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GOD & GUN (Rafael Sànchez Ferlosio)

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§5  Cuando, en el Laberinto de Fortuna, el conde de Niebla, ya dispuesto a zarpar con sus jabeques y galeras para lanzarse al escalo y al asalto de los muros que, contra la bahía y separados de las aguas, en horas de bajamar, por  una franja de playa, defienden Gibraltar, en manos de los moros, rebatiendo las agoreras amonestaciones del maestre de la escuadra, que presagian para la empresa una jornada infausta, su réplica discurre en unos términos cuyo sentido viene a concentrarse y resolverse en la arenga y orden de partida de la siguiente octava:

Desplega las velas, pues ya ¿qué tardamos?
e los de los bancos levanten los remos;
a bueltas del viento mejor que perdemos,
non los agüeros, los fechos sigamos; 
pues una empresa tan santa levamos
que más non podría ser otra ninguna,
presuma de vos e de mí la Fortuna,
non que nos fuerza, mas que la forzamos.



La idea de violentar el vuelo de la moneda del azar, trocándola en la moneda bajo cuya figura he pretendido representarme la batalla, la encontramos, con distinto vestido, en esa misma arenga que don Juan de Mena puso en los labios del conde de Niebla, expresada en términos de «forzar a la Fortuna». Pero en la controversia entre el conde y el maestre, resumida en la formulación explícita del cuarto verso de esta octava, el poeta hace aparecer, además, otra cosa nueva, con la que no hay más remedio que enredarse, puesto que va a llevar a este discurso, ya de modo directo e ineluctable, a enfrentarse al «destino». Vuelva el lector a escuchar atentamente el verso: «non los agüeros, los fechos sigamos».

La hermosa tirada de octavas que precede a la transcrita y que despliega el contenido de la controversia empieza con las «amonestaciones» que «el cauto maestro (maestre) de toda la flota» dirige, en estilo directo, a su señor el conde de Niebla y que consisten en una sucesión de  agüeros o señales adversas, para acabar con el consejo consecuente de que la empresa militar se aplace «fasta ver día non tan aziago», recomendando, incluso, una actitud de, por así decirlo, reverencia apotropaica: «Las deidades levar por falago / devedes, veyendo señal de tal plaga».

Tras esto interviene, en tercera persona, la voz del poeta, dando entrada a la réplica del conde: «El conde, que nunca de las abusiones / creyera, nin menos de tales señales, /dixo: “Non pruevo por muy naturales, / maestro, ninguna d’aquestas raçones; / las que me dices nin bien perfeçiones / nin veras prenósticas son de verdad”», donde pueden advertirse tres expresiones importantes: «abusiones», «razones naturales» y «veras prenósticas». Sigue luego, siempre en estilo directo, la réplica del conde, rebatiendo las seriales infaustas o «abusiones» del maestre con una sucesión equivalente de indicios meteorológicos o «veras prenósticas» que sí serían «razones naturales» a tener en cuenta para la inconveniencia de zarpar, de ninguna de las cuales, sin embargo, hay el menor asomo en esa madrugada, por lo que el conde concluye su alegato con la arenga y la orden de partir de la octava transcrita más arriba. Siempre me ha llamado la atención hasta qué punto en la contraposición entre «abusiones» y «prenósticas» Juan de Mena acertó a recoger, de modo espléndido, un tema que entra de lleno en la ilustración renacentista (el episodio es de 1436 y el poema sólo ocho años posterior, o sea de 1444).



§6 Para las averiguaciones que aquí traigo entre manos, importa encarecer, antes que nada, un dato de hecho: el de en qué extremo grado, desde la Antigüedad, el momento de la batalla ha sido, por excelencia, el de la escrutación de «las señales» y la consulta a los augures. Así, cuando Acab, rey de Israel, en alianza con Josafat, rey de Judá, se dispone a recobrar con las armas Ramot de Galaad, en poder de los sirios (I Reyes, 22, 6-28), llama a consulta a los profetas de la corte para que le predigan el buen o mal suceso de la empresa. Los cuatrocientos profetas, presididos por Sedecías, le contestan: «Sube, que Yavé la pondrá en manos del rey» (‘Ataca, que Yavé te entregará Ramot de Galaad’); pero el piadoso Josafat, desconfiando de la demasiado unánime y halagüeña profecía, le pide al impío Acab que consulte a algún otro profeta extraño a la corte; Acab accede a regañadientes a llamar a Miqueas, del que dice: «Pero yo lo aborrezco, porque no me predice bien alguno, nunca me profetiza más que males»; con todo, manda emisarios al desierto para que traigan a Miqueas; éste, comparecido y consultado sobre la expedición guerrera a Ramot de Galaad, contesta de primeras prediciéndole a Acab el éxito en la empresa; pero el rey, adivinando la ironía del profeta, lo increpa airadamente: «¿Cuántas veces tendré que conjurarte que no me digas más que la verdad en nombre de Yavé?» (donde es de encarecer, por cierto, la admirable eficacia literaria de la inexplicitud, por cuanto da a entender con mucha mayor fuerza la relación sobreentendida entre ambos personajes, puesto que Acab advierte al vuelo el reproche tácitamente implícito en la respuesta de Miqueas: «¿A qué viene ahora esto de consultarme a mí, tú que nunca quieres oír otras palabras más que las que sean gratas para tus oídos y se acomoden con lo que deseas? Muy bien; pues te contestaré como te gusta y te diré lo que querrías oír»). Ante lo cual Miqueas invierte su actitud, lanzando su verdadera profecía: «He visto a todo Israel disperso por los montes, como ovejas sin pastor, mientras oía la voz de Yavé que me decía: “Son gentes que han perdido a su señor; que cada cual vuelva a su casa en paz”»; Acab se dirige a Josafat y le comenta: «¿Qué te había dicho yo? Nunca me profetiza nada bueno; jamás me ha vaticinado más que males». Es importante señalar aquí la sorprendente coincidencia de este pasaje bíblico con el episodio entre Calcas y Agamenón del canto I de la Ilíada —si bien, en este caso, aunque la circunstancia general sea también la de una guerra, la consulta al adivino no se refiere a una batalla en ciernes, sino al porqué de la cólera de Febo contra los aqueos y a lo que hay que hacer para aplacarla—: «¡Oh, adivino de males, nunca me has predicho cosa grata, siempre han sido los males lo caro a tus entrañas, pero hasta hoy jamás una palabra buena has dicho ni cumplido!» (Ilíada, canto I, vv. 106-108).


Rafael Sánchez Ferlosio
God & Gun (2008)

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