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PUEBLO. NOVELA DE LOS QUE TRABAJAN Y SUFREN (Azorín)

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Archivo Barricada


Madera; esparto; madera y esparto. Travesaños; respaldar; asiento. Una silla aja; baja para coser ante el costurero. Cosiendo; siempre cosiendo. La luz que ilumina el costurero y que ilumina la silla. Cuatro pies cortos; el asiento de delgada cuerda de esparto; o de paja. El respaldo con sus travesaños. El rayo de sol que entra por la ventana hace que los barrotes de la silla marquen su sombra en la pared blanca o en los ladrillos rojos. El vivo fulgor solar, en los esplendentes días claros, envuelve la silla. Como de oro, siendo de humilde pino; como de oro, en el ambiente áureo del pleno y radiante sol. Suave, discreta en la claridad de la luna; el silencio y el descanso; descanso, en las horas de la madrugada. La luz de la luna va girando lenta, dulce, acariciadora, en torno de la silla pobre de pino y esparto. La luz de la luna que, al fin, desaparece y deja a la silla en la oscuridad; sólo alumbrada vagamente por el fulgor de las estrellas. Inmóvil, inalterable, a través del tiempo, con serenidad y sosiego. La madera de pino que ha ido adquiriendo una tonalidad oscura y que ha ido puliéndose en sus ángulos. Sin lo chillón de la madera nueva, ha entrado ya, con el tiempo, en la tonalidad del cuartito y del costurero. Ha logrado la suspirada armonía, en color y en líneas, con el ambiente que la rodea. Con todo lo que cercuya –aire, cosas, seres humanos- a la humilde silla de pino. Más noble ahora, después de que se ha trabajado tanto en ella, que el más augusto sitial; más humana, más excelsa, que todos los sillones de maderas preciosas.
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Una viejecita; ébano y marfil. Las ropas negras, limpias; la cara y las manos, amarillentas. Ochenta años. Débil, sutil; si la abrazáramos, como queremos, tendríamos la sensación de que iba a deshacerse entre nuestros brazos; nos contenemos. Pudiéramos hasta derribarla en el suelo con sólo soplar ligeramente. Aérea; un jirón do humo negro. Arrebujada, a veces, en un rinconcito, sin hablar; sin reñir jamás; sin tener un gesto de desabrimiento. Y sin ser nadie; no es nadie esta viejecita. Si dijéramos su nombre, no se produciría ese movimiento de interés que se produce cuando se nombra a una persona ilustre. No es nadie; la hoja que cae en el otoño; el humo que asciende por la chimenea; la hierbecita que cogemos al borde de un camino; el vilano que cruza por el cielo. En su rincón, el bulto de ébano y marfil. Un niño se acerca, y es, con sus mejillas coloradas, una rosa que ha apareado de pronto al lado de lo negro y lo marfileño.



Azorín
Pueblo.
Novela de los que trabajan y sufren
(1930)




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