MUCHAS veces, reflexionando
sobre el apasionamiento con que en España ha sido defendido, y proclamado el
dogma de la Concepción Inmaculada, se me ha ocurrido pensar que en el fondo de
ese dogma debía de haber algún misterio que por ocultos caminos se enlazara con
el misterio de nuestra alma nacional; que acaso ese dogma era el símbolo
¡símbolo admirable! de nuestra propia vida, en la que, tras larga y penosa
labor de maternidad, venimos á hallarnos á la vejez con el espíritu virgen;
como una mujer que, atraída por irresistible vocación á la vida monástica y
ascética y casada contra su voluntad y convertida en madre por deber, llegara al cabo de sus días á descubrir que su
espíritu era ajeno á su obra, que entre los hijos de la carne el alma
continuaba sola, abierta como una rosa mística á los ideales de la virginidad.
CUANDO se examina la
constitución ideal de España, el elemento moral y en cierto modo religioso más
profundo que en ella se descubre, como sirviéndole de cimiento, es el estoicismo;
no el estoicismo brutal y heroico de Catón, ni el estoicismo sereno y
majestuoso de Marco Aurelio, ni el estoicismo rígido y extremado de Epicteto, sino el
estoicismo natural y humano de Séneca. Séneca no es un español, hijo de España
por azar: es español por esencia; y no andaluz, porque cuando nació aún no
habían venido á España los vándalos; que á nacer más tarde, en la Edad Media
quizás, no naciera en Andalucía, sino en Castilla. Toda la doctrina de Séneca
se condensa en esta enseñanza: No te dejes vencer por nada extraño á tu
espíritu; piensa, en medio de los accidentes de la vida, que tienes dentro de
tí una fuerza madre, algo fuerte é indestructible, como un eje diamantino,
alrededor del cual giran los hechos mezquinos que forman la trama del diario
vivir; y sean cuales fueren los sucesos que sobre tí caigan, sean de los que
llamamos prósperos, ó de los que llamamos adversos, ó de los que parecen
envilecernos con su contacto, mantente de tal modo firme y erguido, que al
menos se pueda decir siempre de tí
que eres un hombre.
Esto es español; y es
tan español, que Séneca no tuvo que inventarlo, porque lo encontró inventado
ya: sólo tuvo que recogerlo y darle forma perenne, obrando como obran los
verdaderos hombres de genio. El espíritu español, tosco, informe, al desnudo,
no cubre su desnudez primitiva con artificiosa vestimenta: se cubre con la hoja
de parra del senequismo; y este traje sumario queda adherido para siempre y se muestra
en cuanto se ahonda un poco en la superficie ó corteza ideal de nuestra nación.
Ángel Ganivet
Idearium español, 1896
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Ver también
Estoicismo y trascendentalismo
de Ramiro de Maeztu
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