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AUGUSTO MONTERROSO Y MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA: INTERTEXTUALIDAD Y JUEGO (Fernando Valerio Holguín)

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Augusto Monterroso considera que hay dos escritores cruciales en la literatura española: Luis de Góngora y Miguel de Cervantes. Acerca de ellos ha escrito diversos artículos y notas que han sido publicados en periódicos y revistas. Uno de los aspectos que más le interesa de estos dos autores es la erudición. Y «de la erudición, lo que más me atrae es el juego», agrega el escritor guatemalteco. A la luz de la poscrítica, en la que la representación juega un papel importante tanto en el discurso crítico como en el ficticio, Monterroso decide poner en práctica una intertextualidad lúdica con la erudición cervantina en la novela Lo demás es silencio. Las citas de Don Quijote, que se esparcen a todo lo largo de la novela de Monterroso, se encuentran, en su gran mayoría, vinculadas, al discurso de Eduardo Torres, el protagonista.

La novela-collage Lo demás es silencio de Augusto Monterroso está dividida en un addendum y en cuatro partes, disímiles, por demás, según declara el propio autor. Es en la segunda parte, «Selectas de Eduardo Torres», donde el escritor guatemalteco aprovecha para insertar el conjunto de escritos, entre los que se encuentran los del doctor Eduardo Torres, como la nota «Una nueva edición del Quijote» y la interpretación de la octava de Góngora «El pájaro y la cítara». En esta misma parte, aparecen también escritos como la «Carta censoria al ensayo anterior», en la que el crítico apócrifo F. R. refuta los comentarios de Eduardo Torres. En el «Punto final» del addendum, Eduardo Torres le da las gracias al editor por la publicación de dicha «recopilación», y aprovecha también para comentar sus propios trabajos, tales como el que escribiera acerca de Don Quijote y el de la octava de Góngora. Finalmente aparecen un índice de nombres, una bibliografía y una lista de abreviaturas, procedimientos poco usuales en un libro de ficción, aunque sí en uno de crítica.

En la segunda parte de Lo demás es silencio, Eduardo Torres comenta una nueva edición de Don Quijote. Primero, llama la atención que una nueva edición de Don Quijote, a menos que sea anotada por un experto, no tiene nada en particular; no es sino una entre miles de ediciones que se habrán hecho de Don Quijote. La única singularidad que posee esta edición es el hecho de haber sido impresa en Chile y no en España. Los comentarios de Eduardo Torres se destacan por su instrumentalismo moral a través de las citas. Señala el comentarista que «pocas novelas tienen esa particularidad de deleitar enseñando, y de pocas, también, se puede decir con más propiedad que castigat ridendo mores. Eduardo Torres le recomienda dicha obra a la juventud, «esa juventud que ahora sólo piensa en el baile, cuando no en el deporte». Estos comentarios tienen como función, entre otros, poner en evidencia la falsa erudición del comentarista, quien le atribuye la frase latina a Juvenal cuando en realidad es de Horacio, a la vez que aprovecha la ocasión para salir con la boutade de «el viejo Juvenal». La retórica de Eduardo Torres se encuentra plagada de adjetivos como «valiosa» y «bello» referidos a Don Quijote. A Cervantes se refiere como «el conocido y ya clásico escritor peninsular». Si bien es cierto que, desde el punto de vista de una taxonomía académica de los estudios literarios, Cervantes pertenece a la literatura peninsular, es innecesario referirse al mismo de esa manera, así como tampoco llamarlo «ya clásico», como si la fecha de publicación esa nueva edición marcara el punto de partida de lo que es clásico o no.

De las inexactitudes históricas y de la ignorancia de Eduardo Torres con respecto al español del siglo XVII nos informa el crítico apócrifo F. R. en una «Carta censoria al ensayo anterior», inserta en Lo demás es silencio y dirigida al director de la «Revista de la universidad de México», Jaime García Terrés. Según F. R., uno de los «errores garrafales» que comete Eduardo Torres, en cuanto a documentación histórica, es la afirmación de que Cervantes perdió su brazo izquierdo en la batalla de Lepanto.



También, Eduardo Torres muestra su ignorancia lingüística al decir que Don Quijote se está lleno de erratas, entre las que se encuentran «fuyan» en lugar de «huyan» e «hideputa» en vez de «hijo de puta». Frente a una ignorancia tan colosal acerca de la lengua, a F. R. no le queda más remedio que remitir a Eduardo Torres a una gramática histórica. La carta censoria está firmada por F. R., iniciales que probablemente aluden a Francisco Rodríguez Marín, crítico especializado en Don Quijote y al cual se refiere Monterroso como a aquél «que ha convertido la lectura de sus notas al pie de página en una delicia sólo paralela a la que produce la lectura del texto». El diálogo que se establece entre Eduardo Torres y F. R. remeda un poco los frecuentes comentarios que Francisco Rodríguez Marín le hace a otro crítico, Diego Clemencín, en la edición anotada de Don Quijote. Sólo que aquí quien remeda el discurso de Rodriguez Marín es Eduardo Torres.



En la introducción a la edición de Don Quijote, Francisco Rodríguez Marín señala que la editorial le propuso que le preparara dicha edición para su «linda colección». También, el propósito de esa edición consiste en corregir las erratas de ediciones anteriores. Por lo que el autor señala lo siguiente: «[C]onfío en que se leerán, por vez primera, muchos pasajes que, mal puntuados desde el principio, aun en las ediciones que pasan por más correctas andan sin hacer buen sentido, o, lo que es todavía peor, haciéndolo diferente del que les dio Cervantes». El propósito de corregir la novela, quitar una coma, explicar el uso de una preposición, así como del uso de adjetivos como lindo o bello, no difiere mucho de los comentarios hechos por Eduardo Torres en Lo demás es silencio con respecto a Don Quijote. Además, el mismo Eduardo Torres confiesa en el Addendum que en Lo demás es silencio, recopilación de sus escritos, «hay errores, frases mal trancriptas, incluso algunas que adquieren un sentido contrario al que yo quise darles».
 

Augusto Monterroso utiliza la novela Don Quijote para crear un juego intertextual entre autores, narradores y personajes reales y ficticios. De esa manera, construye su novela como un collage/ montage, procedimiento muy prestigioso en la poscrítica. El uso de este procedimiento poscrítico también le permite la desarticulación de los géneros literarios convencionales a través de una mayor problematización del discurso crítico, tal como lo plantea Roland Barthes. A través del juego, no sólo trastorna lo ya establecido sino que también toma una distancia (se aparta) y aparta al lector, confundiéndolo, como forma de tenderle una trampa. En una entrevista el escritor guatemalteco insiste en que además de poner a prueba los conocimientos del lector «puse a prueba los de los críticos, que pasan por esa y otras cosas con la inocencia de quien camina sobre las aguas». Con esta última afirmación Augusto Monterroso pone de manifiesto la clara intención de redefinir su relación con los críticos y los lectores a través de la intertextualidad con la novela de Cervantes.


Fernando Valerio Holguín





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