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LA REGENTA. INTERTEXTUALIDADES (Juan Oleza)

  






No quisiera que este trabajo dejara de plantearse el eco en La Regenta de otros textos literarios, pues desde Brent (1951) hemos aprendido a contemplar la novela como un complejo espacio intertextual. Sin embargo, no hablaré aquí de lo ya conocido y comentado hasta la saciedad. Ahorraré a mis oyentes toda referencia a Madame Bovary, a La Conquête de Plassans, a O primo Basilio, a Renan o al mito de Fausto6. Me centraré en cambio en algún motivo poco estudiado, pero de gran interés. —174→ Tal vez las resonancias más fuertes de La Regenta procedan, al fin y al cabo, de la obra de Galdós. Bien conocido es por los estudiosos el paralelismo entre la obra narrativa de don Benito y la crítica de «Clarín», y el papel determinante y simultáneo que ambas juegan en la evolución y cambio de la novela restauracionista. En La Regenta vamos a asistir, asombrados, a como la novelística de Galdós abastece la novela de «Clarín» a través de la crítica de este a aquel. Comentando los problemas de Tormento, aparecida en enero de 1884 y del primer volumen de Lo prohibido, aparecido en noviembre del mismo año, esto es, cuando aún está redactando su novela, «Clarín» se ayuda a sí mismo a plantearse y a resolver los problemas de esta. Un síntoma claro, en el que es posible comprobar cómo «Clarín» piensa más en sí mismo que en Galdós al criticar estas novelas, se encuentra en el lapsus que comete en su comentario de Lo prohibido, y que ya advirtiera Sobejano (1976), al llamar a Isabela, la «española inglesa» de Cervantes, Camila, esto es, la española inglesa de «Clarín». En el capítulo XVIII lanza «Clarín» una acusación contra don Víctor que a un novelista romántico le hubiera parecido descalificadora: «Hasta en el estilo se notaba que Quintanar carecía de carácter». Pero justamente «Clarín» había teorizado sobre ello en su comentario a Tormento (Galdós, p. 131): «¿Necesitaré pararme a demostrar que los caracteres débiles también pueden ser objeto de la novela? (...) Es más: en las medias tintas, en los temperamentos indecisos está el acerbo común de la observación novelable; el arte consiste en saber buscar a esto su belleza». Al «Clarín» que profundiza en la psicología de Ana le debió torturar el tratamiento novelístico de la mujer como personaje, pues comenta con referencia a Tormento de Galdós: «en general, la mujer está poco estudiada en nuestra literatura contemporánea; se la trata en abstracto, se la pinta ángel o culebra, pero se la separa de su ambiente, de su olor, de sus trapos, de sus ensueños, de sus realidades, de sus caídas, de sus errores, de sus caprichos». Ni siquiera Galdós había logrado un gran personaje femenino, aunque «Clarín» intuye las posibilidades de Rosalía Pipaón de la Barca, aún no convertida en protagonista de La de Bringas. Y también le obsesiona el tratamiento del mundo de la aristocracia, y en ese mismo comentario a Tormento escribe: «Nuestro gran mundo, por ejemplo, está sin estudiar. Valera pudo acaso estudiarlo, pero no quiso; Alarcón (...) es un gran ingenio que no estudia nada (...) El interior ahumado de nuestra nobleza y de nuestras familias ricas y empingorotadas no lo conocemos (...) Me atrevo a decir que no contamos con una sola descripción auténtica y artística de un salón madrileño, de un baile aristocrático, de una quinta de un grande, de un traje de una gran señora. (¡Cuánto se ríe Emilia Pardo Bazán de los vestidos que nuestros novelistas cuelgan a las damas!)». Las peor descritas son las mujeres de la aristocracia. —175→ «Y aunque yo no las trato, se me figura -por lo que sé de oídas- que algo más se podría decir de estas señoras que lo que dicen los revisteros del sport y los salones». Al paso de esta laguna venía a salir La Regenta con «la clase» de las señoritas Ozores y el mundo, de los Vegallana.

Pero, como es lógico, lo que más le obsesiona es la figura del sacerdote y el mundo del cabildo. Comentando Tormento, de nuevo, nos dice «Clarín» que «un ilustrado sacerdote», «que acaso nos sorprenda el mejor día con una novela en que se describa gran parte de la vida aristocrática», le decía: «los curas de los novelistas casi siempre son falsos: debajo de la sotana no sucede eso que ellos creen; los Jocelin son tan reales como Eurico, como Claudio Frollo, como el padre Manrique, como el abate Faujas, como Monseñor Bienvenido. Y como los clérigos de Champfleury que son falsos todos: los curas, para bien y para mal, somos de otra manera». Y comenta «Clarín»: «Como yo no he sido cura en mi vida, ni llevo ya camino de serlo, ignoro hasta qué punto decía bien el futuro novelista de sotana; pero sí me atrevo a señalar en el cura Polo de Tormento un cura muy probable» (Galdós, p. 131). Así que cuando en La Regenta, y en el capítulo XII, nos encontramos con la figura de Contracayes, el cura lujurioso, y lo vemos sonreír «como un oso», ello nos lleva a recordar la fascinación de «Clarín» por el tipo de cura rural, fanatizado y salvaje, «agreste, huraño, capaz de empuñar un fusil, disparar una excomunión, escribir un artículo en El Siglo Futuro (ESo, 17-V-1876) de sus artículos periodísticos, pero también su fascinación ante el Polo galdosiano, de quien escribe: «Polo no es el apóstata trascendental que se separa de la Iglesia por cuestión de creencias (...): es el cura que se deja crecer la barba por el alma y por la cara; el clérigo que cría maleza, que tira al estado primitivo por fuerzas del temperamento, por equivocar la vocación, no por llevar la contraria al celibato eclesiástico, ni al Gregorio XVI, ni al Concilio de Trento, ni a la Clementina única (...) le retiran las licencias ¡bueno!, y poco a poco se va convirtiendo en un oso con ictericia (...) enamorado como quien tiene la rabia, sueña con la vida de la fiera...» (Galdós, p. 132). En Contracayes, «Clarín» elaboró todo un homenaje, casi simultáneo, al cura de Galdós.






Juan Oleza

Extraído de
Biblioteca Virtual Cervantes


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