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La noche del pasado 28 de abril cayó
definitivamente el telón sobre Antonio Buero Vallejo, figura esencial del
teatro español de este siglo. Era nuestro último clásico, así que desde ese
instante se multiplicaron los artículos y homenajes que intentaban medir la
estatura teatral, intelectual y moral del autor desaparecido. Hoy EL CULTURAL
va a hablar también de Buero. Pero no de su vida, ni de su obra, sino de lo que
vertebra a ambas. De su actitud moral. Del posibilismo. ¿Qué es el posibilismo?
Empecemos por el principio: tras la guerra civil, Buero Vallejo fue condenado a
muerte en 1939, aunque le conmutaron la pena por la de cadena perpetua. Allí,
en prisión, conoció a Miguel Hernández. Hasta 1946 no logró la libertad
condicional. Y en lugar de exiliarse como Alberti, como Juan Ramón, como
Guillén, decidió quedarse y estrenar en España, bajo la Dictadura. De igual
manera que Aleixandre, por ejemplo, Buero optó por el posibilismo, ese fantasma
que marcó su vida. Francisco Umbral lo explica muy bien en su estupendo
artículo de "Los alucinados" de la última página. Dice Umbral que se
trataba de "pisar siempre la raya de la libertad, hasta que el poder diga
`basta", es decir, de cambiar el sistema desde dentro, aun a riesgo de ser
acusado de colaboracionista, como le pasó al propio Buero. EL CULTURAL abre hoy
las páginas a este debate intelectual que ha marcado el siglo. ¿Qué fue? ¿
Sigue vigente? ¿Es bueno o es malo ser posibilista? Aquí tienen las opiniones
de Gabriel Albiac, Gustavo Bueno, álvaro Delgado-Gal, Agustín García Calvo,
Francisco Jarauta, Jon Juaristi, Jerónimo López Mozo, Adolfo Marsillach, Jacobo
Muñoz, Francisco Nieva, Javier Sádaba, Alfonso Sastre, Carlos Semprún Maura y
Eugenio Trías
Ambos teníamos razón
Hay raras polémicas en las que uno de los polemistas tiene la razón, y ello, con los años, viene a ser indiscutible. Otras en las que ninguno de ellos estaba en lo cierto, pues las dos posiciones, extremistas, resultan al final erróneas o falaces. En aquella polémica sobre el posibilismo entre Buero Vallejo y yo (durante los años todavía duros del franquismo), ambos teníamos razón o, por lo menos, una parte de la razón. él la tenía en que la ignorancia, por muy irónica o socrática que fuera, de la existencia de la censura, conducía a la inoperancia. Yo la tenía en que una presencia demasiado fuerte de la censura en el ánimo del escritor comportaba el riesgo de interiorizarla (autocensura). El resultado fue evidente. Mi obra fue prohibida en su casi totalidad durante aquellos años, mientras que él consiguió que sólo una obra le fuera prohibida.
A ambos nos unía una misma repugnancia hacia la dictadura; pero sufrimos este gran desencuentro. Yo no cuestiono ni he cuestionado nunca la gran dignidad moral de su comportamiento, aunque en nuestro camino hubiera ese razonable desencuentro. Lo más objetable de su obra me pareció siempre de carácter estético: el estilo rígido y demasiado convencional de su diálogo. Pero, en definitiva, él fue un digno epígono de la generación del 98, lo que no es poco decir.
Alfonso SASTRE
La opción de Buero
Decía Sartre, en carta a Camus, que el intelectual tarda a veces en elegir su lugar de combate, la trinchera desde la que avanzar en la defensa de sus ideas. Para, al final, tras la decisión, ocultarse aquellas razones y argumentos personales que guardan los porqués de una u otra opción.
Hablar hoy de Buero Vallejo y de su posibilismo me trae a la memoria esta breve anotación sartriana. La probidad de su biografía, el talante entre austero y combativo, la tenaz actitud de quien se apropia de la historia social de la España franquista para convertirla en materia dramática -frente a la que era imposible no reconocerse- era ya una decisión en la que historia y vida no coincidían.
Frente al exilio y otras esperas, nos queda hoy el gesto del hombre de teatro que una y otra vez acertó a transformar el día a día de una historia sin libertades en el angustioso ir y venir de una escalera vecinal sin puerta de salida.
Francisco JARAUTA
La cultural resistencial
Hablamos de posibilismo en el 45 ámbito artístico, literario, etc., es innegable que la dictadura, una vez fracasada su inicial tentativa totalitaria, no pudo impedir la aparición de una cultura antifranquista. El realismo crítico, más o menos influido por la estética socialista, fue expresión de una vigorosa cultura resistencial: podría afirmarse incluso que la reacción formalista de los años 60 fue una consecuencia del impulso ético de la generación del realismo contra la que se dirigía. En este aspecto, al menos, el posibilismo ofreció a la cultura española lo que más necesitaba: una continuidad. La cultura del exilio, por el contrario, mostraba signos de agotamiento en esa misma época, los 60, cuando comenzaban a desaparecer las grandes figuras de la España Peregrina. Cuestión muy distinta es la del uso político del posibilismo. Se trata casi siempre de la coartada retrospectiva de una colaboración desvergonzada con el régimen. Los posibilistas que conozco (es decir, los que ahora pretenden pasar por antiguos posibilistas) eran franquistas de pelaje variado.
Tuve siempre, y aún la conservo, una conciencia muy clara de ser hijo de derrotados, lo que me libró de acercarme a esa gente. Por supuesto, entre mis amigos antifranquistas había también hijos de vencedores, pero ninguno de ellos era posibilista. Los que hoy alardean de su pasado posibilista nos habrían arrojado entonces a los leones.
Jon JUARISTI
Yo también fui posibilista
Considerar bueno o malo posibilismo depende de la circunstancias. Hay un posibilismo colaboracionista y otro combativo (También se le podría llama "resistente"). Existió una dolorosa polémica entre Buero Vallejo y Alfonso Sastre. Antonio defendía la p ¡¡dad y Alfonso la ruptura. En realidad, ambos perseguían lo mismo aunque por métodos diferentes quería luchar contra Franco y sabía cómo. Los límites en práctico y lo ético aparecieron confusos y difíciles. Fuimos obligados a elegir y la elección nos desgarró por dentro y por fuera. Creo que los años le han dado la razón a Buero. Yo también fui posibilista.
Respecto a si en una Dictadura es preferible aislarse, optar por eI exilio o intentar cambiar el sistema desde dentro, creo que puede aconsejar una táctica general cuando las situaciones son tan variables. (Hasta las dictaduras revelan matices que las distinguen entre sí). Optar por el exilio exterior o el interior, por el combate desde fuera o la Ia lucha desde dentro, es una delicada cuestión que no me atrevo a juzgar esquemáticamente. Todos hicimos lo que pudimos. Algunos fueron héroes. A otros nos falto el coraje o la ocasión. ¿Tiene hoy vigencia el posibilismo? ¿En la España actual? No, no lo creo. A menos, claro, que se confunda posibilismo con el oportunismo, Otra cosa.
Adolfo MARSILLACH
Buero y el posibilismo
Buero no fue, durante el franquismo, uno de los autores más castigados por la censura. A excepción de La doble historia del doctor Valmy, todas sus piezas fueron estrenadas. Muchos lo atribuyeron a una estrategia posibilista. Al frente del rechazo a cualquier forma de pacto se puso Sastre, quien mantuvo en 1960 una agria polémica con él. Sintiendo en carne propia las mordeduras de la censura, tomé partido por Sastre, pero confieso que me satisfacía ver representadas las obras de Buero. Gran contradicción la mía, pues, al tiempo que rechazaba el posibilismo, celebraba la oportunidad de ver, sobre el escenario, un teatro crítico. Creo conocer bien a ambos autores, distanciados desde entonces, y siempre me ha parecido que sus posturas eran sinceras. Ambos luchaban por la libertad y, desde esa perspectiva, es más lo que les unía que lo que les separaba. Se enfrentaron a la dictadura con distintas estrategias y distintos fueron los resultados y el precio que pagaron. Buero, en el inicio de su carrera, sopesó si era mejor callar, irse como hicieron otros o hacerse oír, aunque fuera sin alzar mucho la voz. Eligió lo último. Alguna vez dijo, en respuesta a los que le acusaban de haber pactado con la dictadura, que, a excepción de los ingenuos que íbamos contra todo, el posibilismo era práctica común, incluso por parte de los que lo negaban. En eso llevaba razón.
Jerónimo LÓPEZ MOZO
Compromiso y verdad
Buero tenía diecisiete años. Cursaba preuniversitario, como entonces se llamaba. Era la época del franquismo desarrollista. Se proclamaba el lema propagandístico de los "Veinticinco años de paz". El clima general en España, y por supuesto en Cataluña, y en Barcelona, era de una entrega satisfecha de la burguesía a la causa franquista y de un asfixiante clima moral e intelectual. Unos compañeros de curso, en ocasión de un acto solemne en el Colegio de los Jesuitas, decidieron representar En la ardiente oscuridad de Antonio Buero Vallejo, una obra emocionante en que nos ponía ante el problema de los invidentes (el protagonista era ciego de verdad), y que era una extraordinaria metáfora de la España, la Cataluña y la Barcelona de entonces.
Yo siempre recordaré la profunda emoción moral y espiritual que esa obra me produjo. Se trataba de una pieza que tenía una verdad de lo político en su sentido más ordinario y que tenía al tiempo que ver con el compromiso con la ciudad en su sentido más profundo. ¿Su posibilismo político? Antonio Buero Vallejo realizó un puñado de obras teatrales con las que además iluminó nuestra realidad de forma más hiriente, o ardiente quizá, que otras obras teatrales más comprometidas en apariencia que tenían menos verdad.
Eugenio TRÍAS
Escribir a pesar de todo
Siendo hijo de refugiado político, formo parte de la gran tribu de los exiliados a la que me une una fraternidad a veces conflictiva, y hasta una lengua o dialecto común. Pero desde que conocí a algunos a partir de 1954, siento admiración por aquellos escritores que consideraban su obra mucho más importante que el gobierno de su país, incluso cuando sufrían su censura. Buero fue uno de esos escritores afincado en su tierra y en su lengua, que nunca de exilió de nada. Yo tuve la suerte de conocer sus primeras obras: En la ardiente oscuridad, y sobre todo, Historia de una escalera, pocos años después de que fueran representadas y publicadas. Confieso que fue una sorpresa, al constatar que se publicaban y representaban obras de valor bajo la dictadura, aún férrea por los años 50. Por ello me hizo gracia leer estos días en la Prensa cómo se exaltaba la figura de gran escritor antifranquista de Buero y se daba la lista de sus premios, de su entrada en la Real Academia aún en tiempos de Franco. O bien no era ese empecinado luchador antifranquista, o bien la dictadura no lo era tanto. La realidad es más ambigua: el humanismo social y el realismo simbólico de Buero nada tenían que ver con "los principios del Movimiento", pero en el terreno de la creación artística, la censura franquista no fue tan inquisitorial como pretenden. No como en la Alemania nazi o en la URSS, ni mucho menos.
Carlos SEMPRÚN MAURA
El ángel terrorista
El arte es combate con lo imposible, duelo contra el ángel que, necesariamente, destruirá al artista. Eso, o bien repetición de lo convenido: lo posible: nada. Cuando Louis Aragon escribe, al final de su vida, en una extraordinaria fulguración poética, que se escribe para destruir un mundo, no para construirlo, está apuntando a lo esencial; lo poético emerge allá donde el orden de lo inteligible, el orden de las palabras, el orden, es dinamitado. Poesía terrorista es pleonasmo. Ni la mesa quirúrgica que puebla Lautréamont de máquina de coser y paraguas ni el revólver de Breton que, aleatorio, dispara sobre los paseantes, significan otra cosa. Lo posible está muerto. Ni siquiera vale la pena tirotearlo.
El arte toca el fantasma (y, si no lo toca, es nada), allá donde roza -sólo roza- esos límites absolutos de lo precario humano, cuya consciencia, dice Freud, es insoportable. La poesía es el cataclismo analógico que ese derrumbe en lo imposible desencadena. A eso llamaba Malraux un antidestino. El arte acota lo que la posibilidad niega. No hay poética sino de lo no decible. Lo que se puede es mudo de resonancia estética.
Gabriel ALBIAC
Esa mentira esencial
No sé siquiera si debo mancharme hablando de los intelectuales: hasta tal punto el nombre huele a servilidad y prostitución. No sé si en tiempos del teatro contestatario de Buero Vallejo o cuando a algunos nos metían en los calabozos de la Puerta del Sol la cosa estaba más oscura; pero se que con la Democracia Desarrollada y bajo el Régimen del Bienestar se ha puesto harto clara. El solo inteligente es el pueblo, esto es, la lengua corriente y viva, la razón común, no las jergas de la Cultura con la que quieren confundir la lengua. Hoy por hoy, los Intelectuales, científicos, filósofos, poetos, artistos, literatos y demás ralea están al servicio del Poder, que es lo mismo que el Dinero, y de la Cultura, que es lo mismo: su servicio consiste en sostener, reafirmar, colorear la mentira, que es el arma primera del Poder. 'Poder' es lo contrario de 'posibilidad'. 'Posibilismo' toca esa mentira esencial: 'Posible' quiere decir posible dentro la Realidad. Lo cual no puede hacer más que confirmar la Realidad y confundir posible con real. En verdad, las posibilidades son sin fin, y la razón común surge una vez y otra a descubrir la falsedad de la Realidad. Para tratar (en vano) de evitar ese peligro tiene el Señor a los intelectuales.
Agustín GARCíA CALVO
Conciencia infatigable
Cuando se vive en radical desajuste con el entorno o, menos dramáticamente, en posición oblicua al eje del mundo, sólo queda escoger entre el silencio, el exilio y la astucia. Tres opciones que en realidad son dos, porque si algo acompaña siempre al exilio, interior o exterior, es cierto grado de silencio. Cabría, pues, sugerir, que Buero escogió la astucia. Difícilmente podría haber sido de otro modo dado que si a algo aspira un creador es a hacerse oír. Sobre todo cuando la materia de su obra es la palabra misma... Y así Buero pudo conciliar, aprovechando sabiamente todos los resquicios, extrañamiento y denuncia, compromiso y honores, responsabilidad moral y prudencia, fidelidad al pálpito histórico inmediato y atención al hondón intemporal del espíritu. Intemporal o transhistórico, igual da, porque desde su esperanzada desesperanza, lo que la obra de Buero pasó de forma creciente a devolvernos es una rara suerte de conciencia crítica infatigable de lo intrínsecamente indigente de nuestra condición, de los males atávicos de la especie: el hambre, la ignorancia, los prejuicios, la opresión y la guerra. O lo que es igual, la falsa paz. ¿Posibilismo? Dejémoslo en que Buero escogió compartir el destino de su pueblo.
Jacobo MUñOZ
El posibilismo imposible
EI que ahora se traiga a colación el "posibilismo" de Buero, mE parece un poco de... rencor ante e éxito, que se desahoga a destiempo. Yo he admirado el teatro de Buero en lo que he creído su mayo¡ virtud -según podemos apreciarla hoy mejor que ayer- que es la de ur perfecto conservador de la comedia, según una pauta trazada por e mejor teatro realista del siglo XIX, ni más ni menos que el famoso teatro de Jean Paul Sartre -ahora en el olvido- que se otorgó toda la libertad para plantear un teatro de ideas er un clima de tolerancia y extrema curiosidad intelectual. Porque, en tiempos de Buero y en España, hasta la izquierda socialista más ortodoxa y emboscada -y mártir- tampoco "pedía más" de lo que pronto iba e recibir por parte del reflexivo teatro de Sartre o el de Camus, y aun el de este último, más discutible. De toda manifestación de vanguardia y experimentación con las formas se desconfiaba en grado sumo en las "dos Españas" y en la que sobra. Téngase en cuenta que, para el público y la crítica que mejor podía alardear de progresista, no sólo estaba vetado el teatro de Valle Inclán, sino que coincidía casi de lleno en la opinión de que éste "era irrepresentable". "Toda renovación formal del teatro viene de dentro del teatro mismo y de su mera iniciativa". Más conservadora y posibilista que la profesión teatral española no he visto ninguna.
Francisco NIEVA
Posibilismo marrano o colaboracionista
EI concepto de posibilismo alcanza una cierta precisión sólo como concepto negativo, como negación o imposibilidad de la oposición, individual o colectiva, organizada o difusa, a un sistema político que impone unos criterios estrictos para la expresión o la actuación de los ciudadanos.
Buero optó claramente por la vía del posibilismo, en contra de Sastre, por ejemplo, que propugnaba la rescisión total de todo trato con el régimen, por cuanto supondría una colaboración con las instituciones del sistema, por ejemplo, con sus instituciones teatrales. En todo caso Buero no fue propiamente un traidor o un colaboracionista, ni siquiera un marrano. Pero tampoco es clara que pudiera ser considerada su actitud como orientada a dejar testimonio existencial de una acción movida por la esperanza en una sociedad democrática como la que el pudo ir conociendo en la últimas décadas del siglo. Acaso lo que Buero esperaba, si es que no era simplemente un escéptico, una republica socialista más en la línea de los proyectos de sus amigos comunistas. Y entonces ¿podrían tomar de aquí los radicales antiposibilistas un argumento para condenar al posibilismo de Buero, si no como una traición, sí como una equivocación? Pero ¿cómo podrían probar los radicales antiposibilistas que su actitud fue la correcta?
Gustavo BUENO
La pendiente resbaladiza
La obra, y tal vez más la vida de Buero, parece que fueron posibilistas. El posibilismo, en términos políticos, suele equipararse a reformismo e incluso a pragmatismo. Y se opone al cambio radical o revolucionario. Mientras el primero quiere la transformación desde lo existente, el segundo opta por la negación sin fisuras. Las cosas, sin embargo, no se presentan tan tipificadas sino que ofrecen claroscuros y hasta matrimonios (a prueba) entre uno y otro. Desde un punto de vista neutral nada habría que objetar al posibilismo puesto que es una muestra de prudencia. Mucho dependerá del contexto y de la situación de salida. Pero el punto de vista neutral es bastante marciano y se exige una valoración más comprometida. En este sentido el posibilismo lleva dentro de sí la carga mortífera de la inercia aprovechada. Lo malo del posibilismo no es la capacidad de adaptación sino su tendencia; su pendiente resbaladiza. Y es que, hecha una concesión, la siguiente llega como por encanto. Y deja encantados. De republicano se puede pasar a monárquico absolutista. ¿Quiere esto decir que la otra orilla es la certera? Permítasenos una tercera opción que requiere arte. Consiste en tener un pie dentro y otro fuera. Lejos del nadar y guardar la ropa, habría que tratar de modificar lo que no gusta sin que acabe gustando. En caso contrario los hechos se tragan los valores y el posibilismo es algo imposible.
La cuadratura del círculo
¿Hay que quedarse dentro o es mejor marchar fuera? La pregunta se me antoja esencialmente retórica. En primer lugar, lo que habitualmente ocurre es que no se pueda elegir entre las dos alternativas. Muchos van porque no tienen más remedio, y muchos se quedan por mismo. En segundo lugar, la disyuntiva lo reduce todo a la militancia política, y entonces, no sólo es retórica, sino que, además, inhumana. Tomemos a un escritor: hay escritores que se crecen, es más, que se forman, estando fuera. Tal fue el caso de Joyce para quien el exilio voluntario constituyó una fuente de inspiración. Joyce hablaba inglés con acento italiano, pero, al tiempo, reinventó el inglés. Y existen también escritores que, extrañados del idioma patrio, se desorganizar pierden el tino. ¿No sería bárbaro, no sería estúpido insistir en que se vayan? Por último: existen escritores que se quedan y, de añadidura, lo pasan muy mal. ¿Les reprocharemos el haberlo pasa mal? Esto representaría ya, realmente, la cuadratura del círculo.
Álvaro DELGADO-G,
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