conducta
Era un
trasunto fiel de la Edad Media,
Cuando el
perro dormía dulcemente
Bajo el
ángulo recto de una estrella.
A estas
alturas siento que me envuelve
El
delicado olor de las violetas
Que mi
amorosa madre cultivaba
Para curar
la tos y la tristeza.
Cuánto
tiempo ha pasado desde entonces
No podría
decirlo con certeza;
Todo está
igual, seguramente,
El vino y
el ruiseñor encima de la mesa,
Mis
hermanos menores a esta hora
Deben
venir de vuelta de la escuela:
¡Sólo que
el tiempo lo ha borrado todo
Como una
blanca tempestad de arena!
Es Olvido
Juro que
no recuerdo ni su nombre,
Mas moriré
llamándola María,
No por
simple capricho de poeta:
Por su
aspecto de plaza de provincia.
¡Tiempos
aquellos!, yo un espantapájaros.
Ella una
joven pálida y sombría.
Al volver
una tade del liceo.
Supe de su
muerte inmerecida,
Nueva que
me causó tal desengaño
Que
derramé una lágrima al oírla.
Una
lágrima, sí, ¡quién lo creyera!
Y eso que
soy persona de energía.
Si he de
conceder crédito a lo dicho
Por la
gente que trajo la noticia
Debo
creer, sin vacilar un punto,
Que murió
con mi nombre en las pupilas,
Hecho que
me sorprende, porque nunca
Fue para
mí otra cosa que una amiga.
Nunca tuve
con ella más que simples
Relaciones
de estricta cortesía,
Nada más
que palabras y palabras
Y una que
otra mención de golondrinas,
La conocí
en mi pueblo (de mi pueblo
Sólo queda
un puñado de cenizas),
Pero jamás
vi en ella otro destino
Que el de
una joven triste pensativa.
Tanto fue
así que llegué a tratarla
Con el
celeste nombre de María,
Circunstancia
que prueba claramente
La
exactitud central de mi doctrina.
¡Quién es
el que no besa a sus amigas!
Pero tened
presente que lo hice
Sin darme
cuenta bien de lo que hacía.
No negaré,
eso sí, que me gustaba
Su
inmaterial y vaga compañía
Que era
como el espíritu sereno
Que a las
flores domésticas anima,
Yo no
puedo oculatr de ningún modo
La
importancia que tuvo su sonrisa
Ni
desvirtuar el favorable influjo
Que hasta
en las mismas piedras ejercía.
Agreguemos,
aún, que de la noche
Fueron sus
ojos fuente fidedigna.
Mas, a
pesar de todo, es necesario
Que
comprendan que yo no la quería
Sino con
ese vago sentimiento
Con que a
un pariente enfermo se designa.
Sin
embargo, sucede, sin embargo,
Lo que a
esta fecha aún me maravilla,
Ese
inaudito y singular ejemplo
De morir
con mi nombre en sus puplas,
Ella,
múltiple rosa inmaculada,
Ella que era
una lámpara legítima.
Tiene
razón, mucha razón, la gente
Que se
pasa quejando noche y día
De que el
mundo traidor en que vivimos
Vale menos
que rueda detenida:
Mucho más
honorable es una tumba,
vale más
una hoja enmohecida,
Nada es
verdad, aquí nada perdura,
Ni el
color del cristal con que se mira.
Hoy es un
día azul de primavera,
Creo que
moriré de poesía,
De esa
famosa joven melancólica
No
recuerdo ni el nombre que tenía.
Sólo sé
que pasó por este mundo
Como una
paloma fugitiva:
La olvidé
sin quererlo, lentamente,
Como todas
las cosas de la vida.
Aromos
Paseando
hace años
Por una
calle de aromos en flor
Supe por
un amigo bien informado
Que acabas
de contraer matrimonio.
Contesté
que por cierto
Que yo
nada tenía que ver en el asunto.
Pero a
pesar de que nunca te amé
-Eso lo
sabes tú mejor que yo-
Cada vez
que florecen los aromos
-Imagínate
tú-
Siento la
misma cosa que sentí
Cuando me
dispararon a boca de jarro
La noticia
bastante desoladora
De que te
habías casado con otro.
Nicanor Parra
Poemas y antipoemas, 1954
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