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De la
famosa México el asiento
Oh tú,
heroica beldad, saber profundo,
que por
milagro puesta a los mortales
en todo
fuiste la última del inundo;
criada en
los desiertos arenales,
sobre que
el mar del Sur resaca y quiebra
nácar
lustroso y perlas orientales;
do
haciendo a tu valor notoria quiebra,
el tiempo
fue tragando con su llama
tu rico
estambre y su preciosa hebra;
de un
tronco ilustre generosa rama,
sujeto
digno de que el mundo sea
coluna
eterna a tu renombre y fama:
oye un
rato, señora, a quien desea
aficionarte
a la ciudad más rica,
que el
mundo goza en cuanto el sol rodea.
Y si mi
pluma a este furor se aplica,
y deja tu
alabanza, es que se siente
corta a
tal vuelo, a tal grandeza chica.
¿Qué Atlal
ic e habrá, qué Alcides que sustente
peso de
ciclo, y baste a tan gran carga,
si tú no
das la fuerza suficiente?
Dejo tu
gran nobleza, que se alarga
a nacer de
principio tan incierto,
que no es
la escura antigüedad más larga.
De Tobar y
Guzmán hecho un injerto
al
Sandoval, que hoy sirve de coluna
al gran
peso del mundo y su concierto.
Dejo tu
discreción, con quien ninguna
corrió
parejas en el siglo nuestro,
siendo en
grandezas mil, y en saber una;
que aunque
en otros sujetos lo que muestro
aquí por
sombras, fueran resplandores
de un
nombre ilustre en el pincel más diestro,
en ti es
lo menos que hay, y los menores
rayos de
claridad con que hermoseas
la tierra,
tu altivez y sus primores.
Y así se
queden para sólo ideas,
no immitables
de nadie, a ti ajustadas,
sólo a ti,
porque sola en todo seas.
Ahora en
las regiones estrelladas
las alas
de tu altivo pensamiento
anden cual
siempre suelen remontadas;
o en más
humilde y blando sentimiento
de la
fortuna culpen el agravio
de no
ajustarse a tu merecimiento;
o del
mordaz el venenoso labio,
que a
nadie perdonó, también se atreva
a mostrar
en tu envidia su resabio;
doquiera
que te hallare esta voz nueva,
en cielo,
en tierra, en gusto o en disgusto,
a oírla un
rato tu valor te mueva.
Que si es
en todo obedecerte justo,
esto es
hacer con propriedad mi oficio,
y
conformar el mío con tu gusto.
Mándasme
que te escriba algún indicio
de que he
llegado a esta ciudad famosa,
centro de
perfección, del mundo el quicio;
su
asiento, su grandeza populosa,
sus cosas
raras, su riqueza y trato,
su gente
ilustre, su labor pomposa.
Al fin, un
perfectísimo retrato
pides de
la grandeza mexicana,
ahora
cueste caro, ahora barato.
Cuidado es
grave y carga no liviana
la que
impones a fuerzas tan pequeñas,
mas no al
deseo de servirte y gana.
Y así, en
virtud del gusto con que enseñas
el mío a
hacer su ley de tu contento,
aquestas
son de México las señas.
Bañada de
un templado y fresco viento,
donde
nadie creyó que hubiese mundo
goza
florido y regalado asiento.
Casi
debajo el trópico fecundo,
que
reparte las flores de Amaltea
y de
perlas empreña el mar profundo,
dentro en
la zona por do el sol pasea,
y el
tierno abril envuelto en rosas anda,
sembrando
olores hechos de librea;
sobre una
delicada costra blanda,
que en dos
claras lagunas se sustenta,
cercada de
olas por cualquiera banda,
labrada en
grande proporción y cuenta
de torres,
chapiteles, ventanajes,
su máchina
soberbia se presenta.
Con
bellísimos lejos y paisajes,
salidas,
recreaciones y holguras,
huertas,
granjas, molinos y boscajes,
alamedas,
jardines, espesuras
de varias
plantas y de frutas bellas
en flor,
en cierne, en leche, ya maduras.
No tiene
tanto número de estrellas
el cielo,
como flores su guirnalda,
ni más
virtudes hay en él que en ellas.
De sus
altos vestidos de esmeralda,
que en
rico agosto y abundantes mieses
el bien y
el mal reparten de su falda,
nacen
llanos de iguales intereses,
cuya labor
y fértiles cosechas
en uno
rinden para muchos meses.
Tiene esta
gran ciudad sobre agua hechas
firmes
calzadas, que a su mucha gente
por
capaces que son vienen estrechas;
que ni el
caballo griego hizo puente
tan llena
de armas al troyano muro,
ni a
tantos guió Ulises el prudente;
ni cuando
con su cierzo el frío Arturo
los
árboles desnuda, de agostadas
hojas así
se cubre el suelo duro,
como en
estos caminos y calzadas
en todo
tiempo y todas ocasiones,
se ven
gentes cruzar amontonadas.
Recuas,
carros, carretas, carretones,
de plata,
oro, riquezas, bastimentos
cargados
salen, y entran a montones.
De varia
traza y varios movimientos
varias
figuras, rostros y semblantes,
de hombres
varios, de varios pensamientos;
arrieros,
oficiales, contratantes,
cachopines,
soldados, mercaderes,
galanes,
caballeros, pleiteantes;
clérigos,
frailes, hombres y mujeres,
de diversa
color y profesiones,
de vario
estado y varios pareceres;
diferentes
en lenguas y naciones,
en
propósitos, fines y deseos,
y aun a
veces en leyes y opiniones;
y todos
por atajos y rodeos
en esta
gran ciudad desaparecen
de
gigantes volviéndose pigmeos.
¡Oh
inmenso mar, donde por más que crecen
las olas y
avenidas de las cosas
si las
echan de ver ni se parecen!
Cruzan sus
anchas calles mil hermosas
acequias
que cual sierpes cristalinas
dan
vueltas y revueltas deleitosas,
llenas de
estrechos barcos, ricas minas
de
provisión, sustento y materiales
a sus
fábricas y obras peregrinas.
Anchos
caminos, puertos principales
por tierra
y agua a cuanto el gusto pide
y pueden
alcanzar deseos mortales.
Entra una
flota y otra se despide,
de regalos
cargada la que viene,
la que se
va del precio que los mide:
su sordo
ruido y tráfago entretiene,
el
contratar y aquel bullirse todo,
que nadie
un punto de sosiego tiene.
Por todas
partes la cudicia a rodo,
que ya
cuanto se trata y se practica
es interés
de un modo o de otro modo.
Este es el
sol que al mundo vivifica:
quien lo
conserva, rige y acrecienta,
lo ampara,
lo defiende y fortifica.
Por éste
el duro labrador sustenta
el áspero
rigor del tiempo helado,
y en sus
trabajos y sudor se alienta;
y el fiero
imitador de Marte airado
al ronco
son del alambor se mueve,
y en
limpio acero resplandece armado.
Si el
industrioso mercader se atreve
al
inconstante mar, y así remedia
de grandes
sumas la menor que debe;
si el
farsante recita su comedia,
y de
discreto y sabio se hace bobo,
para de
una hora hacer refl . la media;
si el
pastor soñoliento al fiero lobo
sigue y
persigue, y pasa un año entero
en vela al
pie de un áspero algarrobo;
si el
humilde oficial sufre el severo
rostro del
torpe que a mandarle llega,
y el suyo
al gusto ajeno hace pechero;
si uno
teje, otro cose, otro navega,
otro
descubre el !nuncio, otro conquista,
otro pone
demanda, otro la niega;
si el
sutil escribano papelista
la airosa
pluma con sabor voltea,
costoso y
desgraciado coronista;
si el
jurista fantástico pleitea,
si el
arrogante médico os aplica
la mano al
pulso y a Galeno hojea:
si reza el
ciego, si el prior predica,
si el
canónigo grave sigue el coro,
y el
sacristán de liberal se pica;
si en
corvas cimbrias artesones de oro
por las
soberbias arquitraves vuelan
con ricos
lazos de inmortal tesoro;
si la
escultura y el pincel consuelan
con sus
primores los curiosos ojos,
y en
contrahacer el mundo se desvelan;
y al fin,
si por industria o por antojos
de la vida
mortal, las ramas crecen
de espinas
secas y ásperos abrojos;
si unos a
otros se ayudan y obedecen,
y en esta
trabazón y engarce humano
los
hombres con su mundo permanecen,
el goloso
interés les da la mano,
refuerza
el gusto y acrecienta el brío,
y con el
suyo lo hace todo Ilano.
Quitad a
este gigante el señorío y
las leyes
que ha impuesto a los mortales;
volveréis
su concierto en desvarío.
Caerse han
las colunas principales
sobre que
el mundo y su grandeza estriba,
y en
confusión serán todos iguales.
Pues esta
oculta fuerza, fuente viva
de la vida
política, y aliento
que al más
tibio y helado pecho aviva,
entre
otros bienes suyos dio el asiento
a esta
insigne ciudad en sierras de agua,
y en su
edificio abrió el primer cimiento.
Y así
cuanto el ingenio humano fragua,
alcanza el
arte, y el deseo platica
en ella y
su laguna se desagua
y la
vuelve agradable, ilustre y rica.
Bernardo de Balbuena
Grandeza mexicana, 1604
(extraído de
_______
Grandeza Mexicana en:
Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes
Bernardo de Balbuena en
Wikipedia, pinchando aquí
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