NULLA DIES SINE LINEA
—Envejezco
mal —dijo; y se murió
EL DINOSAURIO
Cuando
despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
LA OVEJA NEGRA
En
un lejano país existió hace muchos años una oveja negra.
Fue
fusilada.
Un
siglo después el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó
muy bien en el parque.
Así,
en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas
por las armas, para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes
pudieran ejercitarse también en la escultura.
LA TELA DE PENÉLOPE O
QUIÉN ENGAÑA A QUIÉN
Hace
muchos años vivía en Grecia un hombre llamado Ulises (quien a pesar de ser
bastante sabio era muy astuto), casado con Penélope, mujer bella y
singularmente dotada cuyo único defecto era su desmedida afición a tejer,
costumbre gracias a la cual pudo pasar sola largas temporadas.
Dice
la leyenda que en cada ocasión en que Ulises con su astucia observaba que a
pesar de sus prohibiciones ella se disponía una vez más a iniciar uno de sus
interminables tejidos, se le podía ver por las noches preparando a hurtadillas
sus botas y una buena braca, hasta que sin decirle nada se iba a recorrer el
mundo y a buscarse a sí mismo.
De
esta manera ella conseguía mantenerlo alejado mientras coqueteaba con sus
pretendientes, haciéndoles creer que tejía mientras Ulises viajaba y no que
Ulises viajaba mientras ella tejía, como pudo haber imaginado Homero, que, como
se sabe, a veces dormía y no se daba cuenta de nada.
MISTER TAYLOR
—Menos
rara, aunque sin duda más ejemplar —dijo entonces el otro—, es la historia de
Mr. Percy Taylor, cazador de cabezas en la selva amazónica.
Se
sabe que en 1937 salió de Boston, Massachussets, en donde había pulido su
espíritu hasta el extremo de no tener un centavo. En 1944 aparece por primera
vez en América del Sur, en la región del Amazonas, conviviendo con los
indígenas de una tribu cuyo nombre no hace falta recordar.
Por
sus ojeras y su aspecto maléfico pronto llegó a ser conocido allí como «el
gringo pobre», y los niños de la escuela hasta lo señalaban con el dedo y le
tiraban piedras cuando pasaba con su barba brillante bajo el dorado sol
tropical. Pero esto no afligía la humilde condición de Mr. Taylor porque había
leído en las Obras Completas de William G. Knight que si no se siente envidia
de los ricos la pobreza no deshonra.
EL ESPEJO QUE NO PODÍA
DORMIR
Había
una vez un Espejo de mano que cuando se quedaba solo y nadie se veía en él se
sentía de lo peor, como que no existía, y quizá tenía razón; pero los otros
espejos se burlaban de él, y cuando por las noches los guardaban en el mismo
cajón del tocador dormían a pierna suelta satisfechos, ajenos a la preocupación
del neurótico.
Augusto Monterroso
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