Si Rafael Sánchez Ferlosio no existiese, alguien tendría que inventarle. Creo recordar que alguien hacía esa descripción de él, allá por la época en que publicó ese espléndido ensayo contra la idea de progreso, Mientras no cambien los dioses, nada ha cambiado, que debería ser lectura obligada para todos aquellos que creemos en el progreso. Después de todo, ¿de qué vale una convicción si no puede aguantar la disección racional, meditada, profunda y sardónica de Rafael Sánchez Ferlosio, o su refutación incluso? Un cierto nivel de escepticismo nunca viene mal.
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Y si algo se desprende del conjunto de fragmentos, aforismos, meditaciones varias, frases felices, comentarios a vuelapluma, fábulas crueles y versos es un profundo escepticismo. Escepticismo, incluso, del escepticismo. Un deseo tan descarnado de examinarlo todo, de comprobar la validez de lugares comunes y frases hechas, de situaciones cotidianas y de soluciones a problemas, que no se puede evitar leer con satisfacción y alegría. Es así de simple: alguien tiene que decir lo que aquí se dice, alguien tiene que razonar a la contra, y tenemos la fortuna de que lo hace un hombre tan dotado.
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Vendrán más años malos y nos harán más ciegos está escrito contra las simplificaciones, es un recordatorio continuo de que la realidad es más compleja de lo que consienten los esquemas previos de pensamiento. En última instancia, cada situación es única, cada interacción social es ella en sí misma, cada revolución es nueva. Es un conjunto de textos contra la claudicación, la rendición ante máximas, preceptos u otros anquilosamientos. Contra convenciones y acuerdos que se toman como naturales e inalterables (ejemplo, el calendario). Nos recuerda de continuo que el observador hace lo observado (la historia) por lo que es preciso adoptar una sana desconfianza de la verdad (p. 181).
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No me resisto a poner un ejemplo:
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La tolerancia es un pacto perverso en el que cada parte renuncia a la pasión pública de sus razones y las convierte en estólidas e impenetrables convicciones, o sea en verdades encerradas en un ghetto, a cambio de una paz que no es concordia sino claudicante empecinamiento y ensimismada cerrazón. Ante lo que inevitablemente ha de sentirse como sinrazón ajena cabe moverse, en todo caso, entre una impaciente indulgencia y una paciente agitación, nunca pararse en esa indiferencia o desdén definitivo que es la tolerancia. (p. 139)
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Libro contra las ideologías, es ante todo, motor de pensamiento e incitación a la reflexión. Se lee, y se disfruta, por la calidad de la escritura, por el dardo certero o la observación ingeniosa. Se recuerda, mucho después de su lectura, porque siembra la semilla de la desconfianza hacia todo lo que sabemos cierto a priori.
Publicado originalmente en
El archivo de Nessus, 2001
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