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ESCUELA Y DESPENSA (Joaquín Costa)

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XI
Escuela y despensa.
El actual problema de España y la Liga Nacional Resumen de la cuestión.




Año 1899:

§1.º La escuela, y la despensa, la despensa y la escuela: no hay otras llaves capaces de abrir camino a la regeneración española; son la nueva Covadonga y el universo San Juan de la Peña para esta segunda Reconquista que se nos impone, harto más dura y de menos seguro desenlace que la primera, porque el África que nos ha invadido ahora y que hay que expulsar, no es ya exterior, sino que reside dentro, en nosotros mismos y en nuestras instituciones, en nuestro ambiente y modo de ser y de vivir.
 
En ensancharlas y fortalecerlas y redimir por ellas a la nación de su inferioridad, de su atraso, de su miseria, están cifrados los anhelos de esta Liga. Cultivo intensivo de todas las fuentes de la producción nacional, al objeto de multiplicar los mantenimientos, abaratar la vida, acrecentar la riqueza de los nacionales y los recursos de la nación y preparar el reingreso del oro y los cambios a la par; acequias y pantanos y huertos comunales, «pan del pobre», como primera modesta etapa en el desenvolvimiento de la política hidráulica; ciento cincuenta kilómetros de caminos de herradura, transformados rápidamente en caminos carreteros económicos; reforma profunda de la educación nacional, y con ella del español, elevando su nivel intelectual y moral y adiestrándolo para la vida práctica; seguro popular por iniciativa y bajo la dirección del Estado; simplificación y perfeccionamiento de los métodos de titulación inmueble, de transmisión de bienes y constitución de bibliotecas, en bien del crédito agrícola y territorial, autonomía administrativa y tributaria; disciplina social por el hierro y el fuego, con extirpación cruenta del caciquismo y creación de una justicia de verdad órgano impersonal del derecho; y, en una palabra, europeización de España, africanizada por nuestros gobernantes, para que no acabemos todos por sentir nostalgia de Francia o Inglaterra: tal es, en substancia y en líneas generales, el fin para cuya consecución se organizó la Liga Nacional de Productores. Y como medios, principalmente, estos dos: 1º, creación de una Caja especial autónoma, independiente del Ministerio de Hacienda, para dichas obras e instituciones de progreso, a cargo de cuerpos o personas técnicas, y dotada con recursos propios, de carácter permanente, importantes sobre 80 millones de pesetas cada año, que permitan arbitrar desde luego recursos de consideración por medio de operaciones de crédito; y 2º, adaptación del régimen político imperante en Europa a las condiciones especiales de nuestro país y a la situación extraordinaria que le han creado los últimos sucesos, inoculando en él un grano de Gobierno personal estilo Bismarck, estilo Washington, estilo Colbert, estilo Reyes Católicos, y confiándolo a personas aptas para sacar partido de tan delicado instrumento.
 
Viene luego nivelar los presupuestos; problema, siempre difícil, pero más ahora, con aquella sangría de la Caja especial de fomento, que para la Liga es pie forzado. El pensamiento de ésta se resume en lo siguiente: una revolución en el presupuesto de gastos, que reduzca por ahora su cifra total en un 20 por 100, mediante las reformas de los servicios y de los organismos públicos instadas por nosotros a las Cortes y al Gobierno en Julio último. Y digo «por ahora », porque todavía eso no será bastante, porque ya el Sr. Cánovas afirmó la necesidad de una economía así, del 20 por 100, hace más de siete años, en marzo de 1892, cuando no habían estallado las tierras coloniales, y, por tanto, las obligaciones de la nación eran menores; cuando no se había encogido a una mitad el territorio y gozábamos el crédito moral inherente a la posesión de islas fértiles mercados propios coloniales; cuando no habían hecho quiebra el ejército y la marina; cuando no hacía tanta falta como ahora un cambio total de régimen, una revolución honda en nuestra manera de ser política, administrativa y social, por otra parte, se pensaba que en aquella cifra de economías hubieran de computarse suspensión de amortizaciones ni reducción de deudas. Adolece España de la misma falta de estabilidad, de la misma falta de correspondencia entre la cubierta y los fondos de que el Reina Regente adolecía: urge aligerar la primera, que es el Estado oficial, arrojando al agua cañones inclusive; o, de lo contrario, resignarse a naufragar. El país legal y el país contribuyente son incompatibles, tienen intereses encontrados: si el primero no retrocede, el segundo no puede progresar; si el primero no mengua, por fuerza ha de seguir menguando la nación. Ese Estado oficial no es entre nosotros un órgano, que pague lo que come: es una clase que vive de las demás; no es un brazo para servicio del cuerpo, es un tumor que lo mata.
 
Sobre la base de este preliminar, puedo ya contestar la pregunta de La Publicidad se ha servido hacerme.
 
Si son ciertas las noticias que corren por la prensa, el Gobierno se propone responder a su compromiso de Julio último: 1.º, limitándose a presentar al Parlamento soluciones sobre la cuestión financiera únicamente, y remitiendo todo lo demás, lo sustantivo, aquello que para nosotros es preferente y primordial, de que pende la reconciliación del español con España a crédito de su porvenir y la rehabilitación de su nombre ante el extranjero y ante la Historia, a ulteriores campañas de Parlamento, que es decir, sumando a los veinticinco años corridos de la Restauración a los catorce meses corridos de la catástrofe, una eternidad: 2.º, encerrando esas soluciones en una cifra de economías por valor de 40 millones de pesetas. Ahora bien; eso no sería hoy una revolución, ni lo habría sido aún en 1892, cuando el señor Sagasta prometía rebajas en los presupuestos por valor de 100 millones y el. Sr. Cánovas por 160; no sería revolución, aun cuando el Sr. Villaverde la hiciese en aquello que le incumbe, podando hasta cerca del tronco, allí donde trazó la serial su antiguo jefe, si sus compañeros de Gabinete no le imitaban innovando y revolucionando en lo demás, en el fomento de la riqueza, en los métodos, y personal de las instituciones docentes, en el servicio militar, en la constitución y procedimientos de la justicia, en la legislación social, en el crédito inmobiliario, en la organización de las provincias o regiones, en la administración de los Municipios; sería, en suma, dejar las cosas como están. Y para dejar las cosas como están, no salieron de sus casas los productores exasperados, traduciendo a lo público el refrán privado «a lo tuyo, tú».
 
¿Habrá sido esa salida una llamarada de estopa más? ¿Desistirán de su generosa corazonada los productores y se volverán a sus casas con las manos en los bolsillos, esperando estoicamente, la última sacudida y vuelco de la nave? ¿Se habrá enervado en ellos el instinto de conservación al extremo de abandonar la restauración de su patrimonio y de su honra a los misinos que se lo dilapidaron, aun después de estarlos viendo tomar billete en el mismo tren, camino de los mismos despeñaderos; y será la cobardía de los buenos hipoteca al triunfo y al provecho de los malvados, de los incapaces o de los durmientes?
 
Quisiera decir que lo tengo por imposible. Me aterra la idea de que el día 12 de Agosto del año pasado se haya inaugurado un nuevo período de veinte o veinticuatro años, igual al que se inauguró en Diciembre de 1874, cuya virtud letal, disolvente, patricida, por obra culpable, aunque no por lo visto punible, de nuestros gobernantes, hacía notar con tan justificada tristeza el Sr. Silvela; y que ya antes de haber expirado ese plazo se encuentre España reducida a la condición de una tribu de Berbería, sin contacto con el mar y con la árida meseta castellana por todo territorio. Quiero esperar que no; que los últimos catorce meses, calcados en el régimen anterior y continuación suya, no son muestra o anticipo de los que van a seguir, sino sencillamente un alto, siquiera demasiado prolongado, para rehacerse de la sorpresa y darse cuenta de su situación: que el país responderá a la alarma y a los llamamientos del DIRECTORIO en esta Segunda campaña que ahora va a inaugurarse. Como los productores no han de poder, en conciencia, asentir a un nuevo aplazamiento, que desde Marzo ser ya el tercero y nos daría la impresión de un desistimiento definitivo en lo que concierne, no al déficit de la Hacienda, sino a la crisis y bancarrota de la Nación, y dicho desde un punto de vista terapéutico, a la transformación de su ambiente medieval en ambiente moderno, mediante una radical renovación de la escuela, de la justicia y de los métodos de fomento económico y de tutela social -ni por otra parte han de satisfacerse con una economía como la anunciada, ciertamente no de despreciar en circunstancias comunes y normales, pero que ahora no resolvería nada-, pienso que tampoco las minorías parlamentarias, fuera quizá de la liberal, se satisfarán, y que tomando por bandera la del país productor, no sólo en cuanto a reorganización de los servicios públicos y consiguiente minoración de los gastos en la cuantía reclamada por él, como en Julio último, sino además, y principalmente, en cuanto al plan de revolución administrativa, pedagógica, económica y social, para crear rápidamente una patria, y patria europea, en la Península, que formuló en Zaragoza y que tiene sometido al Parlamento, decidirán al Gobierno a evolucionar, abrazando la nueva orientación, haciéndose de hecho francamente revolucionario, o a dejar el poder, para que el eje de la política mude por fin de asiento y España principie a respirar. Si no lo consiguen, y dejan que se abra un nuevo paréntesis en la mediación de todas las quiebras nacionales menos la financiera, o acaso aun en ella, habrá llegado la hora de poner en ejecución esto que el Directorio de nuestra Liga anunció en la Revista Nacional y en El Liberal, de Madrid, hace tres meses: «Si lo anunciado por el Sr. Silvela en el último Consejo de Ministros (decía) de que las economías no podrán ascender a gran cosa, se cumpliese, limitándose las Cortes a arañar del presupuesto de gastos 40 o 60 millones, sin introducir en él la doble revolución que la Liga, tiene solicitada, y el Gobierno prometida, la situación de las cosas no habría variado sensiblemente: tendríamos por consolidada la catástrofe; y rota la inteligencia, que deseamos ver establecida entre el poder público y el país, los productores no podrían prestar a la obra financiera del Gobierno el concurso y acatamiento que le han prestado, faltando quizá a sus deberes para con la patria, en años interiores. Además, con esa, nueva experiencia habría acabado de acreditarse la necesidad de una total renovación de los organismos políticos y sus hombres, lo mismo que en La Francia de 1870; y los productores deberían procurarla sin vacilar, venciendo el temor de lo que pueda venir detrás, seguramente menos malo, en cualquier hipótesis, que la prolongación del estado actual.»- Según esto, pues, no diríamos que ha fracasado el partido conservador: el fracaso sería, ya de todo el régimen, dado que el partido liberal acabó de fracasar totalmente en Marzo último y se halla, inhabilitado para volver al poder; y cerrado, por voluntad del país, ¡harto tardíamente!, el período de pruebas, concluidos los exámenes, sería forzoso abrir una cuenta, nueva.
 
Concretamente, pienso que los productores habrán de escoger, en tal hipótesis, uno de estos temperamentos: 1.º Constituir un órgano nuevo de gobierno, con hombres de aquellos que, sin haber tenido participación alguna directa en la obra de la decadencia de España, hayan demostrado aptitudes y preparación sólida en congresos y asambleas agrícolas, jurídicas, pedagógicas, geográficas, mercantiles, de contribuyentes, administrativas, etc o en mítines, conferencias, formaciones, libros u otros escritos, o en el Parlamento mismo; y reclamar el poder para levar a cabo, por ministerio de tales hombres, el plan acordado en Zaragoza. -2.º Renunciar a la idea de gobiernos propios, de propia inspiración y prestar su concurso o su apoyo a alguno de los partidos actuales o que se constituyan, cuyo programa coincida, así en lo sustantivo como en lo procesal, con el de la Liga, y cuyos doctores, por sus antecendetes y circunstancias de seriedad, de probidad y de saber, ofrezcan plena garantía. -3.ºNo preocuparse de quiénes deban ser los gobernantes, sino constreñir a quienes lo sean a que realicen el programa del país, con todos sus radicalismos, venciendo las resistencias o las dilaciones no justificadas del poder por el medio, perfectamente legítimo, de privarle de recursos para vivir, esto es, desaprobando e incumpliendo las leyes tributarias, dejando de pagar voluntariamente los tributos.
 
A cuál de las tres soluciones se inclinará, llegado el caso, la nueva Asamblea, no es fácil adivinarlo, porque ha de depender de las circunstancias. Lo único que tengo por cierto es que el choque con partidos que llevan treinta años de organización y de posesión del poder, y con una clase directora que lleva otro tanto tiempo de convivencia y de complicidad con tales partidos, ha de ser muy rudo que difícilmente se conjurará la triste necesidad de una previa escarda, siquiera menos sonada que algunas de las que ensombrecen la historia política de otras naciones europeas. En cuanto de mí dependa, no vacilaré en aconsejar que lleguemos hasta donde sea preciso. Y muy pronto. No quiero que Isabel la Católica tenga que reprendernos más diciéndonos, a través de cuatrocientos veintitrés años, como en la Asamblea de Productores de Dueñas les dijo a los delegados de las ciudades y villas, por boca de su contador Quintanilla, que «pecamos contra Dios y contra la ley natural y somos unos cobardes con sufrir la destrucción de la tierra y el secuestro de nuestra libertad y de nuestra hacienda por partidas de tiranos y robadores; y que no es de ellos de quienes debemos quejarnos, sino de nosotros mismos, que pudiendo y debiendo someterlos y castigarlos, los hemos criado y los fomentamos con nuestro apocamiento y con nuestra desunión y falta de don de consejo». El fuego de aquel admirable discurso prende por fin en nuestras almas. Se ha formado un nudo en nuestra vida nacional, todavía más apretado que el del siglo XV; y o lo desatan, o lo cortamos. Como Quinto Fabio en Cartago, llevamos envueltas en la toga la paz y la guerra; sólo que al revés del intransigente y preocupado romano, hemos elegido la paz: no será culpa nuestra si no somos correspondidos y se nos obliga a sustituir el «a vuecencia suplico» por el «fallo que debo condenar y condeno». Basta ya de ser relojes de repetición despertando a sordos; basta ya de solicitudes. Y basta también de programas. Veinticinco años de pedir, son ya demasiado pedir. Y la cuestión no es ya de programa, sino de acción. Nos duelen los labios de tanto haberlos hecho trabajar y las manos de haber holgado tanto.
 

§2.º Mitin pedagógico en Valencia. El señor Costa, como presidente del Directorio de la «Liga Nacional de Productores» anunció por medio de un escrito al «Ateneo Científico Valenciano» que enviaba brillante representación, y adelantaba el siguiente juicio sobre la cuestión del día:

«Nos adherimos incondicionalmente y sin reservas al objeto del mitin, si bien haciendo constar que, en nuestro sentir, el problema pedagógico, aquí donde falta todo, la escuela, el maestro y los niños, depende de esas tres condiciones previas, y que no se adelantaría riada, con declarar obligatoria una vez más la primera enseñanza. A continuación estampamos las conclusiones del programa adoptado en la Asamblea Nacional de Productores, que más directamente afectan a la cuestión que ha de ser objeto del mitin (números 35, 36 37, 38, 59, 60, 71), y que miradas desde su punto de vista político-administrativo, se encierran en esto: millones, muchos millones, para hacer maestros de verdad, que España no los tiene; millones, muchos millones, para hacer escuelas, de que asimismo carecemos; millones, muchos millones, para proveerles de primera materia, que son los niños, fomentado la producción, emancipando a los padres de la miseria, a fin de que puedan mantener a sus hijos hasta los catorce años siquiera, en vez de tener que exigirles que se ganen la vida desde antes ya de haber entrado en la pubertad.

La cuestión pedagógica se da orgánicamente con la económica, y con la administrativa, y no puede abstraerse o aislarse de ellas, so pena de condenarse a no obtener otros frutos que los que la enseñanza obligatoria ha dado hasta ahora.

Con esta indicación preliminar y el aplauso caluroso de la Liga, a la noble y bien encaminada iniciativa del Ateneo, he aquí las conclusiones de la Asamblea a que hemos hecho referencia:

«Educación y ciencia. -35. El problema de la regeneración de España es pedagógico tanto o más que económico y financiero, y requiere una transformación profunda de la educación nacional en todos sus grados.

»36. En el programa y en las prácticas de las escuelas urge dar mayor importancia que la que ahora se da a la educación física y moral -para formar el carácter y crear hábitos de cultura, honradez y trabajo- e introducir la enseñanza obligatoria de oficios, las excursiones y los campos escolares, los métodos intuitivos, etc tomando por modelo a las naciones más adelantadas. Pero sería inútil y aun contraproducente decretarlo mientras no exista órgano adecuado para su ejecución. Por lo cual, lo más urgente en este orden es mejorar por todos los medios el personal de maestros existente y a la vez educar otro nuevo conforme a superiores ideales. Para esto son requisitos esenciales entre otros, elevar la condición social del maestro e imitar lo que han hecho en circunstancias semejantes las demás (verbigracia, Francia, Japón, etc.), enviando gran número de profesores y alumnos de todos órdenes y grados a los centros de más alta cultura del extranjero.

»37. Los haberes de los maestros, debidamente aumentados, deben ser satisfechos directamente por el Estado. Suspensión de pago de sus respectivas asignaciones mensuales a todos los servidores del Estado, militares y civiles, hasta tanto que se hallen satisfechas las atenciones de la primera enseñanza, incurriendo en responsabilidad personal los ordenadores, interventores y cajeros que falten a este precepto.

»38. Deben suprimirse algunas Universidades, y en lugar de ellas: 1.º, favorecer la investigación personal científica; 2.º, crear escuelas regionales y locales para la enseñanza manual, positiva y efectivamente práctica de la agricultura, de las artes y oficios y del comercio, formando antes rápidamente personal adecuado y subvencionando el Estado, la provincia y el Municipio, según los casos, las granjas y los campos de enseñanza y de experimentación que sean necesarios para el adelanto y difusión de los métodos culturales y pecuarios, para las prácticas de los alumnos; 3.º, fundar colegios españoles, por el tipo del que posee nuestra nación en Bolonia (convenientemente reformado), en los principales centros científicos de Europa, para otras tantas colonias de estudiantes y de profesores, a fin de crear en breve tiempo una generación de jóvenes imbuidos en el pensamiento y en las prácticas de las naciones próceres para la investigación científica, para la enseñanza, para la administración pública, para la agricultura, industria, comercio, minería y navegación y para el periodismo.

»59. Gastos especiales. -Formación de una más Cajas especiales autónomas, para colonización interior, canales, caminos y enseñanza pública, con recursos propios, tales como estos: 1.º Producto del impuesto sobre la renta del Estado y sobre las acciones y obligaciones de Bancos, Ferrocarriles, Tranvías, Teléfonos, Minas, Sociedades de crédito, etc., el cual será menos repugnado de los nuevos contribuyentes si lo ven transformarse directamente en obras o instituciones de progreso: -2.º Partida igual a la consignada actualmente en los Presupuestos últimos para construcción de carreteras y que ahora debe aplicarse a caminos, en la imposibilidad de atender a ambos gastos a la vez: -3.º Partida que se consignaba anualmente para subvencionar a la Trasatlántica y que, en la crisis que aflige a la nación y dado el retroceso mortal que ha sufrido ésta en su economía, pide ser convertida a un destino homólogo, pero más apremiante, cual es la mejora y desarrollo de la viabilidad interior: -4.ºTributo escolar que el Estado perciba de las municipalidades equivalencia de lo que éstas contribuyen actualmente por concepto de primera enseñanza: -5.ºProducto de la venta de los archipiélagos españoles de la Micronesia, lo mismo que de las posesiones del Golfo de Guinea, si algún día hubieran de venderse, para que revivan en la Península, sirviendo a la colonización interior: -6.º Producto del arriendo o de la venta de las minas y salinas cuya propiedad conserva todavía la nación.

»60. Operaciones de Tesorería, obligando, por un tiempo que no exceda de veinte años, algunos de los ingresos periódicos que acaban de enumerarse, a fin de obtener los capitales necesarios para construir inmediatamente la vasta red de caminos y obras hidráulicas en todas las provincias, y llevar a cabo simultáneamente la transformación y rápido desarrollo de la educación nacional, que es por donde comenzaron la empresa de su reconstitución Alemania después de 1808 y Francia después de 1870.
. . . . . . . . . .

»71. Autonomía de los servicios técnicos, Instrucción pública, Correos y Telégrafos, Montes, Obras públicas, Seguros del Estado en su día, etcétera, haciendo de ellos otros tantos centros independientes, sustraídos a la influencia perturbadora de los cambios políticos y del caciquismo. Renuncia a crear Ministerios nuevos.»

Estas conclusiones recibieron la consagración del meeting.

La reunión terminó con una instancia en que se solicitaba de las Cortes una ley que introduzca la enseñanza integral obligatoria y gratuita, y disponga la construcción de cuantas escuelas sean precisas, dotadas de las condiciones exigidas por la Higiene y la Pedagogía modernas, la reforma de los métodos, la reorganización de las Escuelas Normales, la retribución decorosa de los maestros, la creación de un Cuerpo técnico que dirija y gobierne la enseñanza, etc.
 

§3. La llave de la Despensa. -Bajo este título, el Sr. D. Adolfo Posada publicó en Heraldo de Madrid, correspondiente al 18 de Enero de 1908, un interesante trabajo en el que analiza el significado de «Escuela y Despensa», el cual dice así:

«Nuestro Costa, uno de los españoles que mejor sienten las necesidades de su pueblo, sintetiza el programa nacional, como es sabido, en estas dos palabras: la Escuela y la Despensa.

»Allá en los días -¡que parecen tan lejanos!- de la agitación promovida por el sociólogo ilustre, cuando movía y removía con su palabra y con su pluma la conciencia, harto apagada, de las gentes, me atreví una vez a interpretar la fórmula de Costa, estimando que las dos palabras, podían reducirse a una: La Escuela.

»No porque crea que la Despensa no importe: hay que vivir; lo primero y lo... tercero es vivir. No lo pongo en duda. Pero la Despensa, es «imposible». No hay modo de abrirla convenientemente sin la Escuela.

»También yo me lancé a dar una fórmula: la Escuela es la Llave de la Despensa, decía, creo que al propio Costa.

»Pero pasan los años, y la Despensa sigue cerrada, y mal provista, y, ¡tan frescos!, nos reímos o burlamos de quienes nos señalan la llave.

»Apenas se atreve uno a insistir.

»¡La Escuela! ¡Sí!; es el ídolo en el mundo civilizado! ¡E1 maestro! Casi nada; el sacerdote de la nueva religión de la cultura en todas partes. ¡La Enseñanza! No hay preocupación superior en los pueblos que saben cuánto le deben y que siguen esperando indefinidamente sus beneficios.

»Afirmar esto, repetirlo.. se cansan las gentes, cuando no se produce allá en el fondo del alma una callada protesta de desesperado pesimismo, ante la fría indiferencia y la burlona ironía escéptica con que tantos y tantos acogen las lamentaciones de los «pedagogos» -así, ¡despectivamente!

»Y, sin embargo, la situación es trágica, mil y mil veces trágica.

«¿No es trágico el espectáculo de un pueblo anémico, ignorante, sin ideal, que emigra, falto de medios para elevarse, sin fuerzas en el espíritu para reaccionar en estas luchas de la vida moderna: las luchas del comercio, de la industria, de la cultura? ¿No es trágica nuestra estadística de analfabetos, y nuestro maestro de escuela, con cinco reales diarios, hambriento, por debajo del peón o del pinche? Y ¿no es trágica la situación angustiosa en que vive aquí la escasa juventud que tiene ideal, o quiere tenerlo, y el hombre de trabajo, que carece hasta de lo más elemental para ser útil a su país?

»¿Cómo no ver con desconfianza el empeño de rehacer esta masa informe, inorgánica, anárquica, con expedientes legislativos, engendrados con el mejor deseo, pero cuya ineficacia es tan de temer porque falta materia viva, falta sujeto capaz de responder a las excitaciones de las leyes?

»La Escuela y la Despensa; pero sobre todo la, escuela: la llave.

»Puede sostenerse que si España, a raíz del «desastre», hubiera iniciado una política «pedagógica» -como Prusia en un día terrible, como Franela después del 70-, a estas horas tendríamos hasta escuadra y nuestra consideración en el mundo sería otra.

»Esta idea, de la llave agítase, no ya en los programas de los partidos y en las obras de los Gobiernos bien orientados, sino en el fondo íntimo de las doctrinas sociales de los grandes pensadores y de los grandes pensadores y de los grandes industriales, que ven largo y tienen sus doctrinas también.

»Es el nervio, podría demostrarse, de las más hondas interpretaciones sociológicas, de las animadoras, de las que entrañan la posibilidad práctica de un arte social.

»La enseñanza, una enseñanza intensa, humana, profundamente educativa, es hoy, para cuantos se preocupan con el problema de la dirección de los pueblos, el núcleo generador de toda acción social eficaz y el coronamiento de la obra política progresiva.

»Pero es imposible desarrollar aquí este tema. Una demostración pediría otro espacio. Quiero, sin embargo, apoyarme en alguna gran autoridad, y elijo al autor de la Sociología Pura, al sociólogo de la acción, a Mr. Ward:

»En Francia y en Alemania -dice al final de su gran libro-, casi toda la enseñanza superior está, ya socializada, y el Estado considera la instrucción pública como una de sus grandes funciones. Inglaterra y otros países marchan lentamente hacia este ideal, y no hay duda de que el siglo XX verá la socialización completa de la enseñanza en todo el mundo culto. Debe ser así, porque la sociedad es la más interesada en el resultado. Ella es quien recibe los principales beneficios.

»Por otra parte, la enseñanza pertenece a esa categoría de empresas humanas que no pueden someterse a la acción de la ley económica de la oferta y la demanda. No puede regirse por los principios comerciales. No hay «demandas» de enseñanza en el sentido económico. El niño no conoce su valor, y los padres rara vez la desean. La sociedad es el único interés que la pide, y la sociedad debe satisfacer su propia demanda. Los que fundan instituciones de enseñanza, o fomentan las empresas de instrucción se ponen en el lugar de la sociedad; hablan y obran para ella, y no para un interés económico dado.

»La acción de la sociedad -añade Ward- inaugurando y estableciendo un sistema de enseñanza, por defectuoso que sea, es, sin duda, la forma más rica en esperanzas realizada hasta aquí por el hacer colectivo. Esta acción tiene un gran alcance, aun ahora, y en el porvenir significa nada menos que la apropiación social completa de la obra individual que ha civilizado el mundo.
 

§4. El ideal de la escuela y la despensa. -D. Ramiro de Maeztu, y bajo el epígrafe genérico «Debemos a Costa», ha publicado una serie de artículos en Heraldo de Madrid, siendo rotulado el primero de la serie con el título que encabeza este párrafo, que vio la luz el día 13 de Febrero de 1911, en el cual se estudia aquel significado concepto, merecedor de ser registrado en las páginas de este libro. Dice así:

Debemos a Costa la posibilidad de que los futuros políticos de España lleguen a tener por contenido la «escuela y la despensa», de que se conviertan en instrumentos de ese ideal. En otras palabras, debemos a Costa la posibilidad de que los partidos políticos de España se emancipen algún día de sus personalismos y de sus formalismos -¡las dos maldiciones que les esterilizan!-, y al adoptar por contenido la escuela y la despensa se conviertan en brazos de Dios en la tierra celtíbera.

Y esto se lo deberemos a todo Costa, no sólo al estudiante solitario de antes de 1898, sino al político posterior al desastre; no sólo a sus aciertos, sino también a sus desaciertos; no sólo a sus estudios severos, sino a sus imprecaciones coléricas; no sólo al sabio, sino al demagogo; no sólo a lo que hay de firme y consistente en su labor, sino a lo que hay de versátil y de contradictorio.

Lo que hay de fijo en toda su vida es el ideal de la «escuela y la despensa», lo mismo en la agitación política realizada a partir de 1898, que en el trabajo científico y literario que le había precedido. En su visión del problema de España como problema de escuela y de despensa, de cultura y de economía, no hay vacilación ni incertidumbres un solo momento de su vida. En sus días de pesimismo llega a veces a querer cambiarnos hasta la base étnica; de lo que nunca duda es de su fe en la «escuela y en la despensa». Nunca hizo otra cosa; nunca se propuso otro ideal que el de fomentar en España la escuela y la despensa como procedimiento de europeización.

Parecese -ha dicho recientemente- que el ideal europeizador y los métodos de la escuela y la despensa eran cosas recientes en Costa. No es así. Son toda su vida, desde el momento en que pensionado por la Diputación de Huesca, visita la Exposición de París en 1867 y permanece en Francia dos años, aun después de que se le agota la pensión.

Esa visita a Paris es el hecho central de la vida del muerto. Allí se da cuenta de la inferioridad de nuestra cultura y de nuestra riqueza, y desde ese momento hasta la hora de su muerte no piensa sino en la «escuela y la despensa». Toda su obra de sabio es escuela y despensa.

Esta afirmación parece, a primera vista pida, cuando se piensa en la diversidad de los estudios a que consagró Costa sus años de bibliotecas. Pero al través de esa diversidad la unidad interna es tan patente como al través de la diversidad de sus opiniones políticas.

Como sabio fue Costa geógrafo y agrónomo, por una parte. Al través de sus estudios de las estepas, los montes y los valles de España, de política hidráulica, de política forestal y de crédito agrícola, es notorio, aun para el más ciego, el ideal de la despensa. Costa se ha encontrado en Francia con una tierra más rica y mejor cultivada que la tierra natal. He ahí la raza de ser de su geografía y de su agricultura. Investiga el medio físico de España, al objeto de formular, como formuló después, su plan de enriquecimiento.

¿Qué busca, al propio tiempo, en sus estudios jurídicos, históricos y de «Poesía popular española y Mitología y literatura celtohispanas? Aquí es también obvia la respuesta. Costa busca en la Historia y en el Derecho consuetudinario la psicología del pueblo de España, como fundamento de la escuela, porque en su tiempo dominaba la dirección histórica y psicológica en la pedagogía europea, del mismo modo que actualmente domina la dirección lógica.
 
No fue Costa a la Historia por espíritu, tradicionalista y de admiración al pasado, sitio para «sorprender y fijar el ideal político del pueblo español», como dice bien claro en su Mitología. Nunca creyó, como muchos historicistas, que la salvación consiste en el retorno al pasado. Su discurso sobre el Porvenir de la raza española», de 4 de Noviembre de 1883, a mi juicio el más elocuente que se ha pronunciado en lengua de Cervantes, es, ante todo, una apología abrumadoramente fervorosa de la civilización moderna. Recordad las líneas finales de su ciclópeo párrafo central:

«España ha llegado antes que nadie a América, y sólo ha dejado odios; a África, y se ha dejado destronar por Francia; a Asia y a Australia, y se ha aprovechado de sus trabajos y conquistas Inglaterra como si nuestro pueblo hubiese nacido para ser una demostración viviente de queja vida no es sueño, sino actividad y movimiento y lucha; que el sueño es retroceso e ignorancia y estancamiento y muerte, y que los pueblos que se duermen en medio del día, cansados a la primera etapa, despiertan en medio de la noche, como las vírgenes fatuas, con las lámparas apagadas, y llegan tarde a las puertas, cerradas ya, del soberano alcázar donde se celebran los desposorios del mundo antiguo con esta espléndida civilización moderna.»

Costa buscó en la Historia la materia psicológica en que debía suscitar la civilización moderna. Tenía razón, porque quien quiera la Filosofía sin la Historia, quiere un templo sin santuario: Er will ein Tempel ohne ein Tempel ohne ein Allerheiligsten, que dijo inmortalmente Hegel. Probablemente buscó en la Historia Costa más de lo que la Historia podía dar de sí, porque la Historia, que nos da la materia, no puede darnos la orientación. La orientación nos la da la Moral, y la luz de la Moral hemos de pedírsela a la Lógica, en que, a su vez, se comprende la Historia como base, ya que no como norte. Pero la orientación de Costa se había fijado definitivamente en 1867 y se llamaba Europa.

«Nosotros, descendientes de los arios», escribe en el artículo en que anatematiza la influencia ejercida en nuestras leyes por el pueblo árabe, «pueblo que no ha hecho ningún progreso político que no conoce el sentido de esas palabras: libertad, democracia, ciudadano, soberanía popular, elecciones, poder, autonomía municipal, etc.»

Por eso nos predica en 1898 la «escuela y la despensa». No ha hecho otra cosa en su vida anterior. Lo que le horroriza realmente en 1898 no es la derrota ni la pérdida de las Colonias, sino el enterarse bruscamente de que los políticos no han comprendido su ideal. Por eso no nos excita al desquite, sino a luchar por la «escuela y la despensa».

No era político. Había vivido vida de estudio. No podía conocer a sus contemporáneos, ni sabía manejarlos personalmente, como no suelen saberlo los hombres de gabinete. Buscó a ciegas un instrumento político que sirviera su ideal de «escuela y de despensa». Primero entre los agricultores, después entre las clases neutras, luego entre los intelectuales, quiso hacer una Liga, más tarde un partido neoliberal, después se fue con los republicanos, al fin se desengañó hasta de los mismos republicanos. Sus últimas palabras coherentes, las pronunciadas ante los periodistas madrileños en 22 de Enero de 1911, revelan cierta esperanza en que «la parte sana del Ejército ponga término a la francachela del presupuesto nacional y lo encame al desenvolvimiento de la riqueza pública y de la cultura nacional y a lograr una recta administración de justicia».

Muere buscando nuevos instrumentos para la «escuela y la despensa», pero el contenido del ideal es siempre el mismo. Se ha dicho recientemente que la labor de Costa posterior a 1898 ha sido estéril, porque no ha logrado crear un instrumento político ni engendrar una obra positiva. Hay algo de verdad en esto. Costa no había acido para escultor de pueblos, porque fue su genio el de esculpir ideales. Pero, ¿cómo negar que Costa ha transformado el contenido de la política, española?

Pensad en las ideas que vivíamos antes de 1898. Discutíamos el federalismo y el centralismo, la Monarquía y la República, el alfonsismo y el carlismo, la evolución y la revolución, formas, siluetas, sombras, fantasmas. Algunos intelectuales se daban cuenta de que lo importante no era el problema formal, sino el contenido de la política. Mas, para que el pueblo llegase a concebir un ideal de cuerpo y de substancia, era preciso que algún intelectual saliese de sus libros para hablarle de la «escuela y la despensa». Esta es la obra de Costa, la de sus estudios y la de su agitación. ¿Quién habría infundido en nosotros, periodistas y políticos de segunda, fila, el ideal de la cultura y de la economía si no hubiera salido Costa de sus libros?

Es verdad; subsisten aún los antiguos instrumentos políticos con sus hueros formalismos ideales. Los políticos no se han enterado de lo que era central en Costa; le han tomado lo accesorio: la política quirúrgica, el cirujano de hierro, el antioligarquismo, el calzón corto. Aún después de Costa, y por no haberse enterado de lo que Costa significa, han surgido partidos regionalistas, que son también partidos formalistas.

Pero las viejas disputas, como los viejos personalismos, están muertos, desde el punto de vista del calor popular. Los políticos serán personalistas; pero el pueblo no volverá a poner sus ojos en un Prim; ni en un Riego, ni en un Ruiz Zorrilla. Aún se debaten cuestiones de formas, porque no hay manera de cambiar en diez años la tradición ideológica de la política de un pueblo. Pero el porvenir es del político que sepa hallar en Costa su ideario, como de momento pertenece la influencia espiritual a aquellos escritores que más se han penetrado de la necesidad de atender a la «despensa y a la escuela», el ideal de Costa.
 

§ 5. ¿Más allá de Costa? En el número de España, correspondiente al día 7 del mes de Mayo del año actual 1915, y en la sección de la mentada revista que redacta Xenius, hay dos glosas que han chocado y disgustado a muchos lectores y admiradores de éste. A mí también me llamaron extraordinariamente la atención cuando las leí. Recuerdo que pasé los ojos dos o tres veces por ellas, y que las marqué, con un signo que yo uso, y que, puesto al lado de un párrafo o de una línea, indica que lo que allí se afirma o se niega o se pregunta, debe contestarse.

Una de estas glosas -la primera- se titula Gibraltar. La otra, Más allá, de la «escuela y de la despensa».

. . . . . . . . . .

No Zulueta, no España, sino Costa es quien ha sentido más hondamente, durante los últimos veinticinco años, esta mutilación: Costa, a quien tan mal trata usted, querido Xenius. A nadie le ha dolido como a él la falta de ese brazo, de ese pie, de ese ojo. España está manca, está coja, está tuerta, le oí decir yo mil veces. Y sus discursos están llenos de frases como ésta: «Hemos de tener cuidado de que no nos nazcan otros Gibraltares, hemos de mirar que no nos pase como a China, hemos de pensar que una princesa inglesa en el trono de San Fernando puede ser otro Gibraltar en el corazón de España, hemos de procurar que Europa no contemple dentro de su sistema el triste espectáculo de un astro frío que va sembrando sus despojos por el espacio y dejándolos caer, bólido a bólido, en la esfera de acción de los planetas vivos, un día las Canarias y el Campo de Gibraltar en Inglaterra otro día la cuenca del Ebro en Francia.» Y luego escriba usted, amigo Xenius, que Gibraltar, olvidado desde hace un cuarto de siglo, despierta ahora, en algunas conciencias ibéricas un dolor.

En la segunda de sus glosas afirma Eugenio d'Ors que el ideal de su generación está más allá de la «escuela y de la despensa». Costa, con esa frase y con ese programa, ha empequeñecido nuestras miras. Hay que hundirlo a él y a su retórica en la sepultura. Nosotros queremos toda la ciencia, toda la europeidad. Nosotros queremos filosofía, investigación, alta cultura, dice Xenius. Notemos, en primer lugar, que la palabra europeidad que usa Xenius, es del léxico costista. Y esa voz no era para Costa un sonido vano, sino un ideal tan vasto, complejo y completo, como el que acaricia el glosador. Éste ha tomado la fórmula «Escuela y despensa» en su sonido más grosero, más elemental. Escuela la hace sinónima, de primarismo. Por consiguiente, la palabra «despensa» significará las clásicas judías con bacalao, la paella, el puchero, el gazpacho, etc. No, Xenius, no. La frase «Escuela y despensa», en boca del autor de Colectivismo Agrario en España, no equivale al Panem et circenses de los romanos y al Pan y Catecismo de los católicos. Escuela para Costa quiere decir plenitud de cultura. Despensa, plenitud de alimentación. Podríamos, para comprobar esto, traer varios textos de «Los siete criterios de gobierno», de «Cuatro años después de la derrota», etc. Nos vamos a limitar a transcribir esto, que entresacamos del Programa de la Cámara Agrícola del Alto Aragón: «Menos Universidades y más sabios. No se encierra todo en levantar el nivel de la cultura general. Es preciso, además, por diversos motivos que no caben en este bosquejo, producir grandes individualidades científicas que tomen activa participación en el movimiento intelectual del mundo y en la formación de la ciencia contemporánea. Para ello, y por añadidura, una de las fuentes más caudalosas del proletariado de levita, han de reducirse las Universidades a dos o tres, concentrado en ellas los profesores útiles de las demás, y se han de crear Colegios especiales, a estilo del de Bolonia, en los principales centros científicos de Europa, para otras tantas colonias de estudiantes y de profesores, a fin de obtener en breve tiempo una generación de jóvenes imbuidos en el pensamiento y en las prácticas de las naciones próceres para la investigación científica, para la administración pública, para la industria, para la enseñanza y para el periodismo.» Esto ya lo había leído Xenius. También ha leído el discurso pronunciado por D. Joaquín en los Juegos Florales de Salamanca. Entonces, ¿qué quiere decir ese más allá de la «escuela y de la despensa?» ¿Qué quiere decir esa horrorosa injuria, esa tremenda calumnia de que Costa ha contribuido a estrechar el horizonte intelectual de España? ¿Qué quiere decir esa frase sacrílega de que hay que darle una vuelta, de llave a la tumba del glorioso maestro? ¿Por qué se le llama irreverentemente retórico al pensador más robusto, al político más sabio, al patriota más ardiente, al varón más justo y más bueno y al escritor más elocuente y más caliente que ha tenido España? Mucho sabe el glosador. Muy grande es su entendimiento y muy famoso su ingenio. Pero esta vez ha errado.

Nosotros entendemos que no sólo no hemos de enterrar a Costa, sino que hemos de pasear su cadáver por toda España y hemos de agitar sus ideas y hemos de bombardear y ametrallar con sus frases y con sus dicterios a los hombres del año sayón, a nuestros Gramonts y a nuestros Ollivers, hasta que todos sintamos, tan íntimamente como nuestro Fichte el dolor de Gibraltar y el dolor de Cavite. Algo de esto me he propuesto yo al escribir estas líneas. No ciertamente hacer de guardia civil y cazar ladrones. ¿Más allá de Costa? Sí, sí. Pero, ¡ay!, si todavía no hemos llegado hasta Costa. Yo he llenado muchas veces de trigo mi saco en los libros del gran inválido. Y pienso volver a cargar en esos silos, siempre que me apriete el hambre, siempre que tenga que moler. Porque ¡cuánto grano queda en ellos aún! -Ángel Samblanca.


Joaquín Costa
Maestro, escuela y patria:
notas pedagógicas, 1899


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Biblioteca Virtual Cervantes


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