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VARIACIONES EN TORNO A LOS ESCRITOS DISPERSOS DE ANTONIO MACHADO (Jordi Doménech)

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Antonio Machado, por Daniel Vázquez Díaz
de la web Abel Martín - Revista de estudios sobre Antonio Machado



Sin leyenda no se pasa a la historia», dijo Antonio Machado por boca de Juan de Mairena, y él mismo tuvo muchísimo cuidado en tejer su propia leyenda. En realidad, toda su breve pero densa obra poética constituye su «leyenda» o, si se prefiere, su «autobiografía», como ya apuntó su inseparable hermano José. Esta leyenda creada por el propio Antonio Machado, desde el «torpe aliño indumentario» a las «gotas de sangre jacobina», pasando por la definición de «bueno» («en el buen sentido de la palabra»), parece ya inamovible, a pesar de biógrafos y biografías, desde las ya lejanas aunque estimabilísimas biografías de José Luis Cano y Heliodoro Carpintero a la más reciente de Ian Gibson, que no han conseguido remover un ápice —y no es probable de que ocurra, afortunadamente— la invención de Machado de sí mismo.

Sin embargo, vistas las cosas más de cerca, quizá no sean exactamente como nos las presentó Machado. El «torpe aliño indumentario» de su famosísimo «Retrato» (1908), por ejemplo, queda en entredicho a la vista de una apenas conocida
fotografía de 1910, en que aparece Antonio Machado en una reunión de la recién constituida Academia de la Poesía, presidida por Mariano Miguel de Val, y con la asistencia de una treintena de miembros, entre otros su hermano Manuel, Gregorio Martínez Sierra, Cristóbal de Castro, Ramón Pérez de Ayala, Enrique de Mesa, Eduardo Marquina, además de otros escritores eminentes de la generación anterior: Sofía Casanova, Francisco Rodríguez Marín, Mariano de Cavia... Antonio Machado, a sus 35 años entonces y recién casado, aparece discretamente a un lado en la fotografía, de pie, pero impecablemente bien vestido, alto como era y bien plantado, más guapo, elegante y acicalado incluso que su hermano Manuel, a unos pasos más allá en la fotografía, entre Pedro de Répide y Villaespesa. De manera que si bien no nos cuesta imaginar a Machado en mangas de camisa por su casa, o subiendo y bajando por la loma de Santana en Soria, o en sus larguísimos paseos por los campos de Baeza o por los alrededores de la ciudad de Segovia, ya en los años veinte, tampoco nos cuesta nada imaginarlo impecablemente bien vestido en los actos oficiales y reuniones solemnes (muy lejos del famoso «torpe aliño indumentario» del poema), como en aquel homenaje a Antonio Pérez de la Mata en el Instituto de Soria, en el acto de inauguración del curso escolar del mismo año 1910 que la foto mencionada, con la asistencia en pleno de las autoridades locales, y donde Machado pronunció el que sería quizá su primer —y notable— discurso, publicado in extenso por los periódicos locales Tierra Soriana y La Verdad, o ya en Segovia, cuando presentó a Miguel de Unamuno como conferenciante, en febrero de 1922, en el teatro Juan Bravo, o poco después, en abril del mismo año, cuando pronunció su discurso «Sobre literatura rusa» en la Casa de los Picos, frente a un nutrido público asistente, y publicado en La Tierra de Segovia en un número del periódico hoy lamentablemente perdido.

Sin embargo, las «gotas de sangre jacobina» del mismo poema de 1908 sí parecen ciertas, si hemos de juzgar por los durísimos comentarios de Machado en algunas cartas que dirige a su maestro e interlocutor Miguel de Unamuno, especialmente en los años diez, durante la estancia de Machado en Baeza. Y por lo que respecta a su talante «bueno» (en el buen sentido de la palabra), también es confirmado reiteradamente por quienes le conocieron, que no siempre la «leyenda» tiene que ser invención, ni tiene por qué serlo. Sea como fuere, hoy día, gracias a la labor de recopilación de los escritos dispersos y de las cartas de Antonio Machado, tenemos un conocimiento más cabal y ajustado tanto de la persona, como de la obra y el pensamiento del poeta sevillano, al margen o más allá de la «leyenda» cuajada en sus poesías por él mismo.

Este ya importante corpus de escritos de Machado está formado por más de 200 textos (de los cuales casi la mitad corresponde al período de la guerra de 1936-39), entre artículos en revistas y periódicos, prólogos a obras propias y ajenas, alocuciones y discursos, entrevistas... Por lo que respecta a las cartas, hasta la fecha se han hallado y reunido un total de 221, entre las cuales destacan las dirigidas a Miguel de Unamuno, Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez, José Ortega y Gasset, y ya en los años veinte Gerardo Diego y otros escritores de la generación del 27, además de las 36 cartas a su amor tardío Pilar de Valderrama entre los años 1929-32, y el importante grupo de 39 cartas de los años de la guerra de 1936-39
. A pesar de todo ello es seguro que aún quedará más de un artículo por rescatar en la prensa de ámbito nacional, o incluso en alguna rara revista literaria, y es probable que haya bastantes cartas de Machado en manos de particulares, los cuales las darán a conocer cuando lo crean conveniente.

Todo este ya relativamente abundante caudal de escritos no ha llovido del cielo, sino que ha sido el resultado de la paciente labor de recopilación de un puñado de estudiosos de Machado que han tenido el humor de revolver hemerotecas y archivos a la repesca de una carta o un artículo perdido. A ellos debemos el noventa por ciento de lo que hoy sabemos de Machado. Mencionemos algunos nombres como justo tributo a este imprescindible —y a veces un tanto oscuro y poco lucido— trabajo de recopilación. En primer lugar, Geoffrey Ribbans, que desde los años cincuenta ha ido rescatando infinidad de poesías y escritos de Machado en revistas y periódicos especialmente de comienzos del pasado siglo (Electra, Revista Ibérica, Helios, Alma Española, Renacimiento Latino... cuando esas emblemáticas revistas del «modernismo», hoy tan archiconocidas, apenas si sonaban a nadie en el páramo abrumador de la posguerra franquista), además de insistir reiteradamente en la importancia de la revista y el periódico, que hasta bien entrados los años veinte era en realidad donde se hacía la literatura, más que en el libro. Aurora de Albornoz, autora de una de las primeras y notables recopilaciones de Obras (Buenos Aires, 1964, 1973) de Machado (después de la temprana edición de Bergamín, en México, 1940), también desde inicios de los años sesenta, y durante toda su vida, fue rescatando aquí y allá numerosos artículos, y a su paciente labor debemos más de las tres cuartas partes de los escritos dispersos de Machado que hoy conocemos. Robert Marrast, también desde los años sesenta, ha recuperado numerosos escritos, especialmente de los años de la guerra, además de destacar por su pulcritud y rigor como editor. Allen W. Phillips, a lo largo de los años sesenta y setenta, fue dando noticia también de un nutrido grupo de escritos. Y, más recientemente, Julio Rodríguez Puértolas, en su estimable edición de los escritos de la guerra de Machado (1983), y Alfonso Méndiz Noguero, en su tesis doctoral (Antonio Machado, periodista, 1995) [
5]. Finalmente, por lo que respecta a los escritos de Machado en la prensa local (Soria, Baeza y Segovia), han sido dados a conocer, casi en su práctica totalidad, gracias a la labor investigadora de José Tudela, Pablo de A. Cobos, Heliodoro Carpintero y Carlos Beceiro.


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Los escritos en prosa antes de la guerra de 1936, a pesar de su importancia para el conocimiento de Machado, son francamente escasos (y más si dejamos aparte los 49 artículos del «Juan de Mairena» publicados a lo largo de 1934-36 en Diario de Madrid y El Sol, y luego recogidos en libro poco antes de estallar la guerra). Hasta julio de 1936, suman en total 72 artículos, dos prólogos a obras ajenas, cuatro discursos y conferencias, y 17 entrevistas y respuestas a encuestas. Nada en comparación con los más de 3.000 artículos de Unamuno (que el que esto escribe no desespera de ver debidamente editados y anotados algún día), la friolera de los 5.500 artículos de Azorín, o de otros escritores contemporáneos. También la obra poética de Machado es relativamente escasa, cabe toda ella en un volumen de apenas 400 páginas, y en cualquier caso no es más extensa que la de Jorge Guillén o Pedro Salinas, y quizá sea esta parquedad un signo más de la «modernidad» de Machado, tantas veces discutida.

Aparte unas tempranas colaboraciones juveniles en el semanario satírico La Caricatura (1893) —y cuyo fino humor anticipa a Juan de Mairena—, Machado publicó sus primeros artículos en el periódico republicano El País, dirigido desde 1903 y hasta la desaparición del periódico en 1921 por Roberto Castrovido. Es de notar que Machado publicaría siempre sus colaboraciones en periódicos de tendencia progresista. En el importante periódico republicano («el periódico de los republicanos serios y reflexivos», como fue caracterizado en la época) llegaría a publicar hasta siete artículos, el último de ellos en 1917.

En esta etapa madrileña, hasta su traslado a Soria en 1907, destacan especialmente las reseñas de libros, seis en total, y todas ellas notablemente importantes: reseñas de libros de Antonio de Zayas, Benavente, Juan Ramón Jiménez (Arias tristes, 1903), Unamuno (Vida de Don Quijote y Sancho, 1905) y sobre Walden, de H. D. Thoreau, además de una densa «Carta abierta a don Miguel de Unamuno» (1903, en El País) y unas no menos interesantes colaboraciones sin firmar en la sección «Glosario» de la revista Renacimiento (1907). Artículos en los que está ya presente una doble preocupación ética y estética que acompañará siempre a Machado y que aparece y reaparece como un guadiana a lo largo de sus escritos.

Son años también en los que inicia su amistad con Unamuno, la cual perdurará de manera continuada hasta la muerte de éste en 1936, y será de extraordinaria importancia para Machado. No sólo fue Unamuno un «maestro» para él —en el sentido más fuerte que podía tener esa palabra para Machado—, sino incluso un «padre», en tanto fue una referencia fundamental para Machado, en lo personal y en lo intelectual. Más de una vez vemos a Machado en su correspondencia con Unamuno consultarle su opinión sobre distintos asuntos (por ejemplo, en 1914, al estallar la Gran Guerra), o bien esperar a que Unamuno se defina sobre determinada cuestión en sus artículos para a continuación Machado poner su reloj en hora con el del catedrático de Salamanca. La trágica muerte de Unamuno el 31 de diciembre de 1936, arrestado en su domicilio tras su enfrentamiento con Millán Astray en el aula magna de la universidad (donde Unamuno, frente a un auditorio de falangistas armados, pronunció aquello de «¡Venceréis, pero no convenceréis!»), afectó profundamente a Machado, según testimonió su hermano José

, hasta el punto de publicar la durísima y rotunda sentencia que transcribo, dirigida, en parte, contra quienes desde el lado republicano habían cuestionado a Unamuno:




Señalemos hoy que Unamuno ha muerto repentinamente, como el que muere en guerra. ¿Contra quién? Quizás contra sí mismo; acaso también, aunque muchos no lo crean, contra los hombres que han vendido a España y traicionado a su pueblo. ¿Contra el pueblo mismo? No lo he creído nunca ni lo creeré jamás
.



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Dispuesto a «saltar las bardas de su corral», o lo que es lo mismo, a «soñar despierto», como dijo en carta a Unamuno,

Antonio Machado se trasladó a Soria en 1907.

Sin embargo, antes de pasar a Soria me gustaría llamar la atención sobre la mencionada reseña de Walden, de H. D. Thoreau, publicada por Machado de manera anónima en Renacimiento
. Henry David Thoreau (Concord, Massachusetts, 1817-1862), intérprete radical del pensamiento trascendentalista de Emerson, abandonó todo para vivir en soledad y en contacto con la naturaleza durante algo más de dos años en una cabaña que construyó a orillas del lago Walden, en las cercanías de Concord, experiencia que relató en Walden; or life in the woods (1854). Su lugar de trabajo favorito era «una agradable ladera, cubierta de pinares, a través de los cuales veía la laguna, y un pequeño claro en los bosques de donde surgían pinos y nogales». Pues bien, según Antonio Casado da Rocha, experto en la obra de Thoreau, el comentario de Machado es la primera reseña en castellano publicada sobre el libro de Thoreau (tanto en España como en Sudamérica), y además manejó la primera edición inglesa (Walden, by Henry David Thoreau; with an introductory note by Will H. Dircks, Londres, W. Scott, 1886), única edición que lleva la introducción de Dircks, traducida —muy correctamente, según Casado da Rocha— y citada por Machado en su reseña. Probablemente leería esta primera edición inglesa de Walden en el ejemplar de la Biblioteca Nacional, lugar que solía frecuentar casi diariamente en aquellas fecha. Todo este pequeño excursus viene a cuento para decir que Machado no fue a Soria casi por azar, como suele pensarse, porque le tocara la plaza de Soria en las oposiciones a cátedras de francés, sino porque ya tenía de antemano la intención de trasladarse a Soria, lugar que probablemente conocía de años atrás, y era allí a donde deseaba ir, a emulación de Henry D. Thoreau, cuya lectura de Walden tanto le había impresionado. Es más: pienso que si se presentó a las oposiciones a cátedras de francés fue por la vacante de Soria.

Sea como fuere, enamorado de Soria, la Soria fría, con sus bosques de pinares y su aislamiento —lo más parecido en España a los bosques de Concord—, y enamorado de la naturaleza como Thoreau, Antonio Machado se trasladó a Soria para vivir su particular Walden. Notemos de paso que, como dijo Abel Martín, el amor es antes que la amada, observación que parecería casi de Perogrullo si en los tiempos que corren de desbarajuste sentimental y emotivo no estuviéramos por lo general convencidos de lo contrario. Pero Machado estaba ya enamorado cuando fue a Soria, y nada tiene de extraño que necesariamente fuera allí donde tuviera que encontrar su amor.

Los años de Soria son quizá los de mayor actividad poética relativa de Machado, pero, paradójicamente, son también los de mayor actividad externa: sus clases de francés en el Instituto (del que además ejerció de vicedirector), su matrimonio con Leonor Izquierdo en julio de 1909, las excursiones (famosa es su excursión a los picos de Urbión y la laguna Negra, pero ya no es tan conocido que apenas llegado a Soria realizó un viaje a Burgos, desde donde envió a Azorín un ejemplar de Soledades. Galerías. Otros poemas, acabado de aparecer, con esta dedicatoria: «Al pequeño filósofo Azorín en prueba de admiración y simpatía / Antonio Machado / Burgos 1 de noviembre 1907», y unos días antes había enviado a José Ortega y Gasset otro ejemplar del mismo libro, pero desde El Burgo de Osma, con esta dedicatoria: «Al culto e inteligente escritor don José Ortega Gasset / Antonio Machado / El Burgo de Osma 20 octubre 1907»)
, las intervenciones en actos públicos (como una conferencia en la Sociedad de Obreros o el mencionado discurso en el homenaje a Pérez de la Mata en 1910), y finalmente su viaje y estancia de seis meses en París al año siguiente para asistir como oyente a las clases del filósofo Henri Bergson en la Sorbona...

Desde su llegada a Soria, Machado colaboró en Tierra Soriana, periódico trisemanal del cual era redactor jefe el que sería su entrañable amigo en Soria, José María Palacio (nacido en Rasal, Huesca, en 1880, y casado con una prima hermana de Leonor). También el periódico La Verdad, fundado en 1909 y dirigido por el combativo periodista y político republicano Benito Artigas Arpón, se hizo eco con frecuencia en sus páginas de las actividades de Antonio Machado. Pero lo más notable fue la participación de Machado —junto con José María Palacio— en la fundación del que sería uno de los periódicos más longevos e importantes de la provincia, El Porvenir Castellano, título al parecer propuesto por el propio Antonio Machado
. El primer número del periódico bisemanal apareció el 1 de julio de 1912, siendo director —lo sería hasta 1918— José María Palacio. En este primer número colaboró ya Antonio Machado con el importante artículo —al hilo del recién constituido partido reformista—, «Política y cultura», firmado con el seudónimo Mireno (uno de los pastores de El vergonzoso en palacio, de Tirso de Molina, autor éste entre los preferidos por Machado del teatro clásico español). Y en los días siguientes emprendería en el mismo periódico una serie de colaboraciones sin firmar, cuatro en total, para dar a conocer al público y difundir la obra de los más importantes escritores del momento: Unamuno, Azorín, Valle-Inclán, Baroja..., serie que se vio quizá interrumpida por la muerte de Leonor en agosto de 1912. Ya desde Baeza, en carta a Unamuno resumiría Machado en dos líneas su experiencia periodística soriana: «En Soria fundamos un periodiquillo para aficionar a las gentes a la lectura» (junio de 1913). Por lo que respecta a las poesías, en esos años solía publicarlas regularmente en la revista La Lectura, incluido su extenso romance «La tierra de Alvargonzález».

Toda esta actividad cabe suponer que la llevaría a cabo en un ambiente que no había de serle demasiado favorable en la rancia pequeña ciudad soriana, e incluso un tanto hostil, y no sólo por la publicación de algunas poesías de fuerte contenido crítico, como «Por tierras del Duero» (publicada en La Lectura en diciembre de 1910 y reproducida poco después en Tierra Soriana, la cual fue duramente censurada por la tríada de periódicos conservadores Ideal Numantino, El Noticiero de Soria y El Avisador Numantino, hasta el punto que a su regreso de París Machado tuvo que cambiarle el título en «Por tierras de España» al incluirla en Campos de Castilla), sino sobre todo por su amistad con el político republicano radical Manuel Hilario Ayuso, antiguo amigo soriano y compañero de estudios en la Universidad de Madrid, y con quien Machado se encontraría por azar en su primer viaje a Soria para tomar posesión de la cátedra de francés, en mayo de 1907
. Todo ese ambiente nada amistoso para Machado habría de culminar con la desagradable cencerrada en el día de su boda. No es de extrañar, pues, que tras la muerte de Leonor, Machado hiciera las maletas y no volviera a pisar Soria hasta 20 años después, en 1932, cuando el Ayuntamiento, entonces ya republicano, con Bienvenido Calvo y Pelayo Artigas a la cabeza, tuvo a bien nombrarle hijo adoptivo de la ciudad.



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En Baeza, paseos y excursiones aparte, Antonio Machado se sumerge en sus lecturas de filosofía. Qué otra cosa podía hacer en un lugar donde el tiempo parece detenido, hasta el punto que poco después de llegar escribe agobiado a su madre Ana Ruiz: «El tiempo pasa aquí con una lentitud abrumadora. Me parece que va para veinte años que vine y aún no han pasado dos meses» (carta de diciembre de 1912). La filosofía no fue una actividad marginal en Machado, sino «una afición de toda mi vida»
, pero fue en Baeza donde leyó filosofía de manera más sistemática, como prueba este comentario en carta a su hermano José, de la misma fecha que la carta anterior: «Saluda al amigo García Morente, cuyo libro sobre Kant [La estética de Kant, 1912] endulza muchas horas de mi vida.» Kant sería precisamente el tema que elegiría Machado para exponer ante Ortega y Gasset en su examen de doctorado en Filosofía, lo cual —tras finalizar la licenciatura y el doctorado en 1918— le permitiría al año siguiente concursar la plaza del Instituto de Segovia y salir del «sedante pueblecito».

En Baeza, Antonio Machado redescubrió a su padre, Antonio Machado y Álvarez (a quien ya en Segovia dedicaría el emotivo soneto «Esta luz de Sevilla...»), y se radicaliza su pensamiento. Es imprescindible la atenta lectura tanto de algunos artículos (por ejemplo, «Sobre pedagogía», El Liberal, 5 de marzo de 1913), como muy especialmente las cartas que dirige en estos años a Unamuno, por un lado, y a Ortega y Gasset, por otro (los dos intelectuales más importantes de su tiempo), con quien había comenzado su relación epistolar ya en Soria, a raíz de la publicación de Campos de Castilla. Machado se suma a todas las iniciativas políticas que emprende Ortega, empezando por la Liga de Educación Política Española, fundada en octubre de 1913, lee con lupa todo lo que escribe éste, tanto sus artículos en Los Lunes de El Imparcial como luego en El Sol (en la famosa sección «Folletones de El Sol») a partir de la aparición de este periódico en 1917, y colabora desde los primeros números en el semanario España, fundado también por Ortega y Gasset en 1915.

Además de sendos comentarios sobre libros de Unamuno (Contra esto y aquello, 1912) y Ortega (Meditaciones del Quijote, 1914), y del extenso artículo «España y la guerra» (1916) publicado en el semanario proaliado La Nota de Buenos Aires, el escrito de Machado más importante en este período es el «Prólogo» al libro Helénicas (1914) de Manuel Hilario Ayuso, primer ensayo de estética de Antonio Machado y contrapunto al «Ensayo de estética a manera de prólogo» que escribió Ortega y Gasset para El pasajero (1914) de José Moreno Villa.

Es una pena que no se haya conservado ninguna colección de Idea Nueva. Semanario reformista, el único periódico de Baeza —que se sepa— en el que colaboró Machado, y del cual sólo se conservan algunos pocos números sueltos en colecciones particulares, y ni un solo ejemplar en ningún archivo ni biblioteca pública, de manera que nos quedamos sin saber si Machado publicó más colaboraciones en este semanario —portavoz local del partido reformista— que los dos artículos conocidos, ambos de febrero de 1915, el segundo de ellos la emotiva necrológica por la muerte de Francisco Giner de los Ríos, el 18 de febrero de 1915.



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Si en algún lugar Antonio Machado estuvo realmente a gusto, fue en Segovia, y no sólo por la proximidad a Madrid, sino porque en Segovia halló un ambiente excelente, de notable florecimiento e inquietud artística y cultural en la ciudad —similar al «renacimiento cultural» de Granada unos años antes—, y que está aún pendiente de detenido estudio. Pero sobre todo halló verdaderos amigos e interlocutores, empezando por Blas Zambrano, profesor en la Escuela Normal y padre de María Zambrano, Rubén Landa, republicano e institucionista, catedrático de filosofía en el Instituto, el culto segoviano Mariano Quintanilla, ayudante de letras en el Instituto y posteriormente catedrático de filosofía... Sería prolijo alargar la lista. Centro de reuniones fue la tertulia en el taller del ceramista Fernando Arranz, donde trabajaba también el escultor Emiliano Barral, y donde solían acudir, además de los mencionados, el periodista segoviano Ignacio Carral, los escritores Julián María Otero, Marceliano Álvarez Cerón (directores ambos de la revista Manantial, 1928-29), Juan Francisco de Cáceres y Mariano Grau, el músico Agapito Marazuela, además de artistas e intelectuales de otros lugares a su paso por Segovia, como el periodista Luis de Sirval o el pintor Cristóbal Ruiz

. Se conserva una magnífica fotografía tomada por Arranz en la terracita de su taller, hacia 1923, en la que aparecen alrededor de una mesa Emiliano Barral, Antonio Machado, el pintor y caricaturista Eugenio de la Torre (Torreagero) y Julián María Otero.

Importante sería la participación de Machado, nada más recalar en Segovia, en la fundación de la Universidad Popular segoviana en diciembre de 1919, iniciativa de un grupo de profesores y catedráticos tanto del Instituto como de la Escuela Normal de Maestros, promotores también del excelente periódico La Tierra de Segovia (1919-22), fundado en mayo de 1919 y dirigido por Segundo Gila y con Blas Zambrano como redactor jefe
.

En los años de Segovia la actividad de Machado se centra con preferencia en el teatro, junto con su hermano Manuel: seis obras originales estrenadas entre 1926 y 1932, más cuatro adaptaciones de obras del teatro clásico español (de Tirso de Molina y Lope de Vega, además de Hernani de Victor Hugo). Hay constancia de que ya en los últimos años de Baeza empezaron ambos hermanos a esbozar su primera comedia y a plantearse trabajar para el teatro (véase carta de Antonio Machado a su hermano Manuel, hacia mayo de 1918). Sin embargo, Antonio Machado sigue con mucha atención la «nueva poesía» de los años veinte, y él mismo colabora en las principales revistas literarias del momento (Grecia, La Pluma, Cosmópolis, Índice, Horizonte, Alfar, Revista de Occidente, La Gaceta Literaria...), con poesías o escritos en prosa.

En Segovia prosigue la teorización sobre poesía iniciada ya en Baeza con el mencionado «Prólogo» a Helénicas de M. H. Ayuso. La irrupción de las «vanguardias» por un lado, y su propio estancamiento poético relativo por otro —después de las últimas poesías recogidas en la primera edición de Poesías completas (1917)—, le llevan desde inicios de los años veinte a un momento de reflexión importante sobre su propia actividad poética y sobre la lírica en general. Como escritos más relevantes en este sentido cabe mencionar la respuesta a la encuesta planteada por el semanario La Internacional, «Dos preguntas de Tolstoi: ¿Qué es el arte? ¿Qué debemos hacer?» (n.º 48, 17 septiembre 1920), el apartado «El simbolismo» en «De mi cartera» (La Voz de Soria, 8 septiembre 1922) y «De mi cartera. Gerardo Diego, poeta creacionista» (La Voz de Soria, 29 septiembre 1922), el extenso artículo «Reflexiones sobre la lírica. El libro Colección del poeta andaluz José Moreno Villa» (Revista de Occidente, n.º XXIV, junio 1925)
, la respuesta a la «Encuesta a los directores culturales de España. ¿Cómo ven la nueva juventud española?» (La Gaceta Literaria, n.º 53, 1 marzo 1929), que quizá sea el más importante de todos los trabajos mencionados, y ya en los años treinta el borrador de discurso de ingreso en la Academia Española (1931) y finalmente la nota sobre «Poética» (1932) en la Antología de Gerardo Diego. A todo ello habría que añadir las numerosas observaciones sobre poesía en sus artículos del «Juan de Mairena» a lo largo de 1934-36.

No hay duda de que para Machado la poesía «se ha convertido en problema», como dijo en su borrador de discurso de ingreso en la Academia
. ¿Pero cuál era, en realidad, el problema? Hay que leer con muchísima atención los escritos sobre poesía mencionados en el párrafo anterior para sacar algo en claro. Digamos de manera resumida que a inicios de los años veinte el problema para Machado es que la poesía —o mejor, la lírica— está en un callejón sin salida. Por un lado, el subjetivismo romántico está agotado («la obscura mazmorra simbolista», según gráfica expresión de Machado) y, por otro, las nuevas formas de poesía objetiva que surgen tras la Primera Guerra Mundial, en sus diversos y variados «ismos» —pero que todos tienen en común la más o menos sistemática eliminación de cualquier sujeto en poesía (lo que Ortega y Gasset calificaría en 1925 como «deshumanización del arte»)—, tampoco son del agrado de Machado, para quien es condición sine qua non de la poesía el ser «una honda palpitación del espíritu». Lo que más desconcierta a sus contemporáneos —y también a muchos estudiosos de hoy— es que Machado reparte palos a unos y a otros: ni subjetivismo ni pura objetividad... Entonces, ¿qué? El problema es que a inicios de los años veinte Machado no puede dar respuesta clara a esta pregunta, por la sencilla razón de que tampoco sabe entonces qué. Sin embargo, si leemos con atención los escritos de Machado de mediados de los años veinte, podemos entrever —un poco a toro pasado, es cierto— que para Machado la salida del atolladero estaría en lo que él denomina «nueva objetividad», es decir, una poesía que sea, a la vez, subjetiva y objetiva, lo cual no logrará Machado hasta el «Cancionero apócrifo», mediante el artificio de eclipsar al sujeto poético por la interposición entre éste y el poema de un sujeto poético ficticio (el poeta apócrifo), lo cual da como resultado esa «rara objetividad» —en magistral expresión de un crítico— de las poesías del «Cancionero apócrifo» (1926-1936), que hay que considerar como la cumbre de la lírica española contemporánea.

En noviembre de 1934, ya en Madrid, publica la primera entrega del «Juan de Mairena» en el efímero Diario de Madrid, que al cerrar este periódico al año siguiente se continúa en El Sol, colaboraciones luego recogidas en el libro Juan de Mairena (1936). La guerra da al traste con la distribución del libro, de manera que no sabemos cuándo fue puesto a la venta. En todo caso, la primera reseña (de Rafael Dieste, en la revista Hora de España)
, no apareció hasta marzo de 1937. Tal como observó poco después Andrés Ovejero en un artículo casi desconocido: «La lectura de estas sobrias frases renueva la memoria de un libro [Juan de Mairena] que apenas ha suscitado comentarios en la prensa, sin ocios para la crítica en estas circunstancias en que la guerra desvía forzosamente la atención de la vida literaria».


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En los años de la guerra, especialmente a partir de su traslado a Valencia, Antonio Machado lleva a cabo una actividad ingente, a pesar de su ya avanzada edad y su precario estado de salud

. En apenas dos años, 1937-38, publica un total de 102 escritos, casi tantos como en toda su vida hasta entonces. Su firma aparece en más de 50 revistas y periódicos, de los cuales por lo menos en 21 de ellos son colaboraciones directas. Interviene además en numerosos manifiestos colectivos, algunos redactados por el propio Machado. Menciono algunas revistas y periódicos en los que aparecen con más frecuencia colaboraciones de Machado, sean artículos, entrevistas o declaraciones: Milicia Popular. Diario del 5.º Regimiento de Milicias Populares, Verdad. Diario de unificación de los partidos comunista y socialista (Valencia), Hora de España (Valencia/Barcelona), Madrid. Cuadernos de la Casa de la Cultura (Valencia/Barcelona), Ahora. Diario de la juventud, Ayuda. Semanario de la solidaridad (Madrid/Valencia), Servicio Español de Información (Valencia/Barcelona), La Voz de España, Frente Rojo (Valencia), Defensa Nacional. Revista española de técnica militar, El Mercantil Valenciano, AERCU. Boletín de la Asociación Española de Relaciones Culturales con la URSS (Valencia), La Vanguardia (Barcelona), Nuestra Bandera. Revista mensual de orientación política, económica y cultural (Barcelona), Nuestro Ejército. Revista militar (Barcelona), Revista de las Españas (Barcelona) y Voz de Madrid. Semanario de información y orientación de la ayuda a la democracia española (París).

En su etapa de Valencia, destacan especialmente sus artículos mensuales en la revista Hora de España, desde su primer número en enero de 1937 hasta el último n.º XXIII, de noviembre de 1938, que ya no llegó a ver la luz. También su colaboración regular en el boletín diario del Servicio Español de Información. Textos y documentos (con ediciones en francés, alemán, italiano e inglés), dependiente de la Subsecretaría de Propaganda y dirigido por Juan José Domenchina. Colabora asimismo en la lujosa revista Madrid. Cuadernos de la Casa de la Cultura, editada por el Ministerio de Instrucción Pública, así como en muchas de las diversas publicaciones del Socorro Rojo Internacional, especialmente en Ayuda. Semanario de la solidaridad. Todo ello sin contar su colaboración en las diversas publicaciones y folletos editados por el gobierno de la República, en especial el Ministerio de Instrucción Pública (Madrid. Álbum de homenaje a la gloriosa capital de España, 1937; Destrucción. Documentos de la guerra por la independencia de España, 1938; Homenaje de despedida a las Brigadas Internacionales, 1938), el 5.º Regimiento (El fascismo intenta destruir el Museo del Prado, 1936), la Alianza de Intelectuales para la Defensa de la Cultura (Álbum al general Miaja, 1937), o por el Socorro Rojo Internacional (Madrid. Baluarte de nuestra guerra de independencia, 1937), o bien su inclusión en antologías emblemáticas (Crónica general de la guerra civil, Madrid, Ediciones de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, 1937; Poetas en la España leal, Valencia, Ediciones Españolas, 1937; Homenaje al poeta García Lorca contra su muerte, Valencia/Barcelona, Ediciones Españolas, 1937...). Una cuidada selección de los escritos de la guerra de Antonio Machado, en poesía y prosa, fue recogida en el libro La guerra (Madrid, Espasa-Calpe, 1937), profusamente ilustrado con dibujos de su hermano José
.

La actividad pública de Machado en 1937 durante su estancia en Rocafort (Valencia) fue asimismo notable: presidente del Patronato de la Casa de la Cultura; participación en la Conferencia Nacional de Juventudes organizada por las Juventudes Socialistas Unificadas en enero de 1937, y su posterior «Discurso a las Juventudes Socialistas Unificadas» pronunciado en el local de las JSU el 1 de mayo de 1937 (recogido en La guerra); intervención en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura inaugurado en Valencia el 4 de julio de 1937, y donde leyó en la sesión de clausura su famoso discurso «Sobre la defensa y la difusión de la cultura» (publicado en Hora de España, n.º VIII, agosto 1937, y reproducido en otros muchos lugares)...


Pero especialmente emotiva fue, poco después de su llegada a Valencia, la lectura pública del poema a la muerte de García Lorca, asesinado en Granada el 19 de agosto de 1936. Machado leyó esta poesía —con el título de «Homenaje al gran poeta García Lorca»— el 11 de diciembre de 1936, en la plaza de Emilio Castelar de Valencia, con motivo de la inauguración de la «Tribuna de agitación y propaganda» instalada por el Ministerio de Instrucción Pública. El acto tuvo lugar a las cuatro de la tarde, con la asistencia del ministro, el comunista Jesús Hernández, y la intervención de León Felipe, en una plaza abarrotada de gente
. José Bergamín fue testigo de aquella lectura:




Yo he visto subir al poeta, un claro mediodía, a un tingladillo levantado en medio de la plaza más grande de Valencia. Le rodeaba una inmensa muchedumbre. Parecía que subía al cadalso. Mas no ahogaba su voz; por el contrario, habló desde allá arriba con tal fuerza, que aquel dejo tímido y altivo de su palabra la iba desnudando o, mejor dicho, vistiéndola de sangre, por un pensamiento que expresaba los sentimientos en conmoción de todos los pueblos de España.

Cantaba el poeta la muerte de Federico García Lorca. Y quienes escuchábamos aquella voz que tantas veces escuchamos al cobijo de su intimidad solitaria, la veíamos, por vez primera, dibujando en los aires su contorno con precisión exacta, con veracidad justa. No hablaba el poeta para nosotros. Hablaba desentrañando sangrientamente de su propia voz enfurecida algo mucho más hondo que su vida personal invisible, la vida visible, por su palabra, de un pueblo entero
.




Ya en Barcelona, en 1938, colabora asiduamente en La Vanguardia. Son en total 26 artículos, publicados entre el 27 de marzo de 1938 y el 6 de enero de 1939, la mayor parte de ellos bajo el epígrafe «Desde el mirador de la guerra», y que en opinión de algunos constituyen la visión más lúcida sobre la guerra en estos años. Finalmente, en los últimos meses de 1938 escribió el prólogo para dos libros: de Ramón del Valle-Inclán, La corte de los milagros (Nuestro Pueblo), y Manuel Azaña, Los españoles en guerra (Ramón Sopena), libro que ya no llegó a ser distribuido.

El musicólogo Vicente Salas Viu visitó a Antonio Machado en Torre Castañer, pocos días antes de la salida de éste hacia Francia:




Los fascistas cerraban su ofensiva sobre Barcelona; se combatía ya en el Llobregat y no tardarían mucho en oírse las explosiones de la artillería en los arrabales.

Era el 15 de enero, un domingo invernizo, con un sol apagado, ceniciento, para engañar a nuestro cansancio después de tomar aquella especie de sopa de nada que fue toda nuestra comida, fuimos mi mujer y yo hacia la Bonanova a ver a Machado. Significaba un buen paseo subir allá arriba, poco menos que a Sarriá, a pie como había que hacerlo, porque los tranvías casi ya no circulaban. [...]

La casa donde vivía Machado era un desvencijado palacio con un jardín que el descuido hacía hermoso. Sus avenidas estaban por completo cubiertas de hojas secas, los arrayanes se vencían sobre las sendas, las ramas muertas se pudrían al pie de los árboles [...].

El poeta con su madre y un hermano habitaban la planta baja del palacio y en los cuartos de arriba vivían un par de familias de refugiados, un tropel de chiquillos que se perdía por los campos cercanos en busca de no sé qué hierbas para comer, probablemente uno de aquellos ilusorios alimentos que hubo que inventarse durante la guerra. Nos recibió en una sala alfombrada de esparto con unas ridículas pinturas en las paredes, buena muestra del mal gusto del que fue su dueño. Había allí otros varios amigos: el profesor Xirau, un poeta catalán cuyo nombre no recuerdo [posiblemente Carles Riba], un soldado amigo mío, el musicólogo Torner y otras cuatro o cinco personas. Torner había tocado al piano unas sonatas de viejos maestros españoles que acababa de transcribir, y en cuyo estudio trabajaba entonces [...]. Don Antonio Machado, en un rincón junto al piano, la escuchaba, y los olmos del Duero, las encinas del seco campo castellano, el azul de las sierras contra la tierra obscura de labor, el viento que se afila entre los álamos, volvían temblorosos a su recuerdo. Estaba terriblemente envejecido, acabado por el sufrimiento de los últimos días y aquella emoción le reanimaba y hacía brillar sus ojos como el fuego en la ceniza.

Sólo una vez se habló de la guerra, de la angustiosa situación de los frentes y de la amenaza que de nuevo, como en noviembre, se cernía sobre el corazón de la República. «Estaremos donde haya que estar», dijo Machado, dispuesto como siempre lo estuvo a sufrir sin regateos las amarguras, el dolor que se nos reservaba a los españoles verdaderos
.




 Jordi Doménech



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Vert estudio completo
con las debidas anotaciones y links
en Abel Martín, Revista sobre Antonio Machado
pinchando aquí


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