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LA NAVE DE LOS LOCOS (Pío Baroja)

La nave de los locos de El Bosco
(del blog El placer de la imagen)

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EN BUSCA DE CHIPITEGUY

I


LA NAVE DE LOS LOCOS


Entre las estampas del almacén de Chipiteguy, Alvarito había visto algunas con este título genérico: La nave de los locos.

Eran grabados en madera de la obra célebre en su tiempo, hoy ilegible e insoportable, del estraburgués Sebastián Brandt, o Brant, publicada primero en alemán, en Basilea, con el título Das narren schiff y luego en latín, en Lyón, rotulada Navis stultifera mortalium.

Durante el siglo XVI, La nave de los locos, del poeta didáctico y aburrido de Estrasburgo, debió parecer ligera y amena a los lectores, y sus varias ediciones corrieron por la Europa Central. La mayoría de estos libros se hallaban ilustrados con grabados en madera.

Entre las estampas guardadas por Chipiteguy de La nave de los locos las había muy viejas; algunas eran de Holbein y del Bosco. En todas ellas se comentaban las palabras atribuidas a Salomón y traducidas al latín: Stultorum infinitas est numeras.

Chipiteguy comentaba con fruición estas láminas y las consideraba de gran enseñanza y filosofía.

La nave de los locos, el carnaval o carro naval, símbolo de la gran locura de los mortales, era el barco de la Humanidad, que marcha por el mar proceloso de la vida, y en el cual se albergan los mayores disparates.


La nave de los locos era la feria de todo el mundo, de Gracián; la feria de todo el mundo, en donde todo el mundo va de cabeza.


La nave de los locos podía contener los tripulantes de este planeta absurdo, que gira como un trompo alrededor de sí mismo y alrededor del sol, quien también marcha de cabeza a la constelación de Hércules, no sabemos con qué inconfesables fines.

Hermana en intención de Las danzas de la Muerte, así como éstas querían demostrar la igualdad de los hombres ante el sombrío esqueleto, con su guadaña y su reloj de arena, La nave de los locos quería probar la universalidad de la tontería y de la estulticia humana y el reino absoluto de la Dama Locura.

Grandes y pequeños, altos y bajos, reyes y mendigos, próceres y menestrales, sabios e ignorantes, santos y casquivanas, gentes de cerebro eruptivo y ardiente como el cráter de un volcán, y gentes de cráneo sólido, como hecho de hierro colado y relleno de cemento, entraban a bordo de este barco. Todos los animales bípedos, adornados con coronas o monteras, cachuchas o sombreros de copa, se alistaban, por un motivo o por otro, en la turba de los estultos.

Esta acusación de estulticia absoluta y nouménica a nadie podía ofender, y La nave de los locos era, al mismo tiempo, el martes de Carnaval y el miércoles de Ceniza, la risa loca y pánica de las lupercales y el polvo en la frente de las iglesias cristianas.

En las estampas aparecía la Dama Locura, siempre muy guapa y sonriente, con su gorro de dos puntas, terminado en dos cascabeles; unas veces predicando desde el púlpito; otras, arrodillada en la iglesia; otras, marchando en el carro con alegres compadres y mentecatos sonrientes; otras, yendo en una barca a Narragonia (el país de la locura, en alemán macarrónico) con los locos del olfato, del gusto y de la vista.

La nave de los locos era la alegoría de las estupideces de los hombres, el anfiteatro de las monstruosidades, el estanco de los vicios, en donde se exhibían la maldad, la perversidad, las manías diversas y todas las manifestaciones más o menos alegres de la mentecatez y de la gran tontería humana.

Para Chipiteguy era indudable, como para su paisano Sebastián Brant, que la Dama Locura andaba suelta por el mundo.



Pío Baroja
La nave de los locos, 1925
(de Memorias de un hombre de acción)


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