2. Generalidades.
1. El tema ortográfico del empleo de mayúsculas y minúsculas es el menos fijado en el idioma español. Existen, por parte de la Academia, unas normas a todas luces insuficientes y en algunos casos contradictorias, sobre todo si, al propio tiempo que se estudia lo legislado en la ORAE, se comprueba su aplicación en el DRAE: una y otro parecen redactados por entidades distintas y en muchos casos contrapuestas, a tal punto que lo que prescribe la ORAE no lo cumple el DRAE, o este tiene aplicaciones no previstas ni tratadas en aquella. A esta falta de coherencia se refieren prácticamente todos los ortógrafos actuales, cuando menos aquellos que han pretendido penetrar en los intersticios de las normas académicas y de sus aplicaciones; así, Moliner (1980, II, 370 ss.); Polo (1974, 187 ss.); Carnicer (1972, 209 ss.), Fernández Castillo (1969, 41 ss.). Carnicer (l. cit.) dice: «Las normas dictadas por la Academia para el uso de las iniciales mayúsculas [...] ni son siempre un prodigio de precisión ni resuelven todas las vacilaciones que suscita este aspecto de la ortografía. Reflejo de ello lo hallamos en el Diccionario de la propia Academia, donde palabras sujetas a la misma aplicación o de función equivalente se imprimen unas veces con inicial mayúscula y otras con minúscula».
2. Como norma general orientadora, debe tenerse en cuenta que, por lo que respecta al empleo de mayúsculas iniciales, el español se halla a medio camino entre la superabundancia del alemán, la abundancia del inglés y la escasez del francés. Usamos más mayúsculas que los franceses, pero menos que los ingleses y alemanes. Cada lengua tiene sus características gráficas, y la de la mayúscula es una más. Nuestro idioma debe tender a la minusculización, la cual obedece a razones históricas difíciles de justificar, pero que pueden observarse estudiando las grafías clásicas y las actuales. Como dice Carnicer (1972, 210), «Uno de los cambios más notables (y así ha ocurrido en inglés) es el de minusculizar la inicial del sustantivo, frente a lo que, por ejemplo, se advierte en dos ediciones que tengo a la vista, una de santa Teresa (1622) y otra de Francisco Fabro (1673), donde es muy frecuente el sustantivo con inicial mayúscula. Un siglo después, en el Diccionario de Autoridades de la Academia (1726) encontramos con mayúscula los nombres de profesión (civil, militar y religiosa), así como los gentilicios. A mediados del siglo XIX (Gil y Carrasco, 1844), apenas hay nombres con mayúscula, salvo los propios. El proceso de minusculización se mantiene, con variantes personales, hasta nuestros días».
3. Hay, sin embargo, en la utilización de mayúsculas una tendencia que obedece a razones subjetivas. La mayúscula se justifica solamente por el deseo de expresar con ella exaltación, interés personal o colectivo, respeto, veneración, etcétera, que nada tienen que ver, en general, con razones puramente ortográficas. Muchas personas son incapaces de escribir naturaleza, destino, etcétera, con minúscula, porque les parece que no quedan suficientemente destacadas. La exaltación de lo propio por medio de la mayúscula es otro rasgo de esto que vengo exponiendo.
Así, en escritos religiosos aparecerán con mayúscula Cruz, Hostia, Sagrada Forma, Misa, San, Fray; en escritos militares, los nombres de las armas y todos los cargos; y así en todo lo demás.
4. Dada la dificultad para tratar este tema, en el que para ser más o menos completo habría que analizar palabra por palabra y los casos en que podría encontrarse usada, prefiero estudiarlo por conceptos, de manera que, en cada campo, lo válido para los ejemplos que se ponen lo sería también para los que se omiten.
José Martínez de Sousa
de Mayúsculas y minúsculas
Diccionario de ortografía de la lengua española, 1996
Paraninfo. Madrid, 1996
(2ª Edición del año 2000, agotada)*
_____
(*) Disponible, sin embargo, su Diccionario de uso de las mayúsculas y minúsculas. TREA. Gijón, Asturias, 2007
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.