Lluvia
El señor ha cogido la regadera
porque al zaragozano le manda
que llueva, que llueva, que llueva
toda la semana.
Apaga de un soplido el sol
y se lo mete en una manga.
Recoge el tul de los cielos
y entre la naftalina lo guarda.
Ya se pusieron las nubes
gabardina grisácea.
Desde las alta bambalinas
hacen pipí sobre mi espalda.
Las lechugas de mi huerto
se recogen las enaguas.
Y todos admiramos a los árboles
que siemrpe tienen abierto el paraguas.
La luna se llama lola
La Luna se llama Lola
y el Sol se llama Manuel.
Manuel madruga; el trabajo
lo aleja de su mujer.
La Lola se queda en casa
por no quemarse la piel.
Manuel cultiva los campos:
pan, vino, aceite también;
abre camino en la nieve
del puerto en invierno. El es
un buen cristiano; trabaja
tanto, que al anochecer,
cuando regresa a su casa
se duerme en un santiamén.
Entonces sale la Lola.
¡Es una mala mujer!
Lola se llama la Luna,
Y el Sol se llama Manuel.
Aguanieve
Cantarinas carreteras montañesas,
nota aguda y monótono cantar
de carreteros: dulces canciones, esas
canciones de Cervera y de Aguilar.
Verdes oteros, valles horacianos,
el río rumoroso y culebrón
y el incierto azulear de los lejanos
montes, suave amatista de ilusión.
Claras aguas que bajan de los puertos
a dar vida a los prados y a los huertos,
al pájaro, a la hierba y a la col;
sonoras aguas que al nacer rieron
y son hijas de un beso que se dieron
la madre nieve con el padre sol.
Amanecida en Madrid
Del Puente de Vallecas
el carro del trapero trae la aurora.
La alcantarilla -frío, sueño y hambre-
desmesuradamente abre la boca.
La estatua está en la plaza
-petrificado guardia de la porra-
como un mojón mojado
señalando los barrios y las horas.
Serenos fugitivos,
pastores de silencios y de sombras,
buscando van su cuervo de altamira
en húmedas tabernas cochambrosas.
Legañosos tranvías,
troles adormecidos. Luz lechosa
de aguardiente en el agua. Mil manubrios
tuestan café en el ritmo de la polka.
Triunfo de barrenderos, de beatas,
guardias y perros, carros, templo, lonjas.
Todo el suburbio asalta
la ciudad dormilona.
Una voz viene de Guadalajara
¡Oriente! ¡Stock de mitos y de auroras!
De todos los balcones
saluda al día un agitar de alfombras.
Para tí frutos y flores
Para ti frutos, flores, hojas verdes y ramas
y para ti también
mi corazón, dulce mujer, que amas
en tu romanticismo parisién
a todos los poetas, leyendo a Paul Verlaine.
Mientras soñaba en verso tu cabecita rubia
leyendo al mago Paul
yo caminaba en sombras, contra el viento y la lluvia.
Poeta y español
en el pecho llevaba la alegría del sol.
He caminado mucho: hambre, cansancio, frío
y desmayo cordial.
Todo lo he padecido. Hoy llego cubierto de rocío
metafórico, matinal.
Traigo la ofrenda humilde de una rama otoñal.
Seminario
¡Seminario!
Mugre, disciplina, teología,
placer solitario;
levantarse con el día.
Sotanas sebosas.
Frías losas;
catres oxidados;
cocineros cebados;
marmitones invertidos.
Blasfemias ahogadas
entre las almohadas;
Humedad.
Misticismo.
Presbiteral hedor.
Sobre el patio pasa un biplano.
Peregrinan las almas seminaristas
por los senderos ultraístas.
Y la ventana
de la vecina
se abre caritativamente.
En las almas florece el disparate;
cómodamente
toma el rector su chocolate.
Como diminutos tejados los bonetes.
Gatos, claraboyas, chimeneas.
Seráficos latines en la fea
pared de los retretes.
Francisco Vighi
Nuevos versos viejos,
1995
Francisco Vighi
en Biblioteca Virtual Miguel Cervantes
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