Constituye para mí un honor y
un privilegio el poder hablar en este I Coloquio de la Sociedad de Literatura
Española del Siglo XIX, que se celebra en Barcelona, -donde por cierto me
nacieron-, de Leopoldo Alas «Clarín», tanto más cuando, como sabemos, en la
Ciudad Condal se editó por vez primera La
Regenta. Bien conocido Alas tras la emotiva semblanza biográfica que de
él trazó hace más de medio siglo mi inolvidable amigo Juan Antonio Cabezas, como
«El provinciano universal», aunque muchos más bien le consideren «El asturiano
universal», pese a haber nacido en Zamora en el año 1852, ello no sería
obstáculo para que «Clarín» se contemplase siempre tan asturiano como sus padres
y concretando un «carbayón» de cuerpo entero. El caso es que «Clarín»
acompañaría, aún niño, a sus progenitores cuando éstos regresaron a Asturias
desde Castilla, pudiendo hacer así el bachillerato en Oviedo y graduarse en su
Universidad, donde se licencia en Derecho en 1871. Acto seguido se trasladaría a
la Corte para hacer allí el Doctorado. Pasará diez largos años en la capital,
dando rienda suelta a particulares intereses intelectuales. Son años decisivos
para una España alienada, tras el derrocamiento de Isabel II, el advenimiento de
Amadeo I de Saboya como nuevo Rey, y, finalmente la proclamación de la I
República. El joven Alas, que se ha declarado ya liberal, se preocupa hondamente
por los cambios que conoce España, observando agudamente la escena política, las
modas literarias, las mentalidades a que accede, las ideologías a la vez que
frecuenta las tertulias literarias a la vez que se hace asiduo del Ateneo
Artístico, Científico y Literario de Madrid, en cuya actual sede, he podido
comprobar, como socio del mismo durante casi medio siglo que en sus ficheros
bibliográficos se conservan incluso aún manuscritos clarinianos, que dan fe de
la intensa actividad que Alas desarrolló en la docta casa.
Por otra parte, en la
Universidad, en la que paulatinamente va imponiéndose el Krausismo, Alas se
manifiesta ya abiertamente republicano. En el Alma
Mater matritense no se limitará a cursar su doctorado en Derecho, sino
que también se matriculará en Filosofía y Letras. Al mismo tiempo colaborará en
varios periódicos, mayormente semanarios, iniciando así la que sería una larga
carrera de crítico y de satírico. En 1875 adoptará el pseudónimo de «Clarín»,
tomado del nombre o mote del «gracioso» en La
vida es sueño de Pedro Calderón de la Barca. Terminado su doctorado en
1878, Leopoldo Alas continuaría escribiendo artículos de crítica literaria y en
1881, año en que dejaría la Corte, publicaría su primera colección de ensayos.
Los siguientes años, ya en
Oviedo, revistieron gran importancia para la vida de «Clarín». No vamos a entrar
en detalles, dado que éstos han sido recogidos por prestigiados biógrafos, desde
el finado J. A. Cabezas al bien conocido José María Martínez Cachero. Sólo
diremos que en 1882 se casó, pasando a desempeñar una cátedra en la Universidad
de Zaragoza, desde donde se trasladaría un año después a la Universidad de
Oviedo, como profesor de Derecho Romano. En Oviedo y a lo largo de toda su
existencia Alas se irá realizando como profesor universitario, cuyo magro sueldo
le sirve para mantener a su esposa y los hijos, -tres-, que van llegando. Sueldo
más bien insuficiente, dadas las exigencias del medio burgués en que le ha
tocado vivir. No obstante lo complementará mediante artículos y colaboraciones
literarias en su mayoría publicados en distintos semanarios nacionales.
Al iniciarse la década de
1880, «Clarín» desarrolla ya una gran actividad creadora e intelectual. Aparte
de varios volúmenes de crítica y los cuentos que reúne en Pipá (1886), publica ese genial retrato de la
España provinciana de la Restauración que constituye su densa novela La Regenta y que marcará un hito en la vida de
Alas. La Regenta publicada entre 1884 y
1885, tuvo un éxito inmediato, pero la reacción crítica que suscitó creó dos
campos opuestos de opinión, entre los que la aplaudían y degustaban y los que la
desaprobaban, por tiquis miquis, no sólo por el presunto anticlericalismo, sino
también de un presunto plagio de Madame
Bovary del que le acusaría el periodista L. Bonafoux, comprado por los
canovistas... De aquí que su publicación diera lugar a una larga polémica, -a
veces encarnizada-, que llegó a polarizar ambos campos.
Tras la publicación de La Regenta Alas comenzó a sufrir altibajos
varios en su salud, mayormente crisis de depresión, caracterizadas por la falta
de confianza en sus propias dotes creativas y también, según una tradición que
aún colea en Oviedo, por creerse abandonado por la suerte en sus partidas del
casino, dado que aunque apenas biógrafo alguno lo ha recordado, Alas era un
redomado ludópata, gastándose en juegos de azar parte de sus ingresos por
colaboraciones literarias. Esta afición al juego ya la desvelaron, aunque en
distinta reflexión J. Blanchat y J. -F. Botrel, tras notar que «Clarín» entabla
con su editor un verdadero juego, al mandarle el texto con omisiones
particulares de La Regenta y Su único hijo, salvando las carencias al
recibir las pruebas y perfeccionando el texto. Sin embargo hacia los noventa
pareció haber superado el bache que le afectó emocional e ideológicamente. De
entonces datan unos pocos ensayos críticos.
Por otra parte, sabemos que,
pese a proyectos novelísticos un tanto ambiciosos, sólo llevó a feliz término
una segunda novela larga: Su único hijo
(1891), en la que hemos podido detectar diversas reflexiones en clave y un
aprovechamiento de personajes y situaciones de otros relatos. Conoció desigual
acogida, cayendo prácticamente en el olvido hasta su cuidada reedición moderna,
(1979) obra de la «clarinóloga» Carolyn Richmond.
En la década final de su vida,
pese a que su prestigio literario ya declinaba, «Clarín» seguía siendo «el
dictador literario de Oviedo» (Juan Antonio Cabezas), continuaba escribiendo
artículos, muchos de los cuales han sido recogidos en diversos volúmenes.
También, y en el campo de la narrativa de ficción fue autor de cuentos
y novelas breves, bastantes más de los que se vienen inventariando. En alguno de
esos relatos incluso llegará a transmitir a sus protagonistas sus propios
estados anímicos. Sabemos, por otra parte de su única tentativa en el campo
teatral: la obra Teresa que fue un
fiasco. «Clarín» pues, se iba apagando lentamente en su querido Oviedo, más,
tras serle diagnosticada una tuberculosis intestinal, -hoy se diagnosticaría
cáncer-, que le llevó a la tumba en 1901.
Con su muerte, «Clarín»
conoció un relativo olvido por parte del público lector y la crítica, con
excepción de gentes como «Azorín», Ramón Pérez de Ayala, -antiguo alumno suyo en
la Universidad de Oviedo- y algún otro como el político Melquíades Álvarez al
recordar que la vida de Alas había sido la natural de «un obrero intelectual,
trabajando mucho y sin otra recompensa que la gloria y las estrecheces poco
envidiables de una modesta burguesía». Pronto, el de Leopoldo Alas «Clarín» se
recordó casi exclusivamente asociado su novela La Regenta, que la burguesía ovetense
reflejada en la misma nunca olvidaría, esperando un desquite. Ese llegaría al
estallar la Guerra Civil de (1936-39), en la que el hijo de «Clarín», a la sazón
Rector Magnífico de la Universidad de Oviedo, rindió a Vetusta el tributo de su
vida por la presunta afrenta paterna. Y durante años se substraería la
personalidad de «Clarín» del conocimiento público. No obstante, al cumplirse en
1952 el centenario de su nacimiento empezaría nuevamente a valorársele, tras
diversas recordaciones y estudios nacionales y foráneos. La revisión de «Clarín»
culminará en 1966, con una edición popular, (libro de bolsillo) de La Regenta, (Madrid, Alianza Editorial), que
constituyó un auténtico impacto para las nuevas generaciones que desconocían su
obra, al igual que la de otros intelectuales y escritores proscritos por el
régimen franquista. La conmemoración en Oviedo/Vetusta en 1986 y bajo una
alcaldía socialista de la primera publicación en Barcelona de La Regenta con la celebración de un memorable
Simposio, dejaría finalmente las cosas en su sitio.
«Clarín» en el siglo
XIX.
Hemos subrayado que «Clarín»
cultivó tanto la crítica literaria como la novela. En dicho campo nos dejó,
-también lo hemos dicho-, varias obras inconclusas, quizá veinte, según el
inventario que en su día hizo Adolfo Posada (1909). Así Juanito Reseco (circa 1875); Speraindeo (1880); Las vírgenes locas (1886, obra colectiva en la
que colabora); Palomares (1887); Cuesta abajo (1890-1891); Tambor y gaita (1891). A toda esta producción
inconclusa, junto con La Regenta, Su único hijo y numerosos relatos cortos que
ha estudiado recientemente José Mª Martínez Cachero, como Doña Berta, Cuervo y Superchería (1892), encontramos ideas y
temática que va a proyectar en su novelística. Todo esto nos sirve para
enjuiciar mejor hoy, con cierta perspectiva histórica, el legado de «Clarín» y
llegando a una conclusión que hasta ahora no se habían planteado muchos
especialistas que han estudiado su obra y su entorno. Esta es que la narrativa
de «Clarín» no cabe circunscribirla totalmente, como hacen muchos, a la
corriente naturalista/realista que se impone en la Europa del último tercio de
siglo y en España, prácticamente con la Restauración Borbónica, dado que en la
obra clariniana se atisba por la misma inclinación
del autor, cierta tendencia a la «narrativa espiritual» legado del Romanticismo,
que a veces llega a expresarse paródicamente. Este planteamiento que sugerimos
se inspira en nuestro conocimiento particular de la evolución de la narrativa
española durante todo el siglo XIX, incluyendo las diversas manifestaciones que
conoce el llamado Romanticismo con alguna de cuyas últimas producciones habrá de
conocer Alas durante su estancia en Madrid, dejándole una cierta impronta, pese
a que cuando «Clarín» se impone en la crítica literaria y empieza a cultivar la
narrativa, se adherirá como lo harán Benito Pérez Galdós, Emilia Pardo Bazán, el
primer Palacio Valdés y algún otro contemporáneo, al naturalismo de Zola y de
Flaubert, que habrá de encontrar ya su clara expresión en La Regenta y Su único hijo del «Clarín» ovetense. Ello no
quiere decir que «Clarín» haya optado por renunciar definitivamente a una
narrativa idealista, a considerar deudora del melodrama y el sentimentalismo
románticos, a integrarse en las innovaciones subjetivas, psicológicas y líricas,
de diversos autores hispanos del último tercio del siglo que optarán por la
fácil disyuntiva que le brindan, por un lado las pautas abiertas por la «novela
gótica» o la «novela histórica», mediante el auge logrado por el folletín, sino
también por la narrativa costumbrista e incluso pseudosocial.
No estamos seguros de saber
los sentimientos que entrañó para «Clarín» la llamada literatura romántica que
emerge en Europa para la mayoría de los tratadistas entre 1780 y 1830
coincidiendo con la emergencia de las llamadas nacionalidades modernas. Tampoco
cabe fijar aquí una cronología correcta fijando la duración del Romanticismo en
España, tanto más cuando a éste se le atribuirán tantas cosas y movimientos
ideológicos, que van desde la Revolución Francesa al Movimiento de Oxford, el
regreso a la naturaleza, la filosofía de Hegel, la filosofía de Schopenhauer, la
filosofía de Nietzsche y, ¿por qué no? la filosofía de Krause... Henos así pues
ante un planteamiento que se antoja completo, más si consideramos al
Romanticismo como «constante histórica» que llega a contaminar a «Clarín», sobre
todo en lo que se refiere a Romanticismo filosófico, en otras palabras, ideario.
Cuestión ésta que ha inspirado en cierto modo el cogollo de esta
comunicación.
Ahí está, pongamos por caso la
actitud clariniana de integrarse, ya en Oviedo, en el Naturalismo/Realismo que
irrumpe en la literatura de su tiempo, sin rechazar posiciones como el mismo
anticlericalismo, -que por otra parte
profesaron abundantemente muchos románticos-, o el tema recurrente del adulterio, que no sólo se hará tópico en Zola,
sino también en autores del prestigio de Flaubert, Tolstoi, Bourget, Maupassant,
Fontane y otros, como probó Biruté Ciplijauskaité (El adulterio en la novela realista, Barcelona,
1984). En «Clarín» encontramos por otra parte la forma en que aborda la religiosidad de las gentes, a través de
diversa narrativa corta, o el mismo tema de la muerte, tan obsesivo para los románticos, y
que, a fin de cuentas, no puede menos que preocuparle dado su propio estado
enfermizo, aparte de los problemas con que ha enfrentarse día a día en su
querido Oviedo. Todo ello nos hace pensar que a pesar de los ríos de tinta
dedicados a Leopoldo Alas, «Clarín» desde la conmemoración de la primera
publicación de La Regenta, sigue siendo
hasta cierto punto un gran desconocido como ser humano y escritor que sentía y
padecía como cualquiera de nosotros. De aquí que pensemos que no dudó en apelar
en más
de una ocasión a un ideario que, tras los estudios de Lovejoy, cabe considerar
romántico, pese a que a más de uno se le antoje trasnochado, literariamente
hablando, al no rimar quizá con la vocación crítica y literaria de «Clarín»,
pero que Alas respeta y en cierto modo sigue, al declararse, no solo liberal y
republicano, sino también krausista.
El Krausismo como expresión
mística romántica.
Quizá contemos hoy con tanta
bibliografía sobre el krausismo y K. C. F. Krause, (1781-1832), como sobre
«Clarín». Como sabemos, Krause es el pensador alemán que, en pleno Romanticismo,
logró imponer una ideología filosófica hasta cierto punto fundamental en
Bélgica, Holanda y en España, a la vez que una forma de pensamiento particular
que hará suya el español Julián Sanz del Río, con su Ideal de la Humanidad, donde se traduce y
refunde en gran parte la obra de Krause constituyendo así, una especie de
Catecismo para la Institución Libre de la Enseñanza, fundada por Francisco y
Hermenegildo Giner de los Ríos, Nicolás Salmerón, Gumersindo de Azcárate,
Joaquín Costa, etc., una entidad llamada a desempeñar un trascendental papel en
la vida intelectual y académica española de la Restauración, que contrasta con
la vetustez reaccionaria y anquilosada de otros educadores anclados en la
herencia del Antiguo Régimen, en un irreductible culto a la Corona y en el
nacional-catolicismo.
A la Institución Libre de la
Enseñanza se adherirá Leopoldo Alas en cuerpo y alma, viviendo aún en Madrid,
con las bendiciones de conocidos pensadores y políticos de la I República como,
pongamos por caso, F. Giner de los Ríos y múltiple profesorado, que impone la
ideología krausista en numerosas Universidades de España y que logran hacer de
la Universidad de Oviedo de fin de siglo, una auténtico baluarte a enfrentarse a
«lo tradicional» y el conservadurismo ortodoxo con un Marcelino Menéndez Pelayo
como estandarte. En Oviedo el Krausismo contará con adeptos como Adolfo Posada,
Rafael Altamira, Fermín Canella, Aniceto Sela y Leopoldo Alas «Clarín».
Pensamos que es en Krause,
mejor dicho en el Krausismo, donde habremos de bucear, el hálito romántico que
siempre vivió en «Clarín» y que acertará a conciliar con el Naturalismo/Realismo
que se impone en la novelística europea.
Esto quizá explique en gran
parte el contenido de la obra narrativa de «Clarín», pero también sus quiebros,
indecisiones y crisis más, cuando Alas era un hombre con la suficiente
sensibilidad como para comprender los trastornos de su época, tras admitir las
alternativas que se imponen a la novela vista como «épica del siglo».
El Romanticismo y Liberalismo
clariniano en su expresión filosófica y literaria.
Hechas estas puntualizaciones,
quizá podamos comprender al Leopoldo Alas «Clarín», que nos presenta Yvan
Lissorgues, tras el análisis de las diversas preocupaciones filosóficas, éticas,
religiosas, estéticas e incluso a expresarse a lo largo de la carrera
intelectual de Alas, dictadas ya por el idealismo, ya por el racionalismo.
Lissorgues en su tesis El pensamiento
filosófico y religioso de Leopoldo Alas, Clarín (1981), escrita ya hace
tres lustros y cuya edición revisada y en castellano hemos tenido el privilegio
de llevar a cabo hace unos meses, habla empero de las sucesivas intensidades que conoce el espiritualismo
clariniano, bien evidente en Su único
hijo, aunque posiblemente ya anidaba en el Alas republicano asiduo del
Ateneo madrileño. Con el tiempo es obvio que este subconsciente romántico, que
el prologuista de Lissorgues, Laureano Bonet acierta a llamar «vena
espiritualista» de «Clarín» seguirá expresándose en Oviedo, pese a los
obstáculos y crecientes dificultades con que topa y que permiten quizás, en una
metáfora feliz de Eugène M. de Vogue, recordada con el propio Bonet comparar a
«Clarín» con «aquellas cigüeñas que no entran en el templo pero hacen su nido en
la torre». El problema suscitado está tratado magistralmente por Lissorgues en
su libro, al reconocer que la ideología y doctrinas krausistas influyeron
profundamente en Alas durante su estancia madrileña, es decir desde 1871 a 1882,
(pp. 156-157 de nuestra edición de Lissorgues). Por entonces, la Universidad de
Madrid conocía una auténtica revolución ideológica, que afecta indefectiblemente
a nuestro hombre y que precisamente culminaría con la creación de la Institución Libre de la Enseñanza.
Aquí quisiéramos terminar. Se
trata de una hipótesis de trabajo que puede dar pie a un minucioso estudio que
ofrezco a los clarinistas, a la vez que revisar guiados por Lissorgues, las
sucesivas intensidades del espiritualismo clariniano, que habrán de nutrir las
preocupaciones de muchos de los que constituirían la llamada Generación de 1898.
José Manuel Gómez Tabanera
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