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AURORA ROJA (Pío Baroja)


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-No -arguyó Maldonado-; que cada uno haga su obra. El uno dirá: «he escrito este libro»; el otro: «he cultivado este prado»; el otro: «he hecho este par de zapatos»; y no será el uno superior al otro.

-Bueno -replicó Rebolledo-; pero aun suponiendo que el inventor no sea superior al zapatero, dentro de los inventores habrá uno que invente una máquina importante y otro que haga un juguete, y uno será superior a otro; y dentro de los zapateros habrá también unos buenos y otros superiores a otros.

 -No, porque la idea de categoría habrá desaparecido. 

-Pero eso no puede ser.

-¿Por qué no?

-Porque es como si yo le dijera a usted: «Este banco es mayor que esa bocha»; y usted me dijera: «Mañana no lo será, porque vamos a suprimir los metros, las varas, los palmos, todas las medidas, y no se verá si es mayor o menor».

-Es que usted todo lo mira tal como es ahora, y no puede usted comprender que el mundo cambia en absoluto -dijo Maldonado con desdén.

-¡Sí, no lo he de poder comprender! Tan bien como usted. Yo no dudo de que tenga que variar; de lo que dudo es de que usted sepa cómo va a variar. Porque usted me dice: no habrá ladrones, no habrá criminales, todos serán iguales...; no lo creo.

 -No lo crea usted.

-Claro que no; porque si tuviera que creer en esos milagros, por su palabra de usted, antes hubiera creído en el Papa. Maldonado se encogió de hombros, y dijo algunas impertinencias respecto del barbero.

-Me ha convencido usted -le dijo Manuel al jorobado.

-Claro -exclamó el Madrileño impaciente-, como que todas esas fórmulas son mamarrachadas. No hay mas que una cosa: la Revolución por la Revolución, pa divertirse.

-Eso es -dijo el señor Canuto-; qué tanta teoría, ni tanta alegoría, ni tanta chapucería. ¿Qué hay que hacer? ¿Pegarle fuego a todo? Pues a ello. Y echar con las tripas al aire a los burgantes y tirar todas las iglesias al suelo, y todos los cuarteles, y todos los palacios, y todos los conventos, y todas las cárceles... Y si ve a un cura, o a un general, o a un juez, se acerca uno a él disimuladamente y se le da un buen cate o una puñalá trapera... y adivina quién te dio... Eso es.

Prats protestó, diciendo que los anarquistas eran hombres dignos y humanos, y no una partida de asesinos.

-¡Pero será este hombre mendrugo! -exclamó el señor Canuto en el colmo del desprecio; luego, compadecido de las pocas luces de su interlocutor, le dijo-: Mire usted, pollo, antes de que usted viniera al mundo, me dolían a mí los molares de saber lo que es la anarquía; pero he visto algo en la vida -poniéndose el dedo índice junto al párpado inferior del ojo derecho-; más que muchos, y he cambiado de táctica militar. ¿Está usted enterado? Y me he convencido de que la cuestión está en echar el sello y no meter el zueco. ¿Me comprende usted? Pues bien; mi sistema actual es mismamente tan científico como un mauser. Echa usted el cañón y dispara...: pum..., pum..., pum..., todas las veces que usted quiera; ahora, si pone usted el fusil apuntándose al pecho, es posible que se atraviese usted el corazón.

-No le entiendo a usted -dijo el catalán.

-¿No? -y el señor Canuto sonrió mirando a su interlocutor con lástima- . ¡Qué le vamos a hacer! Quizá yo no de pie con bola -y, haciéndose el humilde, continuó-: pero sí que me figuraba conocer un poquito de la vida y del rentoy. Pero vamos a cuentas. Si usted tiene una caballería o un niño, es igual para el caso, con úlceras escrofulosas, ¿qué hace usted?

-¡Yo qué sé! No soy veterinario ni médico.



-Usted tratará de que desaparezcan esas úlceras, ¿no es verdad? 



-Claro.

-Y para esto puede usted hacer muchas cosas. Primera, intentar curar al enfermo: yodo, hierro, nueva vida, nuevo alimento, nuevo aire; segunda, aliviarlo, limpiar las úlceras, desinfectarlas y demás; tercera, paliar, o lo que es lo mismo, hacer la enfermedad menos dura, y cuarta cosa, disimular las úlceras, o sea poner encima una capa de polvos de arroz. Y esto último es lo que usted quiere hacer con las úlceras sociales.

-Será verdad; a mí no me lo parece.

-¿No? Pues a mí, sí. Yo le daría a usted un consejo. No sé si se ofenderá usted. Eso es.

-No, señor, yo no me ofendo.

-Pues hágase usted socialista.

-¿Por qué?

-Porque eso que dice usted y hacerse socialero, es lo mismo que ir a cazar al Pardo con un morral muy grande, ¿sabe usted?, y una escopeta de caña. Eso es.


Pío Baroja
Aurora Roja
(de la trilogía La lucha por la vida, 1904)



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