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Ante el ascetismo crítico de Sastre, Buero
era un posibilista. El posibilismo consiste en ir erosionando el sistema desde
dentro Pero se paga con la gloria.
Cioran, que amaba a España, denunció
esa manía de los españoles de volver a destapar los ataúdes, de modo que no voy
a destapar el ataúd reciente de Buero Vallejo, como se acostumbra en estos
casos, sino a reflexionar un poco sobre su verdadera condición literaria y
política: era un posibilista y por eso me caía bien, aunque no me gustase todo
su teatro. Uno ha hecho, así mismo, algo de posibilismo contra o dentro de la
dictadura.
Allá por los cuarenta/cincuenta, esto del posibilismo dio mucha polémica en España, polémica que a Buero le cogió de por medio. Frente a él estaba Alfonso Sastre, que optó por la negación absoluta al sistema, no estrenando nada de teatro o estrenando cosas difíciles y con expresión restringida (salvo comedias directas e inolvidables). Ante el ascetismo crítico de Sastre, Buero parecía un oportunista, pero en realidad era un posibilista, como lo fueron Cela, Aldecoa, los novelistas del comunismo y tantos otros. El posibilismo consiste en ir erosionando el sistema desde dentro, algo siempre más práctico que la autoinmolación o el silencio. Pero el posibilismo se paga con la gloria. Cierta derecha agradece y compra al autor con sus premios, y cierta izquierda le considera "colaboracionista". No otra cosa que esta contradicción es la gloria, ya digo.
Buero Vallejo, que ya había pagado con el cuerpo, el alma y casi con la vida su condición de perdedor, no estaba dispuesto a dejarles todo el campo libre a los autores de la dictadura. él iba a decir sus verdades del barquero, aunque le costase la barca.
El mártir político como Sastre y otros, los que se guardaban para cuando terminase la dictadura, estaban trabajando en su salvación personal para la historia, estaban convirtiéndose en ejemplo, pero no aportaban nada, con su silencio, a la lucha diaria y peligrosa. En cualquier caso, las dos posturas nos parecen hoy respetables, y en las dos militó mucha gente, pero el precio que paga el posibilista es siempre muy fuerte. Cuando Buero entró en la Academia, cierta izquierda titulaba: "Buero, un tigre domesticado".
Gracias al invento del posibilismo -pisar siempre la raya de la libertad, hasta que el poder diga "basta"- tenemos el teatro de Buero, el cine de Bardem y Berlanga y todo lo que fue y es una cultura de la represión, como la poesía social, y no puede decirse que la dictadura convirtiese España en una tundra intelectual, en un Gulag de las ideas y la belleza. Incluso la cultura oficial quedó pronto perjudicada por los verdaderos valores que emergían dé la España yacente y vencida. Buero Vallejo fue el caso más espectacular, por esa condición tectónica de cosa directa que tiene el teatro mismo. Los jóvenes gritábamos en los estrenos:
-iBuero, pueblo!
Aparte su teatro social, Buero no
acierta con una tragedia que pudiéramos llamar simbolista, en la que hace
reiterados intentos. De modo que se limita a pulsar dos cuerdas: lo
social/actual y el teatro histórico, utilizando a Carlos III, a Goya, a Larra,
etc., para decir las cosas del momento.
El juego no es nuevo y la clave es fácil, aunque para iniciados. La historia como metáfora política del día de hoy, con la coartada del aspecto deslumbrante, operístico, que lo histórico tiene siempre en el teatro. Había quien iba a ver aquello como "teatro bonito". Pero ahí quedaba dicho lo que había que decir.
El almirante Carrero Blanco, que cerró el teatro donde se ponía El círculo de tiza caucasiano, de Bertolt Brecht, permitía las obras históricas de Buero considerándolas, quizá, una mera lección de Historia. Los almirantes nunca han sido buenos críticos teatrales. La cosa podía parecerles incluso patriótica, y lo era, pero de otro modo.
Asimismo, el teatro social tenía también su coartada, que era el sainete, género de tanta tradición en España y que gustaba lo mismo al pueblo que a las clases altas. Eran unos sainetes de poca risa, los de Buero, que nunca tuvo mucho sentido del humor, pero así y todo gustaban. ABV ha sido un autor solitario durante casi medio siglo, pues la aparición de Lauro Olmo, Muñiz y otros, en su mismo terreno, siempre ha sido fugaz.
Este reinar en solitario, más la aparición de un rojo con buenos modales, es lo que hizo de Buero uno de los hombres más premiados e invitados de España. A partir de la muerte de Franco su teatro tiene menos vigencia, pues se había roto el pacto tácito con el posibilista. En libertad y democracia ya no había que hacer posibilismo, eso que había llegado a ser en Buero una fórmula y un estilo.
Sus intentos posteriores son en general dudosos, y a veces periodísticos, dicho sea como elogio, ya que el dramaturgo iba glosando en sus comedias la actualidad criticable, corrupción y otras cosas, siempre temas demasiado confusos y aleatorios para la nitidez argumental y de ideas que requiere una comedia dramática.
Estuve en el estreno de su última obra, Misión al pueblo desierto, que tenía
cierto aire de cosa escrita muchos años antes, o con la mentalidad de
"entonces". Dicen que no triunfó mucho. En cualquier caso, y como
suele ocurrir, Buero fue muy necesario en un momento histórico, y el momento
había pasado. El teatro necesita coincidir con la actualidad. A los clásicos
los vemos con respeto y con mirada de hoy. El teatro no refleja la sociedad
sino qué es la sociedad. No hay acto más social que un estreno. La vida
encontrándose con la vida. Eso ya no ocurría en Buero con la fuerza de otros
tiempos. Un día se me acercó en el Hotel Suecia para agradecerme mi último
artículo sobre él. Habíamos sido amigos y enemigos. Me volvió a conmover de
cerca. Me miraba como si no fuese él ni yo fuese yo.
El Cultural
10-05-2000
10-05-2000
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