La antipoesía es, en el
proyecto deconstructivo de Parra, un contratexto, u contradiscurso lírico, de
entonaciones más bien urbanas, donde ya no habla el nerudiano yo heroico de la
naturaleza gestándose, sino el sujeto moderno, irónico y sarcástico, cuyo monólogo
fragmentario tiene la desnudez confesional de un documento clínico y la
elaboración intelectual de una sátira de los usos del habla formalizada. En su
poesía, Parra logra integrar por ejemplo el laconismo de Samuel Beckett con el
humor taciturno de Buster Keaton.
El antipoema de Parra es
la respuesta a una época que ya no puede recitar las alabanzas de la
naturaleza, ni celebrar al hombre, ni glorificar a la divinidad, porque todo se
le ha vuelto problemático y difuso, comenzando por el lenguaje. En
compensación, el antipoema trata de realizar un acercamiento desde la teoría de
la relatividad y el principio de incertidumbre, que recupere por mediación de
la palabra la subjetividad perdida y que sea capaz de crear nuevas formas de
comunicación, nuevos territorios artísticos provocando el escape de energía de
un objeto inerte mediante explosión. La mecha que enciende es la de las
palabras que acompañan a la imagen.
Es así como Parra,
emancipándose de las categorías heredadas del gusto, del estilo y de la lírica,
se sitúa en una perspectiva problematizadora, al instalar —como dispositivo
desmantelador— su concepción estética, cuyos aspectos principales se refieren a
la prescindencia de toda retórica, a la sustitución de un vocabulario poético
gastado, por las expresiones coloquiales más comunes, entre las que no escasean
ni la información periodística ni el léxico burocrático, en un contexto general
que suele adoptar con frecuencia un carácter conversacional. Sin embargo, Parra
consigue siempre sacar el mejor partido de las palabras, y la incorporación de
aquellos elementos considerados durante mucho tiempo atrás como espurios, le
permiten describir, cabalmente, los contenidos de la vida moderna.
El antipoeta, mediante
un proceso de descontextualización, incorpora a su obra discursos del habla
coloquial, la fórmula científica, la sentencia filosófica, así como de los
múltiples lenguajes que provienen del mundo industrial y comercial. El
antipoeta traslada discursos de lugar. Deconstruye o desmantela la escritura de
ellos, los saca del lugar natural en el cual surgen para instalarlo en uno
nuevo, en un espacio artístico. Es precisamente a estas construcciones poéticas
a las que Parra llama Artefactos dramáticos. Son dispositivos poéticos puestos
en escena.
Los Artefactos son
antipoemas, pues también son reescrituras controladas por operaciones de
homologación inversión y satirización. Su temática es amplia y cambiante según
el estado de la sociedad, predominando los motivos. ("El movimiento te
necesita"), políticos ("La izquierda y la derecha unidas jamás serán
vencidas" o "USA. ("Donde la libertad es una estatua"),
autobiográficos ("Se considera acreedor al Premio Nobel Sr. Parra. A otro
parra con ese hueso"), contingentes ("De aparecer apareció pero en
una lista de desaparecidos"), etc.
La forma extrema de los
artefactos son los "trabajos prácticos", conjuntos semióticos en que
la imagen de éstos es sustituida por un objeto muy bien seleccionado por un
posible simbolismo y la tarjeta por un soporte físico que forma parte de los
muebles en que se colocan cosas o por una tabla adaptada para soportar el
conjunto de texto verbal y objeto. El libro aquí ya ha desaparecido por
completo y Parra se ha acercado más que nunca a su ideal de integrar arte y
vida.
El título de los
trabajos prácticos es ingenioso y por su intermedio el poeta relee la realidad
de una manera nueva, original, que revela una asociación inesperada o una
sorprendente conexión entre dos hechos aparentemente aislados; en el lenguaje
también destaca el uso de fraseología, el slogan o la consigna que incitan al
consumo, para revelar la construcción y el artificio que supone considerar la
esfera de lo literario como separado de las leyes de la economía.
Por otra parte, la
propuesta parriana del "artefacto visual" consiste, en efecto, en una
serie de poemas acompañados de imagen donde el eslogan publicitario, símbolo de
la cultura consumista de Occidente, es vapuleado desde sus mismas raíces. El
origen de esta expresión se encuentra en las clases de "trabajos
prácticos" a las que asistía los miércoles por la tarde en el Instituto
Pedagógico de la Universidad de Chile.
Cuando Parra escribe
"práctico", apunta a lo que podría considerarse como un abandono: el
de la teoría. El, como profesor de mecánica racional a la vez que (anti)poeta
sabía que en la poesía chilena hay una teoría implícita que era necesario
diluir.
II
Ahora bien en la
secuencia de guiños parrianos hacia el espacio plástico, hay avances y
retrocesos; hay momentos de mayor extensión problematizadora de las relaciones
entre imagen y palabra; hay momentos de mayor subordinación de la imagen a la
palabra. Con todo, cabe preguntarse si es legítimo considerar los
"Trabajos Prácticos" de Parra como una obra que opera en las artes
visuales con un estatuto propio, esto es, si Parra es o no un artista visual.
Como es sabido Parra en
el último tiempo se ha empeñado en hallar un reconocimiento como artista visual
y no sólo como (anti)poeta: "¡Cómo que trate de dibujar!, yo estoy
catalogado en México, por ejemplo, al nivel de Picasso. Los españoles han hecho
una feroz exposición de los trabajos prácticos" ha declarado en una
entrevista.
Nicanor Parra se ha
valido del slogan publicitario o político, de la inscripción mural, del aviso
luminoso, de la sentencia fulminante, del proverbio, del axioma científico, de
la invectiva criolla. Los Artefactos poéticos, resumidos y cargados al máximo de
cáustica ironía quieren provocar y lo logran. Prueba de su eficacia es la
facilidad con que van pasando de boca en boca, de cartel en cartel, no obstante
su carácter inédito. Los hay de todas las especies. Invectivas políticas:
"USA/ donde la libertad es una estatua". Reacciones políticas (porque
los artefactos explotan en todas direcciones):"La palabrita pueblo/ ya me
pone la carne de gallina". Salidas del energúmeno: "A mí no me para
nadie/mi misión es salvar al mundo". Sentenciosas reflexiones:
"Cultivar un jardín/ es ponerse la soga al pescuezo/ recomiendo vivir en
pedregales". Proverbios: "De boca cerrada/ no salen moscas".
Salidas de madre: "Vergüenza nacional/ tuve que eyacular en el
vacío".
De este modo, Parra, con
los artefactos, ha cambiado el lenguaje rehaciendo no sólo el discurso propio
sino los más estables relatos que dan cuenta al lector (la política, la
religión, las ideologías consoladoras); con lo cual el carácter subversivo de
su poética ha tenido, tanto un efecto corrosivo entre los discursos
institucionales, como uno constructivo en el espacio siempre amenazado de una
humanidad zozobrante, de un sentido común hecho de sabiduría popular y
tradicional, de un diálogo a favor de los derechos del diálogo. Así, Parra ha
ensayado otras formas apelativas en sus ecopoemas, en sus chistes (para
desorientar a la policía tanto como a la poesía), en sus reapropiaciones de los
lenguajes de la publicidad, de la política, de las jergas al uso, que utiliza
para desmontar y descentrar a través de una práctica del ready made y de la
parodia.
Es a partir de esta
relación con el medio social que el antipoeta trabaja. Instala su taller,
provisoriamente, en cualquier parte. Utiliza todos los materiales a su alcance;
materiales lingüísticos propios y ajenos, materiales de deshecho o de segunda
mano, citas de otros autores, productos de su propia inspiración y de sus
recolecciones, de la búsqueda metódica y del hallazgo casual, de la escritura
automática, el flujo de la conciencia y la reflexión, la lucidez y el delirio,
el sueño y la vigilia, el pasado y el presente, el ensueño y la pesadilla, los
sermones, los discursos políticos, los informes médicos, de prensa, etc. El
antipoeta actúa así como recolector de diversos objetos y frases cotidianas,
por lo cual la originalidad no reside en lo innovador del objeto ni en la
metáfora lingüística ingeniosa, sino en la conjunción del objeto y la palabra,
entre la realidad contextualizada y el lenguaje desviado perversamente en su
función referencial. Se logra, así, la literaturización de la vida mediante la
reelaboración permanente de materiales culturales por parte del artista
convertido en una voz anónima que ofrece cada día nuevos productos de consumo.
Parra explora todos los
léxicos, siempre buscando hacer más específico el diálogo de la poesía con el
lector actual a través de una poesía que, para él, debía cambiar su forma y su
formato, su medio y su canal, su hablante y su mensaje. Así arriba a una poesía
de formulas o epígrafes, que llamó artefactos, suerte de hai-kus urbanos, donde
la síntesis crítica y el humor paradójico se unen en imágenes contrastantes,
cáusticas y novedosas. Estos artefactos son como cargas explosivas activados
dentro de los edificios retóricos.
Desde la Teoría de la
Gestalt, donde el contexto social hace las veces de fondo, y el objeto escogido
para su representación sirve de forma, Parra muestra el debate en torno a la
ciencia, la política, la religión, la sexualidad, la economía de mercado… a
través de botellas, cacerolas, estatuas, falos de látex, teteras, planchas,
cruces, máquinas de coser, etc. El artefacto visual acusa así, directamente, a
una realidad que existía con anterioridad a él. El engendro o artefacto —el
mismo Parra lo ha calificado de "arma nuclear", de "chorro de
palabras" — hace uso de un texto tan manido como el objeto al que
acompaña, en el que la función referencial ha desaparecido.
Valiéndose pues, como he
señalado, del artefacto y el eslogan, Nicanor Parra presenta una nueva
concepción del arte expositivo, la antiinstalación, donde muestra el debate en
torno a la ciencia, la política, la religión, la sexualidad, la economía de
mercado… a través de botellas, cacerolas, estatuas, falos de látex, teteras,
planchas, cruces, máquinas de coser, etc. El artefacto visual apunta así,
directamente, a una realidad que existía con anterioridad al objeto del que se
sirve. El engendro o artefacto —el mismo Nicanor Parra lo ha calificado de
«arma nuclear», de «chorro de palabras»— hace uso de un texto tan manido como
el objeto al que acompaña, en el que la función referencial ha desaparecido.
En el lenguaje del
artefacto la palabra es reducida a su mínima expresión, a la pura descarga
verbal, depurada hasta coincidir del todo con el aquí y el ahora de una
realidad. El artefacto es el culto de la eficacia verbal pura. Y la principal
víctima de su ascetismo es la primera persona singular, el yo poético, el
hablante tradicional de la lírica. El hablante del artefacto es cualquiera.
Dice Parra en unos versos programáticos (y contradictorios, puesto que es un yo
superlativo quien habla): "Yo no debiera hablar en primera persona/ del
singular: es falta de modales/ habría que reducirse al mínimo: / habría que
arrodillarse y llorar"…El poeta hace hablar a mil personajes anónimos, mil
hablan por él. Toda palabra con sentido real es ya un enunciado poético.
En este sentido y,
aunque parezca lo contrario, puede decirse que la antipoesía es poesía
metafísica, esto es, radicales afirmaciones cobre la constitución y el devenir
de la realidad, de la realidad en sus más diversas dimensiones. Es un lenguaje
que habla de la realidad, a la vez que discurre sobre su propio hablar —sobre
su constitución como discurso—, que exhibe su andamiaje así como los límites de
su capacidad testimonial y cognoscitiva.
Adolfo Vásquez Rocca
Año VI, núm. 25
1. No consiste en un
libro, sino en una caja con 242 tarjetas postales, por lo tanto ilustraciones
relacionadas con los textos que vocean «epigramas», grafittis o para ser más
exactos, «artefactos» como los denomina el poeta, que al ser interrogado sobre
su sentido señala: «una palabrita bastante jodida», «una aproximación al
grafitti», «un terremoto grado 13», «una agresión», «un juego». Todas las
acepciones señaladas por Parra describen bastante bien el conjunto de sus
artefactos, porque cada una de ellos es el límite mismo al que deriva el
destinatario. Desde este punto de vista, el artefacto ya es un artículo de
consumo, suntuario o no, que se dirige a un receptor anónimo, prosaico, ni
adepto, ni adicto a la poesía, simplemente su usuario. Así, Artefactos golpea
en el hígado de su lector, pues las costumbres de la sociedad, los hábitos
políticos, las prácticas religiosas, reciben en esta obra un ataque despiadado.
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Ver ensayo completo, bibliografía incluída
en Adamar, Revista de creación
pinchando aquí
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