inicio

LA VERDAD SOBRE EL CASO SAVOLTA (Eduardo Mendoza)

.

.

REPRODUCCIÓN DE LAS NOTAS TAQUIGRÁFICAS TOMADAS EN EL CURSO DE LA PRIMERA DECLARACIÓN PRESTADA POR JAVIER MIRANDA LUGARTE, EL 10 DE ENERO DE 1927 ANTE EL JUEZ F. W. DAVIDSON DEL TRIBUNAL DEL ESTADO DE NUEVA YORK POR MEDIACIÓN DEL INTÉRPRETE JURADO GUZMÁN HERNÁNDEZ INTÉRPRETE FENWICK

(Folios 21 y siguientes del expediente)

JUEZ DAVIDSON. Dígame su nombre y profesión.
MR. MIRANDA. Javier Miranda, agente comercial.
J. D. Nacionalidad.
M. Estadounidense.
J. D. ¿Desde cuándo es usted ciudadano de los Estados Unidos de América?
M. Desde el 8 de marzo de 1922.
J. D. ¿Cuál era su nacionalidad anterior?
M. Española de origen.
J. D. ¿Cuándo y dónde nació usted?
M. En Valladolid, España, el 9 de mayo de 1891.
J. D… ¿Dónde ejerció usted sus actividades entre 1917 y 1919?
M. En Barcelona, España.
J. D. ¿Debo entender que vivía usted en Valladolid y se trasladaba diariamente a Barcelona, donde trabajaba?
M. No.
J. D. ¿Por qué no?
M. Valladolid está a más de 700 kilómetros de Barcelona…
J. D. Aclare usted este punto.
M…aproximadamente 400 millas de distancia. Casi dos días de viaje.
J. D. ¿Quiere decir que se trasladó a Barcelona?
M. Sí.
J. D. ¿Por qué?
M. No encontraba trabajo en Valladolid.
J. D. ¿Por qué no encontraba trabajo? ¿Acaso nadie le quería contratar?
M. No. Había escasez de demanda en general.
J. D. ¿Y en Barcelona?
M. Las oportunidades eran mayores.
J. D. ¿Qué clase de oportunidades?
M. Sueldos más elevados y mayor facilidad de pro moción.
J. D. ¿Tenía trabajo cuando fue a Barcelona?
M. No.
J. D. Entonces, ¿cómo dice que había más oportunidades?
M. Era sabido por todos.
J. D. Explíquese.
M. Barcelona era una ciudad de amplio desarrollo industrial y comercial. A diario llegaban personas de otros puntos en busca de trabajo. Al igual que sucede con Nueva York.
J. D. ¿Qué pasa con Nueva York?
M. A nadie le sorprende que alguien se traslade a Nueva York desde Vermont, por ejemplo, en busca de trabajo.
J. D. ¿Por qué desde Vermont?
M. Lo he dicho a título de ejemplo.
J. D. ¿Debo asumir que la situación es similar en Vermont y en Valladolid?
M. No lo sé. No conozco Vermont. Tal vez el ejemplo esté mal puesto.
J. D. ¿Por qué lo ha mencionado?
M. Es el primer nombre que me ha venido a la cabeza. Tal vez lo leí en un periódico esta misma mañana…
J. D. ¿En un periódico?
M…inadvertidamente.
J. D. Sigo sin ver la relación.
M. Ya he dicho que sin duda el ejemplo está mal puesto.
J. D. ¿Desea que el nombre de Vermont no figure en su declaración?
M. No, no. Me es indiferente.

– Pensábamos que no vendríais -dijo la señora de Savolta estrechando la mano del recién llegado y besando en ambas mejillas a la esposa de éste.
– Son manías de Neus -respondió el señor Claudedeu señalando a su mujer-. En realidad, hace una hora que podríamos haber llegado, pero insistió en demorarnos para no ser los primeros. No le parece de buen tono, ¿eh?
– Pues, la verdad -dijo la señora de Savolta-, ya empezábamos a pensar que no vendríais.
– Al menos -dijo la señora de Claudedeu-, no habréis empezado a cenar.
– ¿Empezado? -exclamó la señora de Savolta-. Hemos terminado hace un buen rato. Os quedaréis en ayunas.
– ¡Menuda broma! -rió el señor Claudedeu-. De haberlo sabido, habríamos traído unos bocadillos.
– ¡Unos bocadillos! -chilló la señora de Savolta-. Qué idea, Madre de Dios.
– Nicolás tiene ideas de bombero -sentenció la señora de Claudedeu bajando la vista.
– Oye, no será verdad eso de que habéis cenado, ¿eh? -inquirió el señor Claudedeu.
– Sí, es verdad, claro que si, ¿qué os pensabais? Teníamos hambre y como que creímos que no vendríais… -dijo la señora de Savolta fingiendo una gran consternación, pero la risa le traicionó y acabó la última frase con un sofoco.
– No, si a fin de cuentas aún seremos los primeros en llegar -añadió la señora de Claudedeu.
– No tengas miedo, Neus -la tranquilizó la señora de Savolta-. Por lo menos hay doscientos invitados. Ni se cabe, créeme. ¿No oyes el escándalo que arman?
Efectivamente, a través de la puerta que comunicaba el vestíbulo con el salón principal se oían voces y música de violines. El vestíbulo, por el contrario, estaba desierto, silencioso y en penumbra. Sólo un criado de librea montaba guardia junto a la puerta que daba acceso a la casa desde el jardín, serio, rígido e inexpresivo como si no advirtiese la presencia de las tres personas que charlaban junto a él, sino la de un jefe invisible y volador. Recorría con la mirada los artesonados del techo y pensaba en sus cosas, o escuchaba la conversación con disimulo. Una doncella llegó muy azarada y tomó los abrigos de los recién llegados y el sombrero y el bastón del caballero, esquivando la mirada descarada y jocosa de éste, más atenta a la inspección de su ama, que seguía sus movimientos con aparente indiferencia, pero alerta.
– Espero que no hayáis retrasado la cena por nuestra culpa -dijo la señora de Claudedeu.
– Ay, Neus -reconvino la señora de Savolta-, tú siempre tan mirada.
La puerta del salón se abrió y apareció en el hueco el señor Savolta, circundado de un halo de luz y trayendo consigo el griterío de la pieza contigua.
– ¡Mira quién ha llegado! -exclamó, y añadió en tono de reproche-: Ya pensábamos que no vendríais.
– Tu mujer nos lo acaba de decir -apuntó el señor Claudedeu-, y nos ha dado un buen susto, además, ¿eh?
– Todos andan preguntando por ti. Una fiesta sin Claudedeu es como una comida sin vino -se dirigió a la señora de Claudedeu-. ¿Qué tal, Neus? -y besó respetuoso la mano de la dama.
– Ya veo que echabais a faltar las payasadas de mi marido -dijo la señora de Claudedeu.
– Haz el favor de no coartar el pobre Nicolás -respondió a la señora el señor Savolta, y dirigiéndose al señor Claudedeu-: Tengo noticias de primera mano. Te vas a petar de risa, con perdón -y a las damas-: Si me dais vuestro permiso, me lo llevo.
Tomó del brazo a su amigo y ambos desaparecieron por la puerta del salón. Las dos señoras aún permanecieron unos instantes en el vestíbulo.
– Dime, ¿cómo se porta la pequeña María Rosa? -preguntó la señora de Claudedeu.
– Oh, se porta bien, pero no parece muy animada -respondió su amiga-. Más bien un poco aturdida por todo este ajetreo, como si dijéramos.
– Es natural, mujer, es natural. Hay que hacerse cargo del contraste.
– Quizá tengas razón, Neus, pero ya va siendo hora de que cambie de manera de ser. El año que viene termina los estudios y hay que empezar a pensar en su futuro.
– ¡Quita, mujer, no seas exagerada! María Rosa no tiene por qué preocuparse. Ni ahora ni nunca. Hija única y con vuestra posición…, va, va. Déjala que sea como quiera. Si ha de cambiar, pues ya cambiará.
– No creas, no me disgusta su carácter: es dulce y tranquila. Un poco sosa, eso sí. Un poco…, ¿cómo te diría?…, un poco monjil, ya me entiendes.
– Y eso te preocupa, ¿verdad? Ay, hija, que ya veo adónde vas a parar.
– A ver, ¿qué quieres decir, eh?
– Tú me ocultas una idea que te da vueltas en la cabeza, no digas que no.
– ¿Una idea?
– Rosa, con la mano en el corazón, dime la verdad: estás pensando en casar a tu hija.
– ¿Casar a María Rosa? ¡Qué cosas se te ocurren, Neus!
– Y no sólo eso: has elegido al candidato. Anda, dime que no es verdad, atrévete. La señora de Savolta se ruborizó y ocultó su confusión tras una risita queda y prolongada.
– Huy, Neus, un candidato. No sabes lo que dices ¡Un candidato! Jesús, María y José…


Eduardo Mendoza
La verdad sobre el caso Savolta, 1975





________
La verdad sobre el caso Savolta
en Google books
pinchando aquí

y en Librius.net
pinchando aquí

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.

Entradas relacionadas

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...