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LAS MOCEDADES DE ULISES (Álvaro Cunqueiro)

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HISTORIA DE LA CASA REAL DE ÍTACA
 
--Que no os parezca, amigos, vanidad, el que yo me presente en esta solemne ocasión a decir las sangres que concurren en el recién nacido que la noble viuda Elices, hábil partera, acerca hoy a la pila bautismal. De mi rama no queda en Ítaca ningún varón a quien este honor pudiera ser concedido. Propio de las leártidas estirpes ha sido navegar, y no hay isla en la Hélade en la que no hayamos encendido fuego y cavado una tumba. Hace varios siglos que a Ítaca llegó uno de los míos, apodado Hipobotes, criador de caballos, huyendo de la peste negra que diezmaba en Argos. Traía en su nave una hermosa yegua alazana. Los ítacos nunca habíais visto un equino. Dejasteis en la arena las huellas de vuestros veloces pies al huir cuando la yegua saltó de la nave, relinchando, sujeta del ronzal por el esbelto Hiporbotes. Mi antepasado se estableció en el monte, en las habas mismas en que yo carboneo. Vivía de la caza, y cambiaba a vuestros abuelos perdices heridas de flecha, todavía palpitantes, por hogazas de pan y bollos de manteca. Pidió mujer entre vosotros y se la negasteis, pues decíais que era de raza centáurica y saldría cuadrúpeda la descendencia, y en vez de humano lenguaje poseería el don del relincho estrepitoso. Pero hay dioses más compasivos que los hombres, e Hipobotes comenzó a sentir carnal amor por su yegua, que con las primeras tinieblas nocturnas se mudaba en hermosa mujer, somnolienta como roja amapola. La mano de Hipobotes sobre la grupa de la yegua, acariciaba monótonos gruñidos agradecidos. Y de la misteriosa coyunda nacieron a la vez Hipobotes II y el alazán de claro lucero. A Hipobotes II le llamasteis Okómoros, el que muere mozo, porque recibiendo a los quince años vuestras naves, murió defendiendo la bahía patria contra normandos. Arrepentidos de vuestra antropomórfica soberbia, disteis a Hipobotes vuestras propias mujeres, pero solamente una aceptó, a Circea, dueña de hermosas barbas rubias. De ella nació Alejos el Converso, padre de Apolonio el Cojo. Okímoros, antes de morir, dejó su precoz simiente en Eumea, madre de Apolonio el Cantor. Cuando el anciano Hipobotes se tumbó en el colchón de crin para morir, al lado de su lecho estaban cinco hijos y veintitrés nietos, entre varones, hembras, corceles, yeguas y potros de su estirpe. Pidió a Circea que se acercase, y acarició por última vez su suave barba, ya canosa. Pidió un peine de plata y se la partió y peinó. Pidió esencia de zarzaparrilla y se la perfumó.



--Envejeciste a mi lado, pero más lentamente –dijo.



Dio gracias a Poseidón por tan larga vida como le había concedido, y con las libres y veraces manos recogió de su misma boca la propia alma inmortal, para entregarla a Bóreas, perpetuamente puro. Su humana familia inclinó en silencio la agobiada cabeza, mientras la hípica descendencia huía a los montes, galopando…





Álvaro Cunqueiro
Las mocedades de Ulises, 1960


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