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VOCES (Antonio Porchia)

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Se vive con la esperanza de llegar a ser un recuerdo.


Casi no he tocado el barro y soy de barro.


Trátame como debes tratarme, no como merezco ser tratado.

Mis ojos, por haber sido puentes, son abismos.

A veces hallo tan grande a la miseria que temo necesitar de ella.

Quien se queda mucho consigo mismo, se envilece.

Han dejado de engañarte, no de quererte. Y te parece que han dejado de quererte.

Pueden en mí, más que todos los infinitos, mis tres o cuatro costumbres inocentes.

Nada no es solamente nada. Es también nuestra cárcel.

He llegado a un paso de todo. Y aquí me quedo, lejos de todo, un paso.

Mueren cien años en un instante, lo mismo que un instante en un instante.

La pobreza ajena me basta para sentirme pobre; la mía no me basta.

Quien dice la verdad, casi no dice nada.

Quien hace un paraíso de su pan, de su hambre hace un infierno.

No hables mal de tu males a nadie, que hay culpas de tus males en todos.

Casi siempre es el miedo de ser nosotros lo que nos lleva delante del espejo.

Las cadenas que más nos encadenan son las cadenas que hemos roto.

El recuerdo es un poco de eternidad.

Hallé lo más bello de las flores en las flores caídas.

Toda persona anónima es perfecta.

Si el hombre tuviese alas, bajaría más.

Ha sido correcto conmigo todo el universo, menos el hombre, mi semejante.

La flor que tienes en tus manos ha nacido hoy y ya tiene tu edad.

Cuando no se quiere lo imposible, no se quiere.

El niño muestra su juguete, el hombre lo esconde.

El hombre vive midiendo, y no es medida de nada. Ni de sí mismo.

Un amigo, una flor, una estrella no son nada, si no pones en ellos un amigo, una flor, una estrella.

Hoy me he encontrado un nuevo defecto. Hoy la humanidad tiene un nuevo defecto.

El hombre es una cosa que aprenden los niños. Una cosa de niños.

Casi todo lo que el hombre necesita lo necesita para no necesitarlo.

Iría al paraíso, pero con mi infierno; solo, no.

A veces creo que el mal es todo y que el bien es sólo un bello deseo del mal.

Cada vez que me despierto, comprendo que es fácil ser nada.

Algunos, adelantándose a todos, van ganando el desierto.

Los que dieron sus alas están tristes de no verlas volar.

Si no creyera que el sol me mira un poco, no lo miraría.

Otra vez no quisiera nada. Ni una madre quisiera otra vez.

Mi alma tiene todas las edades menos una: la de mi cuerpo.

Todo es un poco de oscuridad, hasta la misma luz.

Vengo de morirme, no de haber nacido. De haber nacido me voy.

Cien hombres juntos son la centésima parte de un hombre.

La fe, cuando se pierde, se pierde por donde nace.

La materia, solamente materia, no es palpable.

Cuando haya dejado de existir no habré existido nunca.

Todo es nada. Pero después. Después de haber sufrido todo.

Cuanto vuelve, no vuelve todo, ni aún volviendo todo.

Cuando me llaman mío, no soy nadie.

El mundo perdona tus defectos, no tus virtudes.

Ya no bastan a tu sangre las viejas heridas. Y es difícil abrir nuevas heridas. Y tu sangre se ahoga.

Todos los soles se esfuerzan en encender tu llama y un microbio la extingue.

Todos pueden matarme, pero no todos pueden herirme.

La montaña que he levantado me pide un grano de arena para mantenerse en pie.

Quien va de fuego en fuego, muere de frío.


Antonio Porchia
Voces



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